OH BOY
El cine nos ha enseñado que todo es más bonito en blanco y negro |
Oh Boy, la prometedora ópera
prima del joven Jan Ole Gerster es una aproximación en clave europea al
movimiento americano mumblecore, que tiene en Andrew Bujalski a su principal autor
(idelógico y material) y a Frances Ha (2012) de Noah Baumbach como máximo
exponente. El film, la gran película alemana en los EFA de 2013, narra el libre
fluir por Berlín de un veinteañero a la deriva, un niño de papá que se estrella
una y otra vez contra su propia frustración. La frustración de no sólo no saber
que quiere hacer con su vida, sino sobre todo no saber si quiere hacer algo con
la misma, si su vida ha de dirigirse hacia alguna dirección o seguir
sobrevolando la ciudad en círculos. Este tipo de protagonista, urbanita,
moderno, egocéntrico, egoísta, desencantado y en cierta forma banal se ha ido
propagando por películas y series en los últimos años al calor de la derrota de
una generación, la mía. Oh boy, al igual que la Girls de Lena Dunham, por
ejemplo, nos escupe a la cara a algunos
veinteañeros lo peor de nosotros mismos, el agotador deambular a través de esa
estepa que es la nada profesional, sentimental, vital.
Lo mejor que se puede decir de Oh
boy es que es una película sangrantemente actual, lo peor que le falta cinismo,
más mala ostia. Frances Ha era una puñalada trapera salpicada de constante
humor, en cambio esta película tira en lugar de por el camino del humor negro
por el de la melancolía. En los pasos de su protagonista, Niko (un encantador
Tom Schilling) hay un cierto nihilismo que recuerda a aquel Bresson otoñal de
Le Diable probablement (1977). El retrato que hace el audiovisual americano de
mi generación incide en los mil y un castillos en el aire que nos montamos en
nuestra cabeza. En cambio esta película alemana, que quizás abra paso a una
corriente fílmica en nuestro continente, apunta más que a la insatisfacción por
las promesas y las esperanzas incumplidas, hacia la insatisfacción del alma,
hacia el desasosiego. No es que Niko no pueda hacer lo que desea o lo que se le
prometió durante toda su vida (el “si estudias encontrarás un buen trabajo”
como paradigma), simplemente es que no tiene deseos ni cree en promesas, vive
anclado al desencanto más absoluto.
Permanece atado a sí mismo en una
ciudad que se presenta inhóspita. La vida urbana presenta múltiples
oportunidades, pone a disposición del ser humano diversas y enriquecedoras
experiencias. Sin embargo también se puede presentar como un muro impermeable
de fatalidad. Así, Niko, vive en una constante “¡jo qué noche!” caminando a
trompicones por unas calles que no le reconocen, y quizás no lo hacen porque su
alma está dañada, porque ni siquiera se conoce él así mismo. Si no sabes cómo
quieres vivir tu vida, cómo va la ciudad a permitirte vivirla. Si el espacio
mental está cubierto entre tinieblas como no lo va a estar el espacio físico
que habitas. Por eso Oh boy es una película dulce en su melancolía de un tiempo
que quizás no haya existido nunca, el tiempo de los jóvenes, un tiempo irreal e
ideal. Pero también es una película agria, porque al fin y al cabo es la
crónica de una vida sin razón de ser, de una vida sin anhelos.
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