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miércoles, 14 de octubre de 2015

El shondismo se expande, el murphysmo se contrae


Más allá de los grandes autores televisivos (Simon, Weiner, Sorkin, Gilligan, Ryan, Winter…) y de una nueva generación de creadores (Esmail, McKinnon, Dunham…), hay dos nombres que acumulan hoy por hoy mucho poder e influencia en la televisión estadounidense: Shonda Rhimes y Ryan Murphy. La primera reina plácidamente en el territorio dramático de las networks, el segundo, trabaja a caballo entre el cable y la televisión en abierto. Ambos, al igual que la mayoría de los autores del cable que hemos mentado anteriormente, trabajan siempre con las mismas cadenas, Rhimes con ABC, Murphy con el conglomerado FOX (con la network del mismo nombre y con su canal de cable, FX). A pesar de que no despiertan la unanimidad crítica de otros grandes nombres y que tampoco ejercen un control tan férreo sobre sus series, es innegable la autoría de ambos sobre sus producciones. Su influencia es tal, que me voy a tomar la licencia de emplear los conceptos shondismo y murphysmo (perdón si puede resultar sexista usar el nombre de ella y el apellido de él, pero Shonda es Shonda y Ryan es un nombre muy random). Lo haré para analizar los caminos que ambos están emprendiendo. Para ello, parto de la teoría de que mientras Rhimes se abre cada vez más a todo tipo de públicos y su influencia ha desbordado a su propia productora, Murphy hace series para sus seguidores, cada vez más inaccesibles para otro tipo de espectadores, profanos en su mundo.

Shonda’s ABC

La actual programación de ABC podría dividirse en dos tendencias, por un lado las series familiares (Once upon a time, Modern Family, The Middel, Blackish, Fresh off the boat…) y por otro, los dramas culebronescos, que estén o no producidos por Shondaland (la productora de Rhimes) son, en su práctica totalidad, puro shondismo. Así, tenemos el bloque de la noche de los jueves en el que se emiten las tres series de Shondaland: la veterana, Grey’s Anatomy, la canónica, Scandal (Escándalo para los amigos) y la aperturista, How to get away with murder. Pero también series que se mueven por parámetros parecidos, como la veterana Nashville, con sus peleas de bitches, sus corruptelas y sus líos empresariales, o la debutante Quantico. Si el estreno la temporada pasada de HTGAWM, marcaba una nueva fase de expansión en el universo Shonda, al ser una serie de su productora pero en la que ella no escribe ni ejerce de jefa, Quantico supone la confirmación de que el shondismo se ha apoderado de ABC. La serie, que se centra en una agente del FBI acusada injustamente de cometer un atentado terrorista, es una especie de Homeland pasada por el filtro del shondismo, con sus líos de alcoba, sus torsos sudorosos y, sobre todo, sus giros de guion loquísimos. La serie está contada desde dos líneas temporales, por un lado el pasado, en la academia del FBI, que recuerda, inevitablemente a Grey’s y Murder. Por otro lado, el presente, que va más en la línea de serie conspiranoica pura, que tanto gusta en USA, y con la que juega de forma muy efectiva Scandal. Lejos de anquilosarse, el shondismo sigue abriéndose a nuevos géneros y temas, adaptándolos desde un estilo narrativo claro y que mezcla diversión sin prejuicios, incluso mamarracha, con seriedad (otra cosa es que al espectador le parezca seria la mezcla). En la midseason llegarán a ABC, una nueva serie de Shondaland, The Catch, y otro drama conspiranoico con una guionista, salida de esta factoría, detrás, The Family.

