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viernes, 12 de junio de 2015

3 años de experiencias audiovisuales totales

El Hombre-Guitarra, ese concepto humano tan brutal



Hace más de 1 mes se estrenó, primero en Cannes, y después en todo el mundo, Mad Max: Fury Road, el reboot (¿?) del cineasta australiano George Miller de su propia trilogía ochentera post-apocalíptica. La película, protagonizada por una descomunal (e icónica) Charlize Theron y un sobrio Tom Hardy, lleva recaudados ya más de 318 millones de dólares en todo el mundo y ha generado un aluvión de críticas y opiniones entusiastas. No es para menos. Es un film espectacular. O más que un film, una experiencia audiovisual total. Estar sentado en la butaca del cine durante las dos horas de metraje (medido al milímetro) de Mad Max es como montar en una montaña rusa. Una desconexión total del espacio/tiempo en el que vives. Dejarte embaucar por esa orgía visual y sonora que propone Miller es una experiencia totalmente inmersiva. Precisamente porque la inmersión llega tanto por medio de las imágenes como por el sonido y la música, Mad Max es una obra audiovisual total. Exprime el medio, en este caso el cine, hasta forzar sus límites, jugar con ellos, subvertirlos y explorar nuevos territorios. El blockbuster de Miller continúa lo que experimenté con Gravity en 2013, Whiplash en 2014 (bueno, en realidad la vi ya en 2015, claro) y la Hannibal televisiva de Bryan Fuller desde 2013 y cuya tercera temporada comenzó la temporada pasada. El enorme placer de sentarte en una butaca (o en un sofá) y dejar que te sorprendan, maravillen e impacten.

Como si una vez al año una película me recordara que el cine, además de muchas otras cosas, es el arte de la sorpresa, un espectáculo increíble. Recuerdo que mientras veía la película dirigida por Alfonso Cuarón apretaba con fuerza los brazos de la butaca, como si me fuera la vida en ello. Sentía que si los soltaba acabaría vagando por el espacio. Con Whiplash, en cambio, además de mover los pies, como si estuviera tocando la batería, apretaba las mejillas con las palmas de mis manos mientras me inclinaba hacia adelante, intentando así canalizar por un lado el ritmo y por el otro la tensión, que el film de Damien Chazelle transmite. Mientras que viendo Mad Max me pasó lo contrario, no podía despegar mi cuerpo de la butaca, como si un vendaval de aire me mantuviera atado a ella. Es tal la fuerza que vomita la pantalla (y el sistema de sonido), que me apabulló. Hannibal, por su parte, no me apabulla, me hipnotiza. Mientras las tres películas son frenéticas, tres experiencias asfixiantes, contadas con un ritmo y una intensidad tremendos, la serie es todo lo contrario, pausada, exquisita. Los diversos directores de Hannibal (a destacar la labor de Michael Rymer, Vincezo Natali y David Slade) se recrean en los pequeños detalles, construyen una experiencia terriblemente bella. No nos sumergen en el relato, junto a los protagonistas, sino en la propia piel de estos, incluso va más allá, nos mete de lleno en los objetos que los rodean.
 
Hannibal 3x01

Estas cuatro experiencias audiovisuales son profundamente físicas. Sandra Bullock y Charlize Theron dan buena fe de ello. Pero lo son a diferentes niveles. Mad Max es, ante todo, una película de acción. Gravity es una aventura espacial, frente a los movimientos a velocidad de vértigo que tienen que ejecutar los protagonistas del film post-apocalíptico, Bullock lleva a cabo un baile consigo misma y con los objetos que la rodean, suspendida en la ausencia de gravedad. Whiplash es, sobre todo, un drama psicológico, frente a los planos amplios de Mad Max y los planos largos de Gravity, es una película de planos cortos tanto de encuadre como de duración. Un film pegado al rostro de sus protagonistas, a las manos, a los instrumentos. Gravity es una película elegante, hermosa, Mad Max construye un universo visual (y sonoro) rompedor, precioso en su retorcida imaginación, en cambio Whiplash juega con nuestra realidad cotidiana, bañándonos en sudor y saliva. Frente al nervio de Whiplash, Hannibal hace gala de una tensión plomiza, por medio de la cámara lenta y de planos puramente pictóricos que se clavan en la piel y la sangre de sus personajes. Whiplash y Mad Max son frenesí, Hannibal, recreación, Gravity juega en ambos terrenos, quizás por ello también sea la apuesta que más me fascina de las cuatro.

