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miércoles, 11 de marzo de 2015

Los tres combates de Frank Underwood

HOUSE OF CARDS - Tercera temporada

Spoilers del tercer baile con la muerte del matrimonio Underwood
Combate 1: Frank Underwood vs. Viktor Petrov (aka Vladimir Putin)
Rounds: 3 // Ganador: Petrov (Putin) por KO en el tercer asalto

Dada la actual situación de tensión entre Rusia y Occidente (básicamente USA, Alemania y nosotros, sus acólitos) por la guerra civil en Ucrania (y en general por el papel de USA en lo que Rusia considera su área de influencia), abordar las relaciones entre las dos potencias mundiales era casi un deber para House of Cards. Y he de decir, que los tres enfrentamientos entre los dos presidentes fueron quizás lo más divertido y lo que mejor le ha funcionado a la serie este año. Al plantear esta trama, Beau Willimon y su equipo tuvieron varios aciertos de partida. Primero, no disimular lo más mínimo que el presidente Petrov es Vladimir Putin: ególatra, pérfido, sucio. Lo cual facilita la tarea de construirlo como un rival a la altura (en maldad) de Frank Underwood (Kevin Spacey, esa bestia), a la vez que lo hace más palpable, al vincularlo abiertamente con su referente real, de tal forma que lo único que les faltó es haberlo llamado Putinov. El segundo acierto fue plantear el enfrentamiento no sólo entre Frank y Petrov, sino darle mucha importancia a la figura de Claire (Robin Wright, otro año, espléndida). El tercero, salpicar el relato de secuencias en las que se enfrentaran casi al oído, entre susurros, aspavientos y puros. Y el cuarto, estructurarlo, básicamente, en tres actos.

Así, vemos el enfrentamiento inicial, en Washington (3x03), en el que se impone Underwood obligando a Petrov a volver con el rabo entre las piernas a Rusia. El segundo asalto (3x06), en Moscú, en el que por un lado vemos a los dos presidentes y por el otro a la primera dama luchando contra las convicciones de un activista gay americano encarcelado por los rusos. En dicho asalto Claire humilla públicamente a Petrov y desata la guerra entre ella y su marido, al tirar por tierra todos los esfuerzos de éste, de cara a la obtención de la paz en Oriente Próximo. Y el tercer asalto, en territorio neutral, el Valle del Jordán, que se ha convertido en un polvorín, dentro del plan de venganza de Petrov contra los Underwood. Quizás sea el enfrentamiento menos lucido, sobre todo porque es el más breve y el más sencillo visualmente. En él, Underwood cae definitivamente en la tela de araña que le ha ido tejiendo un Petrov que logra todo lo que perseguía, frente a un líder americano derrotado. Petrov/Putin vence por KO.

Combate 2: Frank Underwood vs. Josiah Bartlet
Rounds: 2 // Ganador: Bartlet a los puntos

Comparar a House of Cards con The West Wing es una de esas trampas en las que ha caído todo el mundo desde el estreno de la primera. Sobre todo para decir lo diferentes que son. Si una es perversa, la otra idealista, si una es trágica y solemne, la otra está salpicada de humor, si una es pesimista, la otra es optimista. Pero ambas son igual de poco realistas. Esta temporada en la que la serie de Willimon ha dejado gran parte de su armazón de thriller para volverse más política, los puntos de encuentro han aumentado exponencialmente. Varias de las tramas exploradas por House of Cards este curso ya fueron tratadas anteriormente en The West Wing: la vacante (o no) en el Tribunal Supremo, la relación con Rusia, la campaña electoral en Iowa, la pseudo-seguridad social americana (en TWW se buscaba su sostenimiento a largo plazo, en HoC su demolición) y la paz en Oriente Próximo. Precisamente en este último terreno es dónde las comparaciones tornan inevitables.

Desde la creación de Israel, ha sido una obsesión de todos los presidentes de Estados Unidos (sobre todo de los demócratas) poner fin al conflicto israelí-palestino. Estados Unidos es el principal valedor internacional de los israelís, y ese papel cada vez le resulta más pesado, dada la deriva hacia la derechización y el enrocamiento de ese país, así como la situación de tensión permanente en la que está sumida la zona. Pues bien, Bartlet y Underwood no iban a ser menos, y ambos trazan ambiciosos planes para lograr la consecución de los dos estados. Bartlet sienta en Camp David a israelís y palestinos y al final logra el acuerdo entre ambos convirtiendo Jerusalén en un área controlada por una fuerza militar internacional. Mientras que Underwood pretende conseguir el apoyo de Rusia para alcanzar dicha paz, enviando también soldados al Valle del Jordán. Pero, obviamente, fracasa. Porque si ya es difícil poner de acuerdo a israelís y palestinos, añadir a la fórmula a los rusos es una quimera. Bartlet 1 – Underwood 0. Ambas aproximaciones son poco realistas, pero incluso teniendo en cuenta esto, la de The West Wing es bastante más compleja y tangible (si Israel no estuviera en manos de una derecha radical e intransigente).

