BOYHOOD
Leyendo a Harry Potter. He estado ahí. |
Tras más de medio año de ruido
desde su estreno en el Festival de Berlín, por fin se ha estrenado en España Boyhood, el film que Richard Linklater rodó a lo largo de 12
años, capturando el paso del tiempo el rostro y la mentalidad de un niño, al
que da vida el apagado Ellar Coltrane.
Y lo que ha logrado ha sido un conjunto de retazos de vida, de secuencias
desbordantes de energía, sentimientos y magia. Cosidas con una sabiduría y una naturalidad pasmosas, las transiciones no podrían ser mejores, no podrían ser más indelebles. Boyhood es una panorámica no sólo de la
infancia y la adolescencia, sino también de la propia familia como institución
social básica. Si el niño (y en menor medida su hermana, Lorelei Linklater, que se va diluyendo con el paso del metraje) es
el centro, sus padres, interpretados por los fantásticos Patricia Arquette y Ethan Hawke, son el motor que hace avanzar el
film. Al final la vida de un niño hasta que se convierte en un adulto, está
totalmente condicionada por las decisiones de sus padres. Su vida no es, en
cierta forma, del todo suya, sino más bien un apéndice de la de sus
progenitores.
También es, además de un retrato
de dos épocas vitales (la infancia del niño, la crianza de los hijos de los
padres), un retrato de una época, de la década de los 2000, de esa América post
11-S, corroída por el miedo y la paranoia. Linklater usa un puñado de
secuencias para filmar una enmienda a la totalidad del bushismo y a la vez para
plasmar la esperanza que suponía la llegada de Obama. Quizás le faltó, en el
tramo final, una reflexión sobre la decepción que la presidencia de este último
ha supuesto. En esta línea, nos presenta qué es ser un liberal en Texas, y con muy pocos elementos dibuja
las líneas maestras del Estado, no juzgándolo, sino queriéndolo. La Texas de
Linklater no es una marioneta de la que mofarse, es un territorio palpable, con
su amor por la II enmienda, su cristianismo, sus paisajes hipnóticos, sus
pueblos y sus ciudades. Quizás sólo un texano liberal como él podía presentar
al Estado con tanta hondura desde un discurso muy sencillo. La secuencia de los
paisanos texanos funciona porque no los juzga, simplemente muestra como son,
que creas en las armas como tradición familiar no te hace mala persona. No
enarbola ni un discurso a favor ni en contra, simplemente nos muestra cómo es
una familia texana tradicional. No hay soflama panfletaria, simplemente una
estampa más de la vida.
Boyhood es ante todo, una película tranquila. Un relato que
discurre con ritmo pausado. Tiene momentos de fuerte carga dramática, casi
todos ligados a Patricia Arquette y su relación con los hombres. Pero es tan
naturalista y se toma tanto tiempo para pintar la vida de esta familia que no
funciona por acelerones bruscos o cambios de ritmo. Es capaz de destrozarte el
corazón pero también de insuflarte ganas de vivir. A pesar de hablar del alcoholismo
y la violencia es una película optimista, luminosa. Tanto Arquette como Hawke
empiezan el film a la deriva y lo terminan encontrándose a sí mismos, la
historia de cómo dos personas maduran a lo largo de 12 años hasta cambiar sus
vidas por completo. El mensaje final es que la vida no es más que barro que tú
mismo moldeas. El hombre es dueño de su propio destino. Y como la vida no es
más que lo que ya has vivido y lo que te queda por vivir, es puro potencial
transformador. Pura esperanza. Por eso cuando sales de verla, tienes mucha más
fe en el ser humano que cuando entraste al cine. Boyhood es un film que te hace creer en que mañana será un día
mejor, que uno sólo tiene que quererlo de verdad, quererse de verdad a uno
mismo. Tenemos toda nuestra vida por delante. Vivámosla.
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