THE KILLING -Cuarta Temporada
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Andan por ahí peligrosos spoilers sueltos de la última temporada de The Killing |
Tras haber resucitado dos veces, en esta ocasión sí, The
Killing se ha terminado. Ya he visto esta cuarta temporada final
compuesta por seis capítulos que puso el fin de semana pasado Netflix a disposición de todos sus
usuarios. Broche de oro a una serie que supo rehacerse a sí misma tras los
errores cometidos en sus dos primeras entregas, para volar alto (y libre) en
las dos siguientes. Para la historia ya, nos deja a una de las mejores parejas
policiales de la televisión, los autodestructivos e infatigables Linden y Holder, y una lluvia infinita
que cala hasta los huesos. Personajes y atmósfera. ¡Personajes y atmósfera!
La temporada giró en torno a dos investigaciones, por un
lado Linden (Mireille Enos, una
fiera interpretativa) y Holder (Joel
Kinnaman, todo humanidad, a la vez fuerte y frágil) intentando cazar al
culpable del asesinato a bocajarro de una familia de clase alta; y por otro
lado, Reddick (Gregg Henry)
deshilando la madeja que los protagonistas tejieron después de que Linden
matara a Skinner al descubrir que él era el asesino en serie al final de la
tercera temporada. Así los puntos de interés de la historia son también dos,
que acaban confluyendo en el catártico (y monumental) último capítulo. En
primer lugar el proceso de derrumbe de Linden y Holder. En segundo lugar, las
relaciones y revelaciones que nos van presentando en torno a los posibles
culpables del crimen: el único superviviente de la familia, Kyle (Tyler Ross… vaya descubrimiento, ojalá
se coma el mundo), dos de sus compañeros en la Academia Militar en la que
estudia, AJ y Lincoln, y la directora de dicha Academia, la coronel Rayne (Joan Allen, como siempre, un placer). Está
cimentada, por lo tanto, esta última temporada sobre los dos temas centrales de
la serie, la adolescencia como territorio peligroso y la capacidad del ser
humano de destruir lo que más ama, empezando por uno mismo.
No es país para
jóvenes
En los tres casos que The
Killing ha desarrollado a lo largo de sus cuatro temporadas, las víctimas
eran adolescentes. En las dos primeras entregas, que adaptaban la serie madre,
la danesa Forbrydelsen, una
adolescente de vida misteriosa y peligrosa, moría por una serie de
catastróficas desdichas. Una chica de clase media, con la necesidad de salir de
su círculo de confianza. En la tercera, un depredador asesinaba a chicas de
clase baja, que vivían al margen del sistema y pateaban las calles día y noche.
Los adolescentes de clase baja desprotegidos y abandonados en un mundo adulto
muy sórdido. En esta cuarta temporada, Veena
Sud, una de las mujeres más odiadas de la televisión, se sumergió en el
estrato social que le faltaba para completar su puzle sobre la adolescencia a
la deriva: la clase alta. Una panda de chavales ricos problemáticos abandonados
(cuando no maltratados) por sus familias conviven en una Academia Militar para
ser “corregidos”. Pero en esta ocasión el enemigo no estaba ahí fuera. El
enemigo eran ellos mismos. La ira y la locura que la forma en que fueron criados
implantó en ellos. Del “los ricos también lloran” al “los ricos pueden estar
tan perdidos y a la intemperie como los más pobres”. Kyle apretó el gatillo, pero entre todos mataron a su familia. La adolescencia como
estado de sitio permanente, más como miedo que como esperanza.
Alegrías del incendio
Y justamente, esa esperanza que destierra al hablar de la
adolescencia, Sud la recoge y la inocula en ese final con salto en el tiempo
incluido. A lo largo de su recorrido habíamos visto que Linden y Holder eran
capaces de lo mejor y de lo peor. De ser héroes y villanos, edificantes o
destroyers. Tras tanta lluvia caída, tras tanto revolcón emocional y
psicológico, al final, lo que había era esperanza. Parecía que esta temporada
iba a contar la caída definitiva de los dos hacia la perdición, la locura en el
caso de ella, la drogadicción en el de él. Con la espada de Damocles del
asesinato de Skinner colgando sobre sus cabezas fuimos viendo como se iban
deshaciendo como azucarillos que se precipitan sobre el café caliente. Y a la
vez alejándose el uno del otro hasta que llegados a mitad de la series finale,
parecía que no había vuelta atrás, algo se había hecho crash en su relación de
confianza infinita. Pero no. Dios aprieta pero no ahoga. No hubo traición, no hubo culpa, pero sí catarsis
emocional y expiación de los pecados. Es curioso como Linden se ve reflejada a
la vez en la coronel Rayne, esa madre en la distancia, y en Kyle, ese niño
abandonado a su suerte. Y al reflejarse en ellos lo único que observa es
muerte, lo que pasa cuando los monstruos vencen a los ángeles. Por eso decide
entregarse, asumir que su destino es acabar precipitándose al vacío, y que no
quiere llevarse a Holder en su caída.
Pero el destino por primera vez le sonríe. Si hasta ahora
Linden había jugado todas las partidas de su vida con las peores cartas de la
baraja, en la decisiva, la que puede condenarla de por vida por asesinato, la
gana a su pesar. Aparece el alcalde que interpretaba Bill Campbell en las dos
primeras temporadas y le cuenta una mentira tralará. Ella no mató a Skinner, este
se suicidó, Seattle no puede saber que un policía de tan alto puesto era un
metódico y terrible asesino en serie. Pero Linden no quería eso, Linden, como
siempre, quería la verdad, estaba preparada para asumirla, para pagar por todos
sus pecados, no sólo por haber matado a Skinner, por todos sus errores, por
todas sus debilidades, por todas sus obsesiones. Y sin embargo lo que obtiene
es la posibilidad de una vida. Lo que hasta ahora tenía era un via crucis, un
vivir rodeada de fantasmas como le dice Holder al final. Ahora puedo vivir en
el mundo de los vivos, tener una relación de verdad con su hijo, levantarse y
no pensar en cadáveres. En niños abandonados como lo fue ella. En muerte, en
tristeza, en lluvia. Cuando le dice a Holder que no puede vivir en Seattle
porque la persistente lluvia sólo le huele a fatalidad y destrucción, confunde
sus miedos con el mundo exterior. Una ciudad puede ser un mundo de la vida o un
mundo de la muerte. Lo importante es como la construyas tú, si hacia el futuro,
o hacia el pasado. La sonrisa final, es la respuesta.
PD: Sensacionales los trabajos de dirección de toda la temporada, pero
sobre todo en la series finale a cargo de Jonathan
Demme, una radiografía del rostro humano. Con la cámara pasando de los
planos generales a los primeros planos para capturar cada estado emocional de
los personajes hasta hacer que nos sumerjamos en sus sentimientos hasta lo más
hondo. Y si le sumamos la secuencia del asalto a la casa, lo único que puedo hacer es aplaudir el trabajo de Demme y desear ver cosas suyas más a menudo.
No lo he leido pero has puesto alegrias del incendio, mañana te abrazo.
ResponderEliminarPd: deberias aprobar los comentarios
jajajajaajaja sabes que es la única canción que le entiendo a Jota y que por eso me gusta jajajaja
EliminarNo, Juan, mi blog es democrático jajajaja soy el Pablo Iglesias del mundo blog xD