5. Rectify
Nunca se olvida como andar en bici |
Sundance Channel ha irrumpido en el mundo seriéfilo con Top
of the lake y Rectify, difícil edificar una imagen de marca tan nítida con tan
poco. Profundizando en ese género-concepto-corriente-estilo narrativo que es la
slow tv, esta serie sigue los pasos de un chico que sale del corredor de la muerte
tras muchos años. Es una serie contemplativa, casi conceptual. Magnética.
4. Orange is the new black
Yo de mayor quiero ser negra |
La reina del bing watching televisivo de 2013 fue Orange is
the new black, que además aprovechó la escasez seriéfila veraniega. La serie
femenina coral más interesante y poliédrica de la televisión. Es en su retrato
de este grupo de criminales dónde la amiga Jenji Kohan da el do de pecho. El
equilibrio entre drama y comedia es digno de aplaudir. Y después, claro, el
capítulo de la gallina y la secuencia que pone fin a la temporada.
3. Masters of Sex
Johnson y Masters |
Para salvar a Showtime de sí misma llegó Masters of Sex, o
cómo investigar, hablar y vivir en torno al sexo en los años 50. Delicada,
moderna (en muchos sentidos), graciosa y muy accesible (los elementos culebronescos
que le adjudican sus detractores son ciertos) Masters of Sex ha gustado mucho,
aunque sus detractores la odian mucho. Lo mejor, la trama de Allison Janney (y
devolvernos a la mejor Allison Janney).
2. The Americans
Una caliente Guerra Fría |
Algunos la acusaron de fría y aburrida. Yo prefiero verla
como una serie compleja y sutil. Los primeros tres capítulos me costaron, a
partir del cuarto todo fue amor y devoción. The Americans es una serie sin
apenas aristas, digna sucesora de Justified en FX. Si le sumamos a lo mucho que
me gusta a mí el mundo del espionaje, los conflictos ideológicos y maritales de
una pareja de espías rusos en la USA de Reagan, lo único que podía pasar es que
yo amara esta serie. Y sí, la amo.
1. House of Cards US
El Mal les desea un Feliz Año Nuevo |
Si The Americans es una serie sin aristas, estable, rotunda,
House of Cards US es todo lo contrario. Llena de altibajos, de momentos pasados de
rosca, estamos ante un producto excesivo, apabullante. La House of Cards
británica me fascinaba en su cruel retrato de la ambición sin medida. Esta
versión americana me parece más humana, y quizás menos cínica. Kevin Spacey
está inmenso, para bien y para mal. Y técnicamente (que era dónde patinaba la
british) joder, ¡qué burrada!
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