Más allá de todas estas tramas comunes, generalmente abordadas con mayor profundidad por la serie de Sorkin (aunque muchas de ellas se desarrollaron post-Sorkin, como la de Oriente Próximo), el gran enfrentamiento entre Underwood y Bartlet tuvo lugar ante Padre, Hijo y Espíritu Santo. Para aquellos que no hayan visto The West Wing, su capítulo icónico por excelencia, aquel del que se dice que es sin duda alguna el mejor es Two Cathedrals (2x21). Vamos, el equivalente al The Suitcase de Mad Men o al Ozymandias de Breaking Bad. Y dentro de ese maravilloso, triste, hondo y desolador capítulo, hay una secuencia, la del enfrentamiento entre Bartlet y Dios en la catedral de Washington que pasará a la historia de la televisión. El punto exacto en el que Aaron Sorkin alcanzó su cumbre como escritor. Teniendo en cuenta este hecho, Willimon y la guionista del 3x04, Laura Eason, llevan al pérfido Underwood ante Dios, justo en el momento en el que su futuro presidencial se tambalea con más fuerza. ¿Y qué hace Underwood? Le escupe al cristo que hay en el altar y cuando intenta limpiarlo lo tira y éste acaba roto en mil pedazos. Es una imagen poderosa, sin duda. Pero, como siempre en House of Cards, exagerada. El principal problema de la serie es que carece de toda sutileza, está contada siempre en carne viva y a gritos. En la secuencia de The West Wing, tras enfrentarse a Dios, un dolido Josiah Bartlet apaga un cigarrillo en el suelo de la catedral y se va. Ese acto viniendo del católico Jed es de una sutileza desgarradora. No hace falta más. Es mucho más impactante ese pitillo estampado contra el suelo que la figura de Cristo convertida en polvo de cerámica. Bartlet 2 – Underwood 0.

Combate 3: Frank Underwood vs. Franklyn Delano Roosevelt y Lyndon B. Johnson
Rounds: 13 // Ganador: Lo veremos en la cuarta temporada

Los dos grandes referentes presidenciales de los demócratas son Kennedy y Roosevelt. De hecho es posible, que por mucho que se haya mitificado a JFK, Lincoln, Jefferson o Washington, Roosevelt sea el presidente más importante en la historia de Estados Unidos. Además de ser el líder que más tiempo estuvo en el cargo, Roosevelt cogió al país en plena Gran Depresión para dejarlo en la posición adecuada para convertirse en el Imperio Americano que sería en la segunda mitad del S. XX. Por el camino, los Aliados ganaron la II GM, se sentaron definitivamente las bases de lo que sería el Partido Demócrata en el plano ideológico y se implantó el New Deal, y con él un pobre Estado del Bienestar en USA. Aún a día de hoy, el New Deal es el programa político más ambicioso en la historia de Estados Unidos. Teniendo en cuenta todo esto, es muy curioso que House of Cards haya decidido abordar la figura de Roosevelt, y la de Lyndon B. Johnson, para hacerles una enmienda a la totalidad. Y más cuando su protagonista es un demócrata. Claro, que Frank Underwood no responde a ideologías, sólo a las artimañas del poder. De mantener el poder en este caso. Y la gran idea de Underwood para mantenerse en la presidencia es poner en marcha America Works, un amplio programa legislativo que, básicamente, dejará sin fondos a Medicaid, Medicare (los programas que garantizan la sanidad a los pobres y a los ancianos, respectivamente) y demás programas sociales, para destinar esa ingente cantidad de dinero a dar empleo a los 10 millones de parados que hay en USA (en realidad en la América de Obama, hay 9 millones). Obviamente tanto demócratas como republicanos se oponen, unos porque destroza la seguridad social y por tanto la protección a los más débiles, los otros porque supone aumentar el papel del Gran Gobierno como principal benefactor del ciudadano. Ante la parálisis del Congreso, vemos a Frank mintiendo a sus ciudadanos, forzando la Constitución y las leyes, manipulando las funciones del Gobierno y, en última instancia, asociando su campaña electoral con la implantación de America Works. Demagogia, autoritarismo e ilegalidad. El combo perfecto. 

