miércoles, 24 de septiembre de 2014

El Oeste y la desolación

THE HOMESMAN


John Ford que estás en los cielos





No hay género cinematográfico más norteamericano que el western. Polvo, sangre, whisky y redención. En las últimas décadas, sin embargo, su presencia en los cines se ha ido difuminando, desapareciendo en su dimensión más pura, pero colándose por las rendijas de otros géneros. De tal forma que se producen muy pocas películas del Oeste, con sus cantinas y sus forajidos, pero sus formas y elementos, su mitología al fin y al cabo, pululan por muchas películas, creando sub-géneros que son pura mutación como el western post-apocalíptico a lo Cormac McCarthy, como The Road (Hillcoat, 2009), que adapta una de sus novelas, o The Rover (Michôd, 2014). La enorme influencia del western en el audiovisual yankee, ha llegado además a la televisión, desde Breaking Bad y su drama de frontera, hasta The Walking Dead y su mundo de pistoleros luchando por su supervivencia.

A pesar de todo ello, aún se siguen produciendo algunos westerns de nivel, que profundizan en el imaginario del género y lo llevan hacia territorios más oscuros. Con Unforgiven (1992), Clint Eastwood inició la nueva y pedregosa senda a recorrer por las películas del oeste, una evolución del género que se ha venido a denominar: western crepuscular. En esa misma línea hemos podido ver obras como la True Grit (2010) de los hermanos Coen o The Homesman, film que presentó Tommy Lee Jones en el pasado Festival de Cannes entre grandes elogios. Lejos ya de los grandes héroes de antaño, el nuevo western se centra en personajes en la recta final de su recorrido vital. Ya no hay descubrimiento, sólo supervivencia.

The Homesman cuenta el viaje que han de realizar una mujer desesperada en su soledad (Hilary Swank en su salsa) y un forajido al que le salva la vida (el propio Lee Jones) para llevar a tres mujeres que han caído presas de la locura, desde sus hogares hasta una ciudad dónde las puedan cuidar adecuadamente. Del polvo y  el calor, a la nieve y el frío, seguimos a este grupo de personajes en un camino que cada vez se vuelve más oscuro, más trágico. Ya no es melancolía por tiempos mejores de lo que habla aquí Lee Jones. Es algo más tenebroso. Dibuja, el camino hacia la muerte, hacia la perdición de toda esperanza. El gran atractivo de la película es su total ausencia de optimismo. Todo lo que puede salir mal, saldrá incluso peor. No hay redención posible para este grupo. No hay catarsis emocional. No hay una experiencia vital redentora. Decía Nacho Vegas que “el final es como un desparramarse”, pues eso. Y si en la mirada cansada y la sonrisa socarrona de Tommy Lee Jones vemos a un hombre que hace tiempo ha asumido que su vida se precipita hacia la nada, en la de Hilary Swank (en su mejor trabajo desde Million Dollar Baby) vemos todo lo contrario. Swank encarna una fe ciega en aquello de “mañana será un día mejor”. Por eso también es el corazón de la historia, aunque no sea su protagonista. Es el personaje que incendia los planos.

No es The Homesman una película perfecta, de hecho tiene un tercio final, que a pesar de ser muy valiente, se hace muy pesado. Es coherente, pero no por ello funciona narrativamente. En cierta forma es como un pollo sin cabeza que se ha escapado de las manos de su ejecutor. Para comerlo había que cortársela, pero ahora anda dando tumbos frente a nuestros ojos y perdiendo todo el plumaje que había conseguido. Aún así, se reconoce el atrevimiento de Tommy Lee Jones al plantear la historia con la sequedad con que lo hace. No hay concesiones, ni si quiera narrativamente hablando. En cuanto a la apuesta formal, el cineasta es capaz de exprimir ese Oeste vacío y desolador, y ayudado de la inquietante música de Marco Beltrami, y sobre todo de la apagada fotografía de Rodrigo Prieto, crear una atmósfera que grita derrota. Para hablar de muerte era preciso crear un paisaje muerto. Y sí, lo logra. Paradójicamente, da gusto ver que a pesar de todo, el western sigue latiendo.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Así en Hollywood como en el Infierno

