Desde hace 3 semanas en Estados Unidos se emiten la misma noche mis tres dramas favoritos de la televisión actual (sin contar a Breaking Bad que aún es una serie de esta temporada televisiva que se acaba en poco más de un mes). En HBO, Game of Thrones, ese movimiento de masas. En AMC, Mad Men, esa joya de paso tranquilo. En CBS, The Good Wife, ese drama en estado de gracia constante. Para los seriéfilos los lunes son durante todo el año el día grande de la semana, el día de las series más potentes. Un día feliz aunque sea el peor para el resto de la humanidad, cuando aún el siguiente fin de semana queda lejos en el horizonte y el anterior muy fresco en la memoria. Un día llamado pereza. Sin embargo, cuando suena el despertador no pienso en todo lo que tengo que estudiar, sino en todo lo que tengo que bajar. Sobre todo en estas tres series.
Game of Thrones me
obsequia con la hora más efímera de mi semana. En ningún otro momento de la
misma los minutos se precipitan a esa velocidad. Me obnubila. También es la que
genera más polémica. Todo el mundo ve esta serie. Seriéfilos y no seriéfilos,
es quizás la serie que más se comenta ahora mismo. La serie del amor en masa.
También es la ficción con dos tipos de espectadores más claros. Por un lado,
los que han leído los libros. Por otro, los que no. Ayer por la noche tuve una
discusión bastante fea con una persona a la que quiero mucho a cuento de la
serie, que el domingo emitió el cuarto capítulo de su cuarta temporada. Él, que
ha leído los libros, observa el tablero del amigo George R. R. Martin (y de Benioff y Weiss, los jefes del cotarro
televisivo) desde arriba, dándole a todas las tramas importancia, porque todas
son importantes de cara al discurrir final de esta historia de hielo y fuego.
Yo, en cambio, tengo una filosofía al sentarme a verla más en la línea del partido a partido del Cholo Simeone. No
pienso en “hacia dónde vamos” sino en “dónde estamos”, tengo una visión a corto
plazo, me acurruco a los pies del rey (vamos, Tywin Lannister) esperando en cualquier momento el jaque mate.
La consecuencia de todo esto es
que para mi amigo es importante el equilibrio entre tramas en cada capítulo, en
cambio yo quiero que tengan más minutos las historias con las que disfruto más,
las del sur, frente a las del norte, más desconectadas ahora mismo, pero
obviamente trascendentales de cara al futuro. A mí la trama de Bran no me gusta
mucho, lo cual no quiere decir que no la disfrute, que no valore sobre todo cómo
han conseguido dotarla de una atmósfera malsana y lúgubre fascinante. En cambio
a él le gusta mucho porque sabe que la vertiente mágica de Bran es
trascendental para el relato. Es un pensamiento macro, frente a uno micro. Son
dos formas de ver la serie, diferentes sobre todo en las expectativas de cara a
los capítulos, pero igual de válidas. Al final, lo importante cuando ves una
serie es disfrutarla, que te haga feliz. Y a mí me hace muy feliz Game of Thrones siempre, aunque me guste
más ver a la matriarca Tyrell presumiendo de que era una fiera en el sexo
cuando era joven, que a Arya (que es puro carisma, ojo) y el Perro
sobreviviendo en un campo de batalla post-bélico muy peligroso, de vientos del
norte gélidos y enigmáticos.
En cambio, The Good Wife es la serie
del consenso y de un tipo de espectador mucho más homogéneo. Como es una serie
infinitamente más minoritaria, los que la vemos somos talifanes, no muy
numerosos, pero sí muy ruidosos. Abrir twitter un lunes por la noche es ver una
retahíla de piropos hacia la serie de los
King. Muchas veces no necesitas escribir nada porque todo lo que piensas
está ya dicho. The Good Wife navega
esta temporada a velocidad de crucero, con esa elegancia que tienen las series
grandes cuando están en la cima de su calidad artística. Da igual que sea un
capítulo de puñaladas internas como el anterior, o uno mucho más procedimental
y de ritmo frenético como el último, Tying
the Knot (5x19), dirigido con energía y pulso narrativo por Josh Charles. Si Game of Thrones me da la posibilidad de hablar con mis amigos sobre
ella y me hace pasar la hora más breve de la semana, The Good Wife me permite talifanear por twitter y me obsequia con
los 43 minutos más divertidos de mi semana, esos que espero como un niño la
llegada de los Reyes Magos.
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Don Joker Draper |
En último lugar, Mad Men, y la primera parte de su última temporada. Los 47 minutos semanales de la obra de Matthew Weiner son los que más paz interior me producen. Simplemente le doy al play y veo a esos personajes que conozco tan bien y que a la vez tienen tanto oculto tras sus fachadas, moverse, hablar, pelearse. Me abstraigo de la vida real, me bajo de mi mundo para subirme al de la serie. Como si nada más pasara a mi alrededor. No pierdo la noción del tiempo como con Game of Thrones, viendo Mad Men siento todos y cada uno de los minutos pasar, simplemente, no me importa. Mi personaje favorito de la serie es Peggy, que ha comenzado el curso bastante maltratada por Weiner, sin embargo el motor del relato más que nunca está siendo Don Draper, ese hombre consciente por fin de sus errores, que resignado intenta arreglar lo estropeado durante años. El viaje que nos propone Weiner este año, este viaje de redención tras la caída, es interesante y emotivo, y funciona, porque está escrito con precisión y cariño, pero no con benevolencia.
En mi opinión, y haciendo balance
de estas tres semanas de Cersei Lannister, Diane Lockhart y Joan Harris
reunidas en una misma noche, diría, sólo a modo de juego, que las tres semanas
ganó The Good Wife, teniendo, eso sí, a su
favor que está en la recta final de su temporada, mientras las otras dos no han
llegado ni al ecuador de la misma. La primera semana, Game of Thrones con el capítulo de la Boda Púrpura (The Lion and
the Rose, 4x02) se impuso claramente a la tibia season premiere de Mad Men
(tibia más por el estado de sus protagonistas, arrinconados, que por la serie
en sí, es decir más por cuestiones internas del relato que por otra cosa). Pero
en la segunda y en la tercera semana, yo, particularmente (o in my opinion que mandaría decir una
juez de The Good Wife) disfruté más
de los publicistas que del caos de poder de Westeros. Pero lo realmente
importante es que las tres me han hecho muy feliz, las tres, juntas o por separado,
hacen que mis lunes de esta primavera invernal (winter is here), sean un puto placer.
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