martes, 30 de junio de 2015

Las noches de verano en HBO


A lo largo de este mes ha terminado la temporada televisiva 14-15 y arrancando la nueva temporada 15-16. Netflix ha estrenado la tercera entrega de Orange is the new black y la primera de Sense8, AMC ha lanzado el regreso de Halt and catch fire y el estreno de Humans,  NBC ha recuperado Hannibal para decirnos que la matará al terminar este curso. Y en HBO se han despedido hasta el año que viene Game of Thrones (su actual buque insignia), Veep y Silicon Valley. El espacio dejado en la parrilla por estas tres ficciones lo han venido a cubrir la segunda temporada de True Detective y dos nuevas comedias, The Brink y Ballers. La recepción crítica ha sido tibia, por no decir decepcionante, algo a lo que no está muy acostumbrada HBO. En Metacritic, una web que recoge las principales críticas de Estados Unidos y elabora un ránking a partir de las mismas, Ballers cosecha un 65 sobre 10, True Detective un 63 y The Brink un pobre 51. Para poner estas puntuaciones en contexto, debemos señalar que las tres series de primavera de HBO lograron 91 (Game of Thrones), 90 (Veep) y 86 (Silicon Valley) puntos. Estamos hablando de una caída de 30 puntos de un estación a otra. Teniendo en cuenta ese dato vamos a hacer un repaso a estas tres ficciones, tras la emisión de los dos primeros capítulos de cada una de ellas.

Ballers
Cuando vemos una serie nueva tendemos a compararla con productos anteriores, sobre todo de cara a presentársela a los demás. De Ballers se ha dicho que es una mezcla entre Ray Donovan y Entourage. Esta comedia (nada graciosa, en mi opinión) sigue a un ex-jugador de fútbol americano, interpretado por Dwayne 'The Rock' Johnson, que se dedica a asesorar a jugadores en activo. Su trabajo nos recuerda al drama de Showtime pero su protagonista y la relación que tiene con sus clientes pretende ir por la línea de la antigua comedia de HBO. A mí, que Ray Donovan no ha terminado de engancharme, y que no he visto Entourage entera, Ballers no me está interesando lo más mínimo. No creo que sea mala, ni siquiera fallida, creo que es una serie menor, sin pretensiones, que no destaca en nada. Un pan sin sal.

The Brink
Dado el éxito de crítica y premios de Veep (no así de audiencias), parecía lógico que HBO apostara por producir otra comedia negra ambientada en el mundo de la política (que además está en alza televisivamente hablando). Sin embargo, más allá del género, The Brink no se parece en nada a su predecesora. De hecho, no le llega ni a la suela de los zapatos. La serie narra cómo se produce un golpe de estado en Pakistán (uno de los países con bomba nuclear más inestables del mundo) y las consecuencias que ello conlleva. La historia está contada desde tres puntos de vista, el del secretario de Estado de USA (Tim Robbins, lo mejor de la función), el de un funcionario de bajo nivel de dicho departamento en el país (Jack Black haciendo de sí mismo) y el de un militar americano destinado en la zona (Pablo Schreiber). Mientras la trama política en Washington tiene algún momento inspirado (los rifirrafes entre el secretario de Estado y el Veep), las otras dos resultan rotundamente fallidas. Yo no soy el público objetivo de Ballers, no me interesa el fútbol americano, los agentes deportivos o el humor de bros. Pero sí debería ser el público objetivo de The Brink. Me encantan las sátiras y consumo prácticamente cualquier contenido audiovisual ambientado en el mundo de la política. De hecho tengo el listón tan bajo que aún sigo viendo ese delirio llamado Tyrant, otra de las series del verano. Sin embargo, The Brink me ha dejado frío. Pretende ser graciosa, ácida e inteligente y no lo logra. Le daré margen pero tiene que mejorar demasiado.

