miércoles, 28 de diciembre de 2022

Mis 30 series favoritas del 2022


30. The Crown (Netflix)

La serie de Peter Morgan sobre Isabel II, su familia y su menguante reino se puede disfrutar desde diferentes ópticas. A mí me entusiasma cuando Isabel II se entremezcla con la realidad política, social y económica del Reino Unido. Ya sea batallando con Churchill, Wilson o Thatcher. Ya sea encontrándose de bruces con el sufrimiento y las preocupaciones de sus súbditos de a pie: mineros, parados… Sin embargo, las cuitas familiares de los Windsor me interesan menos. Por desgracia, la quinta temporada de The Crown gira en torno a esto. O, más concretamente, alrededor de la disputa entre Diana y Carlos. Por algún motivo que se me escapa la civilización occidental decidió en los 80 y 90 que Diana Spencer era un personaje fascinante. Pero lo cierto es que no se me ocurre una persona más intrascendente, vacía e inane. A pesar de todo, la peor temporada de The Crown sigue siendo una serie apasionante.


29. Rapa (Movistar +)

Tras el éxito de Hierro, Portocabo vuelve a casa para repetir la jugada con una villa que no es una isla, pero que podría serlo: Cedeira. Una sargento de la Guardia Civil y un profesor enfermo unen esfuerzos para investigar quién ha asesinado a la alcaldesa. Por el medio, espurios intereses políticos y económicos. Así como heridas y traumas del pasado. Al igual que Hierro, Rapa es un thriller adictivo que sabe tratar el espacio y la idiosincrasia locales y que es capaz de convertir lo local en universal desde la coherencia. Javier Cámara y Mónica López están muy bien, pero lo de Lucía Veiga es extraordinario. Qué capacidad de producir terror desde la más absoluta cotidianidad.


28. Total Control (Filmin)

Una mujer de un pueblo originario australiano acaba, por azares de la vida, embarrándose en la política nacional. Sus ideas de transformar el status-quo rápidamente chocan contra la realpolitik: que todo cambie, para que todo siga igual. Mientras intenta gestionar las crecientes incoherencias internas, pelea por sobrevivir a una jaula llena de hienas. Y, como ya nos decía Borgen, para hacerlo hay que convertirse en una. Adictiva. 


27. Apagón (Movistar +)

Apagón es un experimento interesante. Una suerte de antología sobre el colapso del sistema que coge la idea de uno de los podcasts de ficción más importantes de España, El gran apagón, y hace algo completamente distinto. Los nombres involucrados asustan: Rodrigo Sorogoyen, Isabel Peña, Alberto Rodríguez, Rafael Cobos, Isaki Lacuesta, Isa Campo… Algunos de los directores y guionistas más importantes del audiovisual español de este milenio. El resultado es dispar, pero casi siempre interesante. El capítulo inicial, centrado en la no preparación para la catástrofe tiene el sello frenético de Sorogoyen y Peña. El capítulo de la estación de esquí, es la enésima demostración de que Rodríguez y Cobos son dos de los mejores narradores de nuestro audiovisual. El resto se mueve entre lo inquietante (el episodio de Isa Campo) y lo naif (el de Lacuesta).


26. La ciudad es nuestra (HBO Max)

¿Cómo no iba a estar la nueva serie de David Simon en mi top? Pues estuve tentado a no meterla. La ciudad es nuestra supone el regreso de Simon a Baltimore casi 15 años después del final de The Wire. En esta ocasión retrata una red criminal en el seno de la policía de la ciudad. Nada nuevo bajo el sol de la ciudad que visibiliza a la perfección los efectos de la crisis postindustrial y las políticas neoliberales. Quizás por eso no me ha entusiasmado. No cuenta nada que Simon no hubiera contado antes en The Corner y The Wire. Y lo hace peor, con una narración temporalmente caótica que no aporta nada a la historia. Aún así, resulta innegable que es interesante. 


