El Hombre-Guitarra, ese concepto humano tan brutal |
Hace más de 1 mes se estrenó,
primero en Cannes, y después en todo el mundo, Mad Max: Fury Road, el reboot (¿?)
del cineasta australiano George Miller
de su propia trilogía ochentera post-apocalíptica. La película, protagonizada
por una descomunal (e icónica) Charlize Theron y un sobrio Tom Hardy, lleva
recaudados ya más de 318 millones de dólares en todo el mundo y ha generado un
aluvión de críticas y opiniones entusiastas. No es para menos. Es un film
espectacular. O más que un film, una experiencia audiovisual total. Estar sentado en la butaca del cine durante
las dos horas de metraje (medido al milímetro) de Mad Max es como montar en una
montaña rusa. Una desconexión total del espacio/tiempo en el que vives. Dejarte
embaucar por esa orgía visual y sonora que propone Miller es una experiencia
totalmente inmersiva. Precisamente porque la inmersión llega tanto por medio de
las imágenes como por el sonido y la música, Mad Max es una obra audiovisual total. Exprime el medio, en este
caso el cine, hasta forzar sus límites, jugar con ellos, subvertirlos y
explorar nuevos territorios. El
blockbuster de Miller continúa lo que experimenté con Gravity en 2013, Whiplash
en 2014 (bueno, en realidad la vi ya en 2015, claro) y la Hannibal televisiva de Bryan Fuller desde 2013 y cuya tercera
temporada comenzó la temporada pasada. El enorme placer de sentarte en una
butaca (o en un sofá) y dejar que te sorprendan, maravillen e impacten.
Como si una vez al año una
película me recordara que el cine, además de muchas otras cosas, es el arte de
la sorpresa, un espectáculo increíble. Recuerdo que mientras veía la película
dirigida por Alfonso Cuarón apretaba
con fuerza los brazos de la butaca, como si me fuera la vida en ello. Sentía
que si los soltaba acabaría vagando por el espacio. Con Whiplash, en cambio,
además de mover los pies, como si estuviera tocando la batería, apretaba las
mejillas con las palmas de mis manos mientras me inclinaba hacia adelante,
intentando así canalizar por un lado el ritmo y por el otro la tensión, que el
film de Damien Chazelle transmite.
Mientras que viendo Mad Max me pasó
lo contrario, no podía despegar mi cuerpo de la butaca, como si un vendaval de
aire me mantuviera atado a ella. Es tal la fuerza que vomita la pantalla (y el
sistema de sonido), que me apabulló. Hannibal,
por su parte, no me apabulla, me hipnotiza. Mientras las tres películas son frenéticas, tres experiencias
asfixiantes, contadas con un ritmo y una intensidad tremendos, la serie es todo
lo contrario, pausada, exquisita. Los diversos directores de Hannibal (a destacar la labor de Michael
Rymer, Vincezo Natali y David Slade) se recrean en los pequeños detalles,
construyen una experiencia terriblemente bella. No nos sumergen en el
relato, junto a los protagonistas, sino en la propia piel de estos, incluso va
más allá, nos mete de lleno en los objetos que los rodean.
Estas cuatro experiencias audiovisuales
son profundamente físicas. Sandra Bullock y Charlize Theron dan buena fe de
ello. Pero lo son a diferentes niveles. Mad
Max es, ante todo, una película de acción. Gravity es una aventura espacial, frente a los movimientos a velocidad
de vértigo que tienen que ejecutar los protagonistas del film
post-apocalíptico, Bullock lleva a cabo un baile consigo misma y con los objetos
que la rodean, suspendida en la ausencia de gravedad. Whiplash es, sobre todo, un
drama psicológico, frente a los planos amplios de Mad Max y los planos largos de Gravity,
es una película de planos cortos tanto de encuadre como de duración. Un film
pegado al rostro de sus protagonistas, a las manos, a los instrumentos. Gravity es una película elegante,
hermosa, Mad Max construye un
universo visual (y sonoro) rompedor, precioso en su retorcida imaginación, en
cambio Whiplash juega con nuestra
realidad cotidiana, bañándonos en sudor y saliva. Frente al nervio de Whiplash, Hannibal hace gala de una tensión plomiza, por medio de la cámara
lenta y de planos puramente pictóricos que se clavan en la piel y la sangre de
sus personajes. Whiplash y Mad Max son
frenesí, Hannibal, recreación, Gravity juega en ambos terrenos, quizás
por ello también sea la apuesta que más me fascina de las cuatro.
A nivel sonoro, en los films de
Cuarón y Miller la música y los efectos de sonido llegan a fusionarse, en pos
de la narración. En el film de Chazelle los sonidos no tienen tanta relevancia,
básicamente porque los sonidos que hay en la cinta producen por sí mismos la
música que escuchamos. En Gravity la
música es extradiegética; en Mad Max la presencia del Hombre guitarra (a tus
pies Miller), hace que la música llegue a insertarse en la propia acción de
forma directa; en Whiplash es puramente
diegética; y por último, en Hannibal
aunque hay secuencias de música diegética, generalmente por medio de violines,
ésta es mayormente extradiegética y como en Mad
Max y Gravity se fusiona con los
sonidos de una forma fascinante. En conclusión, ojalá poder ver todos los años obras de este calibre que me hagan vivir
el mundo audiovisual como una aventura de descubrimiento, en la que dirección,
montaje, fotografía, música y sonido están dotados de una unidad
extraordinaria, en pos de la narración, del espectáculo, del objetivo de
sorprendernos.
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