True Detective II


Ha vuelto la serie de Nic Pizzolatto 15 meses después de haber finalizado su primer relato, aquella caza del asesino en serie a través de las décadas en una Louisiana tenebrosa. Este año Pizzolato, sin la dirección de Cary Fukunaga, se adentra en las entrañas de la corrupción urbanística en una California podrida de cemento. Los protagonistas son tres agente de la ley (Colin Farrell, Rachel McAdams y Taylor Kitsch) y un mafioso local (Vince Vaughn). La historia pivota en torno al asesinato de un socio del segundo y las ramificaciones del mismo. Tras sólo dos episodios es difícil valorar la temporada pero a mí me está gustando. Es cierto que tanto a nivel formal como interpretativo la serie es inferior a su primera temporada. Pero ello no quiere decir que Justin Lin (que no se encargará de la puesta en escena de todos los capítulos) no haya dirigido bien los dos primeros episodios (la secuencia final del 2x02 es magnífica) ni que los actores no estén haciendo un buen trabajo. Simplemente el listón estaba demasiado alto. Lin no tiene la capacidad de generar atmósfera e imágenes poderosas de Fukunaga, mientras que Farrell y compañía no tienen la presencia de McConaughey y Harrelson. Así las cosas, este año la serie se lo jugará todo a su historia, a su guion. Liberado (o más bien desnudado) del hechizo formal de Fukunaga y la densidad que le imprimían a los personajes McConaughey y Harrelson, Nic Pizzolatto tendrá que demostrar que es el gran escritor noir que nos hizo creer que era. Todo o nada. Pizzolatto ha decidido ofrecer una serie más desnuda, más puramente narrativa, y tendremos que ver si la apuesta le ha salido bien. Por ahora, he aquí un espectador satisfecho.

martes, 16 de junio de 2015

La estrategia del caos

GAME OF THRONES - Quinta Temporada


"¿Cómo he podido estar tan ciega todo este tiempo?" Spoilers a mansalva hasta el final del 5x10 de GoT



Como dice Alberto Nahum en su(genial) artículo sobre la quinta temporada de Game of Thrones, este año nos han dado un máster de cómo poner en marcha estrategias erradas. Ni Cersei, ni Jon, ni Daenerys, ni Stannis han acertado en las suyas. Quizás porque en realidad no han tenido una estrategia, sólo se han dejado llevar por el caos, o más bien, lo han creado ellos mismos con sus acciones. Por ello que tengamos la sensación de que la serie se ha convertido en un auténtico caos tiene sentido. Es narrativamente coherente. El hombre que ostenta el poder en Poniente es un adolescente sin malicia ni dotes de mando (Tommen, el rey miñaxoias), su gobierno está compuesto de personas incompetentes (su tío tontorrón consejero de la moneda) y controlado en las sombras por su madre, que no puede ser (por el hecho de ser mujer) su Mano, y las dos familias que lo sustentan (vamos, los partidos políticos que apoyan al gobierno) se odian mutuamente: los Lannister y los Tyrell. De hecho, es ese odio, unido a la sed de venganza y a esa terrible sensación de estar perdiendo el control de absolutamente todo lo que empuja a Cersei (digámoslo ya, ésta ha sido la temporada de Lena Headey, simplemente extraordinaria, descomunal) a demoler las propias dinámicas de poder sobre las que vive. O malvive. Intentando proteger a sus hijos, o más bien, intentando mantener el control sobre ellos, Cersei lapida sus apoyos. Por un lado, aleja a Jaime de su lado, enviándolo a Dorne para rescatar a su hija, prometida con el heredero del clan Martell. Sin duda la trama de Dorne (junto a la de Arya, demasiado alejada del hilo principal) ha sido el gran error de la temporada, tanto a nivel de entretenimiento inmediato como de construcción del relato. Por otro lado, llevó su tensa relación con Margaery (Natalie Dormer cada vez me gusta más) a la confrontación abierta, arrojándola a la boca de ese lobo con piel de cordero que es el Septón Supremo (Jonathan Pryce, sibilinamente fantástico). Esta táctica fue, desde el inicio, un error demasiado obvio como para que la pusiera en marcha una persona de la inteligencia de Cersei, que lleva demasiado tiempo moviéndose astutamente por las entrañas del poder. Sin embargo tiene sentido, porque esta Cersei ya no tiene nervios de acero, ni es mentalmente fría como el hielo. Esta Cersei es una mujer desesperada. Que ha perdido a 2 de los 3 hombres más importantes de su vida (para bien o para mal): su primogénito y su padre. Y que se siente traicionada por el tercero, su hermano y padre de sus hijos: Jaime.

