martes, 26 de abril de 2016

¿Qué coño estoy haciendo con mi vida?

BROAD CITY - Tercera temporada / GIRLS - Quinta temporada


Puede haber spoilers de Girls, pero creo que no de Broad City


La semana pasada terminaron las temporadas de dos series que lanzan una mirada incisiva a toda una generación, aquellos que nacimos en los 80, perdida entre lo que le prometieron (casa, trabajo, familia, perro) y lo que se ha encontrado (nada de lo anterior, como mucho un gato, más fácil de tener en tu piso de alquiler compartido). Esas series son Girls (HBO) y Broad City (Comedy Central). Ambas son, en cierta forma, complementarias. Si Girls nos enseña la peor parte de nosotros mismos, construyendo una dramedia negrísima: el egoísmo sin límites, la obcecación en nuestros errores, el pánico al fracaso, la inmadurez emocional, las promesas incumplidas, las plegarias desatendidas... Broad City, en cambio, aborda el dibujo de nuestra generación desde la comedia pura: ¿vamos a la deriva? ¿y? Quizás por eso Broad City me hace feliz y Girls me hace desgraciado. O más bien, me recuerda que soy un desgraciado. Quizás también, por eso, me siento cómodo reflejado en el patetismo de Abbi y sin embargo me escuece ver a mi peor yo en el comportamiento de Hannah.

Paradójicamente, Abbi e Ilana tienen una vida mucho más desordenada, caótica y fallida que las Girls de Dunham, y sin embargo son infinitamente más felices. Mientras que todas las Girls viven en un estado de crisis vital total, las chicas de Broad City se sobreponen a sus problemas cometiendo un sin fin de locuras. Abbi, al igual que Marnie, pretendía ser una artista, sin embargo ha terminado en un gimnasio, en el que tras recoger mucho pelo púbico, ha ascendido de limpiadora a entrenadora. Podría parecer una derrota y sin embargo es feliz con lo que tiene. Quizás nuestra insatisfacción generacional resida principalmente en el incumplimiento de las expectativas creadas. Somos víctimas de nuestro propio hype vital. En cambio Marnie, cuya carrera cómo cantautora va viento en popa, está sumida en una crisis profunda de identidad: ¿quién soy? El gran acierto de esta temporada de Girls ha sido empujar a sus protagonistas hacia una especie de catarsis vital. Tras varias temporadas perdida en sí misma, Marnie recuperó el rumbo en The Panic in Central Park (5x06), cuando se cruza de nuevo en su vida Charlie. Al final de esa noche que pasan juntos algo se ha roto en Marnie. Aún sigue sin saber quién es, pero sabe que no es la persona que está casada con Desi y está preparada, por fin, para averiguarlo.

#FeelTheBern Forever

Frente a las catarsis planteadas por Dunham, Jacobson y Glazer huyen de dicho esquema de forma premeditada. Cuando en Burning Bridges (3x08), Abbi e Ilana descubren que se han mentido mutuamente, por primera vez en sus vidas, tras una cena desternillantemente desastrosa, no se produce ninguna catarsis, no hay una gran pelea, no se vomitan dolorosas palabras a la cara, simplemente se entienden la una a la otra. No hay drama. Lo que en Girls hubiera provocado una escena incomodísima, en la que las amigas se arañan emocionalmente hasta hacerse sangre, en Broad City se resuelve a través de la comprensión mutua. En este sentido me siento más identificado con Abbie e Ilana, ya estamos bastante jodidos cómo para hacernos daño entre nosotros.


