lunes, 27 de octubre de 2014

Una colección de otoño decepcionante



Aunque aún hay algún estreno pendiente para las próximas semanas, como por ejemplo esa versión loquísima (aún más) de Homeland en clave marujil que será States of Affairs de NBC, podríamos decir que casi todo el pescado está vendido. Y por desgracia la cosecha de estrenos ha sido muy decepcionante. Las networks prosiguen su camino hacia la irrelevancia mientras que las cadenas de cable han optado este otoño por programar series veteranas, tras el alud de estrenos de la temporada estival. Si antes el otoño era el cuatrimestre más potente para un seriéfilo y el verano el más flojo, quizás podamos decir que este año se han invertido las tornas. El cable (+ las plataformas) sólo nos ha ofrecido dos estrenos relevantes: The Affair en Showtime y sobre todo Transparent, en Amazon; a la espera de que BBC America estrene el 5 de Noviembre, su drama de espías The Game.

Mientras que en las networks, la serie más esperada, Gotham, está siendo una decepción, y da la sensación de que a la cadena que mejor le han funcionado sus nuevas ficciones es a (redoble de tambores) la CW (!!!), con The Flash y Jane the Virgin. Mientras, en ABC pueden estar contentos por haber logrado por fin un bloque de comedias familiares sólido y por el exitazo de audiencias que es La Noche en Shondaland de los jueves. Sin embargo sus comedias románticas se han caído con todo el equipo y más allá de miércoles-jueves tienen serios problemas todas las noches. A CBS le ha funcionado Scorpion, pero la enésima serie de Kevin Williamson, Stalker, no. Madam Secretary ha recibido unas cuantas ostias, todas ellas muy merecidas, pero a mí me entretiene (es una serie sobre política, era imposible que no lo hiciera). A FOX sólo le ha funcionado Gotham, pero sus audiencias caen semana a semana y su calidad sigue sin aparecer. Por lo demás es una cadena en ruinas con audiencias vergonzosas más allá de la noche de comedia de los domingos. Y ya en último lugar tenemos a NBC, arrastrando sus problemas de siempre. De sus estrenos me quedo con A to Z, la única sitcom que he comprado este otoño, a falta de ver Marry me, también de la cadena y que ya ha emitido dos episodios.

Teniendo en cuenta lo dicho, he aquí las series que me he agenciado en estos dos meses de estrenos otoñales, en rojo las que aún no he decidido si me voy a quedar o no, en naranja las que seguiré viendo sí o sí aunque no sean nada del otro mundo y en verde las que me atrevería a recomendar, porque de verdad son relevantes.

- A to Z (NBC)
Hablé de A to Z hace muy poco, así que no me voy a extender mucho. Lo mejor que tiene son sus dos actores protagonistas (Milioti y Feldman) y su idea/macro-estructura: contar la evolución de un noviazgo desde que nace (A) hasta que termina (B). Lo peor, todo lo que no es el centro amoroso, porque no saben disimular que está ahí para llenar los 20 minutos de cada episodio. Las audiencias están siendo terribles así que es posible que NBC la cancele.

- Gotham (FOX)
Había muchas expectativas en torno a Gotham y la mayoría de ellas se han ido por el coladero. No es que sea una mala serie, es que es un drama sin garra, temeroso de ser más arriesgado. Es verdad que SHIELD o Arrow necesitaron muchos capítulos para pegar un salto de calidad (o eso es lo que dicen los que las siguieron viendo), y por lo tanto quizás Gotham también necesite plantar los cimientos antes de crecer. Emitirse a las 8 de la tarde hace que sea mucho menos oscura de lo que debería. Y el formato procedimental es un gran error. Ojo, no tengo nada en contra de los procedimentales, de hecho a continuación hablaré de dos series que lo son (más o menos) y a las que les viene bien serlo (a una más que a la otra). Simplemente creo que a Gotham no le viene bien. Sería más interesante hacer temporadas de 16 capítulos, partidas por la mitad, desarrollando una trama central en torno a un gran villano en cada en cada una de esas mitades. Por ahora, lo mejor han sido los malos con vocación de continuidad (sobre todo el Pingüino y Fish Mooney) y lo peor unos casos sosísimos (desde el señor de los globos, hasta el último a lo Fringe, pasando por el pica-ojos).

- Jane the Virgin (CW)
Una médica le inyecta accidentalmente la muestra de semana que su hermano guardó antes de que le extirparan sus testículos por culpa del cáncer, a una joven latina que había prometido llegar virgen al matrimonio. Esta no es la premisa inicial de la nueva comedia de 40 minutos de CW. No, es sólo una pequeña parte de la misma. El piloto nos escupe todos los clichés del culebrón, formando una mezcolanza loquísima que lo único que puede provocar en el espectador es un gozoso y constante oyoyoyoyoyoyoyoy. Pero lo importante es que el monstruo de Frankestein funciona. La serie es divertida, sobre todo si la ves en compañía para ir comentando cada uno de los detalles. No sé si la vería yo solo, pero con amigos y alcohol delante, es un buen plan nocturno.