25. Rehenes (HBO Max)

Aunque la guerra de Ucrania haya eclipsado las noticias internacionales, en Irán están pasando muchas cosas. El régimen de la Revolución Islámica se resquebraja, como antes le pasó al del Sha. A partir de un hecho traumático para Estados Unidos: el secuestro del personal de su embajada en Teherán, esta miniserie documental reconstruye el papel de las potencias internacionales en el mantenimiento del régimen autoritario del Sha, la caída de dicho régimen, el ascenso de ese personaje oscuro que fue Jomeini y el caos político, social y económico en el que la Revolución impuso un autoritarismo religioso que llega hasta el día de hoy.


24. Parliament (Filmin)

Con el Qatargate aún sobrevolando por los medios de información de toda la UE, Parliament se ha convertido, en este final de año, en una serie de actualidad. Si nos ponemos maximalistas podemos decir que la compraventa de voluntades en el seno del Parlamento Europeo ya la retrató con agudez (y gracia) esta pequeña coproducción entre Bélgica, Alemania y Francia. El peso de los lobbys, la ineptitud de los diputados, la utilización de la UE como escaparate para la política nacional (Hola Pablo Iglesias), el delirante equilibrio de poderes, la descacharrante burocracia… De todo eso habla Parliament. Su segunda temporada sigue siendo igual de ácida que la primera, quizás un poco menos graciosa por la ausencia de los británicos. Por suerte, siempre nos quedarán los alemanes. Al fin y al cabo de eso va la UE, de facilitar el control alemán sin necesidad de que tengan que volver a invadir Europa.


23. The Good Fight (Movistar +)

Michelle y Robert King cierran su surrealista visión de Estados Unidos tras la victoria de Donald Trump en 2016. Con el paso de las temporadas, el realismo ha ido dejando paso a lo onírico y pesadillesco. Lo que comenzó siendo un drama legal heredero del mejor que se ha hecho en este siglo, The Good Wife, acabó por convertirse en una serie de abogados ideada por David Lynch. ¿Acaso no es esto lo que le ha pasado al mundo en los últimos años? Estados Unidos camina sinuosamente por una senda peligrosa. A ver si no nos arrastra al resto hacia el precipicio del autoritarismo. 


22. In my skin (Filmin)

El Reino Unido ha dilapidado todo su prestigio por negarse a asumir que ya no es un Imperio. Por suerte, le sigue quedando su potencia cultural. In my skin es la enésima demostración de que nadie hace audiovisual social como los británicos. Un drama durísimo sobre una chica de clase baja que tiene que lidiar con los problemas de salud mental de su madre en un contexto de desmantelamiento del Estado del Bienestar. Una historia sencilla y emotiva, salpicada de humor y momentos llenos de dulzura, con la que resulta imposible no empatizar. La belleza también brota entre la desesperanza. 


21. No me gusta conducir (TNT España)

Un profesor universitario amargado en la cuarentena que no conduce podría haber sido el resumen de una de mis vidas alternativas. Por suerte o por desgracia, la realidad ha ido por otro camino. No me gusta conducir es un happy place. Una dramedia en la que todo funciona a la perfección. Los personajes son entrañables, las relaciones del protagonista con cada secundario son deliciosas y los chistes son divertidos. Logra ser emotiva sin forzarlo en ningún momento. Y el cinismo del protagonista se va desmontando por los envites de la realidad. Aunque tiene un final perfecto, ojalá que Borja Cobeaga nos regalara más temporadas. Porque eso es lo que uno siente al verla: que es un pequeño regalo.


20. The White Lotus (HBO Max)

La primera temporada de la serie de Mike White me entusiasmó menos que a la mayoría de las personas. La disfruté, pero no me interesaban muchos sus personajes. En cambio, en esta nueva entrega ambientada en Italia entré desde el minuto 1. Quizás porque hay algo malsano en ella desde el principio. La forma en la que White usa la música y va demoliendo a sus estúpidos personajes genera un halo de inquietud permanente. Aunque los pobres yankees con sus problemas del primer mundo son interesantes, las reinas de la función son las tres mujeres italianas del show. Las únicas que saben lo que quieren. Poco hablamos de que precisamente ése es uno de los grandes males de nuestro tiempo: somos infelices porque no sabemos lo que queremos.


