THE AMERICANS - Segunda Temporada
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Spoilers de la segunda temporada de los espías camaradas a cascoporro |
El miércoles terminó en FX la
segunda temporada de The Americans,
uno de los dramas más complejos (y complicados) de la televisión actual. Lo
hizo con el mismo ritmo pausado pero tenso y el tono gélido de su primer año.
Habrá opiniones para todos los gustos, a mí personalmente me gustó más la
primera temporada, me pareció más redonda que esta, en la que alguna trama no
acabó de funcionarme. Aún así es posible que este segundo año la serie fuera
aún más densa. Más peliaguda en el ámbito moral. El primer año la serie
reposaba sobre la crisis “matrimonial” de los Jennings (Keri Russell y Matthew Rhys, fantásticos), su labor como espías y
el trabajo del agente del FBI (subdivisión contraespionaje) Beeman (Noah Emmerich). Mientras que este curso
los problemas afectivo-emocionales del matrimonio protagonista dio paso a la
familia, como estado de crisis permanente. Los hijos crecen y empiezan a pensar
por sí mismos, lo cual acaba llevando a conflictos muchas veces irresolubles de
índole paterno-filial. Pero claro, esta no es una familia normal… o sí. La
institución social básica, plantada y regada en un entorno hostil: la doble
vida de los padres, que tienen que conjugar sus obligaciones como protectores
del órgano familiar con sus deberes para con su país. Familia vs. Estado. Fight.
Los niños curiosos pero aún
inocentes del año pasado han dado paso a una adolescente con ideas propias (y
opuestas a las de sus padres) y a un adolescente introvertido en ciernes (la
trama del “asalto” a la casa de los vecinos como amenaza y maldición). ¿Qué
hacer cuando lo que tu hija defiende es todo lo contrario a lo que tú
representas? A los ateos y violentos (su trabajo implica matar, y sobre todo,
morir matando) Jennings les ha salido una hija que busca llenar el vacío
familiar en la iglesia y de allí salta directa al pacifismo, a través de un
párroco de formas dulces y fondo inquietante (tanto la tensa secuencia con
Philip como la conversación y las miradas que intercambia con Paige en el
autobús, apuntan hacia un lado muy oscuro). El plan soviético de introducir
espías ilegales en Estados Unidos y cimentarles una american way of life con su casa en los suburbios y sus hijos
capitalistas tenía una brecha, ¿qué hacer con los hijos cuando crecen? ¿cómo
podrán los ilegales sostener el velo que tapa sus actividades ante unos hijos a
los que ya no les valen las excusas montadas a contrarreloj? Pero… ¿y si nunca
hubo una brecha en el plan?
Los espías soviéticos nacidos en
la URSS seleccionados para vivir una vida americana a largo plazo no eran el
plan en sí mismo, sólo la primera fase. La segunda fase consiste en convertir a
los hijos nacidos de esos matrimonios artificiales (en su origen, de eso hablaba
la primera temporada) en espías al servicio del Partido y la Madre Rusia. Seres
humanos que han mamado capitalismo desde su nacimiento al servicio de los fines
soviéticos. Los espías perfectos. Todo esto que se fue labrando subterráneamente
a lo largo de toda la temporada, estalló en la season finale con el descubrimiento de quién había matado a los
amigos espías de los Jennings. No, no había sido el enemigo. Había sido el
Estado… a través de la familia. A sus amigos los había matado su propio hijo
tras haberse negado éstos a que comenzara a ejercer de espía bajo las órdenes
de la Central. ¿Cómo convertir a un
ciudadano americano en un agente del enemigo? A través de un combinado
compuesto de ideales y… amor. Tras haberse negado los padres a fichar a su
hijo, la Central manda a su jefa de agentes a conquistarlo con el poder de la
lengua. En todos sus sentidos. A falta de amor paternal, amor pasional. Y en
esa secuencia, dura, caótica, de parlamento entrecortado, estalla la serie, en esa y en las otras dos secuencias que la siguen. En la primera, su superior, Claudia, les comunica que la Central ordena que conviertan a Paige a la causa. En la segunda toda la reflexión sobre la familia como cárcel, como peligro y como amparo,
estalla en un escenario nuevo y aún más complejo. Si los Jennings (Elizabeth,
más bien) temían que sus hijos fueran demasiado capitalistas, demasiado
diferentes a ellos, ahora temen lo contrario, ¿y si están destinados a ser
iguales que nosotros?. Ouch. El
debate en abstracto sobre ¿qué vida queremos para nuestros hijos? Salta a un
debate en concreto sobre ¿son nuestros hijos nuestros? Los Jennings se deben a
la patria, pero ¿la patria es también dueña de sus hijos? ¿La URSS llega a
controlar a sus agentes hasta no dejarles ni el más mínimo espacio para
desarrollar su esfera personal? ¿Si nuestros hijos no son nuestros, existe algo
nuestro? El dialéctica Familia-Estado, salta así por los aires, en el peligroso
mundo de los Jennings la familia también es el Estado. ¿Y en el nuestro no? ¿Al
regular cuestiones relacionadas con la familia como quién se puede casar con
quién o quién puede adoptar y cómo no está el Estado controlando a la familia
como institución social natural?