- Madam Secretary (CBS)
Ser la pareja de baile de la mejor serie en antena (The Good Wife) puede ser una putada o una bendición, dependiendo de si estás o no a la altura de las circunstancias. Madam Secretary no lo está porque la invaden los lugares comunes (sobre todo en la esfera familiar) y porque sus casos no nos están contando nada que no nos hubiera contado ya The West Wing. Sí, tiene una buena protagonista en esa secretaria de Estado con buenas intenciones interpretada por Téa Leoni, y es una serie razonablemente entretenida, pero no es una gran serie. A mí me gusta porque me gusta mucho la política americana pero no es una serie que recomendaría, demasiado blandita, demasiado God bless America. Además, habrá que ver si la trama conspirativa de fondo cobra protagonismo y si son capaces de desarrollarla sin hacer el ridículo.

- How to get away with murder (ABC)
HTGAWM o simplemente Murder (cada cual la llama como le parece), ha venido a completar la noche de los jueves de ABC producida por Shondaland y a expandir el shondismo, incluso más allá de la propia Shonda Rhimes, que no escribe este drama ¿judicial?, sino que simplemente la produce. Y lo ha hecho hacia territorios más oscuros y locos creando una serie con tantas influencias que es imposible ponerse de acuerdo en las mismas. Yo la definiría como un Damages meets thrillers teenagers de los 90. Sí, estamos ante algo así de loco. Obviamente la gente la compara, además de con Scandal, con un amplio ramillete de dramas que va desde The Good Wife hasta Revenge. Un batiburrillo encocado. Y como con Scandal, funciona. En este caso más es, efectivamente, más. Murder es jodidamente divertida y delirantemente absurda. Sus mayores hándicaps residen en que Viola Davis no llena un personaje que debería ser majestuoso (aunque cada vez que aparece sin peluca dan ganas de aplaudir) y que más allá del gayer, los pupilos son muy poco interesantes. A su favor juega que hace un retrato muy sucio del sexo, que tiene un caso de fondo razonablemente interesante (sin ser Damages, claro) y que dibuja una galería de personajes que no sólo son malas personas, sino que también son conscientes de que lo son (cosa que no pasa en Scandal).

- The Affair (Showtime)
O cómo contar una aventura romántico-sexual extra-conyugal desde los dos puntos de vista y en flashbacks. Lo que hace a The Affair una serie muy interesante es sobre todo su estructura. Cada capítulo está dividido en dos, la primera parte nos cuenta la versión de él (Dominic West) y la segunda la de ella (Ruth Wilson, la actriz que más brilla) de los mismos acontecimientos, todo ello relatado por cada uno frente a un detective en el presente, muy a lo True Detective, sí. Hasta ahora sólo se han emitido dos episodios, pero desde luego estamos ante un drama muy interesante, sobre todo si bucea en la sexualidad y la culpa.

- Transparent (Amazon)
En mi anterior post hice un repaso a esta primera temporada de la comedia dramática de Jill Soloway. Poco tengo que añadir a lo ya dicho. Transparent es una serie maravillosa. Inteligente, crítica, irónica y sensible. Cuando la ves te hace pensar y te hace sentir. No se le puede pedir más a una obra audiovisual. Debemos dar las gracias porque una serie así haya salido adelante, hace que la televisión (aunque sea producida por una plataforma de streaming) avance como arte.

domingo, 19 de octubre de 2014

Dos excelentes comedias dramáticas de autor

TRANSPARENT - Primera Temporada / PLEASE LIKE ME - Segunda Temporada


El miércoles por la noche, entre té, manta y drogas contra la gripe, terminé de ver la primera temporada de Transparent, la serie que por fin ha situado a las producciones propias de Amazon en el mapa, y la segunda de Please like me, una ficción australiana que sorprendió el año pasado por su ingenio. Ambas son, como por ejemplo Girls o (aún más) Louie, comedias dramáticas de autor, que se balancean entre el humor negro y la emoción más honda, siendo ante todo hijas de sus autores, Jill Soloway en el caso de la americana, Josh Thomas en el de la australiana. Si una explora la familia disfuncional y la transexualidad, la otra se centra en los ninis y en depresión. Temas fundamentales a tratar en estos tiempos que corren. Y además abordados con delicadeza, gracia y mucha personalidad. Tanto una como la otra han sido renovadas para una nueva temporada, y volverán a nuestras vidas en 2015.