19. Conversaciones entre amigos (HBO Max)

Tras el éxito de Normal People, llega una nueva adaptación del universo literario de Sally Rooney. Una serie en la que se eluden las conversaciones importantes, brilla la incomunicación en la era de la información y los amigos son tus mayores enemigos. Cuatro millenials se odian, se aman, se desean y se repelen en una Dublín asfixiante y anodina. La serie no juzga a sus personajes, porque ya se juzgan entre ellos. El final es una patada en la boca del estómago. Una generación empeñada en boicotearse a sí misma. Una generación sumida en una crisis emocional perpetua. Una generación que nunca tiene "everything in its right place".


18. Andor (Disney +)

La nueva serie del universo Star Disney Wars no es tan espectacular ni tiene el sentido de la aventura de The Mandalorian, pero, a cambio, dibuja una panorámica social y política de la Galaxia que no habíamos visto hasta ahora y que es coherente con el discurso ideológico de George Lucas. A lo largo de sus 12 episodios, Andor dibuja el estado de desigualdad y autoritarismo reinante bajo el Imperio, la precaria lucha de los rebeldes, los aparatos de opresión del Estado y el rol del Senado como mera institución títere. Todo ello con sus pertinentes dosis de acción, un empaque visual a años luz del de Obi-Wan y una interesante construcción de personajes. Andor es junto con su película madre, Rogue One, y The Mandalorian las obras que hacen que haya valido la pena el resurgir de la Galaxia. 


17. Julia (HBO Max)

Es tal el alud de series al que nos enfrentamos cada año que cientos de ellas pasan desapercibidas. Algunas merecidamente. Otras, no tanto. En este segundo grupo podemos destacar este año a Julia. Una dramedia de formas clásicas que reconstruye la historia de Julia Child, la mujer que llevó la cocina francesa a los hogares estadounidenses. La serie marida a la perfección un retrato de personaje fabuloso con un análisis social bastante agudo sobre la discriminación y el sistema patriarcal. Aunque no sea una comedia, para mí ha sido un happy place. 


16. Euphoria (HBO Max)

Sam Levinson tiene el mérito de haber construido la primera gran obra audiovisual sobre la generación Z. Eso es Euphoria. Una serie que es una pesadilla. Y a ratos un sueño. Un viaje mega-estilizado a las miserias de una generación. Drogas, sexo, familias disfuncionales, salud mental… Ver Euphoria es embarcarte en un viaje. No siempre resulta satisfactorio, pero siempre es interesante. No habla de mí, ni de un mundo que yo conozca, ni emplea mi código ni mi lenguaje. Pero capta mi atención y provoca que me esfuerce por entenderla. Por suerte no soy un integrante de Cowboys de medianoche de Garci. Aún.

15. Tiempo de victoria (HBO Max)

¿Una serie sobre cómo se forjó el éxito de los Lakers en los años 80? ¿Por qué me iba a interesar eso a mí? No sé responder a la pregunta, pero me interesa. Tiempo de victoria tiene la esquizofrénica e irritante apuesta visual y narrativa de la factoría Adam McKay, sin embargo, logra trascender a sus tics (rotura de la cuarta pared, montaje acelerado, cierto feísmo en la construcción del plano). Y lo hace porque apuesta, sabiamente, por sus personajes. Jerry Buss, Magic Johnson, Kareem Abdul-Jabbar, Pat Riley… Todos están bien construidos. Cada uno de ellos tiene su propio conflicto. Y el retrato de la época es divertidísimo. Además, en un giro inesperado, introduce cierta visión feminista en un mundo profundamente misógino. Y además, deja que brille Sally Field, una de las mejores actrices de la historia de Estados Unidos.


14. Irma Vep (HBO Max)

Olivier Assayas ha llevado el audiovisual posmoderno a otro estadio. Lo meta de lo meta de lo meta. Casi 30 años después de rodar Irma Vep (la película), Assayas recupera el espíritu de Musidora, la protagonista de la icónica obra Les Vampires y, con ella, se revisiona a sí mismo. De tal manera que Irma Vep (la serie), reconstruye la serie original y la película noventera de su autor, para reflexionar sobre el proceso de hacer cine, el arte y, de paso, exorcizar los demonios de un autor que se abre en canal. Sienta en el diván a su relación fallida con Maggie Cheung y muestra todos los miedos que siente un director cuando se pone a los mandos de una historia. Irma Vep no es una serie para todo el mundo. Nada de lo que ha hecho Assayas lo es. Y, sin embargo, yo siempre quiero ver más. Quiero verlo montar una historia nueva, desarrollar una idea disruptiva, nadar a contracorriente, autoafirmarse como autor total.