A nivel sonoro, en los films de Cuarón y Miller la música y los efectos de sonido llegan a fusionarse, en pos de la narración. En el film de Chazelle los sonidos no tienen tanta relevancia, básicamente porque los sonidos que hay en la cinta producen por sí mismos la música que escuchamos. En Gravity la música es extradiegética; en Mad Max la presencia del Hombre guitarra (a tus pies Miller), hace que la música llegue a insertarse en la propia acción de forma directa; en Whiplash es puramente diegética; y por último, en Hannibal aunque hay secuencias de música diegética, generalmente por medio de violines, ésta es mayormente extradiegética y como en Mad Max y Gravity se fusiona con los sonidos de una forma fascinante. En conclusión, ojalá poder ver todos los años obras de este calibre que me hagan vivir el mundo audiovisual como una aventura de descubrimiento, en la que dirección, montaje, fotografía, música y sonido están dotados de una unidad extraordinaria, en pos de la narración, del espectáculo, del objetivo de sorprendernos.

sábado, 21 de febrero de 2015

Los No-Oscar 2014 VI: Montaje y Dirección

MONTAJE

5. Spencer Averick por Selma
El gran reto de Selma es mezclar la esfera íntima, pequeña, como las reuniones políticas o las discusiones matrimoniales, con la esfera pública, los discursos, la iglesia, las manifestaciones. Y el montaje logra congeniar perfectamente ambas escenas, hacer la transición entre los dos mundos de forma muy natural. Obviamente dónde brilla (al igual que la dirección o la fotografía) es en las secuencias de las manifestaciones, que están montadas con una elegancia y una fuerza increíbles.

4. Lee Smith por Interstellar
A estas alturas sabemos que montar las películas de Christopher 1 millón de planos Nolan, tiene un mérito increíble. Es una lucha titánica contra al ego de Nolan y la ingente cantidad de material que rueda. En Interstellar, Smith vuelve hacer un trabajo de primera poniendo orden narrativo en el caos de ideas (tanto argumentales como visuales) del director. Todas las secuencias de acción espacial están muy bien resueltas y las tramas espacio-temporales distanciadas están bien atadas. Otra vez ningunean su trabajo, aunque este año había demasiados rivales de altura.

3. Douglas Crise y Stephen Mirrione por Birdman
Si primero la discusión giró sobre la persistente batería de Antonio Sánchez, luego la misma se trasladó al montaje del film. ¿Si el falso plano-secuencia son 12 planos cosidos podría decirse que Birdman tenía un gran montaje? Si consideramos la planificación como parte del montaje, es decir, que Birdman es una película montada antes de ser rodada, sí. Si no, pues posiblemente su no nominación al Oscar sea lógica. Yo soy del primer grupo, creo que Birdman es una película en la que dirección, fotografía y montaje tuvieron que concebirse al unísono, como una actividad conjunta. Y desde luego el trabajo es brillante.

2. Jay Cassidy, Stuart Levy y Conor O’Neill por Foxcatcher
El montaje de Foxcatcher es, en gran medida, el “culpable” de que el film sea lo gélido que resulta ser. Y sin embargo es un montaje muy fluido, las distintas secuencias no están cosidas de forma abrupta, sino que te van conduciendo unas a otras en una sucesión de pequeños puñetazos, de pequeñas roturas. Miller monta un puzzle y lo van rellenando pero sin tener la menor intención de completarlo nunca. El montaje de Foxcatcher juega con eso precisamente. Con lo que no nos  muestra entre secuencia y secuencia, lo que se ha producido entre fundido a negro y fundido a negro.

1. Kirk Baxter por Gone Girl

Tras ganar dos Oscar con las dos anteriores películas de Fincher al lado de Angus Wall, Baxter se ha quedado fuera de la nominación por su excelente trabajo en Gone Girl, ese juego de máscaras, mentiras y medias verdades, en el que el montaje es tan importante de cara a estructurar el relato como indeleble a la hora de narrarlo. Mérito doble, pues. La secuencia de la huida y el descubrimiento del macro-engaño, la del sexo sanguinario, la de la entrevista… Gone Girl está plagada de secuencias que más allá de lo bien dirigidas que están, cuentan con un montaje brillante. Algún día caerá el tercer Oscar. Seguro.