Las consecuencias de esas malas decisiones se explicitan en el terrible paseo de la vergüenza al que se ve abocada en la season finale para salir de la prisión en la que la ha encerrado el Septón, tras acusarla de incesto y adulterio. Cersei, desnuda, totalmente expuesta, camina entre una muchedumbre enfurecida que la insulta, escupe y veja de múltiples formas. Siempre mirando al frente, impasible. No dejes que te vean llorar. Ni se te ocurra concederles eso. Cersei comienza la temporada controlando un reinado que se cae a pedazos y la termina con su hija muriéndose en un barco, y ella desnuda y vilipendiada, con sus alianzas destruidas y tras haberle entregado el poder de forma fáctica a un líder religioso que quiere imponer un estado teocrático regido por la ley divina, aplicada severamente por él mismo y sus seguidores.

No les han ido mejor las cosas a los otros grandes jugadores del tablero. Daenerys (Emilia Clarke cumple) no ha sabido gestionar los conflictos sociopolíticos de Meereen. El resultado ha sido una guerra civil, haberse traicionado a sí misma y un intento de asesinato, que sólo impidió su forajido dragón, que termina por secuestrarla y llevarla de nuevo al punto de partida: los Dothraki. Su camino hacia Poniente se complica aún más, pero por suerte ha ganado un aliado valioso: Tyrion (Peter Dinklage, siempre sensacional), quizás el mejor estratega (junto a Meñique y Varys) que queda en la serie. El héroe improbable que nos queda en pie. ¿Cómo? Ah sí, que el último capítulo, (el salvaje) Mother’s Mercy (5x10) nos regaló como epílogo el asesinato de Jon Snow (este año sí me he creído a Kit Harington), justo ahora, que por fin era un personaje interesante. Pero pero… ¿cómo? ¿Jon Snow no era junto a Daenerys el auténtico protagonista de este relato, el hombre que iba a salvar a Poniente de los caminantes blancos? Por lo visto no. Digo por lo visto porque muchos nos mantenemos escépticos a la muerte de este personaje (la teoría más deliciosamente absurda es que Melisandre lo resucitará con un polvo mágico). Si al final Jon Snow muere habremos asistido al gran acontecimiento de toda la serie. Ni boda roja, ni boda púrpura, ni ningún otro regicidio. El asesinato de Jon Snow a manos de sus hermanos de la Guardia de la Noche (puro asesinato de César, con puñalada de Bruto final incluida), es el gran quiebro que ha dado el relato en estos cinco años. Básicamente porque ni Ned, Renly, ni Robb, ni Joffrey, ni Tywin estaban llamados a ser actores clave en el final de la serie. Tenían que morir. Para entendernos, mi personaje favorito de la serie es Cersei (bueno y Tyrion, claro), pero me parecería perfectamente lógico que Cersei muera la temporada que viene. Cersei Lannister ha de morir. Sin embargo que muera Jon Snow no lo entiendo. Tengo la sensación de que no sé qué serie he estado viendo durante estos cinco años. Lo cual es muy perturbador, pero por otro lado, estimulante. Definitivamente este ha sido el año del caos o como dice (el siempre acertado) Pol Morales, del desconcierto. Y sino que se lo digan al otro gran perdedor del curso, Stannis Baratheon (Stephen Dillane, con esa mirada enferma, atormentada), otro rey caído y van…

No hablo de Sansa en este artículo, pero su trama ha sido muy interesante

Stannis sustentó sus pretensiones al Trono de Hierro sobre el honor, era el rey legítimo por sangre y porque era un hombre que se guiaba por el honor y el bien común. Sin embargo, desde el mismo momento en que se entregó totalmente a Melisandre (Carice van Houten, pérfida y sexy) comenzó a extenderse por toda su alma una enfermedad terrible: la obsesión por el poder. Stannis lo sacrificó todo por el Trono, llegando a asesinar a su hija en The Dance of Dragons (5x09). Ahí cruzó el punto de no retorno. Un hombre capaz de matar a su propia hija, de terminar con su linaje, no podía ser rey. Todo lo que podía salir mal, salió mal. Los Bolton aplastan al maltrecho ejército de un Baratheon que mató a su hija, empujó al suicidio a su mujer y fue abandonado por la mujer que lo guió hacia la muerte de su alma. Al final termina pendiendo de la espada de Brienne (Gwendoline Christie), la última mujer de Poniente que cree en el honor sobre todas las cosas. Oh, qué cabrón y retorcido es el destino. Y en Game of Thrones, la serie dónde todo puede pasar, y todo el mundo puede morir, más.

