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lunes, 16 de febrero de 2015

Los No-Oscar 2014 I: Música y canción originales

Tras muchos meses de cábalas hemos llegado por fin a la semana de los Oscar. Se pueden leer jugosos análisis de todas las categorías en muchas webs de referencia. Como no iba a aportar nada que no hubiera dicho ya gente que sabe más y escribe mejor que yo, prefiero acordarme de todos aquellos grandes trabajos del cine de 2014 que no estará presente en la gala del domingo. La única normas de estos premios imaginarios son: no estar nominado al Oscar, pero haber sido elegible, he aquí la lista de 323 películas candidatas a los Oscar de este año. Así que en estas listas figurarán películas de 2013 como Under the skin, pero no films de 2014 como Maps to the stars o Clouds of Sils Maria. Además, en estas dos primeras categorías, me limité también, a las 114 partituras y 79 canciones nominables este año, por lo tanto no estará el polémico trabajo de Antonio Sánchez para Birdman.

MÚSICA ORIGINAL

5. Jonny Greenwood por Inherent Vice
Tras sus complejos y turbios trabajos para There will be blood y The Master, Greenwood vuelve a ponerle música a una película de Paul Thomas Anderson. Y en esta ocasión se aparta de aquellas dos partituras tan oscuras y tétricas, para, sin dejar de ser él mismo, sumergirnos en los años 60. El resultado es una composición muy evocadora y divertida que hace que en muchas ocasiones te dejes llevar por el ritmo desenfrenado, casi jovial y ligero, que le imprime al film.

4. Joe Hisaishi por The Tale of the Princess Kaguya
Para que nos hagamos una idea de la importancia de Hisaishi en el cine japonés, podríamos decir que es el Alberto Iglesias nipón, venciendo hasta en 8 ocasiones en los premios de la Academia japonesa de cine. Si la película de Isao Takahata es tan bonita es gracias a la simbiosis perfecta entre sus espectaculares acuarelas y la música compuesta por Hisaishi. Durante dos horas te embarcas en un viaje lleno de magia, que a veces parece más una arte contemplativa que narrativa. Pura atmósfera, delicadeza y tradición bien actualizada.

3. Marco Beltrami por The Homesman
Beltrami tiene en su haber dos nominaciones al Oscar. La primera, por otro western, 3:10 to Yuma. La segunda, por The Hurt Locker. No es un autor que me guste especialmente, pero desde luego es uno de los compositores con más personalidad del cine actual. En este western crepuscular de Tommy Lee Jones lleva a cabo un gran trabajo que se mueve entre la tradición y la innovación, mezclando sonidos muy diferentes para crear esa sensación de desasosiego, casi como de locura, que atraviesa todo el film.

2. Trent Reznor y Atticus Ross por Gone Girl
Tras ganar el Oscar con The social network y alcanzar la nominación con Millenium, el tándem Reznor-Ross no ha logrado convertir su tercera colaboración con David Fincher en nominación al Oscar. Y no será porque no lo merecieran. A pesar de que estamos ante un trabajo mucho más sutil que los dos anteriores, vuelven a lucirse con una música que aunque a veces parezca imperceptible va marcando el ritmo y la atmósfera del film. Fincher se vale, además de su puesta en escena, del montaje y de la música para gestionar la tensión con la que va ahorcando a sus protagonistas entre giros y contra-giros dramáticos. Es una banda sonora que sigue la estela de los trabajos anteriores de Reznor y Ross pero que a la vez aporta algo nuevo a su estilo, estamos ante una música más sugerente que impactante.

1. Mica Levi por Under the skin

La compositora Mica Levi, que tiene sólo un año más que yo, ha aparecido de la nada, firmando su primera partitura cinematográfica para la subyugante película de Jonathan Glazer, y se ha convertido en una de las sensaciones musicales cinematográficas del año. Ya sea para bien o para mal, todo el mundo ha hablado de su banda sonora. Posiblemente ninguna película dependa tanto de su música como Under the skin. Extraña, asfixiante, incómoda e hipnótica. Levi se ha lucido, una pena que la Academia no haya optado por arriesgar a lo grande e incluirla en el listado. Es una gran noticia su irrupción, porque el cine necesita más mujeres compositoras, y sobre todo, porque el cine necesita a músicos que busquen expandir sus horizontes.

CANCIÓN ORIGINAL

No es una gran canción, pero es tan dulce y la música es tan bonita, que es imposible no quererla. Al igual que la película, es puro amor. Pegadiza, tierna y graciosa. Estuve a punto de meter a John Powell por la música original de esta película en la categoría precedente, así que creo que es un buen reconocimiento a su enorme trabajo.

Desde las primeras quinielas se daba a esta canción como una importante contendiente en esta categoría en los Oscar. Al final, el fracaso crítico del film de Aronofski pudo más que la posibilidad de nominar a una leyenda de la música como Patti Smith. Desde luego estamos ante una canción, que sin ser una genialidad, ni generar un gran impacto, es muy poderosa.

