Por sexto año consecutivo hago estas breves listas intentando repasar aquellos trabajos que no han logrado la nominación al Oscar pero que a mí me gustaron, me conmovieron, me hicieron pensar o me resultaron estimulantes. Las únicas normas son que no estén nominados al Oscar y que pudieran haberlo estado, es decir que sus películas sean unas de las 347 elegibles en esta edición de los Oscar.
Tras el escándalo surgido tras el anuncio por parte de la Academia de que las categorías de Montaje, Fotografía, Maquillaje y Cortometraje de ficción no iban a ser anunciadas en directo, resulta más imprescindible que nunca reivindicar el trabajo de los montadores y los directores de fotografía. Sin montaje y fotografía no existe el cine, son dos elementos nucleares en la construcción de las películas.
Montaje
5. Ethan y Joel Coen por The Ballad of Buster Scruggs
Los Coen ejercen un control total sobre sus obras. Desde la propia confección del guion hasta el montaje. Ensamblar una película es un proceso dialéctico. Por eso generalmente los directores no montan sus películas directamente, puesto que es preciso que otra persona cuestione sus decisiones e ideas, confrontándolas de cara a destilar el mejor producto(/obra artística) posible. Los Coen tienen a su favor ser dos personas que mantienen un constante diálogo desde que comienzan a escribir sus películas. The Ballad of Buster Scruggs los lleva a un género que ya habían trabajo anteriormente como es el western pero les exige encontrar el estilo narrativo y visual pertinente para cada una de las seis historias que conforman la película. Salen airosos. El tiempo situará a esta película como una de sus obras más importantes.
4. Eddie Hamilton por Mission: Impossible - Fallout
Hamilton se ha ganado a pulso su actual estatus de montador de referencia en el cine de acción. X-Men: First Class (la X-Men buena), Kingsman y las dos últimas entregas de Mission: Impossible acreditan su talento para dotar de sentido y claridad las espectaculares secuencias de acción pensadas por cineastas como Matthew Vaughn o Christopher McQuarrie. Fallout es un festival de secuencias imposibles y giros aún menos probables, uno de los grandes divertimentos de 2018 y una obra de acción plagada de ideas visuales interesantes.
3. Joi McMillon y Nat Sanders por If Beale Street Could Talk
McMillon y Sanders vuelven a ayudar a Barry Jenkins a imprimirle ese ritmo pausado tan característico de su cine, combinando la cámara lente, la recreación en el rostro humano y las estampas urbanas. Al igual que en la mágica Moonlight firman un trabajo sensacional, que ayuda de forma decisiva a construir el microuniverso que plantea Jenkins y a asentar su peculiar estilo visual y narrativo. El inteligente diálogo que establecen entre pasado y presente para explicar al espectador la profunda historia de amor entre lo protagonistas y la terrible discriminación racial que padecen, funciona a las mil maravillas.
2. Tom Cross por First Man
El montador de Damien Chazelle, ganador por Whiplash y nominado al Oscar por La la land, acompaña al cineasta en su salto al drama espacial (y familiar). La colaboración entre ambos vuelve a resultar deslumbrante, sobre todo en las inmersivas secuencias de despegue y aterrizaje espacial. First Man es más de una película y Cross sabe imponerle el ritmo necesario a cada una de ellas, tanto al drama familiar, al thriller y a la aventura espacial. Es un gran trabajo, una de las ausencias más clamorosas de First Man en las nominaciones de los Oscar.
1. Alfonso Cuarón y Adam Gough por Roma
Roma es una obra tan radicalmente personal que Cuarón se ha encargado de la producción, escritura, fotografía, dirección y montaje de la misma. Ha usado su infancia burguesa para hablar de los cuidados, de las personas que nos cuidan y a las que cuidamos, de la hipocresía social, de la desigualdad, de la lucha, o más bien de la ausencia de, clases y, finalmente, de su país, del momento en que comenzó a romperse. Todo ello está en Roma, la película más perfectamente planificada del año. Una pequeña obra de orfebrería en la que cada secuencia encaja a la perfección, en la que todo plano aporta, en la que narración y engranaje visual se retroalimentan. Es inaudito que no esté nominada al Oscar a mejor montaje.