13. El último artefacto socialista | Los últimos tres días (Filmin)

La inmensa Quo Vadis, Aida? (Bosnia), Los últimos tres días (Serbia) y El último artefacto socialista (Croacia) son tres obras que nos hablan, respectivamente, de las guerras balcánicas, la caída definitiva de Milosevic y los restos del naufragio del proyecto yugoslavo. Que las tres hayan coincidido en el tiempo, nos permite hacernos una panorámica incompleta pero interesante sobre una región de Europa a la que a menudo olvidamos, pero en la que siguen sangrando las heridas del pasado. Si Los últimos tres días es oscura y perturbadora en su deconstrucción de las últimas horas de Milosevic antes de ser detenido, El último artefacto socialista nos muestra que la caída del estado autoritario socialista dio paso a un capitalismo salvaje, en el que el estado fue sustituido por las mafias. A pesar de la crudeza, en ambas hay un resquicio para la esperanza. 

12. La casa del dragón (HBO Max)

Tras las atropelladas temporadas finales de Juego de Tronos, cabía esperar poco del regreso de HBO a Westeros. Sin embargo, La casa del dragón es un auténtico goce que ha convertido a las elipsis temporales en motor narrativo. La primera parte de la temporada fue razonablemente interesante. Pero la segunda parte se elevó al mejor nivel de su predecesora. Las reinas negra y verde están condenadas a matarse mutuamente. El azar es una fuerza de destrucción masiva.

11. Colegio Abbott (Disney +)

Llevo unos años un poco desconectado de la comedia estadounidense de 20 minutos. Uno de los géneros audiovisuales más netamente norteamericano. El western de la televisión. Quizás por eso llegué a Colegio Abbott sin saber que esperarme. Y me sorprendió. La serie sigue a un grupo de profesores en un colegio de un barrio ghettificado de Philadelphia. Por hablar un poco de mi libro, coge la temporada 4 de The Wire, centrada en el desmantelamiento del sistema educativo público de Estados Unidos y convierte el drama en comedia. Más allá de esto, la serie funciona a la perfección desde el minuto 1. Todos los personajes tienen química entre ellos y los actores están fantásticos. Sobre todo las cuatro mujeres. 

10. Esto te va a doler (Movistar +)

El título no engaña, es una de las series más duras y tristes del año. También es verdad que, por suerte, es inglesa y el drama está salpicado de constante humor negro. Esto te va a doler aborda el papel de los médicos desde una óptica desmitificadora, mostrando la cara más dura de un trabajo cada vez más ingrato y frustrante. Desde el médico veterano puteado por sus superiores y que antepone su vida profesional a la personal. Hasta la médica novata que se ve superada por el dolor que ve todos los días y una profesión que lo devora todo. Los recortes en sanidad matan. Y provocan un océano de impotencia. 

9. Borgen: reino, poder y gloria (Netflix)

Ha vuelto Birgitte Nyborg, el espejo en el que creía mirarse un partido español en proceso de desmantelamiento que se dio una leche tras olerla. Y lo ha hecho intentando agarrarse al Poder con uñas y dientes. Borgen sigue siendo una serie política sensacional. Ambiciosa, entretenida e imperfecta. Combina el cambio climático con la lucha entre potencias y sale airosa del intento. Un honesto retrato de lo adictivo y corrosivo que es el poder. Al fin y al cabo, como diría Giulio Andreotti (perverso secundario de en la serie que ocupa el número 6 de esta lista) el poder desgasta... sobre todo al que no lo tiene. 

