Una de las características
narrativas más reconocibles de ese soberbio relato televisivo que fue The Wire era que sus temporadas, por
decirlo de una forma literaria, los libros que conformaron la saga, tenían como
punto culmen el penúltimo episodio, siendo el último, la season finale, a la vez, un epílogo y un prólogo de la temporada
siguiente. Ese formato (¿?) fue el mismo que caracterizó a Game Of Thrones en sus tres primeras temporadas. Baelor, Blackwater
y The Rains of Castamere fueron los puntos álgidos de las tramas más
relevantes. Ese molde lo abandonaron este año, en el que la season finale, The Children, condensó
casi todas las explosiones narrativas. A la luz de cómo han terminado sus
temporadas esos dos dramas soberbios de Showtime,
llamados Homeland y The Affair, parece que esta forma de
estructurar las temporadas, dedicando el último capítulo a presentar los
conflictos de la siguiente temporada, va ganando adeptos. Ilustres adeptos.
The Affair
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Spoilers a gogó de la T1 de The Affair |
El penúltimo capítulo de The Affair, Episode 9, es uno de esos que te destrozan el corazón. Sabíamos que
pasaría, que esos dos matrimonios y ese affaire estaban a punto de reventar.
Pero es más duro verlo que predecirlo. Noah Solloway (Dominic West no es un gran actor pero siempre está bien y desprende
un atractivo arrollador) creyó poder tenerlo todo. Tener una familia, un
matrimonio y una amante perfectos. Este loser oprimido pensó que tras tantos
años siendo el fiel y obediente esposo que agacha la cabeza, era su momento de
salir al escenario y hacer el juego de los cuchillos voladores. Se equivocó.
Por intentar mantenerlo todo, el cariño de su mujer (Maura Tierney clava al personaje) y la pasión (y el amor) de su
amante, al final del capítulo se queda sin nada. Ambas reniegan de él. Esa fina
línea entre la felicidad y la derrota.
Por su parte, Alison Bailey (Ruth Wilson, un terremoto), despierta
del sueño del amante redentor. Del príncipe que la rescatará de un matrimonio
dañado para siempre por el fallecimiento de su hijo. Noah no es un príncipe, es
un pobre diablo que de tanto hacer equilibrios acaba de bruces contra el suelo.
Noah, terriblemente, no es mejor que su marido, Cole (Joshua Jackson, siempre es un placer verte), ni un futuro a su lado
será más fácil que al lado de su marido. Alison está emparedada entre dos futuros
llenos de mierda. Por eso, cuando el capítulo acaba en esa estación de tren,
dejándonos colgados en el cliffhanger, de ¿qué hará Alison? La respuesta sólo
podía ser “estar sola”. Al final la salida lógica era ser ella misma.
Tras este capítulo catártico la
serie de Sarah Treem (co-creada con
Hagai Levi, ambos procedentes de In treatment,
ni más ni menos), dedicó el episodio 10 a conducirnos hacia la situación en la
que transcurrían los interrogatorios a Alison y Noah. Si el episodio 9 destruyó
todas las relacionas afectivas de la serie y dejó a los protagonistas heridos
de muerte, el 10 nos habla de la reconstrucción de los puentes, del proceso de
curación de los personajes. En un arranque a la velocidad de la luz, vemos el
descenso a los infiernos de Noah bañado en un sexo superficial que casi lo
lleva a perder su trabajo. Y justo en el momento más bajo, se le aparecen las
musas. La escritura como redención. Entre las ruinas de su vida, sale de sus
dedos un libro fabuloso, ese libro que empezó a escribir inspirado por Alison.
Cuando uno ya no puede caer más, lo único que le queda es claudicar o
levantarse. Empieza así el resurgir. Y con él la reconstrucción de su
matrimonio. Como si hiciera borrón y cuenta nueva. Intentando levantar una
farsa: nunca existió Alison, nunca existió la frustración con su corriente vida
que lo condujo hacia ella. No ha pasado nada, ha logrado escribir el libro,
vuelve a dormir en la cama de su mujer, ha llegado al punto que se tenía
marcado, aunque fuera mediante un camino peligroso. Error. Nada podrá ser
igual. La vida no es una multiplicación en la que el orden de los factores no
altera el producto. La farsa de la familia feliz y exitosa salta por los aires
al primer imprevisto. Su hija corre a ver al hombre que la dejó embarazada, el
cuñado de Alison, y nada más entrar ésta de nuevo en su vida saltan todas las
costuras. Es difícil contener lo incontenible.