Nunca es tarde para ser uno mismo
Somebody that I used yo know

Jill Soloway se curtió como guionista en series como Six Feet Under, United States of Tara o How to make it in America, y desde luego la sombra de la serie de Alan Ball es alargada. Otra familia disfuncional condenada a quererse y atravesada por problemas (o más bien miedos o pulsiones) sexuales y afectivos. Si Six Feet Under hablaba de la familia en el cambio de milenio, Transparent nos cuenta cómo ha evolucionado esa misma familia en la primera década del mismo. Deseo, frustración y muerte. Pero además en la obra de Soloway hay lugar para la comedia, incluso para la ligereza y el gag. No estamos ante un drama demoledor, sino más bien ante una ficción que se mueve entre la melancolía, los sueños rotos, la incertidumbre vital y lo patética que puede ser nuestra existencia.

Transparent es ante todo es eso tan manido de “un soplo de aire fresco” en el panorama seriéfilo. Emplea son soltura los flashbacks (un placer ver a Bradley Whitford haciendo algo serio), tiene una puesta en escena a medio camino entre la ensoñación y la torpeza, como si la forma de mover la cámara fuera decididamente imprecisa, tiene diálogos y, sobre todo, dinámicas grupales muy conseguidos. Y además de todo esto tiene un reparto muy bien escogido. Y si los hijos o la madre están muy bien, la estrella de la función es, como no podría ser de otra forma, Jeffrey Tambor, ese patriarca que ya en su vejez decide dejar de vivir en la mentira y hace pública su transexualidad. Tambor que es un curtido actor de televisión, construye, quizás, la mejor interpretación de su carrera gracias a un personaje que es a la vez un caramelo y una bomba de relojería. Y lo hace casi sin levantar la voz, sin sobre actuar en ningún momento, todo en él es contención, y en cierta forma tristeza. Incluso cuando es feliz, transmite pena, quizás pena por no haber sido él mismo durante casi toda su vida. Pena por el tiempo que dejó escapar. Melancolía por lo no vivido.

Nunca es tarde para intentar ser una versión mejor de uno mismo
Con spoilers de toda la temporada

Como muchas otras ficciones protagonizadas por veinteañeros a la deriva (esta premisa empieza a convertirse en un sub-género o corriente en sí misma), Please like me gira en torno a unos personajes que son a la vez egoístas, inocentes, cínicos y pesimistas. Quizás no tener un futuro laboral y familiar claro nos ha vuelto ser así. Quizás. La mejor defensa es ser lo más hiriente que puedas con la gente que te rodea. La ironía como escudo. En su segunda temporada, la ficción de Josh Thomas, nos ha desgranado los primeros pasos hacia la madurez del protagonista. Y lo ha hecho sobre dos pilares, por un lado su responsabilidad como hijo de cuidar de una madre enferma (Debra Lawrance), y por otro lado, a través del amor, de la necesidad de amar. Nos ha colado con naturalidad, humor, y cariño en las entrañas de un centro psiquiátrico para mostrarnos lo frágiles que podemos ser los seres humanos. Hemos vivido los altos y los bajos de todo proceso de curación mental. El gran acierto de Thomas ha sido no tratar a los enfermos mentales con condescendencia, a ello ha ayudado que su protagonista sea incapaz de callarse todas las barbaridades que salen de su oscuro cerebro.

En el otro terreno, el del amor, ha cerrado (de forma bastante patillera) la historia de la temporada pasada, nos ha hablado de eso tan común en la vida que podríamos denominar “enamorarse de un banal capullo” y, oh, nos ha dicho que el amor a veces está dónde menos te lo esperas, y sí, volvemos así al psiquiátrico. Al final las dos tramas, la familiar y la personal han terminado desembocando en esa siesta (riquiña) final. Al final una serie tan cínica ha terminado por ser muy idealista. A veces cuanto más necesitas, más estás también dispuesto a dar. No hay un momento vital perfecto para amar, puedes estar muy jodido y sin embargo hacerle mucho bien a la otra persona. Josh se ha pasado toda su vida lidiando con la inestabilidad mental y emocional de su madre y al final es otro chico, Arnold (el dulce Keegan Joyce) con problemas similares, el que le aporta, paradójicamente, estabilidad a él. Por eso esa siesta es tan poderosa dramáticamente, tan romántica, tan tierna. Al final, quién puede conducir a Josh a través de su deriva es un chico sumido en mil y un problemas. El amor está, dónde menos te lo esperas.

martes, 14 de octubre de 2014

El (fracasado) ataque de las rom-com

Partiendo de que no soy ningún experto, sólo un espectador con más o menos querencia por el formato (cada vez menos), me atrevería a dividir a las sitcoms en 4 géneros:
- Las work-place
- Las familiares
- Las de amigos
- Las rom-com

Obviamente en casi todas las series estos géneros se solapan, aunque siempre hay uno que tiene mayor peso que los demás. Por ejemplo en dos de las sitcoms de estreno de CBS de la temporada pasada, Mom y The Millers, había trazos de comedia en lugar de trabajo, de colegueo y hasta romanticismo, pero en ambas primaba la familia como motor de las historias y situaciones. De estas cuatro vertientes, la rom-com siempre ha sido en televisión la hermana fea. Básicamente porque es muy difícil mantener durante horas y horas a lo largo de años y años una tensión amorosa. La comedia romántica es un género que definitivamente funciona mejor en cine, con unas limitaciones de tiempo muy claras y restringidas.

