Actor de reparto
6. Dean Norris por Breaking Bad
Tras todo este tiempo en segundo
plano, por fin Dean Norris tuvo ocasiones para lucirse. Y las saldó con nota.
Con Hank convertido en el bueno de la historia, el hombre “solo ante el peligro”
se echó a sus espaldas ser el centro moral de la serie. El héroe imposible ante
una panda de desalmados. Un héroe trágico. Y Norris le imprime ese carácter
obstinado e indignado que el personaje necesitaba. Una cara que derrocha
frustración, incredulidad y derrota.
5. Peter Sarsgaard por The
Killing
Un preso en el corredor de la
muerte es un personaje muy goloso. Si además tienes el enorme acierto de fichar
a un actor de primera división como el siempre eficiente Peter Sarsgaard lo que
consigues es una interpretación poderosa, lucida, intensa. Sarsgaard consigue
que dudes de este presunto asesino salvaje tanto a su favor como en su contra.
Que te perturbe pero que también te enternezca. Que sea siniestro pero que a la
vez sea frágil, débil. Un trabajo lleno de matices. Una auténtica gozada.
4. Charles Dance por Game of
Thrones
No hubo actor en la televisión
americana del año pasado que tuviera tanta presencia como el británico Charles
Dance interpretando a Tywin Lannister. Lo que el compone es un villano
fascinante, un hombre para lo que lo más importante es la historia, el legado,
la tradición familiar. Un hombre apegado a sus valores, aunque los medios para
imponerlos sean crueles. Cada frase que saliera de su boca tenía que parecer
una sentencia, dar miedo, imponer respeto. Y sí, lo logra. Es una delicia ver y
escuchar a Dance intercambiar golpes verbales. A sus pies, mi lord.
3. Aaron Paul por Breaking Bad
Jesse Pinkman es uno de los
personajes más sufridores de la televisión. Un alma en suplicio. Sin embargo en
esta traca final su martirio ha pasado de ser puramente interno, psicológico, a
ser también físico. Más que nunca Paul ha tenido que emplear todo su cuerpo
para transmitir el enorme sufrimiento de un hombre muerto en vida. Sin rastro
del Paul que de vez en cuando nos regalaba destellos de su comicidad, hemos
visto su vertiente más trágica. Para la mayoría de analistas el Emmy está entre
él y Peter Dinklage, ambos ya han ganado anteriormente, y desde luego merecen
una nueva victoria.
2. Josh Charles por The Good Wife
La furia y el tormento. El amigo
Josh Charles ha firmado este año en The
Good Wife su mejor temporada, también la más llamativa y en la que su
personaje ha estado mejor focalizado. Ha sabido conjugar la rabia sin límites
de un hombre herido en su orgullo pero también en sus sentimientos, con la
debilidad del que a pesar de todo, sigue amando lo que ha perdido. Ese dilema
doble entre fustigar y perdonar, lo dibujó Charles pasando de capítulos muy
intensos a otros más introspectivos. De Hitting the fan a The Decision Tree,
para entendernos. Se nota que su interpretación este año le ha salido de las
entrañas, que fue puro magma volcánico interpretativo. Su victoria el 25 sería
un bonito reconocimiento.
1. Peter Dinklage por Game of
Thrones
No hay nada más lucido para un
actor que un buen monólogo, y Dinklage tiene el monólogo más icónico, comentado
y aplaudido de esta temporada televisiva: el del juicio. Además tiene otras
secuencias brillantes con los miembros de su familia, como la conversación
sobre el primo que mataba escarabajos por el mero hecho de que podía. Irónico y
emotivo a partes iguales, los méritos de Dinklage son en primer lugar, dotar de
una impresionante hondura trágica a Tyrion, en segundo lugar, convertirlo en un
personaje 100% empático, y en tercer lugar, clavar la amplia escala de
sentimientos en las que se mueve a lo largo de esta temporada. Y por todo eso
me sumo a la gente que está a favor de un segundo Emmy para él.
Actriz de reparto
6. Bellamy Young por Scandal
Me había prometido a mí mismo que
no haría esto, pero… no pude evitarlo. Aquí va mi nominación 100% trash.
Bellamy Young, la actriz que interpreta a la primera dama de USA más pasada de
rosca y más gozosamente enferma de poder y hasta el coño de su marido de la
historia. Young es, además, la única persona que aparece en ese desternillante
y adictivo despropósito que es Scandal
que da la impresión de que sabe actuar. Entre sus miradas de asco u odio y su
forma de deslizar los diálogos sibilinamente se ha ganado mi corazón.