8. The Bear (Disney +)

Vaya año nos ha regalado el audiovisual centrado en cocinas profesionales. Las trincheras de la I Guerra Mundial parecen un lugar más tranquilo y reconfortante en el que estar. En The Bear cada servicio es una batalla. Un escenario en el que sus protagonistas vuelcan sus frustracione. Un lugar en el que las heridas supuran. The Bear es puro frenesí. Una serie que te bombardea con sus diálogos acelerados y su montaje febril. Pero también es una historia bonita sobre superar el sentimiento de pérdida y gestionar las adicciones y los traumas.

7. La Ruta (ATRESplayer)

Si Euphoria bucea en las miserias de los Z, La Ruta viaja en el tiempo para retratar la juventud de sus padres, la generación X, en la València de la ruta del bacalao. La serie comienza por el final para ir, capítulo a capítulo, retrocediendo en el tiempo. Desde el epílogo de la fiesta hasta su prólogo. Desde la madurez sobrevenida y alicaída hasta el frenesí de juventud. Un viaje que subvierte el paso del tiempo, como pretendían hacer los jóvenes que se encerraban a escuchar música en las discotecas de la ruta. En un año no demasiado brillante de series españolas, en fuerte contraste con el extraordinario curso que han firmado las películas de nuestro país, La Ruta propone una apuesta estética y narrativa apasionante. Una serie que habla de una generación, pero, sobre todo, de las relaciones humanas. Ahí es nada. 

6. Exterior noche (Filmin)

Entre todos lo mataron y él solito se murió. Marco Bellochio, el último testigo en pie de la era dorada del cine italiano (Rossellini, Pasolini…), regresa al acontecimiento político más mitificado en la Italia post-45: el asesinato del ex – primer ministro y presidente de la Democracia Cristiana, Aldo Moro, el principal valedor del Compromiso Histórico, un acuerdo para sumar al Partido Comunista a la mayoría de gobierno (sin darle cabida en el mismo). Digo que regresa, porque Bellochio ya habló del secuestro de Moro en una película maravillosa: Buenos días, Noche. Del drama intimista pasa al poliedro histórico.
Desde diferentes puntos de vista (el de Moro, el del ministro del Interior Cossiga, el del Papa, el de su esposa y el de los terroristas) Bellochio retrata la crisis abierta en torno al secuestro y asesinato de Moro a manos de las Brigadas Rojas, un grupo terrorista de extrema izquierda. Ante la inacción de los comunistas, el Papa y, sobre todo, su propio partido. Por ello, ante todo, Exterior noche es la crónica de la inmundicia política y ética del partido que dominó Italia durante casi 50 años. Todos los capítulos son fantásticos, pero el que está centrado en la esposa de Moro es devastador. 

5. Para toda la humanidad (Apple TV)

La URSS llegó antes a la Luna que USA y… pasaron cosas. La tercera temporada de Para toda la humanidad nos dibuja unos años 90 en los que ambos países y la mayor potencia del mundo: el capitalismo, se enredan en una pelea fascinante por ver quién llega primero a Marte. Para toda la humanidad es un drama adulto de los que antes hacía Hollywood. Pero ya no hace. A ratos maniquea, siempre emocionante, brutalmente adictiva. Pónganme 10 temporadas más. 

4. Hacks (HBO Max)

Aunque el sistema mediático nos empuje hacia la guerra intergeneracional, lo cierto es que no solo estamos condenados a entendernos, sino que de la colaboración entre generaciones diferentes y que hablan idiomas distintos puede salir algo hermoso, poderoso y transformador. De eso (y de muchas otras cosas) habla Hacks. Una dramedia sensacional en la que Jean Smart devora cada uno de los planos en los que sale. Esta serie logra algo profundamente bello: emocionarte desde el humor negro. Acariciarte desde la puñalada.

3. Los ensayos (HBO Max)

¿Y si pudieras ensayar momentos incómodos o procesos trascendentales de tu vida? Esta es la premisa del falso documental de Nathan Fielder. El protagonista se dedica a simular situaciones para que sus clientes estén preparados para afrontar la realidad. Si la idea suena loca, la ejecución lo es aún más. Fielder ha construido un artefacto lleno de ideas, desbordante de imaginación, plagado de sentimientos. La serie más original del año. Y quizás también la más incisiva.