DIRECTOR

5. Ava DuVernay por Selma
Si con Damien Chazelle ya iba convencido de que me encontraría con un director con un estilo personal muy marcado y estimulante, he de reconocer que con DuVernay, creía que me iba a encontrar con un trabajo solvente pero impersonal. Craso error. Lo que eleva a Selma de drama sociopolítico interesante a film poderoso es la dirección de DuVernay (y la fotografía, el montaje y la banda sonora). Incluso aquellos a los que Selma no les ha gustado aplauden el pulso y el estilo con el que DuVernay rodó las secuencias de las manifestaciones. Pero Selma y el trabajo de su director es mucho más que eso, es un drama consciente de que las imágenes son tan poderosas como las palabras. Lejos de confiar en que la fuerza de Martin Luther King sostendría la película, DuVernay se esfuerza por elaborar una puesta en escena muy potente. Buen trabajo, sus imágines emocionan.

4. Christopher Nolan por Interstellar
Poco que decir a estas alturas sobre Christopher Nolan. En la vorágine de amor/odio a la que nos empujan los nolanistas y los antinolanistas, es difícil esgrimir argumentos razonables. A mí me gustan mucho las películas de Nolan, me parecen diversión en estado puro y aplaudo su ambición, sus ganas de forzarnos a pensar, de desafiarnos, Interstellar como perfecto ejemplo de todo ello. Creo que es capaz de construir secuencias de acción fabulosas, pero también soy muy crítico con la sobresaturación de planos a la que nos somete. ¿Por qué usar diez plano cuando te llega con uno? En ese debate interno me encuentro. Nolan sí o Nolan no. Aún no he llegado a una conclusión. Por ahora, Nolan sí, pero con peros.

3. Damien Chazelle por Whiplash
Chazelle abordó su trabajo partiendo de la base de que el guion es un lienzo casi en blanco en el que poder pintar infinidad de imágenes. Lo que logró fue una película adrenalínica con un don extraordinario para escupir planos extraordinarios, de esos que impactan tanto que sientes como la saliva, el sudor y la sangre te mojan. Chazelle tiene una desbordante capacidad de pensar en imágenes, de sumergirnos en la historia, de insuflarnos frenesí. Una auténtica pena que se quedara fuera de los Oscar frente al impersonal trabajo de Morten Tyldum. He aquí una estrella en ciernes.

2. Xavier Dolan por Mommy
En su quinta película, Dolan confirma lo ya observado en la anterior, Tom a la fèrme, ha madurado como director de una forma extraordinaria. El manierismo de antaño ha dado paso a una preciosa obsesión por el rostro humano. Esos planos cortos, epidérmicos, se combinan con imágenes preciosas del espacio como territorio liberador. Nosotros somos nuestra propia cárcel, lo que nos rodea es la constante posibilidad de liberarnos de nosotros mismos. Por eso en la que es sin duda una de las secuencias del año cinematográfico, el protagonista abre literalmente el plano. Rompamos con lo que nos atrapa. Seamos libres. El Xavier Dolan director es más libre que nunca. Y tiene un extraordinario don para producir sentimientos a través de sus imágenes.

1. David Fincher por Gone Girl

Si partimos de la base de que David Fincher es (con permiso del maestro Scorsese) mi director favorito del cine actual, era bastante predecible que lo colocara en el primer puesto por su excelente trabajo en Gone Girl. Entre los dos planos circulares poderosísimos que abren y cierran la película, Fincher compone un thriller-cebolla, en el que debajo de cada secreto hay otro secreto más. Mueve la cámara por esa capa gris que cubre a los protagonistas, apuntando en sus rostros todas las miserias que esconden debajo de la piel. La cámara los escruta hasta desnudarlos. Es un trabajo sutil. Preciso. Casi quirúrgico. Nadie maneja la tensión y el humor negro como él. Por eso es el gran autor del thriller americano de las últimas décadas. Obviamente, en mi humilde opinión.

jueves, 19 de febrero de 2015

Los No-Oscar 2014 IV: Actores

ACTOR DE REPARTO

5. Bill Nighy por Pride
Nighy es uno de esos fantásticos secundarios veteranos que produce el Reino Unido que siempre mejoran, con su mera presencia, la obra de la que forman parte. Jamás veréis a Bill Nighy firmando una mala interpretación, está siempre bien, siempre al servicio de la historia. En Pride regresa a un género que maneja a la perfección, la comedia dramática (de Love Actually a About time, por citar dos), y lo hace con otro personaje cargado de secretos y sentimientos. Pero en esta ocasión está incluso más sensible que de costumbre. Su voz, sus caras y sus movimientos físicos despiertan una tristeza inmensa, la de un hombre que ha vivido con miedo a ser él mismo toda su vida.

