Ayer murió en Ciudad de México Gabriel García Máquez. En
este blog hablo de series y películas, quizás esta entrada no tenga, por lo
tanto, mucho sentido. Cierto es que estudiar como el cine ha destrozado la obra
de García Márquez sería algo pertinente. Y desde que empecé a ver series tuve
(hace un par de años que la abandoné) la machacona idea de que HBO debería
adaptar Cien años de soledad en una miniserie de 8 capítulos. Me parecía una
idea brillante. El director iba a ser Rodrigo García. Por suerte comprendí que
no iba a salir nada bueno de aquello, que Cien años de soledad es inadaptable,
porque hay metáforas que el plano no puede cazar. ¿Cómo describir el
descubrimiento de un hombre ante el relato de su propia muerte? Pero mi
historia con García Márquez empezó antes de todo eso. Antes de Mad Men,
Breaking Bad, The Wire. Voy a llamarlo García Márquez porque lo de Gabo me
parece extralimitarme, como cuando la gente llamaba a Mandela, Madiba. Yo no lo
conocía. No le tengo cariño, le tengo admiración. La admiración de observar a
un tipo que fue todo lo que muchos hubiéramos querido ser y no tenemos el talento
para lograrlo. La voz de un continente. La letra de algunas de las historias
más maravillosas jamás escritas.
Tengo en mi habitación de casa (aka la cueva original) un
estante reservado para mis libros favoritos, para los que me han marcado mucho,
para los que quiero con locura. Quiero dejar claro que yo no soy un gran
lector. No es que me sienta orgulloso de ello, pero es la verdad. Prácticamente
no leo. Es uno de los precios a pagar por mi severo problema de adicción a las
series y a las películas. Y lo poco que leo son libros teóricos. No sé si tan
siquiera llego a leer una novela al año. Aún así, en alguno de mis libros he derramado
mis entrañas. Hay páginas que me han marcado el cuerpo formando estrechos
surcos. Que han hecho sangre al deslizarse entre los dedos. Esos libros los
guardo en mi estantería especial. En la esquina derecha, al final de la hilera
de libros, está Cien años de soledad porque es mi novela favorita.
Cuando pienso en aquel yo de 17 años acurrucado en la misma
cama en la que estoy ahora devorando el libro en un fin de semana siento muchas
cosas, sobre todo ganas de llorar. Pero no serían unas lágrimas tristes, quizás
melancólicas sí, cargadas de esa melancolía estúpida que genera el paso del
tiempo. Me enternece recordarme a mí descubriendo el mundo de los Buendía.
Cautivado por algo de una belleza y de un hipnotismo que nunca había visto.
Significó mucho para mí este libro. Digo este porque lo tengo ahora mismo en mi
regazo, separando el portátil de mis piernas. Valió 9 euros. Los 9 euros que
mejor ha gastado mi madre en su vida. Es una edición comentada y tiene la letra
muy pequeña. Recuerdo que ese hecho, y el terrible dibujo de la portada, me
asustaron la primera vez que lo vi.
Aquel año pre-universidad. Pre muchas cosas. El año de los
descubrimientos. Leí otros dos libros de García Márquez. Memorias de mis putas
tristes que encontré cogiendo polvo en el salón y Crónica de una muerte
anunciada. Para el selectivo aquel año eran de obligada lectura tres libros: la
novela española era La verdad sobre el caso Savolta, la obra de teatro, La
fundación y la novela latinoamericana, Crónica de… Me imagino a un David
Fincher adaptándola de nuevo al cine
(Francesco Rosi hizo una versión olvidadísima en los 80), o quizás a un Jeff
Nichols o a un Cary Fukunaga, dándole cancha a nuevos directores con pulso y
sentido del espacio y la atmósfera. Es una novela maravillosa. Un suspiro, o
más que un suspiro, una taquicardia.
No soy un gran estudioso de la obra de García Máquez, lo
admiro porque no se puede ser periodista en castellano y no hacerlo. Te lo
inoculan en la carrera. Yo ya lo traía metido debajo de mi piel recordándome el
poder de la palabra. No el poder en el sentido de dominación de voluntades, el
poder de impresionar. La belleza y la potencia de la palabra. La gran belleza.
Cien años de soledad no puede ser una miniserie porque aunque haya en ella
guerras, magia, familias o incesto, no es un juego de poder como Game of
Thrones, es otra cosa. Cien años de soledad es un río de sangre y locura que
atraviesa todo un continente pero sobre todo es el más crudo retrato de la
decadencia, de la tristeza, de la más honda de las soledades. Mucho se hablará
estos días de García Máquez, pero se seguirá hablando de él cuando todos nosotros
no seamos más que polvo. El ser humano
no puede ser inmortal, pero sí eterno.
"...pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."
(García Márquez, 1967)
"...pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."
(García Márquez, 1967)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.