viernes, 12 de junio de 2015

3 años de experiencias audiovisuales totales

El Hombre-Guitarra, ese concepto humano tan brutal



Hace más de 1 mes se estrenó, primero en Cannes, y después en todo el mundo, Mad Max: Fury Road, el reboot (¿?) del cineasta australiano George Miller de su propia trilogía ochentera post-apocalíptica. La película, protagonizada por una descomunal (e icónica) Charlize Theron y un sobrio Tom Hardy, lleva recaudados ya más de 318 millones de dólares en todo el mundo y ha generado un aluvión de críticas y opiniones entusiastas. No es para menos. Es un film espectacular. O más que un film, una experiencia audiovisual total. Estar sentado en la butaca del cine durante las dos horas de metraje (medido al milímetro) de Mad Max es como montar en una montaña rusa. Una desconexión total del espacio/tiempo en el que vives. Dejarte embaucar por esa orgía visual y sonora que propone Miller es una experiencia totalmente inmersiva. Precisamente porque la inmersión llega tanto por medio de las imágenes como por el sonido y la música, Mad Max es una obra audiovisual total. Exprime el medio, en este caso el cine, hasta forzar sus límites, jugar con ellos, subvertirlos y explorar nuevos territorios. El blockbuster de Miller continúa lo que experimenté con Gravity en 2013, Whiplash en 2014 (bueno, en realidad la vi ya en 2015, claro) y la Hannibal televisiva de Bryan Fuller desde 2013 y cuya tercera temporada comenzó la temporada pasada. El enorme placer de sentarte en una butaca (o en un sofá) y dejar que te sorprendan, maravillen e impacten.

Como si una vez al año una película me recordara que el cine, además de muchas otras cosas, es el arte de la sorpresa, un espectáculo increíble. Recuerdo que mientras veía la película dirigida por Alfonso Cuarón apretaba con fuerza los brazos de la butaca, como si me fuera la vida en ello. Sentía que si los soltaba acabaría vagando por el espacio. Con Whiplash, en cambio, además de mover los pies, como si estuviera tocando la batería, apretaba las mejillas con las palmas de mis manos mientras me inclinaba hacia adelante, intentando así canalizar por un lado el ritmo y por el otro la tensión, que el film de Damien Chazelle transmite. Mientras que viendo Mad Max me pasó lo contrario, no podía despegar mi cuerpo de la butaca, como si un vendaval de aire me mantuviera atado a ella. Es tal la fuerza que vomita la pantalla (y el sistema de sonido), que me apabulló. Hannibal, por su parte, no me apabulla, me hipnotiza. Mientras las tres películas son frenéticas, tres experiencias asfixiantes, contadas con un ritmo y una intensidad tremendos, la serie es todo lo contrario, pausada, exquisita. Los diversos directores de Hannibal (a destacar la labor de Michael Rymer, Vincezo Natali y David Slade) se recrean en los pequeños detalles, construyen una experiencia terriblemente bella. No nos sumergen en el relato, junto a los protagonistas, sino en la propia piel de estos, incluso va más allá, nos mete de lleno en los objetos que los rodean.
 
Hannibal 3x01

Estas cuatro experiencias audiovisuales son profundamente físicas. Sandra Bullock y Charlize Theron dan buena fe de ello. Pero lo son a diferentes niveles. Mad Max es, ante todo, una película de acción. Gravity es una aventura espacial, frente a los movimientos a velocidad de vértigo que tienen que ejecutar los protagonistas del film post-apocalíptico, Bullock lleva a cabo un baile consigo misma y con los objetos que la rodean, suspendida en la ausencia de gravedad. Whiplash es, sobre todo, un drama psicológico, frente a los planos amplios de Mad Max y los planos largos de Gravity, es una película de planos cortos tanto de encuadre como de duración. Un film pegado al rostro de sus protagonistas, a las manos, a los instrumentos. Gravity es una película elegante, hermosa, Mad Max construye un universo visual (y sonoro) rompedor, precioso en su retorcida imaginación, en cambio Whiplash juega con nuestra realidad cotidiana, bañándonos en sudor y saliva. Frente al nervio de Whiplash, Hannibal hace gala de una tensión plomiza, por medio de la cámara lenta y de planos puramente pictóricos que se clavan en la piel y la sangre de sus personajes. Whiplash y Mad Max son frenesí, Hannibal, recreación, Gravity juega en ambos terrenos, quizás por ello también sea la apuesta que más me fascina de las cuatro.