Tras quedarse fuera en los anteriores Oscar, inmerecidamente, con su Young and beautiful para The Great Gatsby, Lana del Rey ha vuelto a intentarlo en esta película de Tim Burton. Y ha vuelto a fracasar. Big Eyes se metió en mi cabeza y me pasé días enteros tarareándola. La lánguida voz Lana del Rey tiene ese poder en mí. La canción resume a las mil maravillas el tema de la película y el calvario de su protagonista, hubiera sido una gran nominada, porque desde luego tiene relevancia narrativa en el film.

Lorde es una de las grandes estrellas del pop comercial actual y su canción para la penúltima película de la saga The Hunger Games se convirtió pronto en hit. No es mi estilo, pero la canción está muy bien, tiene muchísima fuerza y personalidad. Y además es jodidamente pegadiza.



Esta es mi canción original favorita del año. Una pena que no esté nominada, porque además habría servido para engordar la lista de candidaturas de la favorita al Oscar a la mejor película, Boyhood. Esta canción del propio Ethan Hawke, es una maravilla. No puedo parar de oírla. Me emociona. Es sensible y preciosa. Como la película de Richard Linklater.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Una bocanada de vida

BOYHOOD 


Leyendo a Harry Potter. He estado ahí.



Tras más de medio año de ruido desde su estreno en el Festival de Berlín, por fin se ha estrenado en España Boyhood, el film que Richard Linklater rodó a lo largo de 12 años, capturando el paso del tiempo el rostro y la mentalidad de un niño, al que da vida el apagado Ellar Coltrane. Y lo que ha logrado ha sido un conjunto de retazos de vida, de secuencias desbordantes de energía, sentimientos y magia. Cosidas con una sabiduría y una naturalidad pasmosas, las transiciones no podrían ser mejores, no podrían ser más indelebles. Boyhood es una panorámica no sólo de la infancia y la adolescencia, sino también de la propia familia como institución social básica. Si el niño (y en menor medida su hermana, Lorelei Linklater, que se va diluyendo con el paso del metraje) es el centro, sus padres, interpretados por los fantásticos Patricia Arquette y Ethan Hawke, son el motor que hace avanzar el film. Al final la vida de un niño hasta que se convierte en un adulto, está totalmente condicionada por las decisiones de sus padres. Su vida no es, en cierta forma, del todo suya, sino más bien un apéndice de la de sus progenitores.

También es, además de un retrato de dos épocas vitales (la infancia del niño, la crianza de los hijos de los padres), un retrato de una época, de la década de los 2000, de esa América post 11-S, corroída por el miedo y la paranoia. Linklater usa un puñado de secuencias para filmar una enmienda a la totalidad del bushismo y a la vez para plasmar la esperanza que suponía la llegada de Obama. Quizás le faltó, en el tramo final, una reflexión sobre la decepción que la presidencia de este último ha supuesto. En esta línea, nos presenta qué es ser un liberal en Texas, y con muy pocos elementos dibuja las líneas maestras del Estado, no juzgándolo, sino queriéndolo. La Texas de Linklater no es una marioneta de la que mofarse, es un territorio palpable, con su amor por la II enmienda, su cristianismo, sus paisajes hipnóticos, sus pueblos y sus ciudades. Quizás sólo un texano liberal como él podía presentar al Estado con tanta hondura desde un discurso muy sencillo. La secuencia de los paisanos texanos funciona porque no los juzga, simplemente muestra como son, que creas en las armas como tradición familiar no te hace mala persona. No enarbola ni un discurso a favor ni en contra, simplemente nos muestra cómo es una familia texana tradicional. No hay soflama panfletaria, simplemente una estampa más de la vida.

Boyhood es ante todo, una película tranquila. Un relato que discurre con ritmo pausado. Tiene momentos de fuerte carga dramática, casi todos ligados a Patricia Arquette y su relación con los hombres. Pero es tan naturalista y se toma tanto tiempo para pintar la vida de esta familia que no funciona por acelerones bruscos o cambios de ritmo. Es capaz de destrozarte el corazón pero también de insuflarte ganas de vivir. A pesar de hablar del alcoholismo y la violencia es una película optimista, luminosa. Tanto Arquette como Hawke empiezan el film a la deriva y lo terminan encontrándose a sí mismos, la historia de cómo dos personas maduran a lo largo de 12 años hasta cambiar sus vidas por completo. El mensaje final es que la vida no es más que barro que tú mismo moldeas. El hombre es dueño de su propio destino. Y como la vida no es más que lo que ya has vivido y lo que te queda por vivir, es puro potencial transformador. Pura esperanza. Por eso cuando sales de verla, tienes mucha más fe en el ser humano que cuando entraste al cine. Boyhood es un film que te hace creer en que mañana será un día mejor, que uno sólo tiene que quererlo de verdad, quererse de verdad a uno mismo. Tenemos toda nuestra vida por delante. Vivámosla.