THE GRAND BUDAPEST HOTEL
El cine de Wes Anderson es en cierta forma una celebración
de lo melancólico, del descubrimiento, de la aventura, de la infancia como
tierra fértil para cultivar lo más asombroso. Y la infancia la articula
Anderson en pasado, vista desde el presente adulto, gris. La niñez es una
explosión de colores, de saltos, carreras, escondites. Por eso sus películas
son como un juego infantil, consisten en correr hacia la victoria, siempre
escapando de algo o de alguien. En The Grand Budapest Hotel el lujoso hotel no
es más que la “casa” de los juegos infantiles, ese punto en el comienza y
termina el juego y dónde todos los jugadores pueden estar seguros. Ese gran tronco
de árbol en el que cuentas hasta 10 antes de abrir los ojos. Lejos de quedarse
en el hotel, la cámara de Anderson persigue la simetría constante y embarcada en un ritmo
frenético a través de esa Europa imaginaria de la época de la Gran Guerra. Irreal, peligrosa,
misteriosa y jodidamente hermosa.
Mientras otros autores han ido vendiendo trozos de su mundo,
sí, estoy hablando de gente como Tim Burton, Wes Anderson se ha dedicado a
protegerlo contra viento y marea. A protegerlo y aumentarlo. The Grand Budapest
Hotel es una orgía visual más desenfrenada, una obsesión por la composición más
enfermiza, un diseño de producción más grandilocuente y pomposo, una música aún
más atrevida en su belleza (si la partitura de Desplat para Mr. Fox era una
maravilla, esta para Budapest no se queda atrás, bendita creatividad), un
reparto aún más grande (ha encontrado en Ralph Fiennes al actor perfecto para su cine, puro
carisma), una aventura con aún más escenarios. Más. Lejos de recular, Anderson
está en plena expansión. Quiere más, quiere llevar su poesía sobre la
melancolía a nuevos niveles, jugar en nuevas ligas. The Grand Budapest Hotel no
llega a la sensibilidad de Moonrise Kingdom, ni a la diversión de Fantastic Mr.
Fox, pero es en cambio es más completa (que no mejor), porque se luce en ambos terrenos. También
es más accesible que sus primeras películas (Life aquatic era demasiado freak, pensada demasiado hacia adentro) y está dotada de un mayor sentido
del espectáculo.
Lo maravilloso del mundo fílmico de Wes Anderson es que toda
la pompa y el colorido instagramero, están
al servicio de las ideas que lo sustentan, no es un envoltorio vacío, lo que
hay tras todas las capas estilísticas es un muy sano afán de emocionar y
maravillar al espectador. Las películas de Anderson me hacen sentir vivo, recordar
una infancia de playmobils y legos, de cuentos y películas de dibujos. De
aventuras que solo tenían lugar en mi cabeza mientras estaba sentado en el
suelo moviendo muñecos. Una apología de la imaginación como uno de los mayores
dones que tiene el ser humano a su disposición. Las infinitas posibilidades que
ofrece la imaginación. El juego entre pasado-juventud-auge del hotel y presente(narrativo)-vejez-caída
del hotel, hace que nos preguntemos ¿y si al hacernos viejos también nos
volvemos grises? ¿nuestras ideas caen como las hojas de los árboles al llegar
el otoño? Y así volvemos a la melancolía, pero lejos del dramatismo, en el cine
de Wes Anderson la melancolía se plantea desde el optimismo, si sentimos
melancolía es porque tenemos preciosos recuerdos de momentos valiosos, para
añorar es necesario haber vivido antes. Quizás la melancolía no sea algo malo,
simplemente la constatación del fluir vital del ser humano. Celebrémosla
manteniendo intactas las ansias de aventura.
Lo unico que no me ha gustado es el papel de norton, esperaba/deseaba algo rollo moonrise kingdom y en lo unico en lo que se parece es en que va uniformado... bonita critica
ResponderEliminarSí, es muy soso, le falta mucha gracia, no está nada trabajado :(
Eliminarjajaja no más bonito que tú, naughty boy jajajaja
Una crítica tan elocuente cómo acertada!!
ResponderEliminarjajajajaja gracias <3
Eliminarya vi tu 7, me gusta me gusta :)