A nivel sonoro, en los films de Cuarón y Miller la música y los efectos de sonido llegan a fusionarse, en pos de la narración. En el film de Chazelle los sonidos no tienen tanta relevancia, básicamente porque los sonidos que hay en la cinta producen por sí mismos la música que escuchamos. En Gravity la música es extradiegética; en Mad Max la presencia del Hombre guitarra (a tus pies Miller), hace que la música llegue a insertarse en la propia acción de forma directa; en Whiplash es puramente diegética; y por último, en Hannibal aunque hay secuencias de música diegética, generalmente por medio de violines, ésta es mayormente extradiegética y como en Mad Max y Gravity se fusiona con los sonidos de una forma fascinante. En conclusión, ojalá poder ver todos los años obras de este calibre que me hagan vivir el mundo audiovisual como una aventura de descubrimiento, en la que dirección, montaje, fotografía, música y sonido están dotados de una unidad extraordinaria, en pos de la narración, del espectáculo, del objetivo de sorprendernos.

miércoles, 10 de junio de 2015

Sensibilidad y ¡acción!

SENSE8 - Primera temporada


Con carnaza y SIN spoilers (o eso creo)


El pasado fin de semana Netflix volcó la primera temporada de Sense8 (así, sin separar), la nueva obra de los hermanos Wachowski, esta vez en formato de ficción seriada de 12 capítulos. Junto a ellos, co-escribe J. Michael Straczynski, creador de Babylon 5, y en la dirección, además de los propios Wachowski, nos podemos encontrar a James McTeigue o a su amigo Tom Tykwer, entre otros. Casi como si se tratara de una reunión de cineastas que asombraron al gran público con sus primeros films. Así, tras sorprender con Bound y, sobre todo, Matrix en el caso de los Wachowski, V for Vendetta, en el de McTeigue, y Run Lola Run en el de Tykwer, sus carreras han terminado por generar una honda decepción. Precisamente con Tykwer, los Wachoswki codirigieron su gran logro (a nivel artístico) post-Matrix, la hipnótica, hermosa y a ratos absurda Cloud Atlas, la referencia más obvia de este puzzle de personajes en situaciones extremas que es Sense8.

La serie sigue a 8 personajes (4 mujeres, 4 hombres) conectados entre sí, de tal forma que pueden hablar entre ellos, proyectarse mentalmente y hasta ocupar el cuerpo de otro de los miembros del grupo. Juntos en la distancia, tendrán que luchar contra una macro-conspiración que pretender asesinarnos a ellos y a los demás seres ¿humanos? que tienen dichas características especiales, cuya sensibilidad permite que se pongan, literalmente, en la piel del otro. Y a la vez, tendrán que hacer frente a sus propios problemas personales, así tenemos desde una mujer que tiene que lidiar con un delito de corrupción que no ha cometido (mi personaje favorito, sin duda alguna), hasta un gay armarizado (el español Miguel Ángel Silvestre), pasando por un conductor de autobús que se ve sumido en una lucha entre bandas criminales o la chica que, buceando en su pasado, va desentrañando toda la historia.

Teniendo en cuenta todo esto, podríamos decir que Sense8 es a la vez una serie syfy, un drama de vidas cruzadas y un thriller de acción. Un cóctel multigenérico explosivo. Es también una ficción muy ambiciosa en cuanto a los temas que pretende tratar, pero muy naif en su forma de abordarlos. A ratos delirante, siempre entretenida. A veces está dotada de una sensibilidad muy poderosa, en cambio en otras ocasiones hace gala de una violencia banalizada hasta el extremo. Desde luego es una serie muy bien dirigida, con un empaque visual fabuloso, que hila razonablemente bien las historias y sobre todo que se maneja muy bien en los flashbacks de sus protagonistas. El problema de Sense8 es que cree ser mucho mejor de lo que es. Algo que les pasa habitualmente a los Wachowski. En realidad es la serie que harían unos adolescentes pajilleros, enamoradizos y amantes de las ensaladas de ostias. Por ello mismo es tan inocente, e incluso simple (hay diálogos que parecen escritos por Paulo Coehlo), pero también por ello tiene tanta energía. Está dotada de una vitalidad extraordinaria, inconsciente, enternecedora. En un tiempo en el que las grandes ficciones seriadas son oscuras y complejas (Game of Thrones, The Good Wife o la niña bonita de Netflix, House of Cards), Sense8 es una hermosa evasión. Como si respiráramos hondo, tras perseguir a alguien jugando al pilla-pilla. Felices y exhaustos.

