LA LA LAND / TONI ERDMANN
Que la película estadounidense del año, La la land, y la cinta europea de la temporada, Toni Erdmann, aborden las complejas relaciones que se establecen entre la (in)felicidad, el trabajo y la vida personal, resulta, cuanto menos, sintomático del devenir profesional/emocional de una generación que se caracteriza por sobrevivir dando tumbos, en un mundo cada vez más convulso.
Para la generación de nuestros
padres, los babyboomers, la felicidad
era tener una casa, una pareja para toda la vida (muchos descubrieron que en
realidad no), un trabajo, también, para toda la vida, un par de hijos y que
esos hijos fueran a la universidad y pudieran, posteriormente, tener una vida
mejor que la suya, e imaginarse una nueva felicidad más feliz. Tras todo lo que ha llovido en la última década, podemos
concluir ya que eso no va a pasar. No
sólo no somos más felices, sino que, en realidad, no sabemos qué es la
felicidad. Carecemos de una genealogía de la felicidad. La la land y Toni Erdmann, o lo que es lo mismo, Damien Chazelle y Maren Ade,
vienen a escrutar este estado de desazón vital, por ello son dos películas
brillantes (y extrañamente luminosas) sobre las tinieblas de una generación en permanente estado de precariedad (laboral, sentimental).
Los protagonistas de La la land, una aspirante actriz y un
pianista de jazz moderno, han dictaminado que lo que les impide ser felices es
estar fracasando en sus respectivas carreras profesionales. Por ello, a pesar
de parecer un drama romántico, la historia de amor en La la land es
narrativamente secundaria y, como consecuencia de ello, el elemento más débil
del aparato discursivo que construye Chazelle. El sueño de Mia y Sebastian no
es mantener vivo su amor, como pasaba en los musicales clásicos en los que
Chazelle se inspira (desde Los paraguas
de Cherburgo hasta Cantando bajo la
lluvia), para retorcerlos emocionalmente. Sino que su meta vital central es triunfar en su ámbito profesional y conseguir
que su arte sea consumido/disfrutado por otras personas. Como sostiene
Desirée de Fez en su brillante artículo sobre La la land, la tercera película de Chazelle como director, no es
menos oscura que la segunda, Whiplash,
a pesar de que su mirada retorcida sobre la felicidad se esconda detrás de la
sonrisa de Emma Stone, la música de Justin Hurwitz y la fotografía de Linus
Sandgren.
Antaño, el sueño americano estaba
basado en el American Way of Life:
una casa en los suburbios, una pareja, un perro y un zumo de naranja y unas
tortitas para desayunar. En cambio, el
sueño americano que está deconstruyendo Damien Chazelle en su obra, pivota
sobre la autorrealización personal a través del arte y sobre la obtención de la
aceptación y el reconocimiento de los demás. Si en nuestro interior no está
la respuesta a “¿qué coño es la felicidad?” Quizás está ahí afuera, en la
mirada y en la sonrisa de los otros, de los que no son yo.
Por ello, la nostalgia que
embriaga a La la land, lejos de estar
obnubilada por el resplandeciente pasado, ese Hollywood clásico para ella, esa
era dorada del jazz para él, está articulada desde la frustración de toda una
generación. Nos prometisteis que nuestra
vida sería un sueño y lo que nos habéis regalado
es la construcción de una nueva clase social: el precariado.
Los personajes de Chazelle luchan
por salir del precariado a través del arte. ¿Y cuando lo logras, qué pasa?
¿Eres feliz? La mirada lacónica de Ryan Gosling me hace pensar que no, pero, y
ahí radica la grandeza de La la land
como obra generacional mayúscula, Chazelle lo deja a la libre interpretación de
cada uno.
Si los personajes de La la land son capaces de llegar a una conclusión
sobre qué no funciona, desde su propia visión de sí mismos, en sus vidas, la
protagonista de Toni Erdmann necesita
que su padre se lo ilustre a través del boicot persistente de su día a día. Inès
trabaja para una consultora multinacional que se dedica a dictaminar la
viabilidad económica de las empresas y a elaborar planes de intervención en las
mismas. Esa intervención pasa, básicamente, por llevar a cabo despidos y
externalizar servicios a otras empresas cuyos trabajadores gozan de unas condiciones
laborales aún peores. Inès es el ángel
caído que nos anuncia la muerte del trabajo en la sociedad de consumo.
Esta mujer ha logrado lo que en
la era postindustrial y de capitalismo globalizado se ha impuesto,
hegemónicamente, como el éxito. Tiene un cargo de responsabilidad en una gran
empresa y cobra mucho dinero. Pero no es feliz. De hecho, no tiene vida más
allá de su trabajo. De tal forma, que intenta llenar su vacío existencial
medrando profesionalmente y construyendo relaciones sociales aún más huecas que
su propia vida. Inès no siente, sino que,
bajo los postulados de la productividad, consume: encuentros, conversaciones,
fiestas, cenas, objetos, cupcakes con lefa… lo que sea necesario para dejar de
sentirse sola o, lo que es más importante, para impedir que los demás vean lo
sola que está. Toni Erdmann
aborda así la banalización de las relaciones sociales. Ya no vemos los
sentimientos de las personas, sólo vemos momentos, experiencias, historias que
contar en el siguiente acto social o que subir a Instagram Stories. Nos da igual
qué sienten los demás, sólo nos importa la imagen que tienen de nosotros.
Posiblemente, tampoco sientan nada más que un viscoso vacío interior. Nunca nos importó tanto qué piensan los
demás de nosotros y tan poco lo que nosotros les hacemos sentir.
¿Qué es, entonces, la felicidad,
según Damien Chazelle y Maren Ade? Ninguno llega a barruntarlo. Chazelle
concluye que la felicidad para nuestra generación ya no se podrá alcanzar
congeniando el éxito artístico-profesional y el emocional. Hay que elegir entre
ambas esferas. Alcanzar el éxito implica sacrificar tus relaciones personales:
tu familia, tus amigos, tus parejas. Y, así, quizás, a través de tu trabajo y
de tu capacidad de expresarte artísticamente, logres ser feliz. O quizás no y
habrás caído, irremediablemente en la perversa trampa del éxito como forma de
vida. Ade, por su parte, sostiene que la felicidad, como concepto totalizante,
no existe, sólo podemos aproximarnos a ella a través de los pequeños momentos:
el abrazo de tu padre, la risa cómplice… Chazelle busca llenar el vacío
existencial con el arte. Ade con las relaciones personales. Son dos formas
distintas de abordar un problema común: ya
no existe un modelo comúnmente aceptado
de lo que es la felicidad.
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