martes, 14 de junio de 2022

Lisa Simpson, princesa de Dinamarca

Borgen: Reino, poder y gloria

Groenlandia, esa nación sin estado, inmensa y deshabitada, atrapada en las garras de Dinamarca, protagoniza la última temporada de Borgen, una de las series políticas de referencia de nuestro delirante sistema político-mediático.

Casi 10 años después de la emisión de su tercera entrega, Borgen y su protagonista, Birgitte Nyborg, regresan a los entresijos del poder en Dinamarca, tierra de Hamlet, para hablarnos de cambio climático, feminismo, descolonización, geopolítica, el amigo americano, el enemigo ruso y la nueva hegemonía china. Ahí es nada. Y, aún así, lo más importante es su protagonista, convertida ahora en ministra de Asuntos Exteriores en un gobierno de coalición con los socialdemócratas. 

El ansiado regreso de Nyborg a nuestras vidas se promocionó, rápidamente, como el viaje por los abismos del poder de la ex-primera ministra. En esta cuarta temporada, Nyborg vende sus ideales para agarrarse con uñas y dientes a su parcelita en el sistema de poder danés. Pero... ¿no es eso lo que ha estado haciendo durante todos estos años?

Si Nyborg se parece a un personaje es, sin duda, a Lisa Simpson. La más lista de la clase, una brillante cabeza con sueños de grandeza y altísimos valores... O no. Al igual que pasa con Lisa, no son sus actos los que nos muestran su bondad y la pureza de sus ideas, sino que ellas y las personas que las rodean nos lo repiten una y otra vez, buscando convertir el concepto en realidad. Forzando a las protagonistas a escoger la opción "correcta". 

Cualquiera que se siente a analizar las estrategias de Nyborg en todos y cada uno de los conflictos (políticos y personales) de Borgen, observará exactamente el mismo patrón que sigue Lisa en Los Simpson:

Surge un conflicto. La protagonista se sitúa en el lado "ético" de la cuestión. Su posición de poder se ve amenazada. La protagonista "traiciona" sus ideales. Algún personaje próximo a ella, le hace ver que sus decisiones suponen una enmienda a la totalidad de su cacareada integridad ético-política. La protagonista, a las puertas del final del conflicto, cambia, de nuevo, de postura y regresa a sus tesis iniciales. La protagonista sale airosa del conflicto, porque la sociedad valora que sea fiel a sus postulados.

Si esto pasa una y otra vez, cabe preguntarse ¿Nyborg y Simpson tienen de verdad ideales o solo simulan tenerlos porque todo el mundo a su alrededor se empeña en que los tienen? ¿Lo único que les importa más que el poder es ser amadas?

La diferencia real entre esta cuarta temporada de Borgen y las tres previas no es la forma de ser y actuar de su protagonista, sino su estructura narrativa. Mientras en aquellas, las tramas de temporada se veían contrarrestadas por las episódicas, casi como si estuviésemos ante un procedimental; en ésta entrega las tramas son de largo recorrido. ¿Cuál es la consecuencia de este cambio? La percepción que podemos tener sobre Nyborg si no ahondamos mucho en su estrategia de poder.

Antes, aunque Nyborg vulnerase sus postulados políticos, regresaba a ellos al acabar el episodio. La supuesta traición a sí misma y a lo que "representa", duraba unos minutos. En cambio, con esta estructura, la corrupción de(/por el) poder dura varias horas. De ahí que se haya dicho que la ex-primera ministra ya no es la política refrescante y pura de antaño, sino un animal más atrapado en el zoo de la política. 

Pero en realidad, ni Birgitte Nyborg ni Dinamarca han sido nunca el impoluto sueño al que aspirar. Basta ver Borgen con ojos atentos o viajar a Kosovo a ver cómo el democrático Reino de Dinamarca subcontrata y deslocaliza la tarea de mantener en prisión a los delincuentes extranjeros, como si fuesen jerseys confeccionados en Bangladesh. O cómo se comporta como la peor de las drogas con Groenlandia, para evitar perder a una colonia geoestratégica que le permite seguir siendo un actor mínimamente relevante en el mundo. No te libero porque no puedes vivir sin mí. 

El deseo de Albert Rivera de convertirse en Birgitte Nyborg ha acabado mal. Los anhelos de transformarnos en la Dinamarca del Sur (de Europa, no del Sur de verdad), están igual de caducados.