AMERICAN CRIME – Temporada 2
Cuando ABC estrenó American
Crime, una historia americana sobre el racismo, las expectativas estaban por
todo lo alto, porque el proyecto venía firmado por el guionista John Ridley,
que un año atrás había ganado el Oscar por 12 years a slave. ¿Quién mejor que
el hombre que había adaptado la terrible historia de Solomon Northop para
hablarnos del racismo actual, mucho tiempo después de la abolición de la
esclavitud en Estados Unidos? Aquella primera temporada de American Crime fue una
sucesión de calculados golpes al riñón de un país en el que la herida de la
esclavitud sigue supurando en forma de racismo. Con un estilo narrativo seco,
una puesta en escena sucia y urbana, y un ramillete de personajes llenos de
prejuicios, la serie se situó entre lo más estimulante de la televisión
estadounidense de la temporada pasada. A pesar de sus bajísimas audiencias, ABC
le dio una segunda temporada a esta antología, que más que criminal, es, sobre
todo, americana. Tras ver la segunda temporada, podemos afirmar que Ridley ha
planteado American Crime como un mosaico de las vergüenzas latentes de Estados
Unidos, y qué es lo que pasa cuando dejan de estar latentes y se visibilizan en
forma de explosión violenta, de odio.
De la California teóricamente
cosmopolita, liberal e interracial de la primera temporada, hemos pasado a
Indiana, en el corazón del Midwest, dónde la cuestión racial, que sigue siendo
relevante, porque al fin y al cabo lo es en todo el país, comienza a tener una
importancia creciente. Sin embargo, aquí el racismo deja paso al clasismo y a
la homofobia. Un joven denuncia, tras intentar ocultarlo, haber sido violado en
el transcurso de una fiesta del equipo de baloncesto de un instituto privado. A
partir de ahí salta por los aires la paz aparente que reinaba en la comunidad.
Concatenándose dos crisis, la social y la familiar. A la cada vez más amplia
brecha entre las clases acomodadas y las desfavorecidas, se une un creciente
desapego entre lo que los padres quieren para sus hijos y lo que sus hijos
sienten, necesitan, temen o anhelan.
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A partir de aquí, posibles spoilers |
Esta segunda temporada de
American Crime bucea en las fracturas sociales, familiares y personales de
nuestras sociedades occidentales. En el plano social, retrata cómo el mundo es
manejado por las personas que detentan el poder. A través de la manipulación
masiva que hace de la historia de la violación la directora del instituto,
interpretada por una gélida Felictiy Huffman, una de esas villanas terribles,
tanto por lo que hace, como por lo plausible que resulta. Como vemos a diario
en las noticias, esas personas que controlan el tablero siempre acaban cayendo
de pie, por muy graves que sean las acciones que cometen. American Crime
visibiliza así la corrosiva corrupción que nos asola. Ya sea institucional o moral.
En el plano familiar, American
Crime reincide en una idea que ya sobrevolaba en la primera temporada: no
conocemos a nuestros seres queridos. En la era de la comunicación global,
instantánea y constante, nos hemos convertido en seres profundamente incomunicados.
Ya otras series como The Leftovers han abordado este drama de primera magnitud.
En la serie de Ridley se ven las dos caras de esa moneda. Por un lado, la
hiperconexión, con los mensajes que se mandan los adolescentes implicados entre
sí. Mensajes llenos de violencia, de dolor, de deseos que avergüenzan al que
los tiene, de pulsiones inconfesables cara a cara. De hecho la diferencia entre
cómo es uno a través de las redes “sociales” y cómo es uno en persona está en
el centro de la trama. ¿Y si en el fondo nuestro yo de las redes sociales se
parece más a nuestro yo interior que al que dejamos ver exteriormente? Ouch.
Por otro lado, tendríamos la
incomunicación. Entre parejas, entre amigos y, sobre todo, entre padres e
hijos. Así tenemos a cuatro madres que han sido incapaces de leer a sus hijos.
En primer lugar la madre de la supuesta víctima, interpretada por una
desgarradora Lili Taylor, el rostro roto de la impotencia y de la culpabilidad.
En segundo lugar la madre del cabecilla del equipo de baloncesto, interpretada
por una rabiosa Regina King, más preocupada en el éxito de su hijo que en su
propio hijo, y que emplea todas sus armas de persona acomodada y con buenas
conexiones, para que éste salga indemne.