Precisamente daño es lo que hace, y sobre todo se hace, Hannah Horvath a lo largo de la última temporada de Girls. Retomamos al personaje en un momento teóricamente dulce de su vida, tiene un buen trabajo, que no es su trabajo soñado, pero desde luego es un trabajo que ya nos gustaría a cualquiera de nosotros, como profesora, tiene una relación teóricamente estable con su compañero en el instituto, se mudan a vivir juntos... Todo marcha cómo debería. O no. El problema de Hannah es que a lo largo de todos estos años ha ido arrastrando problemas sin resolver. Si en el 1x01 decía que quería ser la voz de una generación, a lo largo de esta temporada hemos podido observar que ya no es que no sea la voz de esa generación, la nuestra, sino que ella misma carece de voz. Otra vez una crisis de identidad severa. ¿Quién es Hannah? Durante los primeros 9 capítulos de la temporada, Hannah va quemando poco a poco sus relaciones de amistad, su relación de pareja y su relación laboral, hasta terminar sola, literalmente tirada en una estación de servicio (5x08). En cierta forma Hannah se nos ha mostrado como esa amenaza latente de la autodestrucción que pesa sobre nuestras cabezas. Ha sido egoísta, ha sido estúpida y ha sido inconsciente. De tanto errar ha terminado por perderse. Por ello la catarsis del último capítulo, I love you baby (5x10), es tan poderosa. Hannah recupera por fin su voz y con ella el rumbo, quizás no vital, porque seguimos sin saber qué hará con su vida, pero sí emocional, sentimental e identitario. Paradójicamente, Hannah termina en el mismo punto que las protagonistas de Broad City: no sé que coño estoy haciendo con mi vida, pero sé quién soy. Ojalá yo pudiera encontrarme también a mí mismo (y ser tan feliz como Ilana y Abbi).

domingo, 10 de abril de 2016

Crimen, raza y ¿castigo?

AMERICAN CRIME STORY: The People v. O.J. Simpson




American Crime Story aterrizó en la televisión estadounidense en medio de intensos debates sobre el racismo que aún impera en la sociedad americana y en su sistema político-legal. Estados Unidos sigue siendo un país dónde las tasas de mortalidad y de encarcelamiento de los hombres negros son muy superiores a las de los hombres blancos.  Tras el asesinato a manos de la policía de un joven negro desarmado en Ferguson (Missouri) en el verano de 2014 y los disturbios que dicho asesinato desataron, el problema del racismo ha vuelto a ser una prioridad nacional, recordando a todos los estadounidenses que la elección del primer Presidente negro no había cambiado ni las mentalidades de las personas, ni los procedimientos legales y de seguridad, ni los condicionantes socio-económicos. La televisión ha intentado reflexionar sobre el racismo en medio de este clima de tensión racial creciente. Ya sea de forma episódica, como The Good Wife o Scandal, ya sea a través de la comedia, como The Carmichael Show, o ya sea colocándolo en el corazón mismo de su relato, como en American Crime. Así, la televisión le ha ganado limpiamente la partida a su hermano mayor, el cine, dónde los negros siguen siendo invisibilizados por una industria gobernada por hombres blancos. American Crime Story: The People v. OJ Simpson, ideada y escrita por el tándem Scott Alexander y Larry Karaszewski, guionistas de The People v. Larry Flint, otro relato judicial mediático y mediatizado, bajo el auspicio del hombre-marca Ryan Murphy, aquí productor y director, ha venido a continuar y amplificar las reflexiones que todas estas series habían llevado a cabo antes, convirtiéndose en una de las ficciones más interesantes y trascendentes de este 2016.

(A partir de aquí se hablará abiertamente de lo acontecido durante el caso O.J. Simpson)

O.J. Simpson, un famoso jugador retirado de la NFL (la Liga de fútbol americano) es acusado de haber asesinado a su ex-mujer y a un hombre que se encontraba con ella en el momento del crimen. Tras darse a la fuga antes de ser detenido, y volver finalmente para entregarse, es sometido a un proceso judicial televisado en vivo y en directo para todo el país, llegándose a producir altercados en torno al mismo. A partir de esta jugosa premisa, Alexander y Karaszewski desarrollan un fantástico estudio de personajes, pero sobre todo elaboran un riquísimo estudio social de un país fragmentado y que no ha sabido enfrentarse a su doloroso pasado.

