FARGO
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Pólvora en la nieve |
En lo que llevamos de 2014 ha
habido dos grandes estrenos seriéfilos en la televisión americana. El primero,
la aclamada, comentada, analizada, amada (e incluso odiada) True Detective en
la sacrosanta HBO. El segundo, llegó ya con el arranque de la primavera, de la
siempre infravalorada FX (que ahora tiene otro canal, FXX), Fargo. Ambas
comparten, además de lo buenas que son (que lo son, y mucho), ser una historia
cerrada sobre la persecución de un asesino en serie escritas por un único
guionista, Nic Pizzolatto en el caso de True Detective y Noah Hawley, en el de
Fargo, siendo en ambas tan relevantes la forma como el fondo. Podría decirse
que estas dos series (y Hannibal en NBC) hacen un apasionado elogio de la
atmósfera como motor narrativo. Precisamente lo que narra esta Fargo es la irrupción
en el tranquilo estado de Minnesota de un criminal dado a reventar las vidas de
las personas que se cruzan con él. A su paso echa sal por la tierra, dejándolo
todo arrasado. A su caza dos policías, uno de Duluth y otra de Fargo. En las
orillas del conflicto, pobres diablos con mucho odio en su interior. Todo muy negro y cínico. Y sí, muy
divertido.
Cuando se anunció el salto del
cine a la televisión del film (ya clásico) de los hermanos Coen (1996) muchos
nos temimos lo peor. El síndrome Bates Motel, se podría denominar. Esta moda de
desarrollar series a partir de películas es peligrosa. La semana pasada NBC se
estrelló en audiencias y críticas con una miniserie que adaptaba Rosemary’s
Baby (la novela, pero con la película de Polanski oscilando sobre su cabeza).
En el caso de Fargo se han limitado, sabiamente, a coger el mundo y el tono
cómico-criminal de la película y a partir de ahí contar una historia nueva,
diferente. Logrando así contar algo diferente, con personajes diferentes, pero
que a la vez huele y sabe al mundo de los Coen (que son productores
ejecutivos). Esa mezcla entre humor negro como la muerte, esos parajes
desolados, ese uso de la música (muy Twin Peaks, por cierto), ese patetismo que
impregna a los personajes y esa maldad casi-sobrehumana de los malos. Lo mismo
pero de otra forma. Al fin y al cabo en el personaje de Martin Freeman uno
puede ver al William H. Macy o en el de Allison Tolman (ojo con esta chica) al
de Frances McDormand, la icónica Marge Gunderson.
Fargo viene a demostrar que la
clave está en ser respetuoso con el material de partida pero a la vez atreverse
a contar una historia propia, a
desarrollar una voz propia, al calor del mundo prestado. Hawley ha sabido
escribir un relato perfectamente hilado que crece capítulo a capítulo,
sumergiendo al espectador en la espiral de caos en la que bucean policías
bobalicones pero curiosos, pobres idiotas bajo la influencia del lado oscuro de
la fuerza y malvados que no son más que un enigma. Y llegamos así al gran
acierto de esta Fargo. El malo de la función. El amigo Lorne Malvo. Siguiendo la comparación con True Detective, si
de aquel thriller sureño ha salido ese personaje memorable llamado Rust Cohle,
en Fargo, Hawley ha escrito a Lorne Malvo, lo mejor que le ha pasado a Billy
Bob Thornton en su vida. El mal disfrazado de caos, que al tacto (y al contacto)
de tan gélido que es quema.
La frialdad, precisamente es una
de las marcas de identidad de la serie. La frialdad en las acciones de Malvo,
la frialdad en el alma de la mayoría de los personajes que habitan la ficción y
sobre todo la frialdad del espacio. Oh sí, la nieve. Nunca la nieve ha sido tan
relevante, tan magnética, tan temible. Nunca nieva a gusto de todos. La nieve,
como la noche o la niebla, es el arma perfecta que pueden usar los criminales
para camuflarse en el entorno. Para cometer sus delitos con mayor facilidad. La
nieve además en Fargo se descubre como un recurso narrativo y visual
fundamental. Al final, en Fargo, todo es nieve. Nieve salpicada de sangre como
en el último capítulo, Buridan’s Ass (1x06), que ha elevado el empaque visual
de la serie sustancialmente. Dirigido por Colin Bucksey, este capítulo y su
secuencia doble del asalto a la casa y la persecución en la nieve, son a Fargo
lo que el extraordinario plano-secuencia que rodó Cary Fukunaga en el 1x04 a
True Detective. Dignas de aplaudir sin parar. Vaya prodigio visual, vaya uso de
la música, vaya forma de convertir un temporal de nieve en una trampa mortal,
como si fuera la The Shining de Stanley Kubrick. Pero la nieve de Fargo es
incluso más voraz, como si fuera en sí misma otro personaje, un monstruo que
todo lo devora. Y es que en esta serie se juega todo el rato con la idea de lo
paranormal, ya sea por los dones de Malvo y su maldad casi inhumana o por las
plagas bíblicas que este acomete para atormentar al personaje de Oliver Platt. La
última, esos peces que se precipitan desde el cielo, va a ser difícil de explicar
coherentemente. A falta de 4 capítulos, Fargo se ha confirmado ya como uno de
los grandes placeres seriéfilos de este curso. Y aún le queda margen para
seguir creciendo.
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