En tercer lugar, la madre del presunto violador, a la que da vida una
viscosa Emily Bergl, que decidió esfumarse de la vida de sus hijos, evadir
responsabilidades y encerrarse en sus miedos, prejuicios y taras. Y en cuarto
lugar, la madre de la hija del entrenador, a la que encarna la siempre sensacional
Hope Davis, que paralizada por sus propios problemas, es incapaz de evitar que
su hija cometa los suyos. Resulta
interesante observar cómo son las madres las que cargan con la culpa de no
conocer a sus hijos. Los padres se disuelven en la tragedia. Son ellas el motor
de la historia, por sus acciones o por sus omisiones. Incluso aunque los padres
estén presentes, sus actos son hacia afuera, jamás hacia adentro. En cambio, las interacciones entre madres e hijos nos dejan vislumbrar qué no ha funcionado en esos hogares, qué estaba roto. Ellas asumen, tras
el estallido de la crisis, que sus casas están en llamas y que el incendio lo
provocaron más los padres, que los hijos. Ellos no.
Si hasta ahora hemos hablado de
los personajes adultos que pululan por la historia, es en el plano personal
dónde podemos bucear en los sentimientos de los adolescentes que la
protagonizan. El logro más extraordinario de esta segunda temporada de American
Crime es, sin duda, el dibujo que hace de la psique de los teóricos
antagonistas del relato, si es que este fuera un relato clásico: el adolescente
presuntamente violado, interpretado por un frágil y destrozado Connor Jessup, y
el presunto violador, al que da vida un turbador Joey Pollari. American Crime
es un drama social, un drama familiar, pero sobre todo, un asfixiante drama
psicológico. Durante los 10 capítulos que dura esta segunda entrega,
perseguimos a estos dos chavales autodestructivos a los que la soledad, la
tristeza y la incomprensión (de los demás, pero también de sí mismos) les han
destrozado la vida. Ridley y su equipo podrían haberlos juzgado, y haber condenado
al presunto violador, sin embargo no lo hacen. Lo fundamental no es saber si
efectivamente se produjo la violación, sino indagar en las causas y en las
consecuencias que tuvo para ambos, para sus familias y para su comunidad. Lo cierto
es que los problemas de ambos no comenzaron con la violación, su camino hacia
la destrucción había empezado mucho antes. Quizás por ello, y aunque a muchos
espectadores los haya dejado insatisfechos, la decisión de Ridley de optar por
un final bastante abierto es congruente con el relato. Ni sus problemas
comenzaron con la violación, ni sus problemas terminarán con la resolución
judicial de la misma y del posterior asesinato cometido por el personaje de
Jessup, tras ser apaleado y amenazado por los compañeros de equipo de su
agresor. Como bien podemos ver en el último plano de Pollari, no hay catarsis,
sigue igual de destrozado, subiéndose a coches de desconocidos, buscando en su
tacto unas emociones que no encontrará. Intentando diluirse en la piel de hombres
que sólo buscan sexo fácil y hueco. En cierta forma Pollari toma el testigo del
Joseph Gordon-Levitt de Mysterious Skin. Sobre todo en la terrible secuencia en
la que uno de esos desconocidos lo golpea e intenta violarlo. No hay salida del
laberinto. Ambos están irremediablemente rotos. Y esa es la parte del relato
más aterradora y pesimista. Un relato que quizás en su recta final se dispersó
intentado ocupar (ideológicamente) demasiados temas: la vigilancia en la era de
internet, las armas, los asesinatos en institutos, el sistema judicial... Aún
así, American Crime: Segunda temporada, es, ante todo, el letal retrato de una
sociedad enferma.
Yo no podía dejar de pensar durante toda la serie que, en una sociedad ideal sin prejuicios, Taylor y Eric serían la pareja ideal <3
ResponderEliminarjajajajajaajjaja shipper!!! A lo mejor sí... se podrían haber ayudado mutuamente, entendiéndose el uno al otro :)
EliminarMe ha gustado mucho tu análisis de esta segunda temporada. Sin duda que el final nos deja abierta la puerta a distintas opciones pero es cierto eso que dices de que "No hay salida del laberinto. Ambos están irremediablemente rotos. Y esa es la parte del relato más aterradora y pesimista." Ambos quedan a expensas de sus actos y de la mera interpretación del espectador. Ambos seguirán con su perturbación personal y eso hace de esta serie un claro reflejo de la sociedad actual.
ResponderEliminar1. Me alegra mucho que te gustara :))), mil gracias :))).
Eliminar2. Totalmente de acuerdo, por eso tiene sentido que termine con un final "abierto", porque es eso, no hay salida, no hay final :(.
Me ha gustado mucho tu análisis de esta segunda temporada. Sin duda que el final nos deja abierta la puerta a distintas opciones pero es cierto eso que dices de que "No hay salida del laberinto. Ambos están irremediablemente rotos. Y esa es la parte del relato más aterradora y pesimista." Ambos quedan a expensas de sus actos y de la mera interpretación del espectador. Ambos seguirán con su perturbación personal y eso hace de esta serie un claro reflejo de la sociedad actual.
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