En el último capítulo de la ficción, el décimo, ya en su media hora final, tras darse a conocer el veredicto del jurado, el abogado principal del Dream Team de O.J. Simpson (Cuba Gooding Jr.), Johnnie Cochran (un inmenso Courtney B. Vance) se acerca, magnánimo en la victoria, al segundo de abordo del equipo de la fiscalía, Christopher Darden (Sterling K. Brown). Ambos son, además del propio O.J., las dos únicas personas negras relevantes en el relato, además, claro está, de los miembros de un jurado mayoritariamente compuesto por negros. Toda la secuencia transcurre en el interior de los juzgados, en un piso completamente vacío y entre claroscuros. Cochran, tras reconocer el inmenso trabajo llevado a cabo por Darden, le dice que una vez que las aguas se apacigüen, le encantaría ayudarlos para que vuelva “a formar parte de la comunidad”. La comunidad negra. A la que siguiendo las tesis de Cochran, Darden había traicionado al trabajar para unos aparatos legales y policiales, la Fiscalía y la policía de Los Ángeles, dominados por blancos, para encarcelar a un ciudadano negro. No a un ciudadano negro cualquiera, sino a un ciudadano negro famoso y respetado, al que Cochran, con su estrategia a lo largo del juicio, transformó en un símbolo del racismo sistemático contra los negros. Darden, que a lo largo del juicio había sucumbido una y otra vez a la manipulación que Cochran hizo de sus propios sentimientos, empujándolo hacia la traición a su propia raza, mantiene en esta secuencia una templanza que no había demostrado hasta el momento. Ya no tenía nada que perder, porque la sentencia del caso O.J. había destruido todo en lo que creía: una justicia igual para todos, basada en la verdad y no en la raza.

-    - Bueno, nunca me marché. ¿Crees que no entiendo la situación? La entiendo. Es venganza. O.J. es el primer acusado negro de la historia en librarse porque es negro.
-    - La gente verá quién es la policía en realidad...
-   - Y también lo bien que sabes darle la vuelta al sistema. No hay ningún escalón hacia los derechos civiles. La policía de este país seguirá arrestándonos, pegándonos, matándonos. No has cambiado nada para la gente negra aquí. Excepto, por supuesto, que eres uno rico y famoso en Brentwood.



Esta conversación resume a la perfección qué pretende contar la primera entrega de esta antología criminal. Cómo Cochran convirtió el caso O.J. en un juicio mediático masivo en torno a la corrupción de la policía y el racismo del sistema, sacando a la luz las heridas abiertas de un país que había vivido salvajemente la esclavitud y la segregación y dónde 25 años antes había sido asesinado Martin Luther King. O.J. un hombre negro, exitoso deportista y celebrity, que vivía en un barrio de clase alta, y por lo tanto blanco, rodeado de blancos, como su mejor amigo Robert Kardashian (David Schwimmer), y de espaldas a esa comunidad negra de la que hablaba Cochran, termina convirtiéndose en la última esperanza de dicha comunidad, en el hombre que encarna las ansias de venganza de millones de personas aplastadas por un sistema en el que no se ven representados. 

El juicio a O.J. Simpson y su sentencia exculpatoria, sacudieron a un país que a mediados de los 90, vivía una calma aparente, bajo la que supuraban el odio, el racismo, la violencia y el machismo. De hecho, destacaría fundamentalmente tres aspectos de ACS: su dibujo del racismo, no sólo de blancos hacia negros, sino también a la inversa, dibujando a un país profundamente dividido; la panorámica socio-cultural de los Estados Unidos pre-11-S y pre-masificación de internet, a través de la televisión cómo gran teatro del mundo; y en tercer lugar, cómo ahonda en la violencia, física, simbólica, laboral y mediática que genera el machismo. La fiscal Marcia Clark (la mejor Sarah Paulson desde AHS: Asylum) se convierte así en la protagonista del relato, teniendo a Cochran como antagonista. El sensacional y complejo dibujo que hace la serie de una mujer luchando contra terribles dinámicas de poder machistas es sensacional. Y alcanza su culmen en el maravilloso Marcia, Marcia, Marcia (1x06), en el que la fiscal tiene que lidiar a la vez con sus problemas familiares, la estrategia destructiva de su rival, el acoso mediático y sus propios miedos e inseguridades. El capítulo es un sensacional retrato del acoso al que se ven sometidas muchas mujeres en situaciones de poder en un sistema controlado por hombres. Junto con el último episodio y el antepenúltimo, el del jurado (sus prácticamente nulas deliberaciones en la finale son oro), uno de los episodios más vibrantes y lúcidos de una ficción que viajado a los 90 para reconstruirnos aquello años y demostrarnos que la sociedad americana no ha cambiado tanto, que sigue, como ya se veía en su hermana American Crime, acosada y fracturada por problemas muy similares.