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¡Con cuánta mala ostia está compuesto este plano! |
Y las preguntas pueden seguir
agolpándose, porque el mejunje moral es tan denso, tan complejo, tan
desagradable que lo único para lo que deja espacio es para preguntas. The Americans es, ante todo, caos moral.
Le leí a un crítico americano (ya no recuerdo en dónde) que la gracia de la
serie residía en que tanto desde la izquierda como desde la derecha se podía
considerar que su discurso ideológico les era favorable. Esa indeterminación no
es una huída, es un posicionamiento en sí mismo. El mundo que retrata la serie
de Joseph Weisberg en el que no hay
buenos y malos, sólo supervivientes. Llegados a ese punto de la Guerra Fría lo
único importante para los soviéticos era ya en realidad sobrevivir. Y eso mismo
es lo que intenta hacer Nina desde el inicio de la serie, traicionando primero
a su país y después al hombre que la ama para recuperar la confianza del
primero. Y ahondando en el mensaje fuertemente pesimista que pulula en torno a la
ficción, no lo consigue. Tras 26 capítulos viviendo en el alambre, se produce
su caída. Justamente es en esta tercera para de la serie (no tengo problemas
con la trama familiar y la “laboral” de los Jennings, ambas perfectamente conectadas),
la protagonizada por Nina-Beemanb/ Rezidentura-FBI, donde residen mis problemas
con esta temporada de The Americans.
Más que mis problemas, mis peros
frente a la agudeza de las otras dos tramas. Mientras que en la primera
temporada esta historia estaba integrada con el matrimonio protagonista a
través de la dinámica “gato que intenta cazar a ratón y ratón que se escurre
entre las garras” entre el agente Beeman y los Jennings, este año ha estado
mucho más aislada. Sí, estaba por ahí la pobre Martha pasando información desde
el FBI a los Jennings, pero poca cosa más. Sin la tensión del “está sobre sus
talones” la historia ha perdido enteros. Y Beeman, muy descolocado a lo largo
de toda la temporada no ha sido el personaje tan interesante que antaño era.
Sí, ha seguido lleno de conflictos y matices, moviéndose entre un matrimonio
desahuciado y una aventura peligrosa, entre su país y la mujer a la que ama. El
problema residió, también, en que desde el principio sabíamos que Beeman no iba
a traicionar a su país por Nina. Y aquí la serie se vuelve a poner resbaladiza.
No sólo los rusos se sacrifican por la patria. Las democracias occidentales
también son en cierta forma dueñas del individuo. Ouch. En una serie eminentemente pesimista, poblada de personajes
que sacrifican lo insacrificable, Nina no podía salir viva de la traición
originaria a su país. Simplemente no podía. Y la coherencia pagó como peaje que
esa trama no acabara de funcionar, porque carecía del factor sorpresa. Dicho
todo esto, The Americans se confirma
como la serie moral (e ideológicamente) más rica de la televisión actual,
además de cómo uno de sus dramas más sólidos y estables. El panorama que se
vislumbra de cara a la tercera temporada no podría ser más apetitoso. Estamos
ante algo grande.
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