Los partos en Sense8, son tan traumáticos como hipnóticos

Con esa mirada inocente, los Wachowski, que siempre han observado el mundo desde su particular punto de vista, deformándolo hasta hacerlo irreconocible, se aproximan, como dijimos, a temas de fuerte carga emocional como el amor (paternofilial, romántico y amistoso), la pérdida, la incomunicación o la diversidad (social, sexual, religiosa). Es tal la ambición que, obviamente, se quedan casi siempre en la superficie de todos estos temas. La aproximación al debate religioso es, por ejemplo, bastante ridícula. En cambio, en esa panorámica que hacen de la diversidad sexual, salen mucho más airosos, secuencia onírica de orgía plurisexual incluida. La reflexión sobre el amor entre padres e hijos sin ser honda, es cierto que funciona, incluso llega a emocionar, gracias, sobre todo, a que los personajes están escritos con mucho cariño. Quizás demasiado. Porque incluso cuando cometen actos atroces (la violencia desenfrenada es lo que tiene), los guionistas los tratan como héroes, exonerándolos de cualquier responsabilidad moral. Pero sin duda son estos personajes, además del atractivo visual de la serie, la gran virtud de Sense8. La trama de fondo no acaba de ser especialmente interesante, el villano, Whispers, no tiene entidad, y todo su discurrir es bastante predecible y formulaico. En cambio son esos pequeños momentos tiernos que comparten los protagonistas los que hacen que Sense8 pueda acariciar a sus espectadores. Esos momentos son, junto con la fabulosa puesta en escena, los que hacen que la serie sea tan hipnótica, por muchos fallos que acumule. 

martes, 2 de junio de 2015

5 capítulos de Game Of Thrones cuya dirección nos ha hecho gritar ¡guau!

GAME OF THRONES


Spoilers de momentos clave de la serie hasta el 5x08

The Children (4x10). Dirigido por Alex Graves
Dudé, para esta quinta plaza, entre 2 capítulos dirigidos por Alex Graves la pasada temporada de la serie de Benioff y Weiss (y Martin, claro), The Viper and the Mountain, con su sensacional batalla a vida o muerte y este último episodio de la entrega, The Children. Me decanté finalmente por éste por el reto que supuso para Graves tener que tratar tantas tramas, abordar tantos clímax personales y lograr que el espectador no se perdiera en el tsunami informativo. Quizás nunca se habían acumulado en la serie tantos momentos clave en un solo episodio. Graves sale triunfante del reto imprimiéndole un ritmo endemoniado al capítulo. Regalándonos secuencias fantásticas como el tú a tú entre el Perro y Brienne y siendo conciso e incisivo al contarnos la huida vengativa de Tyrion, con todo su cúmulo de sentimientos encontrados. Graves es un veteranísimo director de televisión, curtido bajo las órdenes de Aaron Sorkin y sus walk and talk, y se nota.

Blackwater (2x09). Dirigido por Neil Marshall
En su primer capítulo de Game Of Thrones, Neil Marshall nos regaló la primera gran exhibición de efectos visuales de la serie, con ese fuego valyrio destrozando la Armada Invencible de Stannis Barathaeon en su asalto a King’s Landing, y por lo tanto al Trono de Hierro. El principal encanto de este episodio es que se movió entre dos tramas cocinadas a un fuego muy distinto. Por un lado teníamos la batalla, grandilocuente y espectacular, por otro, a Cersei bebiendo vino y desnudándose emocional y mentalmente ante nuestros ojos, viniéndose abajo a fuego muy lento, previendo que el final estaba muy cerca. Marshall es capaz de hacer la transición entre una y otra historia con soltura, demostrando un don para la planificación en la trama bélica que impresiona.