lunes, 4 de abril de 2016

El lampreavismo o el arte de ser una señora moderna




Hoy ha muerto Chus Lampreave, y con ella ha muerto una de las actrices cómicas más grandes que hemos tenido. Aunque su figura se asociará, para siempre, al cine de Pedro Almodóvar, lo cierto es que Chus Lampreave ya era una gran actriz mucho antes de gritar diálogos del manchego como los gritaría cualquiera de nuestras abuelas. Cuando Lampreave y Almodóvar colaboraron por primera vez, en la tercera película del director, Entre tinieblas, la actriz ya había trabajado con Berlanga, Ferreri, Armiñán, Mercero o Forqué. Ya era esa actriz secundaria total, capaz de exprimir hasta la última gota de sus personajes, que dotaba de personalidad propia, velocidad y punch cómico a cada uno de sus diálogos. Y luego, claro, llegó Almodóvar, para convertirla en un imposible icono pop, dándole algunas de las frases más descacharrantes de su cine. Pero también Cuerda o Trueba, con el que ganaría su único Goya, gracias a Belle Époque, o el fenómeno que supuso Torrente. Y así fue como Chus Lampreave se convirtió en un actriz respetada y querida por todo el país. Una chica Almodóvar drásticamente diferente a las demás. Quizás la única actriz que no se veía engullida por los diálogos del director, sino que se apoderaba de ellos. Cuando vemos a Carmen Maura, Victoria Abril, Marisa Paredes o Penélope Cruz recitar a Almodóvar, no dejamos de ver a magníficas intérpretes poniendo voz y rostro a sus pensamientos, a sus ideas, a sus frases lapidarias, a sus chistes soeces. En cambio, cuando es Chus Lampreave la que los recita, parece como si fueran suyos, como si la mente de Almodóvar y el cuerpo de Lampreave fueran un único ser, una descomunal máquina de escupir verdades, casi todas en tono cómico, pero verdades, porque no todas las verdades tienen que doler.

A través de la filmografía de Chus Lampreave, podemos hacer un recorrido por las comedias más relevantes del cine español. El cochecito, El verdugo, La escopeta nacional, Mujeres al borde de un ataque de nervios, Amanece que no es poco, Belle Époque... En todas ellas estaba Chus Lampreave, siempre en un segundo plano, clavando cada uno de sus diálogos con una puntería cómica al alcance de muy pocos, iluminando cada una de estas películas con su comicidad y entrañabilidad (en esta casa diríamos riquiñismo). Este fin de semana pasado, preparándome para el estreno de Julieta, la nueva película de Almodóvar, en la que por desgracia Lampreave no aparecerá para robar alguna secuencia, vi Entre tinieblas, su primera película juntos, en la que la actriz encarnaba a una de las monjas que protagonizaban la cinta, y La flor de mi secreto, la única película de Almodóvar por la que obtuvo una nominación al Goya. Tuve un fin de semana preñado de lampreavismo. Me hizo reír cómo la primera vez, cuando la conocí, maravillado y doblado de la risa en ¿Qué he hecho yo para merecer esto! Y no será la última vez, porque uno de los elementos fundamentales del cine como arte es que puede ser eterno. Chus Lampreave ha muerto, pero me seguirá haciendo reír y emocionándome toda la vida. Los ecos de sus besos ruidosos me acompañarán siempre.

Con sus interpretaciones, Chus Lampreave ayudaba a conciliar la España de nuestros abuelos, criada y curtida en el franquismo, con la nuestra, la de los nacidos después de la Transición. ¿Quién no ha visto reflejada a su abuela en alguno de los personajes de la actriz? Con sus expresiones de incredulidad y sorpresa, Lampreave nos trajo píldoras de la sabiduría de nuestros mayores, actualizándolas para los tiempos actuales. Por eso algunas de sus secuencias son igual de creíbles como parte de una cena familiar que como un vine. En los tiempos terriblemente cínicos en los que vivimos, Chus Lampreave representaba la desconfianza de quien ha vivido momentos duros y la inocencia de quien observa maravillada cómo ha cambiado todo a su alrededor. Por todo ello hoy tenemos la sensación de que se nos ha muerto esa tercera abuela que no tuvimos. La abuela de un país que siempre ha necesitado reír más y odiar menos. Eso es el lampreavismo, el arte de conciliar a diversas generaciones a través de la risa, de fusionar lo antiguo con lo nuevo, de ser una señora moderna, que te ordena que te abrigues, mientras escribe un tuit.