5. Betsy Brandt por Breaking Bad
Me parece muy injusto que no
nominaran a Brandt al Emmy este año. Muy injusto. Ella fue el corazón, la parte
más emocional, con la que más fácil era conectar de esta tanda final de Breaking Bad. Y estuvo soberbia. Fue
capaz de expresar la desesperación, el miedo, la incredulidad de una mujer que
de la noche a la mañana descubre que estaba rodeada por lobos.
4. Michelle Monaghan por True
Detective
De todas las nominaciones en los
Emmys posibles/esperables a True Detective sólo se le escapó una, la de
Michelle Monaghan. Algo parecido a lo que le ocurrió a la primera temporada de Homeland cuando no se coló en las
nominaciones Mandy Patinkin. Y cómo en aquel caso, su ausencia es difícil de
comprender. Cada vez que aparece en una secuencia la ilumina y le añade una
dosis de dramatismo y fatalidad muy interesantes. El suyo es el retrato de una
mujer desesperada enganchada a un hombre que la arrastra en su caída. Y la cara
de Monaghan es capaz de transmitir toda la frustración y la tristeza del mundo.
A mí su trabajo en esta serie, me duele.
3. Lena Headey por Game of
Thrones
A la cuarta fue la vencida. Por
fin los Emmys reconocen el enorme trabajo que lleva a cabo Lena Headey dando
vida (y humanidad) a Cersei Lannister. Entregada madre, política cínica,
rencorosa mujer, víctima de los entramados de poder tejidos por su padre.
Headey consigue que podamos odiar y admirar a Cersei a partes iguales. Todos
sus monólogos son oro. Y sus enfrentamientos verbales… diamantes. Headey está
inmensa. A mí me parece una actriz fascinante.
2. Anna Gunn por Breaking Bad
Anna Gunn es capaz de pasar de la
frialdad y la inexpresividad más absolutas a la pasión y el desenfreno fácil más
alucinantes. Quizás ese sea su mayor mérito, la capaz de mutar, de adherirse a
un personaje tan rico, tan complejo como Skyler White que a la vez es víctima y
verdugo. La ya histórica secuencia del rapto de Ozymandias vale un Emmy, y dos…
y tres. El año pasado ganó y yo se lo hubiera dado por ese retrato de una mujer
paralizada por el miedo. Si este año gana me parecerá bien, pero en esta
ocasión… voy con otra rubia.
1. Christine Baranski por The
Good Wife
Hay dos Diane Lockhart en esta
última temporada de The Good Wife. La
primera, una mujer al ataque, segura de sí misma, ambiciosa. La segunda, una
mujer a la defensiva, tocada, perdida en sí misma. Baranski las clava a las dos
con esa elegancia que muy pocas actrices tienen. Éste ha sido el año en el que
más peso le han dado los King, y en el que más posibilidades de lucirse
dramáticamente ha tenido. Y las ha aprovechado, vaya si lo ha hecho. Fue capaz
de pintar a una roca que se resquebraja por dentro, de transmitir fortaleza en
la debilidad más absoluta, de plasmar el constante debate interno de su
personaje entre seguir luchando o rendirse. Inteligente y comedida, Christine Baranski
se ha ganado ya, tras 5 años, este Emmy. Y si todo esto no fuera suficiente,
también tiene, como diría Poliptoton, la risa más hermosa del mundo.
Actor
6. Matthew Rhys por The Americans
Ya estaba muy bien el año pasado
Rhys en The Americans, pero daba
siempre la sensación de que Keri Russell se lo comía. En cambio este año se le
ha notado más seguro en el papel, más denso, más metido por debajo de su piel.
Su espía ruso es un hombre de múltiples caras y ámbitos vitales. Marido de una
espía, padre de adolescentes americanos, marido de una inocente secretaria y
servidor de la patria. Y Rhys ha conseguido retratarlas todas con coherencia y
solvencia, transmitiendo perfectamente los mil conflictos que embadurnan a su
personaje. La secuencia con el párroco hiela la sangre.
5. Kevin Spacey por House of
Cards
Su excelencia Kevin Spacey sigue
componiendo a un personaje que será un icono de la televisión americana de
calidad durante décadas, el astuto y maquiavélico Francis Underwood. Y lo hace
dotándolo de esa aura de diablo capaz de todo para conseguir sus objetivos,
pero a la vez humanizándolo, mostrando sus debilidades, sus taras, sus miedos.