MAPS TO THE STARS


Loca del coño y del moño






Uno de los cineastas más destroyers del cine de las últimas tres décadas, el canadiense David Cronenberg, se lanza en su última película, Maps to the stars, a rodar una enmienda a la totalidad del mundo de las estrellas de Hollywood, con sus relaciones sexuales insanas, sus fiestas desbordadas de drogas y sus contratos multimillonarios. Para ello se sirve de un guion punzante salpicado de dardos envenenados contra gente de la industria del entretenimiento. Precisamente el contraste entre las referencias reales y las secuencias y giros de guion somnolientos, como de mal viaje de LSD, hacen que la película sea ante todo un film de David Cronenberg. Una visión distorsionada y enfermiza de una realidad y una sociedad bastante enfermas per se. Por sus excesos tanto visuales como narrativos lo conoceréis. De las carcajadas más sucias que nos ha regalado el cine de 2014 a los estallidos de violencia más burdos y secos, acompañamos a un grupo de personajes siempre al límite, por las calles y las mansiones de un micro-mundo de leyes y moralidad propias.

Lo que ha parido Cronenberg no es una farsa, ni una broma, ni una ridiculización de Hollywood. Es otra cosa. Algo que él domina como pocos. Maps to the stars es una pesadilla. Y como tal, cuando se la cuentas a los demás, en lugar de darles miedo, lo que consigues es que se rían a mandíbula abierta, porque la ensoñación que relatas es demasiado absurda, delirante e imposible. Sin embargo el poso que deja sí que aterroriza, porque eres consciente de que lo que produce tu subconsciente está construido sobre elementos reales. Hollywood no es como el que Maps to the stars pinta con cubos de pintura que se estrellan contra las paredes. Sin embargo, la esencia de las acciones hiperbólicas que nos muestra sí que está presente en el mundo de la industria del cine norteamericana. Los padres que convierten a sus hijos en factorías, los actores novatos dispuestos a todo, la endogamia (sexual, laboral) de ese mundo, los actores que se niegan a asumir su edad y esa enfermiza sensación de impunidad, que se resume en “haré algo malo, luego iré a Oprah, y más tarde ganaré aún más dinero”. Vivimos en un mundo edificado sobre la base de que todo crimen recibe su castigo (el actual estado de corrupción nos obliga a añadir un “si te pillan”). Sin embargo en L.A. no. Eres detenido, la prensa filtra tu ficha policial, eres condenado a servicios comunitarios, te redimes haciendo una entrevista en profundidad, abrazando la fe o rodando un reality, y el mundo sigue girando, el cajero escupiendo dinero, y tú vuelves al punto de partida. Sexo, drogas, impunidad y rock & roll.

Todo lo que nos narra el cineasta canadiense puede provocar que nos indignemos o que nos riamos. Cronenberg pudo haber dirigido un drama muy agrio, sin embargo prefirió rodar una comedia muy negra. El destino final es el mismo: Hollywood es una ciénaga, la nueva Sodoma y Gomorra. Sin embargo el viaje es mucho más divertido viendo a Jualianne Moore interpretar a una especie de Lindsay Lohan de 50 años, de tormentosa relación con su exitosa madre, y que se niega a asumir que ya no puede interpretar personajes en la treintena. Quizás estemos ante la interpretación más valiente de la carrera de Moore. Es un placer verla a caballo entre la locura y el narcisismo destructor, entre la más honda de las banalidades y el más terrible de los miedos. Sin embargo, en lugar de entregarle el protagonismo a los veteranos (Moore, John Cusack, Olivia Williams), la película elige sabiamente fijar el centro del relato en los personajes jóvenes, interpretados por el joven (y perturbador) Evan Bird, y la nueva musa del cine de autor planetario, Mia Wasikowska. Esta decisión tan arriesgada le permite pintar un dibujo preciso del resultado de décadas de degeneración. Al fin y al cabo nos debe interesar más la nueva generación que se está adueñando de Hollywood que la generación de sus padres, que por cuestiones de edad ya se bate (forzosamente) en retirada. Retratando a los vástagos, radiografías a la vez a los progenitores, logrando esbozar el pasado, las tormentas, reflejar el presente, los lodos, y aventurar un futuro aún más corrompido. Siempre decimos aquello de que “la raza mejora”, quizás no, quizás malos padres dan hijos peores, y la espiral de perdición no tiene fin. Esto no lo digo yo, que creo que soy un poco más optimista, lo dice David Cronenberg, uno de los directores más cínicos y enfermos del cine.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Este otoño mi cabeza será la casa de verano de David Fincher