El estado de la cuestión
Dos de las sitcoms veteranas (entre comillas) de la maltrecha FOX (decir que sus audiencias son ridículas es quedarse corto), New Girl y The Mindy Project, aportan mucha leña a esta reflexión sobre el devenir de la rom-com en las ficciones televisivas. Por un lado New Girl jugueteó y fracaso con la idea de convertir a la serie en una comedia romántica, y al final tuvo que volver al molde original: la comedia de amigos. En cambio The Mindy Project está triunfando en el terreno de la comedia romántica, pero fracasando estrepitosamente en las tramas relacionadas con el lugar de trabajo. Quizás Kalling y compañía han encontrado la forma de hacer una comedia centrada en una pareja, pero incluso ellos mismos son conscientes de que esta no puede centrar toda la atención y a la hora de abrirse a otros géneros, la serie naufraga. Una pena, porque la dinámica entre Mindy Kalling y Chris Messina me aporta los mejores momentos cómicos de las sitcoms en antena, véase la trama anal del 3x03.

La vorágine
Podría parecer que todo lo dicho hasta ahora debería echar hacia atrás a las networks a la hora de producir rom-coms. Pero no. Este año las networks han decidido que nos van a lapidar lanzándonos comedias románticas a la cara. En este otoño ABC ha estrenado Selfie y Manhattan Love Story, NBC, A to Z, y aún queda por llegar Marry Me, también de esta última cadena. 

- Selfie
Una divarraca egocéntrica (la ex companion, Karen Gillan) sufre una humillación pública y recurre a un compañero de trabajo (John Cho, chico para todo) para que gestione su imagen y la enseñe a ser mejor persona. Podría ser el arranque de una película de Kate Hudson. Pero no, es una serie. Y justo su problema es ese, que podría ser el arranque de una película de la peor Kate Hudson. Los actores protagonistas no están mal, pero como casi siempre, el resto del reparto es la nada más absoluta. Está cosechando malas audiencias (su último capítulo marcó 1.2 en demos).


- Manhattan Love Story
Dos chicos se conocen en una cita a ciegas  organizada por sus allegados. La cita es un fracaso pero el interés amoroso prevalece. Todo contado a través de una insufrible, innecesaria y constante voz en off. Otra vez, la pareja protagonista (Analeigh Tipton y Jake McDorman) no lo hace mal, y los secundarios son el horror. Sus audiencias ya no es que sean malas, son directamente horribles (0.9 en demos la semana pasada).


- A to Z
Esta serie cuenta la historia de amor de Andrew y Zelda, dos chicos que se encuentran y se enamoran al instante. Teóricamente la serie nos va a llevar desde el inicio hasta el final del noviazgo (¿separación? ¿boda?). La sombra de (500) days of Summer es alargada. Los protagonistas son Ben Feldman (sí, el de Mad Men) y Cristin Milioti (sí, La Madre de HIMYM) y ambos funcionan muy bien juntos. Sus diálogos están bien escritos y te dan ganas de achucharlos. Además sus mejores amigos, sin ser muy buenos personajes, funcionan bien como apoyo de los protagonistas. Las audiencias están siendo muy malas (el segundo episodio se quedó en un lapidario 1 en los demográficos), pero desde luego es la única rom-com de estreno con la que me he quedado… por ahora. Aún así, está muy lejos de llegarle a la suela de los zapatos a Mindy, defnitivamente la mejor rom-com en antena.

viernes, 10 de octubre de 2014

Rotos por dentro

GONE GIRL





Estamos jodidos. La televisión escupe basura mientras nosotros escondemos nuestras miserias debajo de la cama. Pero llega el día en que hemos acumulado tanta miseria que se escapa de su escondite y entonces, de repente, nos convertimos en esa basura que los medios de masas nos inyectan en el cerebro. Sí, estamos jodidos. Si en The Game y Fight Club, David Fincher buceaba en la incertidumbre y la soledad en la que se hallaba el hombre ante el cambio de milenio, y en The Social Network retrataba las relaciones humanas tras dicho cambio, en Gone Girl vuelve a firmar una precisa radiografía del tiempo que nos ha tocado vivir. Una radiografía que nos muestra que el cáncer somos nosotros. Vuelve, con esta adaptación de la novela homónima de Gillian Flynn (que escribe el guion) el Fincher más insano, crudo y retorcido. También el más cínico. Y a la vez el más indeleble. Como ya hiciera en The Social Network, juega a disolverse en la historia. Se puede ser un autor de primera sin estarlo gritando en cada plano. Fincher, antes que autor, se ha convertido en algo más valioso, en un comunicador excepcional. Un gran cronista de las perturbaciones cerebrales en tiempos complejos. Algo así como la versión americana y para el gran público de Michael Haneke.

