domingo, 26 de enero de 2014

Volviendo al carril

THE MINDY PROJECT


Ahogando los problemas en merengue y mantequilla

Cuando el año pasado en otoño vi el piloto de The Mindy Project me entusiasmé. Un poco. Pero me entusiasmé, porque me pareció algo fresco y me convenció su intención de coger las comedias románticas clásicas americanas y rebozarlas en el humor patético-desquiciado de Mindy Kalling (The Office). Un género que en los 80-90 alcanzó su cima (Nora Ephron que estás en los cielos) actualizado para un tiempo distinto, más descreído, menos inocente. Sin embargo, lo que comenzó siendo una gran presentación de producto evolucionó hacia una sitcom esquizofrénica, que un capítulo era de una forma, y tenía unas intenciones, y al siguiente mutaba, tornándose su formato, a priori tan claro, en algo completamente inestable.

Por todo eso, cuando llegó el parón de invierno la dejé. No como una decisión meditada, simplemente la dejé, aunque tenía momentos que me gustaban no acababa de conectar, y el esfuerzo no acababa de aportarme lo necesario para seguir con ella. Sin embargo le fui siguiendo la pista a Mindy, gracias sobre todo a mi amiga Ana que aprovechaba cada quedada seriéfila que hacíamos entre doritos, vino blanco y chocolate de gordos para hacerme apología de la serie y, de paso, colarme algún capítulo en el menú. “Mindy sería tan mi mejor amiga” decía. Y yo, incrédulo, le contestaba “seríais las mayores attention whores de todo NYC”. Pasaron los meses, volvió la serie con su segunda temporada y sus desastrosas audiencias, y aunque empecé a leer cosas buenas sobre su evolución me mantuve firme y no me reenganché al tren.

Sin embargo, entre promesas de hacerme millonario e ideas para sitcoms tróspidas que venderle a CBS, acabé prometiendo, vía twitter, y por lo tanto públicamente, que le daría otra oportunidad a Mindy. Volví al carril a través de una colisión. Un crash enajenado, inesperado, rotundo. Y como soy un hombre de palabra, en estos días convulsos y grises de hojas por el suelo y por la cama me he puesto con The Mindy Project. Y la operación ha sido un éxito. Me he ventilado los 15 caps que no había visto de la primera temporada y estoy listo ya para ponerme al día con la segunda. La serie que me he encontrado a mi regreso es una sitcom más centrada, focalizada en torno a las excentricidades y los líos amorosos de Mindy y Danny Castellano (Chris Messina siempre cumple, siempre) y es justo en la relación entre ambos, a medio camino entre la amistad, el odio y el amor, en la que la serie ha encontrado su punto de equilibrio, su núcleo.

Da la sensación de que a mitad de temporada Mindy Kalling comenzó a tener claro qué serie quería hacer, una comedia a ratos patética a ratos tierna sobre una veinteañera de éxito egocéntrica, sumamente imperfecta, ingeniosa, egoísta, amable, que vive en una especie de burbuja romántica desde la que observa la vida discurrir entre hombres que van y vienen y que nunca terminan de ser el hombre adecuado. The Mindy Project es lo que sería Girls si fuera una sitcom y sus protagonistas tuvieran éxito en el terreno  laboral. Kalling ofrece, en cierta forma, su particular visión de una generación demasiado consciente de sí misma. Y lo hace construyendo tramas, comportamientos, actitudes, frases, dinámicas sociales en las que nos podemos ver identificados. Mindy se ríe de sí misma, y hace que nosotros nos riamos de nosotros mismos, de lo patosos que somos en nuestra vida, de lo ciegos que estamos, de lo errados que estamos. La doctora Mindy Lahiri me ha ganado, veo sus fallos, y sin embargo no puedo no quererla por ellos. Amor por error. Antes del crash no era capaz de identificarme en su humor y en las ideas y sentimientos que pululan detrás del mismo, ahora sí. The Mindy Project ha cambiado desde que nos dejamos de ver. Yo también. Y parece que el cambio nos ha sentado bien a ambos. 

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