The Watchers on the Wall (4x09). Dirigido por Neil Marshall
Tras haber recibido el aplauso unánime de los fans, Marshall volvió a la serie dos años después, para dirigir otra vez un penúltimo capítulo. Sin embargo en esta ocasión sólo tuvo que gestionar una trama, el asalto al Muro por parte de los salvajes. De pronto, una de las tramas que menos me gustaban de la serie, la de Jon Snow, se convirtió en algo realmente épico y fascinante. El director inglés, que había dirigido en cine antes una peli de terror, un survivor futurista y una de romanos, demostró otra vez más su gusto visual y su capacidad de planificación. Nos regaló algunos de los enfrentamientos cuerpo a cuerpo mejor dirigidos que yo he visto jamás, más claros, más contundentes. Y se lució con el descomunal plano-secuencia en el que Jon irrumpe en la escaramuza intra-muro.

Hardhome (5x08). Dirigido por Miguel Sapochnik
Frente a la belleza que le imprime Marshall a las peleas, Miguel Sapochnik optó en Hardhome por pegarse a la piel de sus personajes, por hacerlas muy sucias y anárquicas. Ya no pelean contra hombres, pelean contra cadáveres renacidos. Ya no hay estrategia posible, simplemente luchar hasta el último aliento por evitar la muerte. La última media hora, con Jon negociando con los salvajes que se unan a él para luchar contra los caminantes blancos, son quizás los 30 minutos mejores dirigidos de la temporada 2014/2015 que está terminando. Un ejercicio brutal de acción y tensión. Antes de salir al aire libre, a la inmensidad nevada Más Allá del Muro, Sapochnik nos había mostrado, en tres pequeñas piezas de cámara a Cersei al borde de la desesperación, a Sansa encontrando un rayo de esperanza y, sobre todo, a Tyrion y Daenerys en un duelo de alta política (y mucho vino). Pasar de un polo a otro con la solvencia con la que lo hace este director, con un film a sus espaldas (Repo Men) y capítulos en series como Banshee o Fringe, tiene un mérito increíble. Desde luego estamos ante un nuevo director de televisión al que hay que tener muy en cuenta.

The Rains of Castamere (3x09). Dirigido por David Nutter
Al igual que Graves, David Nutter es un director con un largo historial televisivo a sus espaldas, tanto en las network como en el cable. Hasta recalar en Game Of Thrones, donde ha dirigido 6 capítulos hasta la fecha, su gran obra era haber dirigido 15 capítulos en las primeras temporadas de la sacrosanta X-Files. En aquella serie aprendió a moverse con astucia en los terrenos del misterio: en las sombras, los claroscuros y los ambientes malsanos. Y todo ello lo volcó en este capítulo. Más allá de la Boda Roja, este episodio tiene desde su primer minuto un aroma a fatalidad que te cala hasta los huesos. No sabría explicarlo, pero todo el rato estás presintiendo que algo terrible va a pasar. Y cuando en el banquete se cierran las puertas y suena The Rains of Castamere, sabes que el baño de sangre ha llegado, y que te dolerá. Toda la secuencia de la Boda Roja está dirigida con un gusto (como Catelyn descubre la traición) y un desgarro estremecedores. No nos ahorra momentos terribles (cuando le rajan la barriga a Oona Chaplin), nos destroza el corazón. Es un baño de sangre y odio. Quizás no tenga las grandes secuencias y los planos inmensos de batalla que tienen los tres episodios anteriores, pero me parece que está mejor dirigida, por la atmósfera que consigue y la fantástica forma de narrar que demuestra.