Dentro de unos años hablaremos de un conjunto de películas que nacieron al calor de la crisis económica (y sociopolítica) de principios de la década de los 10, al igual que hoy en día hablamos de las obras post-11S. No es tanto que esta historia que comienza con la desaparición de una mujer el día de su aniversario de boda, hable de la crisis, que aparece de fondo, sino más bien que nos muestra lo que supura esa herida. La crisis es el detonante que hace que los peores sentimientos y pensamientos de este matrimonio salgan a la luz. Tras el fin del romance sólo queda hacerse daño. El matrimonio al igual que el film, es una espiral insana de fatalidad. Sí, desde luego le ha salido una película cínica y pesimista a Fincher. Ni un rayo de esperanza hay en Gone Girl. Y lejos de ser un drama solemne, implacable, estamos ante un film de diálogos chispeantes, mordaz, que te saca la carcajada tras pegarte una patada en la boca del estómago. Hay algo de comedia hasta en los rincones más oscuro de nuestra psique. Fincher ha vuelto a hacer un drama adulto, ambicioso, arriesgado, pero a la vez muy comercial. ¿Una cinta de autor puede ser un blockbuster? Sí, sí puede. Aunque nos digan constantemente lo contrario, los espectadores no somos niños pequeños. No necesitamos que nos cuiden, lo que necesitamos es que nos desafíen. Y Gone Girl lo hace. Durante su visionado, este thriller psicológico (casi psico-sexual) ,que tontea con el policíaco y el cine negro, te atrapa sin remedio, y cuando sales del cine sigue pegado a ti. Primero te entretiene, después te hace reflexionar. Llevo dándole vueltas horas y horas. Y sé que será una película que veré muchas veces a lo largo de mi vida. No es una película perfecta, tampoco pretende serlo, es una película demasiado salvaje, la historia es demasiado arriesgada, el show que monta el matrimonio Dunne es demasiado rocambolesco. Al fin y al cabo es difícil hacer una película perfecta que gire en torno a lo más imperfecto que hay en el mundo: los seres humanos.

Dentro de su filmografía Gone Girl es más Seven que Zodiac. Más fuego camina conmigo que un thriller impermeable. También es, tras Fight Club, la que penetra más hondo en sus protagonistas. Pero si en aquella el final era optimista, catártico, aquí nos quedamos colgados de un hilo, como en The Social Network, todo ha cambiado para seguir igual. Igual de jodido. Fincher acertó de lleno a la hora de contratar a Ben Affleck para retratar a ese hombre normal. A ese buen americano. Simple, obtuso, mentiroso, patético y corriente ciudadano. Sin duda alguna la mejor interpretación de su carrera. A su lado, moldeándolo, una Rosamund Pike extraordinaria. La Asombrosa Rosamund Pike. Pura voracidad interpretativa. La mujer de las mil caras, una relectura negrísima de la femme fatale clásica. Un retrato complejo de nuestros miedos, nuestras taras, nuestros terrores. Y envolviéndolos un reparto muy ecléctico en el que sobresalen una sobria Kim Dickens como detective al frente del caso y una irónica Carrie Coon como la hermana del protagonista, quizás los dos personajes menos enfermos en una maraña de mentiras, odio y frustración. Y así volvemos al inicio, Fincher, otra vez, nos habla de lo frustrados que estamos con nuestras vidas, y cómo esa frustración nos puede conducir hacia la destrucción. Sí, ha quedado claro, estamos muy jodidos.

miércoles, 8 de octubre de 2014

La respuesta

THE GOOD WIFE


La pregunta
Spoilers a mansalva hasta el 6x03
La mejor serie que hay en antena se ha tomado 3 capítulos para llevar a su protagonista desde una pregunta incómoda a una respuesta lógica. Esa serie es The Good Wife. La pregunta era ¿por qué no te presentas a Fiscal del Estado de Illinois? La respuesta ha sido, con toda la coherencia narrativa del mundo, sí. Y todo ello es lo que hace que The Good Wife sea la mejor serie en antena (no digo viva porque Mad Men sigue siendo Mad Men). 3 capítulos en los que Michelle y Robert King hilando con calma el eje central, la respuesta, e imprimiendo a la narración de un ritmo vertiginoso. Como si para lograr las metas de la slow tv emplearan herramientas del thriller más desenfrenado. El mérito es aún mayor si tenemos en cuenta que para empujarnos hacia la pregunta que Eli (Alan Cumming, chispeante como siempre, ultra-teñido como nunca) le hizo a Alicia (Julianna Margulies es la actriz más convincente de la televisión) en el final de la quinta temporada, emplearon la mitad de la misma. El destino político de Alicia Florick nació el mismo día en que los King escribieron la muerte de Will Gardner (y el surgimiento de Finn Polmar). En mi post sobre la season finale escribí que The Good Wife había hablado en el tramo final de la temporada sobre cómo tras perder a un ser querido, y tras el shock inicial, avanzar es lo único que nos queda. Y eso está haciendo Alicia Florick. En el mundo sin Will, los King nos han contado que el destino de Alicia es progresar en su carrera profesional a través de la política. Hasta aquí la introducción de la temporada. Con la respuesta queda sellado el prólogo. Ahora es cuando empieza de verdad el libro.