Cuando yo era pequeño en mi casa sólo teníamos una cinta de VHS. Se7en (1995). Había venido un domingo de regalo con el As. En aquellos lejanos tiempos en que mi padre compraba el As los domingos para leer antes de ir a misa. Ahora ya no va a misa y en cambio lo lee todos los días desde su móvil. Y quizás ahora haya saltado de Se7en a The Social Network sin solución de continuidad. Pero volviendo al inicio, como era la única película que tenía en posesión, vi Se7en muchas veces. De hecho profané mi infancia viéndola. Y profané las de mis primos cuando alguna noche de verano se quedaron a dormir en mi casa. Era una película hipnótica. No acababa de entenderla del todo, pero siempre me sentaba delante de la tele y la veía como quién estuviera asistiendo a un espectáculo de magia. Recuerdo incluso cómo olía la caja que resguardaba la cinta. Y el proceso de rebobinar. Y asustarme siempre cuando llegaban al pecado de la gula. Yo, obviamente, no sabía quién había dirigido aquello. De hecho creo que no tenía ni la noción de dirección clara en mi cabeza. Pues bien, aquella película la dirigió un tal David Fincher. Y casi 15 años después es uno de mis directores favoritos.

Por el camino disfruté de la solvente (e infravalorada) Panic Room (2002), un entretenimiento de primera a la vez que una reflexión sobre la obsesión con la seguridad que azota a las ciudades contemporáneas. Vi Alien 3 (1992), y me llevé una ostia de esas que no se olvidan. Me encanta la saga Alien (es decir, la 1 y la 2) y cuando vi la tercera entrega me llevé un chasco. Muy poquito en ella hay del David Fincher que yo conozco. Quizás las secuencias que comparten Ripley y la criatura, muy bien planteadas, o un primer acto que funciona bastante bien. Más allá de eso, la nada. Pero la historia nos ha contado (o más bien él extendiendo la historia) que carecía de control creativo, que simplemente hacía lo que le mandaban. Una ópera prima bajo el yugo.

Antes de su Alien, vi The Game (1997), esa extraña película emparedada entre las dos obras más icónicas de su filmografía, Se7en y Fight Club (1999). Quizás el eslabón débil de la Trilogía del Giro Final porque es un film descontrolado. Liberado de toda atadura, rabioso, incluso más que Fight Club. Una película que supura frenesí y una apuesta visual absorbente. Pero no deja de ser una especie de ensayo para la siguiente, ese retrato del hombre perdido en su propia miseria y de una sociedad enferma en las inmediaciones del nuevo milenio. De todas las películas de Fincher diría que hay dos que me han marcado mucho más que el resto. Una es Fight Club, la otra, The Social Network. Y creo que ambas capturan la esencia del hombre en un punto concreto de la historia. Y que de esta forma retratan también los cambios y transformaciones que los condicionan, que los atan a una especie de egocéntrica y cuasi-maniática soledad. Hay mucha gente que odia su adaptación de la novela de Palahniuk. No yo, desde luego.

Toda esta divagación sobre mi relación con el cine de Fincher, viene a cuento de que el maestro del thriller americano contemporáneo (este título corre de mi cuenta y riesgo) regresa  los cines (y posiblemente a los premios) este año. Lo hace volviendo, una vez más, sus lugares comunes (muerte, podredumbre moral, sociedades enfermas, miedo, secretos) con Gone Girl, adaptación de un best-seller de Gillian Flynn (que se ha encargado también del guion), que tiene como punto de partida la desaparición de una mujer (Rosamund Pike)  el día de su quinto aniversario de boda. Siendo pronto señalado su marido (Ben Affleck) como el principal sospechoso. La historia está contada a través de saltos en el tiempo, siendo a la vez un thriller psicológico y un policiaco. El film se estrenará en octubre en el New York Film Festival (NYFF) y después en las salas de cine de medio mundo.