Sólo escribo para mí

Si el shondismo se expande y no exige fidelidad(espectadores que no ven Grey’s en cambio se acercan a Murder, por ejemplo), el murphysmo se contrae y se vuelve casi una religión. Su nueva serie, Scream Queens, no deja de ser la fusión de las dos principales ramas de su universo: la teenager (Popular, Glee) y la “adulta” (Nip/Tuck, American Horror Story). No hay nada nuevo. Es el Murphy de siempre elevado a la máxima potencia. Por eso Scream Queens está llamada a enamorar a su público objetivo y resultar chirriante para todos los demás. Ryan Murphy y Brad Falchuk escriben, únicamente, series para sí mismos. Si te gustan bien, sino, vete a otro lugar. Su universo funciona por contracción, casi como si estuvieran destilándose a sí mismos, persiguiendo la esencia última de su obra. Esto se ve en Scream Queens pero también en American Horror Story: Hotel. Si el shondismo aplica su fórmula base a nuevos productos, intentando seducir a nuevos espectadores, el murphysmo reutiliza tanto géneros como fórmulas para seducir a los ya seducidos. Una corriente busca cazar al público generalista, la otra se enfoca a su público nicho, y si de paso incorpora nuevos espectadores, mejor, pero no es prioritario. Así, Scream Queens es vista (y defendida) por los seguidores más fieles, no son muchos pero son ruidosos y están entregados a la causa. Las bajas audiencias se ven compensadas por la alta repercusión social. En cambio Hotel, ha arrancado con muchos espectadores, entre los cuales hay convencidos y escépticos. Estos últimos no son nuevos espectadores, y aquí está el quid de la cuestión, sino antiguos convencidos que hoy se acercan a la marca AHS y universo de Murphy con cautela. ¿Por qué? Porque en su afán ser cada vez más excesiva, mamarracha, esteta, banalmente violenta y pura, la serie ha terminado por expulsar a los seguidores que no creen en el estilo narrativo del tándem Murphy/Falchuk a pies puntillas. AHS comenzó siendo una serie de terror (más bien un thriller psicológico) con toques de humor netamente murphyanos, para convertirse en un show murphyano con trazos, dejes y reminiscencias del thriller psicológico y del cine de terror. El cambio ha sido lo suficientemente grande como para disminuir el número de fans entregados, pero a la vez aumentar la entrega de los mismos. Por ahora seguiré viendo Hotel, pero ya me he bajado de Scream Queens, no es una serie para mí. Eso sí, no han engañado a nadie, Coven, Freak Show, Hotel y Scream Queens han dado lo que prometían: Ryan Murphy en vena.

martes, 4 de noviembre de 2014

Una historia americana sobre los marginados

AMERICAN HORROR STORY. FREAK SHOW


He aquí una actriz descomunal


American Horror Story. Freak Show, ya ha completado su primer acto, el de presentación, tras la emisión de su capítulo doble de Halloween. Si tras los dos primeros episodios creía que Freak Show podría ser otro chasco como Coven, tras Edward Mordrake (4x03-04) tengo la esperanza de que estemos ante una temporada del estilo de Asylum. Materia prima hay. Tanto por personajes como por posibles tramas. Es verdad que hasta ahora sus mejores secuencias han sido las puramente terroríficas o las que han estado centradas en el pasado de sus personajes, y que por lo tanto el devenir del relato aún se vislumbra entre tinieblas.   

Echando la vista atrás, la antología de Ryan Murphy y Brad Falchuk, más que ser un conjunto de historias de terror, es una gran historia sobre los desheredados. Aquellos que han sido apartado por y del sistema (o Sistema, más bien) y malviven en los márgenes. Locos, brujas y ahora personas con malformaciones. Esto sin hablar de los muertos, porque al fin y al cabo ¿hay alguien más dejado de lado que ellos, que ni siquiera siguen entre nosotros? Podemos mirar por lo tanto a AHS como una serie que habla del poder. Obviamente no estamos ante Game Of Thrones o The Good Wife. En AHS el poder no es un poder político, es un poder más incoloro, que es intrínseco a nuestra forma de vida en sociedad. Hay relaciones de poder en todas partes. En esta serie nos hablan del poder definir normas sociales: “qué es lo normal” y el poder de marginar a los que se salen del molde. No por placer, sino por miedo. Y justo aquí es dónde recordamos que estamos ante una historia de horror. Miedo a lo desconocido, a lo disruptivo, a lo incontrolable. La locura o la magia no son controlables. Tampoco la muerte, claro. Y en Freak Show, como si estuviéramos ante un proceso acumulativo, hay las tres cosas. Esta cuarta temporada es un compendio de lo relatado en las anteriores. Teniendo en cuenta esto, su éxito o su fracaso residirá en si es capaz de construir una historia sólida con una dirección clara o simplemente se quedará en retazos de genialidad. Si el monstruo de Frankenstein será un éxito o un fracaso.

Conocer el pasado de algunos de los personajes más relevantes de Freak Show, ha servido para recordarnos que la historia de los marginados es una historia de dolor y decepciones. De hecho, tanto los personajes de Jessica Lange y Kathy Bates, como el del payaso asesino, son seres apaleados por una sociedad que destruyó sus sueños y los marginó. Se precipitaron desde el esperanzador éxito al más cruel de los fracasos. Toda relación de poder necesita como mínimo dos partes, curiosamente en AHS, ambas partes se mueven por los mismos motivos: el miedo. La gente “normal” por miedo a lo desconocido, los desheredados por miedo al rechazo. Vivimos, por lo tanto, en un mundo controlado por el temor. Y como está controlado, no es libre. No somos libres. Ya no es que estemos presos de los grandes poderes políticos, económicos etc., que también, sino que además estamos presos de nosotros mismos, de nuestros instintos. La práctica totalidad de los personajes de AHS cometen actos malignos, o que desde un punto de vista moral o de justicia podríamos catalogar como tales. Sin embargo, la serie nos muestra que no son gente maléfica. A veces la vida nos lleva por caminos raros. ¿Puede una buena persona verse forzada a cometer un crimen? Quizás sí, porque somos animales sociales y nuestros actos no dependen en su totalidad de nosotros mismos. El mundo que nos rodea condiciona nuestras acciones en mayor o menor medida. Repito, no somos libres, quizás nunca lo hayamos sido ni nunca lo seremos. American Horror Story cuenta una historia que da miedo, aunque muchas veces estemos hablando de un miedo distinto al que produce una puerta que cruje. Un miedo más hondo. Miedo a vivir con miedo.