Underwood se mueve siempre al filo del alambre, y Spacey, uno de los mejores
actores de su generación, es capaz de transmitir tanto la confianza como el
temor que presiden las oscuras maniobras de este artista del engaño de
múltiples caras. Mostrarnos como es el poder cuando se convierte en carne y
huesos. Eso, precisamente eso, es lo que hace que el trabajo de Spacey sea
descomunal.
4. Woody Harrelson por True
Detective
Tener a una bestia a tu lado en
un personaje más fascinante e hipnótico que el tuyo y sobrevivir para contarlo
tiene mucho mérito per se. Pero es que Woody Harrelson en True Detective no
sólo sobrevive como actor, sino que crece, progresa. Construye al típico hombre
americano blanco de clase media que ve el fútbol los domingos, hace barbacoa,
bebe cerveza y si además es atractivo echa una canita al aire de vez en cuando.
No tanto porque quiera o pueda, sino porque lo necesita, es su válvula de
escape y también su perdición, su vena autodestructiva. Todo hombre daña a lo
que más quiere. Harrelson coge a este tipo normal y ahonda en él hasta
encontrar petróleo, hasta que todos los conflictos en los que se zambulle nos
interesen. Si McConaughey interpreta desde lo más oscuro de las entrañas,
Harrelson lo hace desde la convicción de un hombre al que todo en lo que cree
se le comienza a resquebrajar.
3. Matthew McConaughey por True Detective
Rust Cohle es desde el primer
capítulo de True Detective un icono de la televisión. Está claro que los
diálogos y las diatribas nihilistas, el pesimismo crónico que carcome al ser
humano, ya estaban en el guion de Pizzolatto. Pero, McConaughey hace el
personaje tan suyo, dándole esos movimientos, esas poses, ese acento tan suyo,
tan marca de la casa, que al final Cohle es ante todo McConaughey llevando su
estilo interpretativo hasta la última consecuencia. Verlo es casi como un
tratado, y a la vez como una obra de arte. Es la cima de su carrera. Sí, más
que Dallas Buyers Club, porque aquí no
interpreta al personaje, lo devora, lo mastica y nos lo escupe a la cara. Es
asombroso ver lo que puede hacer un gran actor cuando es libre pero a la vez
tiene diálogos exquisitos y compañeros a su nivel. Es el claro favorito a
alzarse con el premio el día 25. Y su victoria además de merecida tendrá todo
el sentido del mundo, ese sentido, que Cohle no le encuentra hasta la catarsis
final.
2. Jon Hamm por Mad Men
Lo que hace Hamm en esta
temporada de Mad Men es un pequeño
milagro. Si no ha ganado el Emmy es sobre todo porque hace mucho con poco,
porque no es un Cranston, un McConaughey o un Spacey, él no es un monstruo
interpretativo, no tiene esa voracidad de mala bestia. Es un actor limitado,
pero ¿y lo certero que es en esa limitación? Contenido, profundo, grave. Hacía
varias temporadas de Mad Men que no
estaba tan bien. La evolución definitiva de Don Draper le ha permitido mostrar
otra cara del mismo, y otra cara de sí mismo. Una menos magnética pero más
melancólica, más profunda en su enorme soledad. Este ha sido el año del Hamm de
cara triste, cansada. El del cambio de tercio. Ha estado perfecto, ha hecho lo
que tenía que hacer. Todo lo que tenía que hacer.
1. Bryan Cranston por Breaking
Bad
A estas alturas poco queda por
decir sobre Bryan Cranston y su Walter White. Bastaría con ver Ozymandias y
Granite State para entender el talento inagotable de un monstruo de la
interpretación. De la derrota más amarga y humillante al ataque más depravado y
pérfido. Y en el medio de todo eso, mil y un matices. Cranston no sólo ha
creado a un monstruo, ha creado al hombre que se convierte en el mal más
absoluto, y después, cuando cae rendido, lo trae de vuelta a la humanidad. El
proceso entero de auge, supervivencia y caída de un hombre enfermo de ambición
más que de cáncer. Pocos trabajos interpretativos, ya sea en cine o en
televisión, he visto más inmensos, más grandilocuentes, más perfilados, que
éste. En el debate ¿quién fue más grande, Gandolfini y su Soprano o Cranston y
su White? Empiezo a decantarme por el segundo. Y con esto, creo que ya lo he
dicho todo.
