LOUIE - Cuarta Temporada
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No quiero desnudarme ante ti, no quiero estar expuesto |
Una de mis mejores amigas tiene
en su portátil una carpeta que se llama “Canciones para reír y llorar” y cuando
tiene un día mariconero o mariano, la abre y de ella salen desde
Luz de luna de Chavela Vargas a Bobby Womack versionando California Dreamin’. Y
se hace la luz. Yo no tengo una carpeta así, pero tengo a Louie. Louis C.K. me hace
reír por fuera y llorar por dentro. No soy una persona que llore viendo
películas o series, pero sí que sufro a menudo, y pocas obras audiovisuales me
conmueven y conmocionan tanto como Louie
que terminó su cuarta (y más consistente) temporada la semana pasada en FX (It’s
not TV, it’s not HBO, it’s better). Como estaba de vacaciones no he podido
escribir antes. 10 días después de ver Pamela parte 2 y 3 (4x13-14) es el
momento de sentarme aquí, con mi taza de café y empezar a escupir elogios.
Como todos los años y a calor de
los Emmy se debatirá sobre si Louie
es una comedia o un drama. En mi opinión es otra cosa. La serie más
radicalmente autoral de la televisión actual. Louis C.K. (que dirige, escribe, protagoniza y produce todos los
capítulos) es un humorista corrosivo con una sensibilidad para el drama
cotidiano que te desarbola. Lo que él hace en Louie no es una obra que se pueda circunscribir en un género, es
más bien un tratado sobre el mundo de la vida que diría Habermas (#postureo)
centrado en un hombre blanco, liberal (en el sentido americano), heterosexual de
clase media. Louie habla por un lado
de esa crisis, la de ese prototipo de hombre, algo que trató con puntería
certera Cesc Gay en la infravalorada Una
pistola en cada mano (2012). Y por otro, de la incomunicación y la soledad
urbanas, en la línea de, por ejemplo, la Her
(2013) de Spike Jonze. Al superponer ambas crisis de carácter vital, lo que
C.K. entona es un canto triste. El del hombre intentando mantenerse conectado a
un mundo que cada vez entiende menos. Y
esa conexión con el mundo tiene que materializarse forzosamente por dos vías,
la familia (siempre la familia) y el amor. Por eso esta temporada de Louie es la más anclada en la esfera
emocional y también la que tiene unos hilos conductores más definidos.
Si las temporadas anteriores de Louie tenían una estructura más difusa
en la que se mezclaban capítulos soberbios con otros menos memorables, ésta ha
estado mejor empaquetada. Uno de los grandes temas de la temporada fue Louie bregando con sus problemas
familiares, por un lado su relación con su ex-mujer, por otro lado los
problemas crecientes con sus hijas (también crecientes) que han tenido mucho
más peso e interés que en las temporadas anteriores. El otro gran tema fue el de Louie persiguiendo el amor, ahora que se
acerca a la cincuentena y lo único que hay en su piso es soledad. Primero conocimos
en el ya icónico 4x03, a la Fat Lady
(Sarah Baker, vaya bestia cómica y dramática), que nos dejó el mejor monólogo (rodado en plano-secuencia, por cierto) de la televisión americana de esta temporada (sí, mejor que cualquiera de True Detective, Game of Thrones o Fargo). Después a la vecina húngara, interpretada
por Eszter Balint
(4x04-09), que sirvió para que el discurso sobre la incomunicación humana y
urbana de C.K. se sublimara hasta llegar a lo más hondo, hasta la raíz de
nuestra soledad en este mundo globalizado. Y en el último lugar nos
reencontramos con una vieja conocida, la badass
Pamela (Pamela Adlon, siempre un placer). Y justo ahí, cuando estábamos
preparados para el final de la temporada, vimos al Louis C.K. más
expuesto, más abierto en canal. También al más indefenso, al más vulnerable. Louie sólo quiere amar y ser amado, pero
oh, el funcionamiento del mundo no es tan sencillo. Ya se sabe, you can’t always get what you want.
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La vida no es sueño |
Frente a la reflexión sobre la
satisfacción profesional que acompañó a la tercera temporada, en esta, todo ha
girado sobre los sentimientos de Louie.
Más sobre el vacío que genera la soledad que sobre la insatisfacción laboral.
Si los flashbacks han sido siempre marca de la casa, este año han sido más
relevantes aún. De aquellas tormentas, estos lodos, parece decirnos C.K. Si
antes la mirada al pasado era sobre todo anecdótica (que no irrelevante). Ahora
se posa sobre momentos trascendentales. Y agrios. El discurso parece ser un “se
cometieron errores” que diría el Jonathan Franzen de Libertad (2010). De tal forma que nos enseña el momento en que decidió dar por
terminado su matrimonio, la claudicación definitiva en un hotel de mala muerte
(el desolador 4x07). La derrota. Y en el maravilloso capítulo doble, In the Woods
(4x11-12), su viaje al lado oscuro de la fuerza en la adolescencia, entroncando
con la llegada de su hija mayor a la misma. Precisamente, si el problema hasta
ahora era que el protagonista se hacía mayor, ahora el problema es que se hace
aún más mayor y que sus hijas también se están haciendo grandes y comienzan a
tener problemas serios. Las secuencias más angustiosas de este año, la del
metro (4x04) y las de la tormenta (4x09), han versado sobre Louie intentando proteger a sus pequeñas. La paternidad como estado
de sitio constante, como angustia, el amor como miedo. Pasan cosas malas ahí
fuera (más allá de la familia) y yo no puedo protegeros, porque no soy capaz ni
de protegerme a mí mismo. Ouch.
Llegados a este punto, espero que
haya sido capaz de explicar por qué Louie
me ha parecido una de las mejores series de este temporada. Así, en general,
sin distinguir entre dramas, comedias, miniseries, antologías etc. Espero haber
sido capaz de plasmar por qué me ha hecho tanto daño mientras me sacaba tantas
risas. Louie me duele porque es de
verdad, porque hace que me vea a mí mismo, a mi yo presente y a mi yo futuro, y
eso hace que me ría de mí mismo pero que también me entristezca. Ese doble
juego es brillante. Por eso esta serie habla tanto y tan bien de la vida,
porque la vida es así, cómica y dramática a la vez. Maravillosa… casi siempre.
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