Hasta ahora, además de todas las críticas positivas de la gente que ha leído el libro que adapta, hemos visto dos tráilers. Yo, que soy más de que me sugieran que de que me muestren, me quedo con el primero. Un teaser de montaje desenfrenado y con She de Elvis Costello de hilo conductor. No eres nada retorcido ¿eh David? Plantear la historia de la desaparición de una mujer en su aniversario de bodas siendo su marido el principal sospechoso, y poner de fondo She. Cuadrados los tiene el cabrón. Y claro, funciona. Llevo todo el verano deseando ver la película. Sé que la veré en octubre y la defenderé a capa y espada. Con todos los ingredientes que maneja, ¿cómo no voy a defenderla? Es imposible. No es hype, es otra cosa, es simple y llanamente devoción. Me pueden fallar muchas personas en la vida. De hecho lo hacen. Pero Fincher dirigiendo un thriller es imposible que lo haga. No quiero vivir en un mundo en el que no me guste una película de David Fincher. Soy capaz de hasta defender un poquito su Alien 3 (como hice antes). O cómo ser más fincherista que Fincher.


El cineasta texano tiene el don (uno de los múltiples dones que tiene) de parir los mejores trailers del mundo cinéfilo actual. Así de rotundo me pongo. En 2010, yo ya amaba The Social Network (2010) desde que comenzó el rodaje. Uno de mis directores favoritos dirigiendo un guion de uno de mis escritores audiovisuales favoritos (Aaron Sorkin) sobre el nacimiento de Facebook. ¿Cómo no iba a amar esa película? Después llegó el primer teaser con Creep de Radiohead (una de mis canciones favoritas) de banda sonora. Y el amor se hizo fanatismo. Y después vi la película, y gocé de todos y cada uno de sus segundos. Desde el teaser hasta que Hooper venció a Fincher en los premios del sindicato de directores (DGA), viví en una nube, y con el móvil anclado en Creep todo el otoño. The Social Network, como dije antes, es el retrato del hombre hiperconectado y a la vez radicalmente solo. De una época de capitalismo salvaje, globalización, redes sociales, ambición desmedida y desconexión en cuanto a las relaciones afectivas se refiere. Dentro de 50 años la película de Fincher y Sorkin seguirá siendo relevante porque será una panorámica de cómo éramos en los primeros años de la Era Global.

Mientras que un año después, Fincher regresó al thriller puro y duro, con una adaptación de la primera novela de Millenium (2011). El primer teaser, era básicamente la cámara recorriendo el camino hasta llegar a la casa de la familia protagonista. Pura nieve, pura atmósfera. Y sonaba una versión del Inmigrant song de Led Zeppellin. Y volvió a pasar lo mismo. Me obsesioné todo el otoño con la canción. Disfruté de la película y eché sapos contra su no-nominación a mejor film en los Oscar. No es que Millenium sea una de sus mejores películas, pero es un thriller en clave nórdica de primer nivel, rodado con una elegancia y una sabiduría que muy pocos directores poseen. Es además, y como casi todas sus películas, adictiva. Necesitas seguir hacia adelante, entrar con la cámara en la boca del lobo.


Tanto The Social Network como Millenium las vi en el cine, sumido en la oscuridad. Antes, tuve la suerte de hacer lo mismo con sus dos anteriores películas, The curious case of Benjamin Button y Zodiac. De hecho Zodiac (2007) fue el primer film de Fincher que vi siendo adulto, y por lo tanto también el primero que vi en el cine. Encerrado en una sala pequeña, de asientos incómodos. Atrapado también en su tela de araña, en ese thriller asfixiante. Zodiac es quizás la película más autoral de Fincher, no tanto porque sea más él de lo habitual, sino porque es una película que no hace concesiones, que tiene un estilo narrativo pausado que no es habitual en su cine, que siempre va a la carrera. En cambio, la segunda película suya que vi sentado en una butaca, fue la que todo el mundo señala como su película más impersonal. The curious case of Benjamin Button (2008), una película-río, un cuento fantástico, sobre un hombre que nació viejo y rejuvenece a cada segundo que pasa. Más que impersonal, yo diría que es una película que está muy lejos de las coordinadas habituales en su cinematografía. Todas sus películas son agrias, oscuras, cínicas incluso. En cambio Benjamin Button es tierna, dulce, optimista a pesar de ser un dramón. Una película sobre el amor parida por un director especialista en la frustración o el miedo humanos.

