Muchos artistas argentinos comentaron,
en los años posteriores al corralito y a la bestial crisis económica que hundió
al país (principios de los 2000), que aquella crisis sistémica terminó generando
un boom cultural, ligado, en cierta forma, a un boom asociativo, que aún a día
de hoy se puede notar en Argentina. Subyace
aquí la idea de que el arte y la cultura son dos poderosas formas de
enfrentarse a los momentos más amargos, reapropiándose de ellos y produciendo,
sobre sus cenizas, algo poderoso y valioso. Las crisis han sido siempre
unas de las mejores materias primas para la creación. Desde la Ilíada de
Homero, pasando por las mil y una guerras que han asolado a la humanidad (o con
las que la humanidad se ha asolado a sí misma) y llegando a nuestros días. Dado
que vivimos bajo el Imperio cultural estadounidense, no nos resulta difícil
observar la influencia del 11-S en la cultura que hemos consumido en la última
década (sirva de ejemplo el comeback
de X-Files). Actualmente, el crash
del sector inmobiliario que implosionó en el interior del sector financiero
estadounidense en 2008, está generando, también, obras culturales que
reflexionan sin tapujos sobre lo sucedido (Margin
Call de J.C. Chandor), sobre su caldo de cultivo (The Wolf of Wall Street de Martin Scorsese) o sobre sus
consecuencias (la recién estrenada Billions
de Showtime). El viernes 22 llegó a nuestros cines The Big Short, la
aproximación más mainstream hecha
hasta el momento al origen del crash, y también una de las más críticas con el
papel jugado por el capital financiero y los supervisores del mismo.
La película de Adam McKay sigue a
un puñado de personas que fueron capaces de predecir que el sistema hipotecario
iba a saltar por los aires y se aprovecharon de la ignorancia de los bancos y
las aseguradoras. The Big Short es, ojo al concepto, una obra crítica mainstream. Aguda, hilarante y dura. Una
película cínica sobre un mundo cínico. El problema de la película reside en que
no es una buena crítica porque no es didáctica. Tiene una narración deslavazada,
a veces incomprensible, desmadrada y arbitraria. Emplea un lenguaje demasiado
técnico, y para explicárnoslo, pobres de nosotros, utiliza a estrellas que nos
hablan rompiendo la cuarta pared, de tú a tú, aumentando la sensación de
estupidez. Una buena crítica debe fomentar la reflexión y en The Big Short no hay tiempo para ello.
Desde el minuto 1 nos embarcamos en un viaje desenfrenado por las arterias del
Capital. Lo más llamativo de la película
es también lo que la lastra: una dirección y un montaje caóticos y atropellados.
Sus recursos visuales asombrarán a muchos, pero envejecerán muy mal, porque son
hijos de la era youtube: los malos encuadres, los zooms, los planos de 1 segundo
y la ruptura de la cuarta pared. Y esa era perecerá. En resumen, lo mejor de The Big Short es su tema, lo peor, su
tratamiento visual, con fecha de caducidad.
En las antípodas de la película
de McKay se encuentra Spotlight, que
se el pasado viernes en España y que parece, a priori, su principal rival de
cara a los Oscar. Frente a la propuesta pos-posmoderna de The Big Short, la película de Thomas McCarthy es una obra, rotunda
y decididamente, clásica. La película narra la investigación que llevó a cabo
un equipo de periodistas del Boston Globe, sobre la pederastia en la Iglesia
católica de Boston y el encubrimiento masivo de dichos crímenes por parte de la
jerarquía eclesiástica. Spotlight es,
al igual que The Big Short, un film
denuncia construido desde la industria, aunque tenga cierta aura indie. El film
de McCarthy sustituye la acidez del de McKay por la crudeza, y el cinismo por
la seriedad. Decíamos antes que ambas obras son muy opuestas porque narrativa y
formalmente no podrían ser más diferentes. Spotlight es cine clásico con todo lo
que ello implica. Tiene un guion fabuloso, explicativo y exhaustivo,
emocionante sin ser lacrimógeno, estimulante sin ser adoctrinador. Y una puesta
en escena al servicio de dicho guion. En Spotlight lo importante es la historia, y por ello la forma debe
ajustarse a las necesidades de la misma. Para no poca gente el trabajo de McKay
como director es muy superior al de McCarthy, sinceramente creo que se
equivocan y que el tiempo lo demostrará. Un
buen director no es aquel que deja su pisada en cada plano, sino el que está al
servicio de la historia que cuenta, sobre todo cuando esa historia pretende ser
didáctica y analítica. The Big Short es fast food cultural, Spotlight,
en cambio, envejecerá bien e influirá en las películas sobre periodismo de
investigación que se hagan en el futuro, al igual que uno de sus referentes: All the President’s Men. Es cine de
calidad y una obra didáctica. Todo en uno. Además de una mirada clarividente a
los mecanismos de ocultación que ponen en marcha los actores que ejercen el
poder cuando se sienten amenazados.
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