COSMOS: A SpaceTime Odyssey
El científico ante la inmensidad |
Es muy habitual que los padres quieran que sus hijos sean
médicos (“siempre es bueno tener un médico en la familia”) o otras profesiones
bien vistas socialmente, y muy útiles para la familia como institución que todo
lo coloniza. Se comenta mucho aún hoy en día como Urgencias (ER) fomentó en la
juventud americana de los 90 las ganas de dedicarse a la medicina, la vocación
de curar a otros. Cosmos (1980), la original, la de Carl Sagan, enganchó a
muchos niños en los últimos años de la guerra fría a eso tan maravilloso
llamado ciencia. Uno de esos niños, Neil deGrasse Tyson, es el maestro de
ceremonias de la nueva Cosmos (subtitulada A SpaceTime Odyssey), la de 2014 que
estrenó hace 2 domingos FOX en prime-time. Una serie para crear científicos.
Yo, que tengo complejo de chico de letras, lo que quiero es que mis hijos sean
científicos, que lleguen más lejos de lo que llegué yo, que sus cabezas sean
capaces de concebir cosas que la mía no es capaz ni de atisbar.
La nueva Cosmos es una maravilla que todo el mundo con un
mínimo de curiosidad debería ver. Como ya dije soy un tipo de letras que cuando
escucha a amigos de ciencias puras hablar se pierde a los 10 segundos en la
conversación. El gran éxito de Cosmos es ser a la vez accesible y didáctica
pero no ser en absoluto condescendiente o facilona. No es Ciencia para dummies.
Es un producto televisivo cuidado hasta el mínimo detalle, visualmente
fascinante y narrativamente muy bien planteado siempre oscilando entre lo
macro, las grandes ideas, y lo micro, los ejemplos que hacen que entendamos
esas grandes ideas. En un mundo televisivo de locos (muy locos) chromas, da
gusto ver la factura de Cosmos, que exprime todos sus recursos (imágines
reales, recreaciones por ordenador, hasta dibujos animados) hasta destilar un relato audiovisual que te coge en el segundo uno y no te suelta hasta el final del
episodio, con objetivos claros, apasionante.
Estamos ante una serie que puede atrapar tanto a gente muy
joven como a adultos. Sobre todo porque es una serie que apela al intelecto,
que te reta a saber, a conocer, a descubrir, pero que a la vez está hecha con
mucho corazón, salpicada de pequeñas dosis de emotividad. Funciona así muy bien
la secuencia en la que Neil deGrasse Tyson cuenta como conoció a Carl Sagan
siendo un niño y como este le insufló las ganas ya no de ser un gran
científico, sino de ser una gran persona. Y también lo hace la secuencia final
del segundo capítulo cogida directamente de la Cosmos original, que a través de
dibujos narra en 40 segundos la evolución del ser humano hasta llegar a ser lo
que es hoy en día. La sombra de Sagan es alargada, y en lugar de tener que
luchar contra ella, la emplean con mucha inteligencia. Al fin y al cabo la
ciencia es el producto de un trabajo común desarrollado por miles de
investigadores durante siglos. Sabemos de dónde venimos, indagamos sobre
quiénes somos e intentamos descubrir hacia dónde vamos. Cosmos es un regalo, un
regalo que ojalá algún día pueda compartir con mis hijos y ver sus caras cuando
descubran cuán inmenso es el universo, tan inmenso, que más que de universo
debemos hablar de multiverso, de infinidad de universos infinitos.
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