4. Michael Fassbender por Frank
Gracias a la marciana Frank podemos decir ya que Michael Fassbender está bien hasta con careta. También podemos decir que tiene talento para la comedia. Y confirmar lo que ya sabíamos, su talento no tiene límite y sus agallas tampoco. En Frank interpreta a un genio de la música con serios trastornos mentales que vive con una cabeza de cartón sobre su cabeza. Estamos ante una interpretación entre delirante y fascinante. Un trabajo muy físico y que desde luego es completamente diferente a todo lo que había hecho Fassbender hasta ahora. Por no decir que es completamente diferente a cualquier interpretación que hayamos podido ver este año. Bordea el ridículo para terminar siendo sensacional.

3. Alfred Molina por Love is strange
Al principio de la carrera de premios se especuló con la posibilidad de que Alfred Molina pudiera colarse en los Oscar gracias a este profesor que echan de su trabajo por casarse con su novio de toda la vida y que tiene que hacer frente al hecho de tener que vivir alejado del mismo mientras encuentran un piso más económico dónde vivir. Entre la resignación, la frustración y el dolor, Molina compone un personaje lleno de matices y que desborda sentimientos. Todas sus secuencias con John Lithgow son maravillosas, de una ternura que te desarma. Es uno de esos trabajos en los que ya no ves a un personaje, sino a una persona real.

2. Dominic West por Pride
Alejándose de sus papeles habituales de dandy de mediana edad, West se atreve aquí a interpretar a un homosexual desinhibido y carismático. Podría haberse estrellado pero en cambio firma una de las interpretaciones más divertidas y sensibles de su carrera. Sin cortés, sin ataduras, Dominic West insufla a la pantalla de una enorme vitalidad. Fantástico en el terreno cómico pero también tierno y rotundo en el dramático. Ha sido toda una sorpresa verlo de esta forma.

1. Channing Tatum por Foxcatcher

Si bien es cierto de que Tatum fue promocionado como actor protagonista por el film de Bennett Miller, digo que es el mejor secundario que se ha quedado fuera de los Oscar este año, partiendo de la base de que creo que la primera hora de Foxcatcher es un Tatum vs. Carrell y la segunda, Carrell vs. Ruffalo. Si bien al principio el relato gira en torno a él, se va diluyendo hasta convertirse casi en una sombra, en un alma en pena que transita por los planos. Tatum conduce a su personaje desde la inocencia, la jovialidad, el entusiasmo, del inicio del film, hasta la derrota del final, hasta ese hombre casi deshumanizado, consumido, desesperanzado. Los prejuicios que se tienen contra Channing Tatum no deberían impedir ver que aquí hace una interpretación fantástica.

ACTOR PROTAGONISTA

5. Antoine-Olivier Pilon por Mommy
Mommy necesitaba a un actor principal capaz de saltar de la rabia y la alegría desbordada a la sensibilidad y la ternura. Que fuera a la vez enérgico y taciturno. Pilon lo logra con creces. Dolan ha dado un paso atrás en su tarea como actor para crecer como autor. No podría haber acertado más. Ni en un millón de años él hubiera podido componer este personaje. Pilon es transparente, capta todos los sentimientos del personaje y los retiene en su rostro. Su trabajo es algo precioso de ver.

4. Miles Teller por Whiplash
La ópera prima de Damien Chazelle pivota en torno al antagonismo visceral entre dos monstruos obsesionados con el arte, con el éxito. Si JK Simmons es el trueno, Miles Teller es la tormenta. Simmons no sólo no se lo come, sino que es capaz de medirse a él, conformando el dúo cinematográfico más estimulante del 2014. Whiplash confirma el talento innato de Teller para bucear por las entrañas de chavales obsesionados con sus sueños, y lo ratifica como el mejor actor de su generación. Ahí es nada.

