AMERICAN HORROR STORY. COVEN
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Demasiadas zorras para tan pocas gallinas |
Tras el entusiasmo inicial, muchos espectadores se sintieron
decepcionados con el devenir de la tercera entrega de la antología American
Horror Story, Coven
(aquelarre). Si en Asylum cuanto más
se sumergía uno en la historia más claro veía el plan maestro detrás del circo,
en Coven pasó un poco como en la
primera temporada, que la historia avanzaba a trompicones, como si las tramas
fueran escritas sobre la marcha. Entiendo, por lo tanto, el desencanto de parte
de la audiencia. Pero, yo he disfrutado tanto este recorrido lleno de baches y
tramos cortados por obras, que no puedo negar que a mí Coven me entusiasma. Es obvio que no es Asylum, no tiene esa gravedad, esa entidad narrativa, esa
complejidad, esa oscuridad malsana. Coven
es puro hedonismo, diversión arrojada a calderos, duelos de zorras
multirraciales (gracias), sangre y agujeros de guion muchas veces insalvables
(las brujas a veces son muy poderosas y otras veces parece que no tienen ningún
tipo de poder). Ah, y Jessica Lange
reafirmándose en su título de GMILF
definitiva.
Teniendo en cuenta esta vocación ligera, a veces incluso
banal, no se le puede negar a Coven
que ha sabido salpimentar los múltiples asesinatos y resurrecciones wtfuckeros con alguna
reflexión interesante sobre el empoderamiento de la mujer, la aceptación (y la
negación) de la muerte y la importancia de las tradiciones socio-culturales. Coven
viene a profundizar en esa construcción audiovisual del sur de Estados Unidos
como un lugar mágico y tenebroso, de tradiciones arraigadas, quizás frente a un
norte carente de un poso tradicional marcado, industrial, urbano.
Interesante resulta también como trata la cuestión del
arrepentimiento. En el penúltimo capítulo, Go
to Hell (3x12, esa puta locura) Madame LaLaurie (que es un personaje
histórico real) escupe que el arrepentimiento no existe, que las personas que dicen arrepentirse sólo se arrepienten de que las hayan pillado haciendo lo que no
debían. Sólo se arrepienten de su propia estupidez. Es una visión muy oscura
del ser humano. American Horror Story construye (como únicamente
la lapidaria Black Mirror de Charlie Brooker diría yo) el retrato de
una humanidad condenada a sobrevivirse a sí misma, a sus más bajos instintos.
Atrapada en un círculo sin fin de fatalidad (aquí es dónde se viene a situar la
cuestión racial y la esclavitud). Es imposible no ver el “la historia es una
pesadilla de la que intento despertar” de James Joyce en esas pobres almas
atrapadas en su propia inmortalidad.
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Helen Mirren, I WIN |
Volviendo al inicio, sí, Coven no ha sabido muy
bien qué hacer con sus personajes, cómo dirigirlos, o más bien simplemente
dirigirlos, ha jugado demasiado la carta del deus ex machina, ha dado la
sensación de quedarse ensimismada en su propia mitología, atascada. Pero ha
sido un producto divertidísimo, lleno de locura, muchas veces frívolo, sí, pero
no hueco. Yo no me he aburrido ni un solo capítulo y en todos me he reído unas
cuantas veces. El The Name Game de Asylum
apuntaba a que AHS tenía mucho humor en sus cimientos que explotar. Y lo ha
hecho, desde la secuencia de la motosierra a la paródica aparición de Stevie
Nicks, pasando por Madame LaLaurie viendo Raíces.
Ha sabido ser elegante y burda a la vez, gracias a sus actrices (todas
extraordinarias, sí, hasta Precious)
y a un trabajo de dirección que ha forzado una vez más los límites de la lógica
visual. No sé como nadie le ha dado aún a Alfonso
Gomez-Rejón una película de terror o un thriller psicológico en Hollywood
para que lo dirija. Si a alguien le quedaba alguna duda de su talento, Go to Hell
(el golpe sobre la mesa que necesitaba Coven
para reafirmarse como un producto de primera) deja claro que Gomez-Rejón aún no ha tocado techo, o tierra, porque sus planos nunca nos dejan ver dónde
tiene los pies... y la cabeza.
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