El proceso de Alison, sin
embargo, es distinto. Ella no se cura por haberse hundido en sus miserias. Su
proceso sanador consiste en salir de ese micro-mundo que sólo le olía a muerte,
a recuerdos tenebrosos, a dolor. Se refugia en la tranquilidad de la vida zen
de su madre y pone en orden su mierda. Vuelve a casa dispuesta a cerrar esa
etapa de su vida. Los humanos, obsesionados siempre con darle un cierre a todo,
un final, una marca reconocible de que todo cambió en un instante, como si no
supiéramos de sobra que los cambios se producen paulatinamente. Uno no deja de
amar en un día. No deja de sufrir en un día. No entiende hacia dónde va su vida
en un día. Pero en el regreso vuelve a la misma trampa, su marido o su amante,
su pasado o su futuro. Por mucho que ella ama a Cole no puede estar con Cole,
están rotos para siempre. Por mucho que desee a Noah, no será nunca el hombre
perfecto que fue la primera vez en que se besaron. El pasado es esa larga
sombra que se cierne sobre ella para retenerla en el dolor. La solución al
dilema, nos la da ese futuro (presente narrativo) en el que Alison y Noah están
juntos, borrachos del éxito conseguido por el libro de él, y en el que irrumpe
de forma torrencial el misterio que nos plantearon al inicio del relato, ¿quién
mató al cuñado de Alison? ¿Fue Noah? Eso, queridos niños, lo sabremos en una
segunda temporada de la cual, en realidad, ya hemos visto el primer episodio.
Homeland
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Muchos spoilers de esta T4 de Homeland tan All about Carrie |
Muerto el perro se acabó la
rabia. La Homeland post-Brody vuelve
a ser una serie fascinante sobre un mundo cada vez más convulso. La ficción de Alex Gansa y Howard Gordon estará en mi
top 10 de series del 2014. Así de buena ha sido esta cuarta temporada en la que
Carrie Mathison se ha visto atrapada en una conspiración talibán-paquistaní. Partiendo
del asalto a la embajada americana en Libia, la tensión creciente entre
Paquistán y USA tras la captura de Bin Laden, y la expansión del Estado
Islámico, el drama de Showtime ha cosido una temporada que no podría estar más
pegada a la realidad, a un panorama internacional sobre el que USA cada vez
tiene menos control. Homeland es esa
serie que les recuerda a los americanos que sus enemigos los pueden coser a
ostias. Ser tan oscura y pesimista es lo que hace que la serie sea tan
relevante. Y ser tan adictiva y controlar tan bien los giros es lo que hace que
esta temporada haya sido de esas que te dejan sin uñas. Desde la T1 Homeland no manejaba tan bien la
tensión. Los capítulos 8 (la huida de Saul) y 9 (EL capítulo), son un ejercicio
de tensión, agobio y ansiedad inmensos. Y también son dos de los mejores
capítulos del año televisivo, sobre todo el 4x09, There’s something else going on, ese capítulo de aire enrarecido en
el que sabes que todo va a salir mal.
Volviendo al inicio de este
texto, Homeland no ha optado por
dejar un capítulo final de cierre y presentación del próximo curso. No. Ha ido
más allá. El culmen de la temporada es el final del 4x09, con el arranque del
asalto a la embajada. Los tres capítulos que le siguieron fueron un mero
epílogo. Una decisión desde luego arriesgada. De ahí que entienda las críticas
que ha despertado esta estructura, a todas luces, anticlimática. ¿Está bien que
una serie empleé tres capítulos pausados y contenidos a preparar el terreno de
la siguiente temporada? No creo que haya una respuesta taxativa a ello. Es
desde luego innovador, rompe con la tendencia a elevar la tensión hasta que
explote en el final, dejando al espectador pegado a la pantalla y necesitando que la serie regrese y le resuelva las dudas.
En cambio lo que esta
temporada de Homeland propone es
difuminar el propio concepto de temporada. Tendremos que esperar 9 meses, pero
es posible que la 4 y 5 temporada de Homeland
no se puedan entender por separado, que sean una única unidad narrativa.
Volviendo a la metáfora literaria, es posible que no estemos ante dos libros de
una saga, sino ante un solo libro, pero al que le faltan unas páginas que nos
darán para leer en el futuro. Esto, desde luego, es frustrante. Volvemos así a
lo ya dicho sobre la necesidad del ser humano de darle un cierre a todo. Pero esa
sensación de suspensión del relato no debe cegarnos, esta temporada de Homeland ha sido fantástica. Incluso
estos tres últimos capítulos, intimistas, centrados en Carrie (Claire Danes ha estado fantástica este
año, ella también ha vuelto) y Quinn (Rupert
Friend se ha consolidad este curso) han estado muy bien escritos, con mucho
tacto. Nunca Carrie ha resultado más comprensible. Como respuesta a las dudas
que generaba la salida de Brody nos han gritado “Homeland es Carrie”. Es el único personaje indispensable. Ni Saul
(¡qué bueno eres Mandy Patinkin), ni
Quinn lo son. En una serie con muchos personajes, con muchos focos de atención
y tejemanejes, sólo la protagonista tiene asegurada la permanencia. El año que
viene promete. Siria, Quinn perdido, Saul corrompido, y Carrie… siendo ella misma.
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