Los nuevos Diane y Will
Desde que nació en Alicia y Cary la idea de montar un nuevo bufete gobernado por ambos, allá por la lejana temporada 4, ambos jugaban con la idea de ser “los nuevos Diane y Will”. Pues este arranque de temporada nos ha venido a decir que sí, que lo han logrado. Aunque no por las vías que ellos esperaban. Al usar la frase, al imprimir la idea cual dogma en sus cabezas, ellos se referían a la construcción de un bufete poderoso desde sus cimientos. Sin embargo, Cary ha llegado a Will a través de problemas legales y morales. A través de la atracción por el poder, para ser exactos. Y Alicia se ha convertido en Diane (no se puede tener más clase y señorío que Christine Baranski) a través de la ambición profesional dentro del mundo legal, y con la cuestión de género revoloteando por su cabeza. Si Will quería tener uno de los bufetes más poderosos de América, Cary se niega a que la llegada de Diane y los demás abogados de Lockhart & Gardner le quiten poder. Si Diane aspiraba a ser jueza de la Corte Suprema de Illinois, Alicia sueña, entre viajes psicotrópicos feministas, llegar a ser jueza del Tribunal Supremo de Estados Unidos. El futuro ya está aquí. Sin darse cuenta se han convertido en lo que aspiraban, aunque las consecuencias sean la persecución judicial o la guerra política.

El peso de Cary Agos y la temporada que nos espera
Muchos seguidores de The Good Wife llevábamos mucho tiempo reclamando que los King le dieran más peso a Cary. Matt Czuchry se lo había ganado. Y al final, cuando todos teníamos en mente un arranque de temporada completamente distinto, ha pasado. Si a lo largo de las últimas temporadas habían dotado a Agos de varias capas hasta convertirlo en un personaje muy interesante, ahora se ha producido la explosión del mismo. Su viacrucis judicial como víctima de una guerra de poder tanto política como ligada al narcotráfico, lo han dotado definitivamente de hondura. Hemos aprendido más sobre Cary en estos 3 episodios que en las 5 temporadas anteriores. Ha madurado ante nuestros ojos en estos 130 minutos de televisión. Y en el genial (y delirante) arbitraje religioso del 6x03, se nota. Si en el 5x22 era puro nervio y furia, ahora es un tipo reflexivo. 

Cómo mostrarlo todo sin enseñar nada

Además de cimentarlo como personaje fundamental de la serie, la, aún inconclusa, trama de Cary siendo perseguido (un arquetipo muy americano el del acusado injustamente) ha funcionado como dispositivo narrativo para resolver las 2 tramas que había dejado abiertas el final de la temporada anterior. Por un lado, ha facilitado la llegada de Diane y sus abogados y clientes a Florick & Agos, y ha permitido a los Kings contar de formas muy curiosas (flashbacks, multiperspectivismo, saltos en el tiempo, elipsis) dicho proceso. Y por otro lado, ha supuesto el empujón final para conducir a Alicia hacia su carrera política. La buena esposa siempre quiso presentarse a las elecciones, sólo necesitaba que las eficientes excusas para no hacerlo (aún estaba montando su propio bufete, no quería meterse en el barrizal político) fueran eclipsadas por motivos muy poderosos e ineludibles. Y estos fueron que el actual Fiscal del Estado es un villano sin ideales de manual, que además pretende destruirla, que el mundo, casi se podría decir que el destino, la empuja hacia ello, y que ha interiorizado el problema de la ausencia de mujeres en cargos de poder. La cuestión del empoderamiento de la mujer sobrevuela la serie desde su inicio, y ahora, que se sumerge en las sucias aguas de la política, es aún más interesante. Estas son las piezas, así está el tablero. Ahora empieza la temporada más política de The Good Wife.

La respuesta

lunes, 6 de octubre de 2014

Esto se acaba

Jódete y baila


Algunas de las series más influyentes y relevantes del último lustro han terminado o terminarán a lo largo de la actual temporada televisiva. En verano echaron el cierre True Blood, convertida en un circo desde hace 4 años, pero aún así una serie de peso sobre todo en sus 3 primeras temporadas; y The Killing, una de las primeras víctimas insignes del arte del hate-watching. Antes de navidad, Sorkin nos enseñará los 6 últimos capítulos de The Newsroom, esa serie que no pudo ser. Y en la primavera de 2015 se despedirán dos de mis series favoritas, una tal Mad Men, quizás hayan oído hablar de ella, y esa obra de autor mayúscula que es Louie. Además de estas ficciones ya emitidas o por emitir, hay dos que están en antena ahora mismo, los dramas criminales Boardwalk Empire de HBO y Sons of Anarchy de FX. Con ellas se termina, en cierta forma, una 2ª generación de series (y autores) de lo que se ha venido en llamar la 3ª Edad de Oro de la Televisión (americana).