lunes, 1 de junio de 2015

Estoy viejo para esta mierda

LOUIE - Quinta temporada


Divertirse y ser feliz no es lo mismo

En los últimos meses hay una frase que se ha repetido de forma recurrente en mi vida: “estoy viejo para esta mierda”. Como si fuera Clint Eastwood en un thriller policíaco, justo antes de escupir contra el suelo. Estoy viejo para salir, para ligar, para estar de resaca, para beber como bebía antes, para vivir dónde vivo. Estoy en ese punto en el que quiero saltar a otro paso vital (un piso pequeñito para mí solo, un trabajo en el que cobre más que 290 euros, pareja, un gato para comenzar a ser el loco de los gatos, invitar amigos a cenar a casa, aprender de vino, etc.) pero la realidad dice que no. Que siga esperando. Y en esa disociación es cuando siento que estoy viejo para toda esa mierda, esa mierda llamada “mi vida”. Teniendo en cuenta todo esto a lo mejor he tergiversado la gran idea-fuerza de la última temporada de Louie, que ha terminado esta semana, pero para mí en estos 8 capítulos, CK ha hablado de que Louie (el personaje) está viejo para esa mierda. Para una novia que lo trata como a un colega, para fingir que alguien le cae bien cuando no es así, para el humor de pedos y pollas, para ponerse chaqueta en una actuación, para los sucios moteles de carretera. Para todo eso y mucho más. Louie necesita una vida que no tiene. Louie se siente muy solo. Si en la (descomunal) cuarta temporada habló de la incomunicación en la vida urbana, en esta nos ha mostrado las consecuencias que ella acarrea: la frustración.


No es que Louie tenga una mala vida, de hecho tiene una buena vida de clase media holgada. Vive en un buen piso en Nueva York, es un artista y tiene dos hijas inteligentes. Pero está solo y frustrado. Quizás porque a veces nos imaginamos una vida para nosotros mismos y la realidad nos noquea abocándonos a otra bien distinta. No ayuda a todo ello que vivamos en una sociedad que oculta lo que más le gusta. En el penúltimo capítulo, The Road. Part 1 (5x07), Louie traza un monólogo sobre ello. Hemos convertido el sexo en tabú aunque sea una de las cosas que más disfrutamos. Pero… ¡si el sexo está en todas partes! Sí y no. En todas partes está una reproducción banalizada del sexo. Tetas, pollas y culos. Le echaba un buen polvo. Pero no el sexo de verdad como acción en la que se acumulan una cantidad sin fin de sentimientos y emociones. Del placer a la felicidad. No sé en qué punto la humanidad decidió que el sexo giraba en torno a los genitales y que nos íbamos a sumergir en una espiral de exhibición/ocultación de los mismos. En dicho monólogo Louie dice que si nos pusiéramos una cinta adhesiva que tapara nuestros genitales podríamos entrar sin ropa en la Casa Blanca. Es una coña pero tiene mucho de verdad. Los genitales son el enemigo. Los soviets de nuestro cuerpo. Y a la vez todo nuestro mundo parece girar alrededor de ellos. Cuando el deseo va mucho más allá de la carne y el pellejo. ¿Por qué ocultar o disfrazar nuestros deseos? Eso no hace más que crearnos una insatisfacción que nos abrasa lentamente. Ese miedo a exponernos a los demás y que estos vean nuestras debilidades. Lo que hay detrás del - ¿Qué tal te va la vida? - Pues no me puedo quejar.



Precisamente de ello habla el que quizás sea el capítulo más comentado de esta temporada, Cop Story (5x03), en el que Louie se encuentra con su excuñado, un policía fracasado de Nueva York, al borde del colapso emocional, interpretado por un soberbio Michael Rapaport. ¿Qué pasa cuando llegas a una edad en la que todo el mundo a tu alrededor parece que ha llegado más lejos que tú? Y así volvemos al principio de este artículo. Esta temporada de Louie habla de lo difícil que es asumir que no tienes la vida que deseas, que las cosas no han salido como esperabas, y que ello te duele, obviamente, y te hace daño. La serie de Louis CK es tan poderosa porque es capaz de capturar los sentimientos de los adultos de nuestra época y hacer arte a partir de ellos. Hacer arte con nuestras miserias, sin perder el sentido del humor. Quizás reírnos de nosotros mismos es la mejor forma que tenemos de sobrellevar nuestras frustraciones diarias. De combatir aquello que no nos gusta de nosotros o de nuestras vidas. De seguir en pie otro día más. Louie me conmueve y me hace daño, pero también me hace reír a mandíbula abierta y me da ganas de vivir. Nadie tiene la vida que le gustaría, no existe la vida perfecta, tampoco somos completamente dueños de nuestro destino, simplemente debemos de jugar con las cartas que tenemos. A veces pierdes, a veces ganas, unas veces sufres, otras disfrutas, pero lo importante es seguir en la partida. Y reírte de tus miserias. Sobre todo reírte, porque hacer cosas para sentirte mal contigo mismo es destrozarte desde las entrañas. Y disfrutar de los chistes de pedos, porque efectivamente, nunca fallan.