La asociación America Works – primarias demócratas a la presidencia, es el hilo conductor de esta temporada. De ahí que el enfrentamiento entre el delirante (e inviable) plan de Underwood y los restos de las políticas sociales impulsadas por Roosevelt y Johnson se extienda durante los 13 capítulos. Es curioso, además, que Underwood enmiende a estos dos presidentes porque quizás sea a ellos (y a Nixon, delictiva y pérfidamente brillante; y a Clinton, sureño centrista incapaz de contenerse, a todos los niveles) a los que más se parezca. De Roosevelt tiene cierta dimensión autoritaria que busca reducir a cenizas la separación de poderes, la ambición de controlarlo todo y una compleja relación (de poder) con su mujer. Desde luego si Claire Underwood se parece a una primera dama es a Eleanor Roosevelt (y un poco a Hilary Clinton, claro). De Johnson tiene la ambición, la capacidad de conspirar en las sombras y la obsesión por no verse eclipsado, el trauma de ser un eterno segundón. A lo largo de toda la temporada vamos viendo como los Underwood se enfrentan a su pasado y al pasado de su país, intentando sobrevivir en un mar cada vez más convulso. Entre los enemigos exteriores (Rusia) y los interiores (el Congreso, la rival de Frank en las primarias demócratas, Heather Dunbar), van desgarrándose para seguir en pie. Al final de la temporada, Frank vence por los pelos en los caucus de Iowa, pero Claire lo deja plantado en "su" Casa Blanca. Ejercer el poder, trae consigo un alto precio.

domingo, 23 de febrero de 2014

El amigo chino

HOUSE OF CARDS - Segunda Temporada


¿Si me pinchas acaso no sangro? NO

El thriller político es un género que el audiovisual americano cultivó concienzuda (y brillantemente) en las décadas de los 60, 70 y 80 con films como de The Manchurian Candidate (Frankenheimer, 1962), All the President’s Men (Pakula, 1976) o Missing (Costa-Gavras, 1982). Y que con la caída del muro de Berlín y la extinción de la URSS se esfumó hasta ser casi imperceptible durante los ingenuos años 90 (aunque curiosamente la House of Cards británica se emitiera en esa década). El 11-S y la “guerra contra el terror” lo trajeron de vuelta, hibridado con el cine bélico, confundido. El género se asentó sobre todo en la dialéctica capitalismo-comunismo, USA-URSS, y cuando ésta desapareció dejó de tener su razón de ser. Dicha relación dialéctica, juego entre iguales (dos sistemas, dos estados), no puede extrapolarse al etéreo y heterogéneo terrorismo islámico, quizás ni siquiera a algunos de los países que USA ha señalado como sus enemigos en la última década, como Irán, simplemente porque no es una lucha entre iguales.

Tras la caída del bloque soviético, USA pasó a ser la única superpotencia del planeta. El sheriff de un mundo globalizado. Sin embargo, la China abierta al capitalismo y cerrada a la democracia ha ido creciendo entre las grietas económicas occidentales hasta adquirir el estatus de superpotencia. La relación entre norteamericanos y chinos marcará el devenir de la política internacional de las próximas décadas. Frente a la claridad de posicionamientos de la era soviética, ahora lo único que tenemos es confusión. Entre USA y China no hay ni habrá una guerra fría. La tensión entre ambos países no es ni militar ni ideológica, sino meramente económica, una guerra comercial. China le está haciendo a USA el abrazo del oso, al adueñarse de su deuda también se adueña de sus posibilidades de maniobra. Los americanos dependen del dinero chino pero a la vez los chinos dependen del mercado americano. Los intereses de uno y otro lado se entremezclan, se funden y al final lo que obtenemos es un escenario tan enrevesado, que la mejor política ha desarrollar es el mantenimiento del status-quo.

Por todo esto era sólo cuestión de tiempo que el thriller político pusiera su foco de atención en el amigo chino. Y House of Cards, la adaptación (libre no, lo siguiente) de las novelas de Michael Dobbs y la miniserie británica de Andrew Davies, ha venido a iniciar lo que puede consolidarse como una nueva vía (y vida) para el género, tomando el testigo de los camaradas soviéticos. Si el tema central de la serie de Beau Willimon es el poder: acumulación y mantenimiento, el eje central de esta temporada es la relación triangular entre el poder político americano, el poder económico americano y el poder político-económico chino (todo confluye en el Partido en China). Y toda la mugre que se acumula en las orillas de dicho triángulo. Quizás por esto la segunda temporada de House of Cards sea mejor que la primera. La primera era un apasionante thriller, sí, pero no buscaba trascender, no apuntaba hacia ningún gran conflicto del mundo actual. No tenía un mensaje más allá de que las esferas de poder arrojan un hedor que lo impregna todo.