3. Timothy Spall por Mr. Turner
Desde su victoria en Cannes sobre el nominado al Oscar Steve Carrell, Spall estuvo en todas las quinielas de premios. El poco respaldo cosechado por Mr. Turner en su propio país, frente a The Theory of Everything y The Imitation Game, ambas protagonizadas por dos de los actores británicos más en boga, lo dejaron pronto fuera de la terna. Que ello no nos lleve a engaño. Timothy Spall hace un trabajo enormemente sutil como el taciturno J.M.W. Turner, el maestro de la luz. Más allá de la imitación física, con esos escupitajos y esos ruidos guturales, hay un precioso trabajo de construcción de un hombre sensible y sencillo. Enamorado del mundo que lo rodeaba, de la potencia de las imágenes que la naturaleza y el hombre podían crear juntos.

2. Jake Gyllenhaal por Nightcrawler
Otra vez Jake Gyllenhaal se ha quedado a las puertas de la nominación al Oscar. Sin embargo, Nightcrawler lo ha elevado a la categoría de actor de culto, y estrella absoluta del cine indie americano. En los márgenes de la industria, Gyllenhaal está construyendo una carrera llena de títulos y autores interesantes. En Nightcrawler se zambulle en un personaje tan alucinado como repulsivo, transforma su voz y su rostro hasta hacernos olvidar que es él el que está detrás de la bestia. Un trabajo apabullante, de esos que estremecen.

1. Oscar Isaac por A most violent year

El Al Pacino de los 70 se ha reencarnado en un tal Oscar Isaac, que a finales de año se convertirá en una de las personas más conocidas de la industria gracias a esa bomba taquillera (y cultural) que será Star Wars Ep. VII. Isaac lleva un lustro cocinando su condición de actor indie a tener muy en cuenta. Yo personalmente lo descubrí en el Ágora de Alejandro Amenábar, pero como todos, imagino, me enamoré de él en Inside Llewyn Davis. Sacar adelante ese protagonista agrio, autodestructivo, complejo, era una labor titánica, pero Isaac lo bordó. 

martes, 17 de febrero de 2015

Los No-Oscar 2014 II: Fotografía y Diseño de producción

FOTOGRAFÍA

5. Sharone Meir por Whiplash
Poco se ha hablado de la fantástica fotografía de luces y sombras muy marcadas de Whiplash. Precisamente esa exposición constante a la que somete a los planos (y a sus personajes) hace que la película se convierta en toda una experiencia física, todo lo que pasa en plano lo podemos observar, el movimiento de los instrumentos, los fluidos que expulsan los protagonistas, sus rostros siempre al borde de la histeria. Un fantástico trabajo.

4. André Turpin por Mommy
Si Mommy desprende tanta vitalidad es, en gran medida, por la fotografía de Turpin, con esos tonos amarillos y esos infinitos cielos azules. Estamos ante una fotografía que es pura luminosidad. Y eso se transmite al espectador. Mommy podría haber sido una película terriblemente dura, triste, y sin embargo tiene un halo esperanzador, transmite ganas de vivir, Dolan y Turpin trabajan muy bien juntos, se complementan perfectamente, y el resultado es una película llena de energía, sobre todo en las secuencias diurnas y rodadas en el exterior.

3. Bradford Young por Selma
Tras maravillarnos el año pasado con su lubezkiano trabajo para la malickiana Ain’t them bodies saints, este año Bradford Young se ha confirmado como uno de los directores de fotografía a tener en cuenta en las próximas décadas con A most violent year y Selma. Young da al film de DuVernay un look visual entre añejo y ensoñado. Como si fuera un sueño fugaz de una siesta. O como si estuviera bañado en gas lacrimógeno. Apaga los contrastes para sumir al conjunto en la niebla y casa muy bien con el estilo que DuVernay le imprime a las secuencias (sobre todo a las que retratan la violencia).

