COLUMBUS de Kogonada
El arquitecto Mathias Goeritz formuló en 1953, el Manifiesto de la Arquitectura Emocional, comprimiendo brevemente el discurso sobre el que se sostenía el Museo ECO de la Ciudad de México. En dicho manifiesto, Goeritz defendía que "el arte en general, y naturalmente también la arquitectura, es un reflejo del estado espiritual del hombre en su tiempo". Casi 65 años después, el artista Kogonada, respetado por sus montajes audiovisuales, que reflexionan sobre algunas de las claves del arte cinematográfico, debuta en el largometraje y en la ficción con un manifiesto audiovisual que viene a secundar los postulados de Goeritz. Para Kogonada la arquitectura debe ser capaz ya no sólo de reflejar el espíritu de una época, si no también debe contribuir a generar, por sí misma, sentimientos, liberándose del tiempo en el que fue pensada o construida, para pegarse al tiempo en el que es usada y, sí, sentida.
Columbus, Indiana, es una ciudad pequeña (no llega a los 50.000 habitantes) que sin embargo alberga una amplia colección de edificaciones que suponen un riquísimo muestrario de la arquitectura americana del último siglo. Ello hace que Columbus sea un caso de estudio particularmente estimulante para urbanistas, arquitectos y artistas. Kogonada, construye su análisis arquitectónico-emocional, a través de la historia de dos personajes que se encuentran y reconocen el uno en el otro, una chica brillante que se niega a ir a la universidad porque no quiere abandonar a su inestable madre, y un hombre que se aproxima a la cuarentena que acude a la ciudad porque su padre, un reputado arquitecto, se encuentra ingresado en un hospital de la misma. Estas dos historias se cruzan y fusionan, con los diversos edificios y espacios públicos de Columbus como escenario y, en última instancia, como tercer personaje protagonista. Así, la arquitectura funciona en Columbus como catalizador de emociones, pero también como productor de sentimientos y facilitador de catarsis emocionales. Para Kogonada la arquitectura no sólo es emocional si no también curativa. A través de su contemplación y ocupación, los personajes son capaces de gestionar su dolor y seguir adelante. Columbus es una hermosa carta de amor a la arquitectura como arte. Una defensa radical de su poder y de la necesidad de pensar en los sentimientos que produce en las personas que le van a dar uso y no sólo en su funcionalidad. Precisamente Goeritz aseveraba en su manifiesto que "el hombre del siglo XX se siente aplastado por tanto “funcionalismo”, por tanta lógica y utilidad dentro de la arquitectura moderna". Ponía así el acento en denunciar el movimiento funcionalista que había pasado a dominar la arquitectura a comienzos del S.XX. En Columbus, Kogonada no es tan explícito, pero su defensa de la arquitectura como catarsis emocional deja poco lugar a dudas a la hora de afirmar que se adscribe a las tesis de Goeritz.
La ópera prima de Kogonada reivindica, a través de su análisis de las posibilidades que ofrece la arquitectura para entender la psicología humana, la importancia de comunicarse, la relevancia del espacio público a la hora de entablar relaciones personales entre nosotros. Gracias a los maravillosos espacios de Columbus, esta mujer y este hombre, ambos dolidos por las complicadas relaciones que mantienen con sus padres, son capaces de verse reflejados en el otro, conversar y vomitar sus frustraciones al cielo libre de una ciudad extraordinaria. Kogonada filma una película que transpira humanismo y un fascinante amor por el arte arquitectónico. Plagada de diálogos inteligentes, personajes construidos con sumo cuidado y cariño y una puesta en escena delicada y hermosa, que muestra en toda su grandeza los espacios que retrata, Columbus es una pequeña obra de culto en potencia.
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