TRANSPARENT - Primera Temporada / PLEASE LIKE ME - Segunda Temporada
El miércoles por la noche, entre té,
manta y drogas contra la gripe, terminé de ver la primera temporada de Transparent,
la serie que por fin ha situado a las producciones propias de Amazon en el
mapa, y la segunda de Please like me, una ficción
australiana que sorprendió el año pasado por su ingenio. Ambas son, como por
ejemplo Girls o (aún más) Louie, comedias dramáticas de autor, que
se balancean entre el humor negro y la emoción más honda, siendo ante todo
hijas de sus autores, Jill Soloway en el caso de la americana, Josh Thomas en
el de la australiana. Si una explora la familia disfuncional y la
transexualidad, la otra se centra en los ninis y en depresión. Temas
fundamentales a tratar en estos tiempos que corren. Y además abordados con
delicadeza, gracia y mucha personalidad. Tanto una como la otra han sido
renovadas para una nueva temporada, y volverán a nuestras vidas en 2015.
Nunca es tarde para ser uno mismo
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Somebody that I used yo know |
Jill Soloway se curtió como guionista en series como Six Feet Under, United States of Tara o How to
make it in America, y desde luego la sombra de la serie de Alan Ball es
alargada. Otra familia disfuncional condenada a quererse y atravesada por
problemas (o más bien miedos o pulsiones) sexuales y afectivos. Si Six Feet Under hablaba de la familia en
el cambio de milenio, Transparent nos
cuenta cómo ha evolucionado esa misma familia en la primera década del mismo. Deseo,
frustración y muerte. Pero además en la obra de Soloway hay lugar para la
comedia, incluso para la ligereza y el gag. No estamos ante un drama demoledor,
sino más bien ante una ficción que se mueve entre la melancolía, los sueños
rotos, la incertidumbre vital y lo patética que puede ser nuestra existencia.
Transparent es ante todo es eso tan manido de “un soplo de aire
fresco” en el panorama seriéfilo. Emplea son soltura los flashbacks (un placer
ver a Bradley Whitford haciendo algo serio), tiene una puesta en escena a medio
camino entre la ensoñación y la torpeza, como si la forma de mover la cámara
fuera decididamente imprecisa, tiene diálogos y, sobre todo, dinámicas grupales
muy conseguidos. Y además de todo esto tiene un reparto muy bien escogido. Y si
los hijos o la madre están muy bien, la estrella de la función es, como no
podría ser de otra forma, Jeffrey Tambor,
ese patriarca que ya en su vejez decide dejar de vivir en la mentira y hace
pública su transexualidad. Tambor que es un curtido actor de televisión,
construye, quizás, la mejor interpretación de su carrera gracias a un personaje
que es a la vez un caramelo y una bomba de relojería. Y lo hace casi sin
levantar la voz, sin sobre actuar en ningún momento, todo en él es contención,
y en cierta forma tristeza. Incluso cuando es feliz, transmite pena, quizás
pena por no haber sido él mismo durante casi toda su vida. Pena por el tiempo
que dejó escapar. Melancolía por lo no vivido.
Nunca es tarde para intentar ser una versión mejor de uno mismo
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Con spoilers de toda la temporada |
Como muchas otras ficciones
protagonizadas por veinteañeros a la deriva (esta premisa empieza a convertirse
en un sub-género o corriente en sí misma), Please like me gira en torno a unos
personajes que son a la vez egoístas, inocentes, cínicos y pesimistas. Quizás no
tener un futuro laboral y familiar claro nos ha vuelto ser así. Quizás. La
mejor defensa es ser lo más hiriente que puedas con la gente que te rodea. La
ironía como escudo. En su segunda temporada, la ficción de Josh Thomas, nos ha desgranado los primeros pasos hacia la madurez del
protagonista. Y lo ha hecho sobre dos pilares, por un lado su responsabilidad
como hijo de cuidar de una madre enferma (Debra
Lawrance), y por otro lado, a través del amor, de la necesidad de amar. Nos
ha colado con naturalidad, humor, y cariño en las entrañas de un centro
psiquiátrico para mostrarnos lo frágiles que podemos ser los seres humanos.
Hemos vivido los altos y los bajos de todo proceso de curación mental. El gran
acierto de Thomas ha sido no tratar a los enfermos mentales con condescendencia,
a ello ha ayudado que su protagonista sea incapaz de callarse todas las
barbaridades que salen de su oscuro cerebro.
En el otro terreno, el del amor,
ha cerrado (de forma bastante patillera) la historia de la temporada pasada,
nos ha hablado de eso tan común en la vida que podríamos denominar “enamorarse
de un banal capullo” y, oh, nos ha dicho que el amor a veces está dónde menos
te lo esperas, y sí, volvemos así al psiquiátrico. Al final las dos tramas, la
familiar y la personal han terminado desembocando en esa siesta (riquiña)
final. Al final una serie tan cínica ha terminado por ser muy idealista. A
veces cuanto más necesitas, más estás también dispuesto a dar. No hay un
momento vital perfecto para amar, puedes estar muy jodido y sin embargo hacerle
mucho bien a la otra persona. Josh se ha pasado toda su vida lidiando con la
inestabilidad mental y emocional de su madre y al final es otro chico, Arnold
(el dulce Keegan Joyce) con
problemas similares, el que le aporta, paradójicamente, estabilidad a él. Por
eso esa siesta es tan poderosa dramáticamente, tan romántica, tan tierna. Al
final, quién puede conducir a Josh a través de su deriva es un chico sumido en
mil y un problemas. El amor está, dónde menos te lo esperas.
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