martes, 24 de octubre de 2017

... se apaga

MORIR de Fernando FrancoA GHOST STORY de David Lowery

Este amor se apaga, como se apagan los impulsos de tu amor, como terminan los mensajes que no mandas… este amor… se apaga.

No hay spoilers, más allá de las propias premisas de Morir y A ghost story.







Los festivales de Donostia y Sitges han estrenado, respectivamente, Morir de Fernando Franco y A ghost story de David Lowery. La primera se puede ver en (demasiados pocos) cines desde el 6 de octubre, la segunda llega a nuestras salas hoy, 3 de noviembre. Ambas obras reflexionan sobre la muerte y cómo ésta afecta a las personas involucradas en la misma: los que se van y los que se quedan, los leftovers. Sin embargo, lo hacen desde ópticas (y puestas en escena) opuestas, pero (o más bien, por ello) complementarias: la película de Franco se aproxima a la muerte desde el punto de vista de la pareja de un hombre moribundo; la de Lowery, en cambio, lo hace bajo la mirada vacía del muerto, que reaparece en forma de fantasma, siguiendo la iconografía clásica: un ser debajo de una sábana blanca. Mientras que Franco ha optado por el naturalismo, haciendo que su cámara persigue a los personajes. Lowery construye una puesta en escena decididamente artificiosa, casi ensoñada y deliberadamente contemplativa. Ambas películas constituyen dos de las obras cinematográficas más estimulantes (y conmovedoras) del 2017.

La relevancia de estas dos películas reside en que, por una parte, todos nos vamos a morir tarde o temprano y, por otra, en que a todos se nos han muerto o se nos van a morir seres queridos en algún momento de nuestra (pequeña) existencia. Es por ello que la muerte ha estado, desde el inicio de la producción cultural humana, en el disparadero. Teniendo en cuenta esto, Morir y A ghost story intentan reflexionar sobre la misma desde la personalísima visión de sus autores.


En la película de Fernando Franco, vemos la degradación emocional, mental y física que lleva aparejada la larga muerte, es decir, las enfermedades terminales que se extienden en el tiempo. Tanto para el que está a punto de morir, en este caso el personaje interpretado por Andrés Gertrudix, como para la persona que está a su lado, aquí encarnada en carne viva por una extraordinaria (otra vez más) Marian Álvarez. Morir relata, sin contemplaciones pero con un inmenso respeto por sus personajes, cómo evoluciona la persona enferma, cada día más vulnerable e indefensa; y la persona cuidadora, cada día más debilitada y desesperada. Cuando nos sentimos completamente desprotegidos, el egoísmo se convierte en un terrible (y desesperado) mecanismo de defensa. Morir no pretende ser una película bonita, torna, de hecho, en un drama psicológico (la secuencia del coche contiene una tensión insoportable) que carcome poco a poco al espectador hasta dejarlo, a la salida del cine, noqueado. Teniendo en cuenta (¿cómo no hacerlo?) que Álvarez y Gertrudix son pareja más allá de la ficción, es imposible no valorar el ejercicio, casi suicida, de enfrentarse a esta película. ¿Cómo te acuestas en la cama al lado de la persona a la que amas y con la que acabas de explorar un posible y terrible futuro?



Frente a la crudeza de Morir, A ghost story propone un ejercicio de poesía audiovisual (la fotografía y la música son hermosas) para abordar algo inabordable: cómo sigue la vida, el mundo, los seres queridos, los espacios ocupados, después de la muerte, desde, y aquí reside la osadía de la obra, el punto de vista del muerto. Lejos de caer en el ridículo, aunque tirando de dosis de humor absurdo (desde la sábana blanca hasta las “conversaciones” con el otro fantasma), Lowery compone un relato lleno de ternura y dolor. La vida después de la muerte es pura contemplación sin capacidad de intervención. La vida después de la muerte es ver a tu mujer (Rooney Mara es la actriz más delicadamente expresiva del cine actual) comerse, deprimida, una tarta durante unos interminables cinco minutos, sin poder decirle que la quieres, que, posiblemente, la querrás toda la eternidad… o no. A ghost story es una de las obras más valientes que se han hecho sobre el proceso de aceptar la muerte. También es una película fascinante sobre el paso del tiempo y sobre el ciclo sin fin de la vida humana. Cuando se adentra en terrenos meramente metafísicos brilla. Como decía James Joyce, “la historia es una pesadilla de la que estoy intentando escapar”. O no. 

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