Actriz
6. Tatiana Maslany por Orphan
Black
Maslany hace la mayor exhibición
interpretativa de la televisión. Punto. Dar vida a un montón de personajes,
conseguir dotar a todos y cada uno de ellos de personalidad, de alma, de vida y
triunfar en la misión, es desde luego una exhibición. Una de descomunal tamaño.
En su contra tiene que este año su serie pegó un bajón de calidad importante y
que alguno de sus mejores personajes (léase Alison) estuvo muy a la deriva y
desconectada de las tramas centrales. Por eso la pongo en el sexto lugar, pero
aún así, me quito el sombrero ante su talento.
5. Keri Russell por The Americans
Russell se confirma como una
actriz de desbordante talento para crear incomodidad y tensión a su alrededor.
Una actriz turbia, digamos. Acostumbrada a lidiar con situaciones muy
peligrosas, su personaje se muestra frágil cuanto más íntima es la trama. De la
calculadora espía a la atormentada madre. De la energía al temor. Es capaz de
hacernos ver que detrás de una mujer ya sobre el papel muy compleja, hay aún
mayor complejidad, un abismo aún más grande. Nadie pinta caras de preocupación
como Keri Russell. Ni nadie construye, tampoco, momentos más desasosegantes. Camaleónica.
4. Robin Wright por House of
Cards
A priori la clara favorita para
imponerse el lunes. La Dama de Hielo. La madurez de Robin Wright es de las que
quita el hipo. Encarnando un papel mucho mejor escrito que el año pasado, el de
la ambiciosa y peligrosa Claire Underwood, se ha movido como pez en el agua.
Verla es como cuando ves a un hielo caer en el vaso y escuchas como se
resquebraja. Gélida, poderosa, complicada, llena de traumas pero también de
armas. Robin Wright es hipnótica. Y este año, además, ha tenido un capítulo
prodigioso, sí, el de la entrevista.
3. Lizzy Caplan por Masters of
Sex
Lizzy Caplan llegó a nuestras vidas
como un soplo de aire fresco. O más bien como un vendaval de aire cálido. Es la
actriz con más chispa, más carisma, más magia del momento. Desprende una
vitalidad y un encanto que a mí, particularmente, me emboban. Logra darle a su
Virginia Johnson ese aire decidido, esa determinación y ese empecinamiento, que
nos hacen creer que puede llegar a ser lo que ella quiera ser. Que no puede
vender un trasatlántico para recorrer Suiza. Caplan ha calado al personaje y
está tan entregada a él que su trabajo en Masters of Sex transmite una pasión
desbordante. Y por eso me gusta tanto, porque me implica en su amor por lo que
hace.
2. Elisabeth Moss por Mad Men
Increíble que tras el via crucis
que le escribieron Weiner y su equipo este año, Moss no esté nominada al Emmy.
Increíble e indignante. Otra temporada más y otra demostración de que no conoce
límites. Recogió a una Peggy perdida en sí misma, asqueada, enfadada con el
mundo pero que en realidad estaba enfadada consigo misma, y poco a poco, con
calma, sin prisas, con toda la naturalidad del mundo, nos la fue explicando, y
a la vez que nos la explicaba la fue llevando hacia territorio seguro. Y al
final Peggy vio la luz al final del túnel, se encontró a sí misma y yo, en
cierta forma, no sólo me reencontré con ella sino que también aprendí algo
sobre mí mismo. Y por todo esto, por hacerme sentir, por involucrarme tanto,
otro año más se ha ganado mi admiración sin límites.
1. Julianna Margulies por The
Good Wife
Tengo la sensación de que año
tras año digo “esta ha sido la mejor temporada de Julianna Margulies” pero es
que no puedo evitarlo. Lo que hizo este año, sobre todo a partir de “lo que no
debe ser spoileado” no fue de este mundo. El retrato de una mujer rota, sumida
en una tristeza infinita como el cielo. Que se fustiga en la culpa, en el “¿y
si…?”, en todas las decisiones vitales que tomó y que quizás no debió haber
tomado. Contenida, volcada hacia adentro, consiguió justo lo contrario,
transmitirlo todo hacia afuera. Transmitir la impotencia y el dolor, pero
también eso de “la vida sigue”. Las ganas de no hacer nada, de acurrucarse en
la cama y ver pasar los días, las semanas, los meses, la vida que se ha vuelto
gris de repente. Pero también el momento en que uno recupera de nuevo las
energías, las ganas de pelear. En definitiva, ha construido uno de los retratos
más precisos que he visto sobre la pérdida, fase por fase, sentimiento por
sentimiento.
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