Pd: He escrito esta entrada durante varios días haciendo, destruyendo y rehaciendo, con She en bucle sonando a todo trapo. Lo ha vuelto a conseguir. Ya tengo melodía mental para este otoño.

lunes, 15 de septiembre de 2014

A punto de explosionar

THE KNICK y MANHATTAN


De los estrenos seriéfilos de este verano, casi toda la atención se ha centrado en dos. Por un lado en el regreso de Damon Lindelof a la televisión de la mano de HBO con el drama existencial (¿?) The Leftovers. Y por otro lado, en Halt and catch fire, el drama sobre los pioneros de la informática que ha permitido a AMC apuntarse su primer tanto (en cuanto a calidad) en bastante tiempo. Ambas series con sus personajes atormentados han eclipsado (en cuanto a visibilidad) a otros dos estrenos que nada tienen que envidiarles (en cuanto a excelencia): el drama médico-histórico The Knick emitido en el canal secundario de HBO: Cinemax; y el drama científico-histórico Manhattan, segunda serie de producción propia de WGN America, tras el fracaso en cuanto a críticas de su primaveral Salem. Estas cuatro ficciones del cable, han sido junto con la británica The Honourable Woman, y las veteranas The Killing, Orange is the new black, Rectify y Masters of Sex, lo más interesante de la época estival. Y por lo tanto las primeras series destacables de la temporada televisiva 2014-2015.

Cirugía en la incubadora

Tras el éxito cosechado por su telefilm Behind the candelabra, el oscarizado director Steven Soderbergh se vuelve a asociar con la HBO, pero esta vez para lanzar una serie que sitúe a su segundo canal, Cinemax, en el mapa de las televisiones de calidad. El proyecto elegido es The Knick, la aséptica y gélida aproximación de Soderbergh al mundo de la cirugía en el Nueva York de principios del S.XX. El director de Traffic y Erin Brockovich dirige los ocho capítulos de esta primera temporada (ya está renovada para una segunda), repitiendo la jugada del último vencedor del Emmy a mejor director, Cary Fukunaga (True Detective). Soderbergh dirige The Knick, precisamente como un cirujano se adentraría en el corazón de un paciente. Con distancia, con precisión y de la forma más aséptica y fría posible. Casi parece que en lugar de mover la cámara, estuviera operando a los guiones. Una apuesta formal arriesgada, que lleva el estilo de sus últimos dramas con connotaciones médicas (Contagion y Side Effects) a un nivel de riesgo y osadía estética mayor. Desde luego se nota su impronta.

Por lo demás, The Knick presenta un mundo que poco se asemeja al que las ficciones protagonizados por médicos nos tienen acostumbrados. No se anda, además, con paños calientes. Es una serie desagradable cuando necesita serlo para potenciar el mensaje de que la medicina aún estaba en pañales. Si Halt and catch fire nos presentaba el nacimiento de los ordenadores personales, The Knick nos muestra el amanecer de la medicina moderna. La sangre, las entrañas y las drogas bailan entre sí hasta envolvernos en una atmósfera que es a la vez hiperrealista y pesadillesca. Clive Owen consigue dotar al protagonista de una presencia imponente, hay un puñado de secundarios interesantes (el gestor del hospital, el cirujano negro), y además aborda con bastante crudeza la discriminación racial (y la económico-social) de una sociedad aún primitiva. En un panorama televisivo cada vez más congestionado, el principal mérito de The Knick es el ser una ficción diferente, con un estilo tanto narrativo como visual muy reconocibles.

