La ciudad es nuestra. Parte 1
En el inicio del primer episodio de la nueva miniserie de
David Simon (The Wire, Treme), La ciudad es nuestra, el sargento Wayne Jenkins,
instruye a sus subalternos sobre lo que es la brutalidad policial. Durante su
discurso pronuncia una sentencia lapidaria y que condensa muchas ideas que han
ido desarrollando Simon y sus coguionistas a lo largo de su obra: «si perdemos
las peleas, perdemos las calles». En muchos sentidos, el Baltimore de Simon es
un campo de batalla, en el que la clave reside en ocupar espacios. Traficantes
de droga, policía, políticos, empresarios… todos quieren dominar el tejido urbano
como herramienta para lograr sus objetivos económicos y de poder.
La ciudad es nuestra, el regreso de David Simon al epítome
de la ciudad postindustrial estadounidense, 14 años después del final de The
Wire, es, grosso modo, una historia basada en hechos reales sobre una trama de
corrupción policial. En el primer episodio, cocinado a fuego lentísimo, como
siempre en Simon, se presentan a los principales actores del conflicto y los
dos grandes problemas, causa y consecuencia de éste: la discriminación racial y
la corrupción institucionalizadas.
Esta miniserie, ambientada en el ocaso de la Administración
Obama, 10 años después de The Wire, muestra un Baltimore prácticamente igual al
que vimos en aquella serie. Carcomido por la violencia, la economía legal y la
parálisis pública. Una ciudad impotente y abandonada a su suerte. David Simon y
George Pelecanos muestran elaboran una crítica durísima y sutil a 8 años
perdidos en la lucha contra todos los males de las urbes estadounidenses. 8
años que no contribuyeron a alterar en nada sustancial el programa social y
económico de las tres décadas anteriores.
Habida cuenta de lo que se cuenta y se construye
discursivamente en la serie, el título no podría estar mejor elegido. Muchas
personas y organizaciones (públicas, privadas e ilegales) creen que la ciudad
les pertenece. Lo creen y actúan como así fuese.
El proyecto de ciudad neoliberal supuso una enmienda a la
totalidad del concepto del derecho a la ciudad, formulado por uno de los
urbanistas más importantes del S. XX, Henri Lefebvre. En Baltimore y en muchas
otras ciudades, esto se tradujo en un abandono sistematizado del espacio
público y la expulsión de la ciudadanía de las calles. Quién quiere pasar por
una esquina si criminales y policía pueden destrozarles la vida en su guerra
por el control del tejido urbano.
Desde los años 80 se produjo, en paralelo, un desmantelamiento de lo público y de lo industrial. Lo cual provocó una crisis social,
con la que muchos se enriquecieron: traficantes, trabajadores públicos
corruptos, promotores, financieros… Esto generó, en términos estrictamente
espaciales, ciudades bipolares. En las que la miseria más absoluta está
separada por una avenida del frenesí comercial del tardocapitalismo. Del ghetto
al downtown.
Sumergidos como estamos en las lógicas y cuitas del mundo
digital, Simon nos recuerda que al final, lo que importa es lo físico, lo
palpable. Que sí, se ejerce poder en el otro mundo, ahí está un millonario con
pulsiones fascistas comprando la red social en la que promocionaré este
artículo. Pero lo que más nos afecta es lo que sigue pasando en nuestro mundo
analógico. No llegar a fin de mes, no tener una vivienda digna, no poder disfrutar
de servicios y espacios públicos…
Si perdemos las calles, perdemos las peleas que más importan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.