2. Jeff Cronenweth por Gone Girl
El principal pero que se le puede poner al trabajo de Cronenweth es que no aporta nada nuevo a su propio estilo, simplemente lo perfecciona, lo pule. El estilo visual del dúo Fincher-Cronenweth está tan definido, con esa fotografía gris azulado para el día y naranja para la noche que, efectivamente, Gone Girl no presenta ninguna diferencia con respecto, sobre todo, a las dos anteriores películas de uno de los mejores dúos artísticos del cine actual. Dicho esto, obviamente la fotografía vuelve a ser excelente, sobre todo en los espacios cerrados y en las secuencias nocturnas. Una película que habla de personas de vidas grises que se mueven entre las penumbras y las mentiras, necesitaba a un director de fotografía que supiera iluminar esos sentimientos, esas entrañas podridas, y Cronenweth es ese director, sabe perfectamente como pintarnos las partes más oscuras del ser humano, como atenuar los rostros o cómo convertir al espacio en otro protagonista.

1. Hoyte Van Hoytema por Interstellar

Van Hoytema se ha convertido en el último lustro en uno de los directores de fotografía más interesantes del panorama actual. Desde su extraordinaria (e injustamente ninguneada) fotografía de Tinker, Tailor, Soldier, Spy hasta su sutil trabajo para la Her de Spike Jonze. En su trabajo más ambicioso da una nueva estética al cine de Nolan, menos oscura y nocturna, más desgastada, como ese mundo al borde de la destrucción. Interstellar combina la suciedad de los planetas, las naves y las casas, con la espectacular recreación de un espacio lleno de misterios. La luz en Hoytema es esperanzadora, cálida. Una jodida maravilla.

DISEÑO DE PRODUCCIÓN

5. Kim Jennings y Elizabeth Keenan por Selma
Hemos visto muchas recreaciones de los años 60 en Estados Unidos. Esas ciudades y esos barrios residenciales de blancos. Pero muy pocas veces hemos echado un ojo a las ciudades americanas desde la perspectiva de los negros. Cómo eran sus casas, sus cafeterías y sus calles. El pueblo de Selma se convierte en un pequeño teatro en el que Ava DuVernay mezcla a dos razas condenadas, finalmente, a entenderse, y lo hace con una recreación muy interesante.

4. Jess Gonchor y Kathy Lucas por Foxcatcher
Si Foxcatcher es una película tan gélida, tan lapidaria, tan perfeccionista, trazada con líneas rectas pero que habla de personajes tan torcidos, es, en parte, gracias a su espectacular diseño de producción. Esos espacios agobiantemente amplios. Esa opulencia feísta. Esa frialdad asfixiante que provocan esas estancias tan inhóspitas. Bennett Miller sabía muy bien lo que la historia necesitaba. Un señor trabajo.

3. Donald Graham Burt y Douglas A. Mowat por Gone Girl
Año tras año vemos como la Academia ignora a trabajos muy interesantes (y relevantes narrativamente) por el mero hecho de estar ambientados en la actualidad o en el pasado reciente. Las casas abiertas pobladas de sentimientos encerrados, que pueblan Gone Girl, componen, desde luego, un diseño de producción muy estimulante y medido al milímetro. No es un trabajo que luzca, pero ayuda a construir el clima del film como muy pocos este año.

2. Ondrej Nekvasil y Beatrice Brentnerova por Snowpiercer
Ese tren en el que cada vagón es un mundo completamente distinto al anterior, merecía más reconocimiento. En general, Snowpiercer lo merecía. El diseño de producción no sólo es brillante y detallista, sino que además está cargado de mucha mala ostia. Un trabajo muy imaginativo y sin el que la película no sería ni la mitad de divertida y estimulante. El diseño de producción hace que el recorrido por ese tren de desgracias y maravillas sea puro gozo visual.

1. Kevin Thompson y George DeTitta Jr. por Birdman

Hace 2 años, la Academia decidió darle el Oscar en esta categoría a Lincoln frente a uno de los diseños de producción más brutales que jamás haya visto servidor, el de Anna Karenina. Este año, el de Birdman, tan relevante narrativamente como aquel, ni siquiera ha podido colarse en la terna. Ha pagado caro, supongo, el hecho de que la película esté ambientada en la actualidad. Más que en ninguna película de este año, los decorados son parte fundamental del film, puesto que tuvieron que amoldarse a la perfección a la planificación que Iñárritu y Lubezki hicieron a la hora de rodar ese monumental  plano-secuencia falso. El Oscar debería ganarlo The Grand Budapest Hotel, pero Birdman debería haber estado nominada en esta categoría.