2. La amiga estupenda (HBO Max)

Lenú y Lila abrazan su era adulta. O, más bien, la adultez les hace el abrazo del oso a ellas. Como en las entregas anteriores, se pelean, se aman, se odian y, sobre todo, se admiran. La amiga estupenda es uno de los grandes relatos televisivos de la última década. Un retrato apabullante de una amistad, pero también de un país en constante convulsión y de la lucha de dos mujeres de clase baja por abrirse un hueco en un sistema que las repele. Aunque Lila siempre es fascinante, la temporada centra todo su interés en una Lenú madura y perdida. Asfixiada por una vida que le queda pequeña. Obsesionada con sus fantasmas de juventud. Ansiosa de vivir. Aunque ello implique sembrar incendios a su paso.

1. Separación (Apple TV)


Sorprendente, fascinante, emotiva, inteligente, intrigante… Podría limitarme a poner adjetivos sobre esta serie magistral. Una empresa ha desarrollado una tecnología que permite a las personas dividirse en dos. Una vez que llegan a su centro de trabajo dejan de pensar, sentir y existir. Su lugar lo ocupa un alter ego atrapado en dicho puesto de trabajo. Esclavos de sí mismos para descansar, también, de sí mismos. Separación combina la lucha de estas personas encerradas en una empresa delirante por entender qué pasa allí dentro, con los esfuerzos de sus supuestos alter ego reales en el mundo más allá de la compañía por seguir viviendo. Quizás ninguna serie me ha removido más este año. Te hace pensar y te hace sentir. Es «la serie del año». 

martes, 14 de junio de 2022

Lisa Simpson, princesa de Dinamarca

Borgen: Reino, poder y gloria

Groenlandia, esa nación sin estado, inmensa y deshabitada, atrapada en las garras de Dinamarca, protagoniza la última temporada de Borgen, una de las series políticas de referencia de nuestro delirante sistema político-mediático.

Casi 10 años después de la emisión de su tercera entrega, Borgen y su protagonista, Birgitte Nyborg, regresan a los entresijos del poder en Dinamarca, tierra de Hamlet, para hablarnos de cambio climático, feminismo, descolonización, geopolítica, el amigo americano, el enemigo ruso y la nueva hegemonía china. Ahí es nada. Y, aún así, lo más importante es su protagonista, convertida ahora en ministra de Asuntos Exteriores en un gobierno de coalición con los socialdemócratas. 

El ansiado regreso de Nyborg a nuestras vidas se promocionó, rápidamente, como el viaje por los abismos del poder de la ex-primera ministra. En esta cuarta temporada, Nyborg vende sus ideales para agarrarse con uñas y dientes a su parcelita en el sistema de poder danés. Pero... ¿no es eso lo que ha estado haciendo durante todos estos años?

Si Nyborg se parece a un personaje es, sin duda, a Lisa Simpson. La más lista de la clase, una brillante cabeza con sueños de grandeza y altísimos valores... O no. Al igual que pasa con Lisa, no son sus actos los que nos muestran su bondad y la pureza de sus ideas, sino que ellas y las personas que las rodean nos lo repiten una y otra vez, buscando convertir el concepto en realidad. Forzando a las protagonistas a escoger la opción "correcta". 

Cualquiera que se siente a analizar las estrategias de Nyborg en todos y cada uno de los conflictos (políticos y personales) de Borgen, observará exactamente el mismo patrón que sigue Lisa en Los Simpson:

Surge un conflicto. La protagonista se sitúa en el lado "ético" de la cuestión. Su posición de poder se ve amenazada. La protagonista "traiciona" sus ideales. Algún personaje próximo a ella, le hace ver que sus decisiones suponen una enmienda a la totalidad de su cacareada integridad ético-política. La protagonista, a las puertas del final del conflicto, cambia, de nuevo, de postura y regresa a sus tesis iniciales. La protagonista sale airosa del conflicto, porque la sociedad valora que sea fiel a sus postulados.