PD: Inspiración a cargo de Foucault y el cobre.

jueves, 23 de enero de 2014

Un sí para el aquelarre

AMERICAN HORROR STORY. COVEN


Demasiadas zorras para tan pocas gallinas

Tras el entusiasmo inicial, muchos espectadores se sintieron decepcionados con el devenir de la tercera entrega de la antología American Horror Story, Coven (aquelarre). Si en Asylum cuanto más se sumergía uno en la historia más claro veía el plan maestro detrás del circo, en Coven pasó un poco como en la primera temporada, que la historia avanzaba a trompicones, como si las tramas fueran escritas sobre la marcha. Entiendo, por lo tanto, el desencanto de parte de la audiencia. Pero, yo he disfrutado tanto este recorrido lleno de baches y tramos cortados por obras, que no puedo negar que a mí Coven me entusiasma. Es obvio que no es Asylum, no tiene esa gravedad, esa entidad narrativa, esa complejidad, esa oscuridad malsana. Coven es puro hedonismo, diversión arrojada a calderos, duelos de zorras multirraciales (gracias), sangre y agujeros de guion muchas veces insalvables (las brujas a veces son muy poderosas y otras veces parece que no tienen ningún tipo de poder). Ah, y Jessica Lange reafirmándose en su título de GMILF definitiva.

Teniendo en cuenta esta vocación ligera, a veces incluso banal, no se le puede negar a Coven que ha sabido salpimentar los múltiples asesinatos y resurrecciones wtfuckeros con alguna reflexión interesante sobre el empoderamiento de la mujer, la aceptación (y la negación) de la muerte y la importancia de las tradiciones socio-culturales. Coven viene a profundizar en esa construcción audiovisual del sur de Estados Unidos como un lugar mágico y tenebroso, de tradiciones arraigadas, quizás frente a un norte carente de un poso tradicional marcado, industrial, urbano.

Interesante resulta también como trata la cuestión del arrepentimiento. En el penúltimo capítulo, Go to Hell (3x12, esa puta locura) Madame LaLaurie (que es un personaje histórico real) escupe que el arrepentimiento no existe, que las personas que dicen arrepentirse sólo se arrepienten de que las hayan pillado haciendo lo que no debían. Sólo se arrepienten de su propia estupidez. Es una visión muy oscura del ser humano. American Horror Story construye (como únicamente la lapidaria Black Mirror de Charlie Brooker diría yo) el retrato de una humanidad condenada a sobrevivirse a sí misma, a sus más bajos instintos. Atrapada en un círculo sin fin de fatalidad (aquí es dónde se viene a situar la cuestión racial y la esclavitud). Es imposible no ver el “la historia es una pesadilla de la que intento despertar” de James Joyce en esas pobres almas atrapadas en su propia inmortalidad.


Helen Mirren, I WIN

Volviendo al inicio, sí, Coven no ha sabido muy bien qué hacer con sus personajes, cómo dirigirlos, o más bien simplemente dirigirlos, ha jugado demasiado la carta del deus ex machina, ha dado la sensación de quedarse ensimismada en su propia mitología, atascada. Pero ha sido un producto divertidísimo, lleno de locura, muchas veces frívolo, sí, pero no hueco. Yo no me he aburrido ni un solo capítulo y en todos me he reído unas cuantas veces. El The Name Game de Asylum apuntaba a que AHS tenía mucho humor en sus cimientos que explotar. Y lo ha hecho, desde la secuencia de la motosierra a la paródica aparición de Stevie Nicks, pasando por Madame LaLaurie viendo Raíces. Ha sabido ser elegante y burda a la vez, gracias a sus actrices (todas extraordinarias, sí, hasta Precious) y a un trabajo de dirección que ha forzado una vez más los límites de la lógica visual. No sé como nadie le ha dado aún a Alfonso Gomez-Rejón una película de terror o un thriller psicológico en Hollywood para que lo dirija. Si a alguien le quedaba alguna duda de su talento, Go to Hell (el golpe sobre la mesa que necesitaba Coven para reafirmarse como un producto de primera) deja claro que Gomez-Rejón aún no ha tocado techo, o tierra, porque sus planos nunca nos dejan ver dónde tiene los pies... y la cabeza.