Fotografía
5. Bruno Delbonnel por The Ballad of Buster Scruggs
Delbonnel es uno de los grandes directores de fotografía de las últimas décadas. Sus cinco nominaciones al Oscar (infructuosas) lo constatan. Tras dar el salto a la primera división mundial con Jean-Pierre Jennet gracias a Amelie y Un long dimanche de fiançailles, se ha hecho un hueco en la industria del cine trabajando a este y al otro lado del océano. En The Ballad of Buster Scruggs, su segunda colaboración con los Coen tras la sensacional Inside Llewyn Davis, Delbonnel sale airoso del reto de dotar una coherencia visual a cada una de las 6 historias que componen la película, ahondando en la personalidad de cada una de ellas a la vez que le coherencia estética a toda la obra. El western, por su reconstrucción del espacio salvaje y la frontera, siempre ha sido un género visualmente estimulante. Delbonnel no lo desaprovecha y firma otro trabajo impecable.
4. Kyung-Pyo Hong por Burning
¿Sueñan los humanos con invernaderos ardiendo? Burning, la adaptación cinematográfica de una obra de Haruki Murakami, es una película ensoñada. Un film donde el protagonista nunca tiene claro si lo que está viendo es real o solo es producto de su imaginación. Gran parte de la fascinación que ha producido la película entre muchos cinéfilos, entre los que me incluyo, se debe a su arquitectura visual, a un gran número de imágenes que se te clavan en los ojos. Kyung-Pyo Hong ilumina uno de los atardeceres más bellos y poéticos que jamás haya visto.
3. Sayombhu Mukdeeprom por Suspiria
El tailandés Mukdeeprom tiena a sus espaldas construir las atmósferas mágicas de cineastas tan radicales como su compatriota Apichatpong Weerasethakul o el portugués Miguel Gomes. Su encuentro con Luca Guadagnino en la sensorial y cálida Call me by your name nos dejó algunas de las secuencias más hermosas del cine reciente. En su segunda colaboración, la relectura de Suspiria de Dario Argento, ofrece un trabajo más imperfecto, pero también más radical. Como ya pasaba con la película de Argento, la Suspiria de Guadagnino es, ante todo, una experiencia visual. La reconstrucción del Berlin de los 70, salvaje, peligroso, que comenzaba a despertar de un largo letargo, permite a Weerasethakul jugar con la luz y los tonos para construir un relato profundamente inquietante.
2. Linus Sandgren por First Man
Tras ganar el Oscar con La la land, Sandgren vuelve a ponerse a las órdenes de Damien Chazelle para iluminar la oscuridad del espacio y jugar con las sombras de un hombre traumatizado por el fallecimiento de su hija, con una familia a punto de implosionar y entregado a su trabajo, creyendo que solo eso lo puede salvar de la autodestrucción. Es importante explicar esto porque Sandgren tuvo que integrar su recreación visual de la infinidad espacial con los grises de una serie de espacios (la casa, la NASA) profundamente anodinos. El resultado es deslumbrante,
1. James Laxton por If Beale Street Could Talk
Laxton dio el salto a las grandes ligas hace 2 años de la mano de Jenkins con la maravillosa fotografía azulada de Moonlight. En la nueva película de Jenkins confirma su talento para jugar con los colores y construir atmósferas hipnóticas con el manejo de la luz. Precisamente hipnosis y plasticidad son las dos palabras que se me vienen a la mente cuando pienso en su trabajo, una maravillosa construcción de estampas de la vida cotidiana, pasadas por un filtro de belleza y delicadez. Consigue captar lo hermoso en lo cotidiano, algo al alcance de muy pocos artistas visuales. Es incomprensible que un trabajo tan hermoso y luminoso como éste no esté nominado al Oscar. Una obra de arte.
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