Si esto pasa una y otra vez, cabe preguntarse ¿Nyborg y Simpson tienen de verdad ideales o solo simulan tenerlos porque todo el mundo a su alrededor se empeña en que los tienen? ¿Lo único que les importa más que el poder es ser amadas?

La diferencia real entre esta cuarta temporada de Borgen y las tres previas no es la forma de ser y actuar de su protagonista, sino su estructura narrativa. Mientras en aquellas, las tramas de temporada se veían contrarrestadas por las episódicas, casi como si estuviésemos ante un procedimental; en ésta entrega las tramas son de largo recorrido. ¿Cuál es la consecuencia de este cambio? La percepción que podemos tener sobre Nyborg si no ahondamos mucho en su estrategia de poder.

Antes, aunque Nyborg vulnerase sus postulados políticos, regresaba a ellos al acabar el episodio. La supuesta traición a sí misma y a lo que "representa", duraba unos minutos. En cambio, con esta estructura, la corrupción de(/por el) poder dura varias horas. De ahí que se haya dicho que la ex-primera ministra ya no es la política refrescante y pura de antaño, sino un animal más atrapado en el zoo de la política. 

Pero en realidad, ni Birgitte Nyborg ni Dinamarca han sido nunca el impoluto sueño al que aspirar. Basta ver Borgen con ojos atentos o viajar a Kosovo a ver cómo el democrático Reino de Dinamarca subcontrata y deslocaliza la tarea de mantener en prisión a los delincuentes extranjeros, como si fuesen jerseys confeccionados en Bangladesh. O cómo se comporta como la peor de las drogas con Groenlandia, para evitar perder a una colonia geoestratégica que le permite seguir siendo un actor mínimamente relevante en el mundo. No te libero porque no puedes vivir sin mí. 

El deseo de Albert Rivera de convertirse en Birgitte Nyborg ha acabado mal. Los anhelos de transformarnos en la Dinamarca del Sur (de Europa, no del Sur de verdad), están igual de caducados.

martes, 17 de mayo de 2022

Las cifras no mienten

La ciudad es nuestra. Parte 2

Los "investigadores" en "Ciencias" Sociales que hacemos cuali ("metodología" cualitativa) tenemos un persistente sentimiento de inferioridad con respecto a nuestros colegas que hacen cuanti ("metodología" cuantitativa). Y tanto unos como otros somos unos pobres pardillos con respecto a los investigadores de verdad, los de Ciencias (sin comillas). Referenciando a un icónico capítulo de Los Simpson, los científicos son DaVinci, los cuanti son Newton y nosotros somos Homer Simpson. 

Parte de la superioridad de la investigación social cuantitativa radica en que todo el mundo sabe que es más valioso analizar datos y cifras que analizar cosas tan mundanas e irrelevantes como lenguajes, artes o discursos. Las cifras, al contrario que las personas, nunca mienten. O sí. 

En el segundo capítulo de La ciudad es nuestra, Ed Burns y George Pelecanos regresan a una cuestión que ya estaba presente en las temporadas 4 y 5 de The Wire. Es más, regresan al Baltimore de The Wire a través de flashbacks que nos explican el viaje del protagonista, Wayne Jenkins, hacia el abismo de la corrupción. En este Baltimore, Tommy Carcetti recupera su nombre original, Martin O'Malley y se profundiza en la construcción artificial de las cifras contra el crimen.

Si desde la cúpula policial se ordena efectuar más arrestos, sin importar si luego la aplastante mayoría de ellos quedan en nada, el resultado será que se podrá demostrar que la lucha contra la violencia y la criminalidad se ha intensificado y que está dando sus frutos. La realidad, en cambio, seguirá inalterable e inalterada. La policía habrá ocupado las calles y detenido a ciudadanos de forma arbitraria única y exclusivamente para cimentar la estrategia de poder del alcalde-candidato a gobernador. 

¿Por qué los policías colaboran? Cuántas más detenciones hagan más subirán sus mediocres honorarios. Así, el derroche neoliberal de fondos públicos para la war on drugs no servirá para poner coto a las organizaciones criminales, ni para recuperar espacios urbanos abandonados, ni para apostar por servicios públicos o incentivar el desarrollo económico, Ni siquiera para ofrecer salarios dignos a los policías. Sino que su misión será, ni más ni menos, que asentar las parcelas de poder de los actores que controlan el sistema. Una simulación de la realidad en la que los medios replican que el crimen está en retroceso, mientras el mundo de la vida de las personas que viven en los barrios ghettificados se deteriora por momentos. La gran farsa de la mano dura contra el crimen.

