GONE GIRL
Estamos jodidos. La televisión
escupe basura mientras nosotros escondemos nuestras miserias debajo de la cama.
Pero llega el día en que hemos acumulado tanta miseria que se escapa de su
escondite y entonces, de repente, nos convertimos en esa basura que los medios
de masas nos inyectan en el cerebro. Sí, estamos jodidos. Si en The Game y Fight Club, David Fincher
buceaba en la incertidumbre y la soledad en la que se hallaba el hombre ante el
cambio de milenio, y en The Social
Network retrataba las relaciones humanas tras dicho cambio, en Gone
Girl vuelve a firmar una precisa radiografía del tiempo que nos ha
tocado vivir. Una radiografía que nos muestra que el cáncer somos nosotros. Vuelve,
con esta adaptación de la novela homónima de Gillian Flynn (que escribe el guion) el Fincher más insano, crudo y
retorcido. También el más cínico. Y a la vez el más indeleble. Como ya hiciera
en The Social Network, juega a
disolverse en la historia. Se puede ser un autor de primera sin estarlo
gritando en cada plano. Fincher, antes que autor, se ha convertido en algo más
valioso, en un comunicador excepcional. Un gran cronista de las perturbaciones
cerebrales en tiempos complejos. Algo así como la versión americana y para el
gran público de Michael Haneke.
Dentro de unos años hablaremos de
un conjunto de películas que nacieron al calor de la crisis económica (y
sociopolítica) de principios de la década de los 10, al igual que hoy en día
hablamos de las obras post-11S. No es tanto que esta historia que comienza con
la desaparición de una mujer el día de su aniversario de boda, hable de la
crisis, que aparece de fondo, sino más bien que nos muestra lo que supura esa
herida. La crisis es el detonante que hace que los peores sentimientos y
pensamientos de este matrimonio salgan a la luz. Tras el fin del romance sólo
queda hacerse daño. El matrimonio al igual que el film, es una espiral insana
de fatalidad. Sí, desde luego le ha salido una película cínica y pesimista a
Fincher. Ni un rayo de esperanza hay en Gone
Girl. Y lejos de ser un drama solemne, implacable, estamos ante un film de
diálogos chispeantes, mordaz, que te saca la carcajada tras pegarte una patada
en la boca del estómago. Hay algo de comedia hasta en los rincones más oscuro
de nuestra psique. Fincher ha vuelto a hacer un drama adulto, ambicioso,
arriesgado, pero a la vez muy comercial. ¿Una cinta de autor puede ser un
blockbuster? Sí, sí puede. Aunque nos digan constantemente lo contrario, los
espectadores no somos niños pequeños. No necesitamos que nos cuiden, lo que
necesitamos es que nos desafíen. Y Gone Girl
lo hace. Durante su visionado, este thriller psicológico (casi psico-sexual) ,que tontea con el policíaco y el cine negro, te atrapa sin remedio, y cuando sales del cine
sigue pegado a ti. Primero te entretiene, después te hace reflexionar. Llevo
dándole vueltas horas y horas. Y sé que será una película que veré muchas veces
a lo largo de mi vida. No es una película perfecta, tampoco pretende serlo, es
una película demasiado salvaje, la historia es demasiado arriesgada, el show
que monta el matrimonio Dunne es demasiado rocambolesco. Al fin y al cabo es difícil hacer una
película perfecta que gire en torno a lo más imperfecto que hay en el mundo:
los seres humanos.
Dentro de su filmografía Gone Girl es más Seven que Zodiac. Más fuego camina conmigo que un thriller
impermeable. También es, tras Fight Club,
la que penetra más hondo en sus protagonistas. Pero si en aquella el final era
optimista, catártico, aquí nos quedamos colgados de un hilo, como en The Social Network, todo ha cambiado
para seguir igual. Igual de jodido. Fincher acertó de lleno a la hora de
contratar a Ben Affleck para
retratar a ese hombre normal. A ese buen americano. Simple, obtuso, mentiroso,
patético y corriente ciudadano. Sin duda alguna la mejor interpretación de su
carrera. A su lado, moldeándolo, una Rosamund
Pike extraordinaria. La Asombrosa Rosamund Pike. Pura voracidad
interpretativa. La mujer de las mil caras, una relectura negrísima de la femme
fatale clásica. Un retrato complejo de nuestros miedos, nuestras taras,
nuestros terrores. Y envolviéndolos un reparto muy ecléctico en el que
sobresalen una sobria Kim Dickens
como detective al frente del caso y una irónica Carrie Coon como la hermana del protagonista, quizás los dos personajes
menos enfermos en una maraña de mentiras, odio y frustración. Y así volvemos al
inicio, Fincher, otra vez, nos habla de lo frustrados que estamos con nuestras
vidas, y cómo esa frustración nos puede conducir hacia la destrucción. Sí, ha
quedado claro, estamos muy jodidos.
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