domingo, 1 de mayo de 2022

Perder las calles

La ciudad es nuestra. Parte 1

En el inicio del primer episodio de la nueva miniserie de David Simon (The Wire, Treme), La ciudad es nuestra, el sargento Wayne Jenkins, instruye a sus subalternos sobre lo que es la brutalidad policial. Durante su discurso pronuncia una sentencia lapidaria y que condensa muchas ideas que han ido desarrollando Simon y sus coguionistas a lo largo de su obra: «si perdemos las peleas, perdemos las calles». En muchos sentidos, el Baltimore de Simon es un campo de batalla, en el que la clave reside en ocupar espacios. Traficantes de droga, policía, políticos, empresarios… todos quieren dominar el tejido urbano como herramienta para lograr sus objetivos económicos y de poder.

La ciudad es nuestra, el regreso de David Simon al epítome de la ciudad postindustrial estadounidense, 14 años después del final de The Wire, es, grosso modo, una historia basada en hechos reales sobre una trama de corrupción policial. En el primer episodio, cocinado a fuego lentísimo, como siempre en Simon, se presentan a los principales actores del conflicto y los dos grandes problemas, causa y consecuencia de éste: la discriminación racial y la corrupción institucionalizadas.

Esta miniserie, ambientada en el ocaso de la Administración Obama, 10 años después de The Wire, muestra un Baltimore prácticamente igual al que vimos en aquella serie. Carcomido por la violencia, la economía legal y la parálisis pública. Una ciudad impotente y abandonada a su suerte. David Simon y George Pelecanos muestran elaboran una crítica durísima y sutil a 8 años perdidos en la lucha contra todos los males de las urbes estadounidenses. 8 años que no contribuyeron a alterar en nada sustancial el programa social y económico de las tres décadas anteriores.

Habida cuenta de lo que se cuenta y se construye discursivamente en la serie, el título no podría estar mejor elegido. Muchas personas y organizaciones (públicas, privadas e ilegales) creen que la ciudad les pertenece. Lo creen y actúan como así fuese.

El proyecto de ciudad neoliberal supuso una enmienda a la totalidad del concepto del derecho a la ciudad, formulado por uno de los urbanistas más importantes del S. XX, Henri Lefebvre. En Baltimore y en muchas otras ciudades, esto se tradujo en un abandono sistematizado del espacio público y la expulsión de la ciudadanía de las calles. Quién quiere pasar por una esquina si criminales y policía pueden destrozarles la vida en su guerra por el control del tejido urbano.

Desde los años 80 se produjo, en paralelo, un desmantelamiento de lo público y de lo industrial. Lo cual provocó una crisis social, con la que muchos se enriquecieron: traficantes, trabajadores públicos corruptos, promotores, financieros… Esto generó, en términos estrictamente espaciales, ciudades bipolares. En las que la miseria más absoluta está separada por una avenida del frenesí comercial del tardocapitalismo. Del ghetto al downtown.

Sumergidos como estamos en las lógicas y cuitas del mundo digital, Simon nos recuerda que al final, lo que importa es lo físico, lo palpable. Que sí, se ejerce poder en el otro mundo, ahí está un millonario con pulsiones fascistas comprando la red social en la que promocionaré este artículo. Pero lo que más nos afecta es lo que sigue pasando en nuestro mundo analógico. No llegar a fin de mes, no tener una vivienda digna, no poder disfrutar de servicios y espacios públicos…

Si perdemos las calles, perdemos las peleas que más importan.

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