Los datos mienten tanto como los discursos, porque son discursos en sí mismos. Pero además lo hacen de una forma mucho más deshonesta, porque se disfrazan de veracidad. No son más que otra herramienta al servicio de la estrategia de poder de quién los enarbola. Es importante escrutar las ideas que están detrás de los datos

domingo, 1 de mayo de 2022

Perder las calles

La ciudad es nuestra. Parte 1

En el inicio del primer episodio de la nueva miniserie de David Simon (The Wire, Treme), La ciudad es nuestra, el sargento Wayne Jenkins, instruye a sus subalternos sobre lo que es la brutalidad policial. Durante su discurso pronuncia una sentencia lapidaria y que condensa muchas ideas que han ido desarrollando Simon y sus coguionistas a lo largo de su obra: «si perdemos las peleas, perdemos las calles». En muchos sentidos, el Baltimore de Simon es un campo de batalla, en el que la clave reside en ocupar espacios. Traficantes de droga, policía, políticos, empresarios… todos quieren dominar el tejido urbano como herramienta para lograr sus objetivos económicos y de poder.

La ciudad es nuestra, el regreso de David Simon al epítome de la ciudad postindustrial estadounidense, 14 años después del final de The Wire, es, grosso modo, una historia basada en hechos reales sobre una trama de corrupción policial. En el primer episodio, cocinado a fuego lentísimo, como siempre en Simon, se presentan a los principales actores del conflicto y los dos grandes problemas, causa y consecuencia de éste: la discriminación racial y la corrupción institucionalizadas.

Esta miniserie, ambientada en el ocaso de la Administración Obama, 10 años después de The Wire, muestra un Baltimore prácticamente igual al que vimos en aquella serie. Carcomido por la violencia, la economía legal y la parálisis pública. Una ciudad impotente y abandonada a su suerte. David Simon y George Pelecanos muestran elaboran una crítica durísima y sutil a 8 años perdidos en la lucha contra todos los males de las urbes estadounidenses. 8 años que no contribuyeron a alterar en nada sustancial el programa social y económico de las tres décadas anteriores.

Habida cuenta de lo que se cuenta y se construye discursivamente en la serie, el título no podría estar mejor elegido. Muchas personas y organizaciones (públicas, privadas e ilegales) creen que la ciudad les pertenece. Lo creen y actúan como así fuese.

El proyecto de ciudad neoliberal supuso una enmienda a la totalidad del concepto del derecho a la ciudad, formulado por uno de los urbanistas más importantes del S. XX, Henri Lefebvre. En Baltimore y en muchas otras ciudades, esto se tradujo en un abandono sistematizado del espacio público y la expulsión de la ciudadanía de las calles. Quién quiere pasar por una esquina si criminales y policía pueden destrozarles la vida en su guerra por el control del tejido urbano.

Desde los años 80 se produjo, en paralelo, un desmantelamiento de lo público y de lo industrial. Lo cual provocó una crisis social, con la que muchos se enriquecieron: traficantes, trabajadores públicos corruptos, promotores, financieros… Esto generó, en términos estrictamente espaciales, ciudades bipolares. En las que la miseria más absoluta está separada por una avenida del frenesí comercial del tardocapitalismo. Del ghetto al downtown.

Sumergidos como estamos en las lógicas y cuitas del mundo digital, Simon nos recuerda que al final, lo que importa es lo físico, lo palpable. Que sí, se ejerce poder en el otro mundo, ahí está un millonario con pulsiones fascistas comprando la red social en la que promocionaré este artículo. Pero lo que más nos afecta es lo que sigue pasando en nuestro mundo analógico. No llegar a fin de mes, no tener una vivienda digna, no poder disfrutar de servicios y espacios públicos…

Si perdemos las calles, perdemos las peleas que más importan.