Este fotomontaje made in paint parece sacado de una distopía futurista chusquera

La gracia del triángulo que ha trazado esta temporada es que todas las líneas que lo conforman son interesantes:

1) El dinero mueve el mundo, y más en este mundo cada vez más globalizado. Las relaciones económicas entre empresarios occidentales y empresarios de los grandes mercados mundiales a explotar (China, pero también India o Brasil o cualquier otra potencia emergente) marcan las agendas políticas. Cuando los dirigentes viajan a otros países, los acompañan siempre ilustres empresarios. La política es negocio. Así, en esta temporada de House of Cards, nuestro protagonista, el ególatra Frank Underwood (Kevin Spacey, mascando el personaje para escupírselo a los espectadores), tiene que moverse con astucia en medio de la relación entre el multimillonario Raymond Tusk (Gerald McRaney en modo Margo Martindale en la temporada 2 de Justified) y otro poderoso actor chino, Xander Feng, para satisfacer sus intereses por encima de los de estos.

2) La convulsa y oscura relación entre el poder económico (eléctricas, bancos, petroleras, constructoras etc.) y el poder político (gobiernos elegidos por los ciudadanos) es algo a lo que no se suele prestar atención (las empresas mediáticas se mueven en este ámbito) pero que marca gran parte de las iniciativas que emprenden los estados. Lo podemos ver hoy en día en España con respecto a los precios de la electricidad. Y House of Cards nos permite echar un ojo a como fluctúan las relaciones entre grandes empresarios y políticos, los intereses que se mueven. La relación entre Tusk y el presidente de Estados Unidos (un convincente Michael Gill) funciona como paradigma de la confusión entre legitimidades, entre poderes.

3) Llegamos así a la línea que cierra el triángulo y que ya apuntamos anteriormente. El poder económico se relaciona a nivel mundial. El poder económico se relaciona con el poder político. El poder político se relaciona también a nivel mundial condicionado por las dos clases de relaciones anteriores. Así, la relación entre el Presidente Walker y los líderes chinos se ve enturbiada por la relación entre Tusk y Feng, y la del primero con el propio Presidente, el cual confía, durante la primera temporada, ciegamente en él.

Si la primera temporada de House of Cards era hacia dentro, un viaje a la psique de su protagonista y al funcionamiento de la política en Washington, la segunda es más hacia fuera, hacia la relación entre políticos y empresarios y entre las dos actuales potencias mundiales: Estados Unidos y China. Todo ello bañado en dinero y poder, si es que en el mundo actual cabe diferenciar entre ambos. El lobbista Remy Danton sostiene en la season finale que “el poder es mejor que el dinero, mientras dura”. La serie de Beau Willimon ha elevado la apuesta, ha ido cerrando los flecos que dejó la primera temporada y roto relaciones con la House of Cards británica, nacida en el ocaso del thatcherismo. House of Cards no era una serie perfecta en su primer año y tampoco lo ha sido en su segundo, algunas tramas secundarias no funcionan (la de Rachel y Doug no lo ha hecho), no acaba de tener un reparto a la altura de las circunstancias (aunque la incorporación de Molly Parker ha sido todo un acierto) y muchas veces los engranajes narrativos resultan demasiado forzados, por muchos problemas que les surjan, los Underwood acaban saliéndose siempre con la suya.

A pesar de todas estas aristas, que no son pocas ni menores, este año la serie ha dado la sensación de estar más focalizada, de tener un mensaje más nítido. El personaje de Claire Underwood (Robin Wright, la actriz más gélida de la actualidad) ya no es un satélite, han sabido astutamente meterla en el juego de poder principal, convertirla aún más en una máquina de matar. House of Cards se confirma como una serie grande y el final de esta segunda tanda implica sin duda un paso hacia delante, una mutación del formato. La británica no lo encajó del todo bien, de tal forma que las dos miniseries que siguieron a la primera (To play the King y The Final Cut) no estuvieron a la altura de las circunstancias. Sin embargo creo sinceramente que a la americana le puede venir bien el cambio de molde: más política y menos thriller.