Si la 1ª generación fue la de David Chase (The Sopranos), David Simon (The Wire), David Milch (Deadwood), Alan Ball (Six Feet Under) o Shawn Ryan (The Shield). Esta 2ª generación combinó:
 - Nuevas series de los creadores de la 1ª generación: Simon con Treme, Ball con True Blood, Ryan con Terriers, Milch con Luck, Kohan (Weeds) con Orange is the new black
- Series creadas por guionistas curtidos en las cocinas de las grandes ficciones de la 1ª generación. Como Weiner (Mad Men), Kessler (Damages) y Winter (Boardwalk Empire) que salieron de The Sopranos. O como Kurt Sutter que fue guionista en The Shield.
- Creadores que habían crecido artística y profesionalmente en importantes dramas de networks (al igual que pasara con los autores de la 1ª generación). Gente como Vince Gilligan (Breaking Bad) o Gordon y Gansa (Homeland).
- Creadores recién llegados al medio. Desde el matrimonio King (The Good Wife) hasta el tándem Benioff-Weiss que dirige la nave de Game of Thrones, pasando por la polémica (y brillante) Lena Dunham de Girls o el showrunner de la adaptación USA de House of Cards, Beau Willimon.

Brett Martin en su libro Difficult Men, llama “los herederos” a los principales representantes de esta segunda oleada televisiva dentro de la 3ª Edad de Oro. Si tenemos en cuenta que las dos principales ficciones de esta ola, Breking Bad y Mad Men, han terminado o están a punto de hacerlo, y que lo mismo pasa con otras dos de las más influyentes como Sons y Boardwalk, que ya están en su recta final, nos encontramos con que quizás haya que empezar a hablar del final de esa segunda generación y el salto hacia una tercera.

Dos series sacudieron la burbuja seriéfila a principios de año (en la recta final de la temporada televisiva pasada, por lo tanto), y mucho se ha escrito sobre ellas, desde la HBO, True Detective, y desde FX, Fargo. Ambas, dos series antología (cada temporada cuenta una historia cerrada e independiente), escritas por un único guionista (Nic Pizzolato y Noah Hawley, respectivamente), y que cuidaban el plano formal hasta extremos pocas veces vistos en televisión (quizás, sólo en Breaking Bad). Es posible que el estreno de ambas ficciones haya supuesto el pistoletazo de salida para esta nueva tercera generación y que no seamos capaces de discernirlo con claridad hasta dentro de unos años. Nadie, cuando AMC estrenó las series de Weiner y Gilligan, sabía que estaba abriendo una segunda fase en la revolución televisiva del cable que se iba a distinguir por la brutal diversificación de la oferta (y el talento).

Destino final: Sangre
Como hemos dicho, actualmente están en emisión las últimas temporadas de Sons of Anarchy y Boardwalk Empire. La primera ha completado ya su primer tercio y la segunda ya ha sobrepasado el ecuador. Ambas se han limitado a preparar el terreno de las guerras que vendrán. En la primera todo girará en torno a la familia, mientras que en la segunda lo hará en torno al poder. Han llegado quizás un poco exhaustas a la línea de meta. En el caso de la serie de Sutter, me atrevo a quitarle el “quizás”. A pesar de los golpes de genio (que los sigue teniendo), a Sutter se le ha ido la serie de las manos, demasiados capítulos para una historia que no requería tantas temporadas. Dice Martin en su libro que “la filosofía de Sutter podía resumirse en no utilizar nunca una simple pistola si puedes utilizar una granada”. Esto en Sons, no es aplicable sólo a cómo se plantea la violencia. Si no que va más allá. Esa frase resume en sí misma la forma de escribir de Sutter. ¿Por qué ir sembrando las tramas como harían, por ejemplo los King de The Good Wife, si puedes tirar de explosiones narrativas salidas de la nada? Los giros bruscos e enrevesados de la serie son su principal seña de identidad, su principal herramienta para crear adicción en el espectador, pero también su principal debilidad, lo que ha hecho que la serie se fuera diluyendo y estrellándose en callejones sin salida.

