En el último
Festival de Venezia, la venezolana Desde
Allá ganó el León de Oro y el argentino Pablo Trapero logro el León de
Plata al mejor director por El clan.
Antes, a comienzos de año, la chilena El
club se había alzado con el Gran Premio del Jurado y la también chilena El botón de nácar con el premio a mejor
guion en el Festival de Berlín. Entre medias, el mexicano Michel Franco logró,
también, el premio al mejor guion con Chronic,
una coproducción entre USA y México. 2015
ha sido, por lo tanto, un gran año para el cine latinoamericano. Un año que ha
coronado un excelente lustro en el que su presencia y relevancia en el panorama
internacional ha ido en aumento. Desde El
secreto de sus ojos a Relatos
Salvajes, desde Después de Lucía
a Gloria. Dicho salto del cine latinoamericano ha fructificado en 6 nominaciones
al Oscar a la mejor película de habla no inglesa en la última década, frente a
las 0 conseguidas por el cine español. Poniendo estos datos en perspectiva,
cabe señalar que España a lo largo de la historia de este galardón ha optado al
mismo en 19 ocasiones y los países latinoamericanos en 22 (8 México, 7
Argentina, 4 Brasil, 1 Cuba, 1 Chile, 1 Perú). Frente a las 4 victorias
conseguidas por España, América Latina sólo suma 2, ambas argentinas, la de la
sensacional La historia oficial en
los 80 y la de El secreto de sus ojos
en 2009 (la gala se celebró en 2010). Este
año sus mejores bazas para colarse en los Oscar parecen, a priori, la chilena El club y, sobre todo, la argentina El clan, sin embargo no podemos
descartar que alguna otra cinta latina pase el corte inicial de la categoría.
El cine latino vive un momento apasionante.
Si cuando hablamos del cine español, decíamos que sus problemas en los últimos años eran
el aumento de países que presentan candidatas, la ausencia en los tres grandes
festivales europeos y el calendario, para hablar del cine latinoamericano
podemos emplear los tres argumentos, pero a la inversa. En Latinoamérica se está produciendo más cine, desde más países y con
mayores presupuestos. Se han consagrado definitivamente sus mejores autores
(ahí están los mexicanos dominando Hollywood o Campanella trabajando en la tv
yankee o Trapero a punto de dar el salto a LA) y se han encumbrado nuevos
cineastas de gran prestigio internacional (Michel Franco, Pablo Larraín…). Como
consecuencia de ello, en casi todas las últimas ediciones de los festivales de
Cannes, Berlín y Venezia ha habido cineastas latinoamericanos. Mientras, el
cine español ha estado ausente, colando alguna película fuera de competición o
en secciones paralelas a la oficial. Viviendo, básicamente, de Donostia. Frente
a esa dependencia de nuestro festival de clase A, principal escaparate de
nuestro cine, el latino no ha dependido, en absoluto, de su único festival de
clase A, el argentino Mar del Plata. Por ejemplo, este año ha habido films de
cineastas latinos en la sección oficial de Berlín (3), Cannes (1), Venezia (2),
Donostia (1) y Locarno (1). Y en todos han logrado algún premio, salvo en
Locarno.
Es importante
señalar que el aumento de países participantes en los Oscar se ha hecho notar
en América Latina. Por ejemplo, Panamá se presentó a los Oscar por primera vez
el año pasado y en la presente edición repite. Este hecho nos lleva a observar
un fenómeno más amplio. En primer lugar,
las grandes potencias cinematográficas latinas: Argentina, México y Brasil
(sobre todo las dos primeras) han consolidado su presencia en el panorama
internacional, el prestigio de su cine y la carrera de algunos de sus mejores
artistas. Y han sabido, además, tender puentes con España y Estados Unidos
para producir sus films. Casi todas las
películas latinas nominadas al Oscar en los últimos años contaban con capital
español detrás (El secreto de sus ojos,
Relatos Salvajes, Biutiful, El laberinto del fauno…). En
segundo lugar, países medianos y con menos cine a sus espaldas han dado un
salto tanto de calidad como, sobre todo, de visibilidad. A este respecto cabría
destacar a Venezuela y, sobre todo, a Chile. Autores chilenos como Pablo
Larraín (No, El club), Sebastián Silva (La
nana) o Sebastián Lelio (Gloria)
han colocado al cine chileno como un referente del cine de autor a nivel
global. Precisamente Larraín logró con No
la primera nominación al Oscar de Chile en toda su historia y este año luchará
por repetir la gesta con El club,
película reverenciada allí por dónde ha pasado hasta el momento. Venezuela, por
su parte, logró la Concha de Oro en Donostia con Pelo malo hace un par de años, este año el León de Oro con Desde allá y en la última edición de los
Oscar logró pasar el corte de la categoría de habla no inglesa con la macro-producción El libertador. En tercer lugar, los países pequeños de la región comienzan a hacer
cine, ya hemos hablado de Panamá, pero podríamos destacar también a Perú, que
logró su primera nominación al Oscar con La
teta asustada. Además, aún falta por ver el despegue del cine
colombiano, la implosión del cubano, con el fin del embargue americano en el
horizonte, y que Argentina y México sigan generando tanto films como
profesionales de primera división.
Muchos
artistas argentinos han sostenido que al calor del corralito y de la enorme
crisis social, política y económica que vivió Argentina, fructificó una
vitalidad creativa inusitada. El dolor agudiza el ingenio. La rabia fomenta el
pensamiento crítico. Quizás el audiovisual español está caminando por esa misma
senda en esta crisis sistémica en la que estamos instalados. Pero aún no somos
conscientes de ello. Tenemos mucho que
aprender del cine latinoamericano y seguir fomentando la interacción tanto
artística como económica entre las dos orillas del Atlántico es el camino a
seguir. Les deseo mucha suerte a Loreak,
El club, El clan y las demás películas seleccionadas de habla hispana y
portuguesa.
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