HALT AND CATCH FIRE
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Midiendo los planos al milímetro |
Hablé por primera vez de Halt
and catch fire hace unas semanas, tras ver su quinto capítulo. Este
último domingo AMC emitió ya el
octavo, el que ha marcado el inicio de la recta final de la temporada. A falta
de la traca final, dos últimos capítulos que se prevén muy tensos, vuelvo aquí
para decir que mi amor por la serie ha ido a más. Sí, era posible. Esta aventura
dramática de unos pioneros del PC se ha ido enfangando tanto, que todos sus
protagonistas chapotean en el barro, moviéndose entre el éxito más absoluto y el
fracaso más desolador. La apuesta era arriesgada, a la serie le ha salido bien,
a los personajes… ya veremos.
Cuando en el último capítulo
emitido, The 214s (1x08), Cameron
(Mackenzie Davis) le escupe a la cara a Joe (Lee Pace) eso de “tú no eres capaz
de construir nada, sólo destruyes” verbaliza el motor de toda la serie, de todos
los personajes. Esa dolorosa dicotomía entre edificar algo nuevo, rompedor,
brillante, un salto en el terreno de la informática, y destruirse a sí mismos y
a lo que los rodea en el proceso. Para cazar la excelencia hay que asomarse al
precipicio. Por eso cuanto más cerca está de alcanzar su sueño, menos control
sobre sí mismo tiene Gordon (Scoot McNairy). Cuando se aproxima a la cálida luz
del éxito comienza a cavar su hoyo, literalmente en este caso. Desde el
fantástico capítulo de la tormenta, Landfall
(1x06), la serie se ha precipitado hacia una oscuridad que antes
simplemente intuíamos. Sabíamos que sus protagonistas masculinos estaban
jodidos, pero no sabíamos que su camino hacia la perdición sería tan duro. Incluso
ese CEO (Toby Huss) fascinado por el empuje de las nuevas generaciones acaba
por inmolarse por la causa. Un texano de bien, un hombre de éxito, con familia,
que navega en una balsa 100% estable, decide tirarlo todo por la borda,
apropiándose indebidamente fondos de su compañía para mantener vivo el sueño de
una panda de fascinantes tarados. Quizás merezca la pena sacrificar el presente
para conquistar el futuro. Los personajes de Halt and catch fire, o avanzan o se desintegran.
Frente a la estampa de la familia
perfecta (o más bien, falsamente perfecta) de suburbio con una apacible y
aburrida vida, la que aquí forman Gordon y Donna (Kerry Bishé) es todo lo
contrario. Podrían ser así pero han decidido que no. Cuando en el último
capítulo él le pida a ella ser dos locos juntos, algo se rompe en el
espectador. En la última temporada de The
West Wing un personaje le dice a otro “si a mí me van a echar y tú te vas a
ir, ¿por qué no nos agarramos en la caída?”. Donna coquetea toda la temporada
con la idea de tener una relación con su jefe. Un hombre estable y que está
fascinado por su magia, por su forma de ser. Sin embargo al final deshecha la
tentación y se embarca otra vez en la espiral de locura y genialidad de su
esposo. Y ésta es una idea rompedora. Estamos acostumbrados a ver a mujeres
suburbiales sumidas en vidas vacías, sin embargo Donna es muy ambiciosa, para
ella nada es suficiente, tiene grandes sueños. Y mientras esas otras mujeres
tienen la tentación fuera de casa, ella la tiene dentro del hogar, la tentación
es su marido y el sueño compartido de crear algo grande, algo que trascienda.
Este juego de construcción y
deconstrucción de los personajes, de confrontación entre el camino fácil y el
que está lleno de curvas, es dónde Halt
and catch fire se eleva hasta convertirse en uno de los mejores estrenos de
2014. Usamos muy a menudo (y muchas veces de forma errada) la etiqueta de “serie
de personajes” pero es que sin duda ésta lo es. Por eso cuánto más nos metemos
en sus psiques, mejor ficción es. Y al final de tanto bucear en sus dudas y
certezas, miedos y anhelos, acabamos embobados. Ver un capítulo de Halt and catch fire para mí es como
estar 42 minutos en trance. La forma está al servicio del fondo. Construyen un
producto visualmente muy interesante (y elegante) que logra transmitir ese caos
de ideas y sentimientos que han ido hilando los personajes a su alrededor. Los
planos amplios en espacios cerrados que te muestran a todos los actores que hay
en escena (y toda la distancia física que hay entre ellos) me resultan fascinantes, porque justamente son las relaciones (y
confrontaciones) entre los personajes lo que hace avanzar a las tramas. Los
personajes y la puesta en escena como motor, más que los giros de guion. Y esto
se debe a que como puede pasar en Mad Men,
no son las tramas las que te atrapan al sillón, sino los personajes, como la
vida se cuela dentro de ellos y los dota de alma, de interés humano.
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