En cambio el declive de Boardwalk Empire, que desde luego es mucho menos acentuado que el de la serie de Sutter, no se ha debido a errores a la hora de plantear el discurrir del relato. La serie de Winter siempre ha tenido un problema a la hora de construir sus temporadas. Exigía al espectador soportar una primera mitad tibia, incluso pesada, para después ofrecerle una segunda mitad hasta arriba de dinamita. Esta dicotomía en la estructura le ha planteado siempre muchas críticas. Pero a nivel macro del relato en su conjunto, el problema de Boardwalk Empire ha residido en que de los tres protagonistas que tenía en un principio ha llegado al final sólo con uno de ellos. Y que además la historia cuenta el declive de dicho protagonista. De la Atlantic City frenética de la primera temporada poco queda ya. Ahora, llegados a la quinta, nos encontramos con una ciudad paralizada, flotando sobre una balsa que se hunde poco a poco. No es casual por lo tanto, que el 4º capítulo, haya sido el mejor. Por un lado ha tenido mucho peso uno de los personajes principales de la serie que se había diluido en el relato. Y por otro, la acción se ha partido entre Atlantic City (y Cuba) y Chicago. Si Boardwalk Empire cuenta el declive de Nucky Thompson (y Atlantic City), también narra el ascenso de Al Capone (y Chicago). He tenido varias conversaciones en Twitter con seguidores de la serie, y todos nos hemos puesto de acuerdo en pedir un spin-off centrado sólo en el bueno de Al.

Más allá de todo lo dicho, lo importante es dilucidar si la televisión está preparada para el final de estas ficciones, si hay proyectos que recogerán el testigo. Series como las ya mentadas True Detective y Fargo, hacen creer que sí, que la 3ª Edad de Oro de la televisión seguirá viva y expendiéndose hacia nuevos territorios (tanto en temáticas y estilos como en lo referente a nuevos medios). Habrá que ver si están al nivel de sus predecesoras. 

miércoles, 1 de octubre de 2014

Persiguiendo a un fantasma

WHITE BIRD IN A BLIZZARD


Shailene haciendo un Sharon Stone 2.0

De los realizadores que nacieron al calor de esa corriente del cine indie americano que se dio por llamar New Queer Cinema, dos son los que han trascendido y han dejado atrás aquellos años primigenios de cine de guerrilla para expandir sus universos cinematográficos. Hablamos de Gus Van Sant y Todd Haynes. Desde Mala Noche y Poison, respectivamente, han virado hacia el drama experimental (y el cine comercial) uno, y una especie de revisión del melodrama el otro. Al contrario que ellos, el otro gran autor del New Queer Cinema que surgió a finales de los 80 y principios de los 90, se ha mantenido fiel a las reglas y mundos de la corriente. Hablamos de Gregg Araki, que este año estrena White Bird in a Blizzard, adaptación de una novela de Laura Kasischke, protagonizada por una de las actrices del momento, Shailene Woodley


Cuatro años han pasado desde que estrenara su último film, Kaboom, un torrente de energía, que se volvía más fascinante cuanto más degeneraba su trama. Un compendio de su mundo rodado a la velocidad de la luz que funcionaba por mera acumulación. Más atrás en el tiempo, exactamente una década, queda Mysterious Skin, su obra maestra, un drama social y psicológico disfrazado de sci-fi. Una película hipnótica de principio a fin, preñada de una especia de oscuro realismo mágico que la hacía especial. Lejos del realismo, Araki hablaba de la pederastia desde el género. Mezclando realidad y sueño para construir una pesadilla. White Bird in a Blizzard es una mezcla descompensada de ambos filmes. Por un lado pretende trascender, ser un drama psicológico sobre la maternidad como trauma vital. Por el otro lado, se deja gobernar por las explosiones de hedonismo propias del Araki más desenfadado, construyendo a la madre que de pronto un día desaparece (una soberbia Eva Green), más como una caricatura que como un personaje real. 



Así, la película no termina nunca por decantarse entre el drama adolescente, el familiar o el thriller. Mientras que en Mysterious Skin el misterio era palpable y todas las tramas caminaban hacia su resolución, en White Bird in a Blizzard Araki se olvida de él hasta el tercio final del film. El resultado es que ha dado a luz una historia que en lugar de discurrir va dando tumbos, tan perdida en sí misma como su protagonista (Woodley, es una intérprete valiente). No ayudan a crear una atmósfera insana unos secundarios que no están a la altura (sobre todo Meloni interpretando al padre) y unas secuencias oníricas rodadas con desgana. Si en Mysterious Skin las ensoñaciones con el pasado funcionaban a la perfección porque eran turbias y emocionalmente potentes, aquí naufragan. No es capaz de establecer Araki una conexión entre la protagonista y el espectador. Llegados a la recta final nos da igual qué pasó con la madre y hacia dónde irá la vida de esa adolescente convertida en adulta. Estamos ante una película fría que debía quemarnos las entrañas. Los flashbacks protagonizados por la madre y contados como si de un cuento de hadas (deformado, malsano) se tratara funcionan, pero el presente narrativo no acaba de hacerlo. Woodley intenta construir un cuadro general de su tormentosa madre y logra pintarlo más gracias a sus recuerdos que a sus pesquisas. No es una mala película, al verla uno respira el cine de Gregg Araki, pero sí es una pequeña decepción, pudo haber creado otra obra maestra y sin embargo ha dirigido una cinta que a ratos captura tu atención haciéndote olvidar el mundo exterior, pero que otras veces es simplemente fallida. Aún así, es un placer ver que el último superviviente del New Queer Cinema sigue empeñado en no cambiar.