El hombre es una bomba para sí mismo y para quienes lo rodean

Ayer mismo, The Imitation Game, la gran apuesta de The Weinstein Co. de cara a la venidera temporada de premios cinematográficos se alzó con el premio del público en el Festival de Toronto, el gran escaparate crítico e industrial de los filmes de cara a los Oscars. La película combina una vertiente científica (Alan Turing, el matemático), una bélica (II Guerra Mundial), una de espionaje (de las propias autoridades a sus trabajadores de cara a descubrir a topos) y una emocional (la homosexualidad del protagonista). Exactamente este mismo combo de elementos es el que sustenta Manhattan, la serie que posiblemente más me ha interesado en los últimos meses. Esta ficción creada por Sam Shaw (que antes había escrito capítulos de Masters of Sex como los fantásticos Catherine y Fallout), está ambientada en la ciudad-campamento en medio del desierto que levantó USA para alojar a los científicos que debían dar a luz a la bomba atómica. Estamos, por lo tanto, chapoteando en medio de una II Guerra Mundial, que los aliados aún no tenían a favor, con dos equipos de científicos internamente enfrentados, y que a su vez necesitan construir la bomba antes que sus homólogos nazis. Una carrera desesperada por la supervivencia.

Manejando conceptos y razonamientos científicos que obviamente se le escapan al espectador medio, Manhattan ha sido capaz de crear un drama muy poderoso apoyándose en los demás elementos (el psicológico de sentirse atrapado, el emocional de estarlo), construyendo un conjunto de personajes muy interesante. Además de centrarse en los propios científicos, es capaz de dotar de profundidad a sus mujeres, envolviéndonos en sentimientos tan oscuros como el miedo, la paranoia o la frustración. Más que un drama sobre la bomba atómica, Manhattan es un drama sobre los seres humanos que volcaron sus entrañas en el alumbramiento de la misma. Con su factura casi de western post-apocalíptico, la serie logra transmitir esa sensación de aislamiento y control absoluto que atenaza a sus personajes. La lectura política que hace de las estrategias del gobierno americano, ahondan en ese desasosiego vital pero también social. En tiempos de guerra, la libertad es un bien sacrificable. Lejos de presentarnos a unos héroes, lo que aquí tenemos son hombres atormentados. Lejos de hablar de un país que lucho por la libertad, ponen en duda las decisiones tomadas por los altos mandos militares, políticos y científicos americanos. No estamos ante un cantar de gesta. Eran tiempos oscuros. Muy oscuros.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Una bocanada de vida

BOYHOOD 


Leyendo a Harry Potter. He estado ahí.



Tras más de medio año de ruido desde su estreno en el Festival de Berlín, por fin se ha estrenado en España Boyhood, el film que Richard Linklater rodó a lo largo de 12 años, capturando el paso del tiempo el rostro y la mentalidad de un niño, al que da vida el apagado Ellar Coltrane. Y lo que ha logrado ha sido un conjunto de retazos de vida, de secuencias desbordantes de energía, sentimientos y magia. Cosidas con una sabiduría y una naturalidad pasmosas, las transiciones no podrían ser mejores, no podrían ser más indelebles. Boyhood es una panorámica no sólo de la infancia y la adolescencia, sino también de la propia familia como institución social básica. Si el niño (y en menor medida su hermana, Lorelei Linklater, que se va diluyendo con el paso del metraje) es el centro, sus padres, interpretados por los fantásticos Patricia Arquette y Ethan Hawke, son el motor que hace avanzar el film. Al final la vida de un niño hasta que se convierte en un adulto, está totalmente condicionada por las decisiones de sus padres. Su vida no es, en cierta forma, del todo suya, sino más bien un apéndice de la de sus progenitores.

También es, además de un retrato de dos épocas vitales (la infancia del niño, la crianza de los hijos de los padres), un retrato de una época, de la década de los 2000, de esa América post 11-S, corroída por el miedo y la paranoia. Linklater usa un puñado de secuencias para filmar una enmienda a la totalidad del bushismo y a la vez para plasmar la esperanza que suponía la llegada de Obama. Quizás le faltó, en el tramo final, una reflexión sobre la decepción que la presidencia de este último ha supuesto. En esta línea, nos presenta qué es ser un liberal en Texas, y con muy pocos elementos dibuja las líneas maestras del Estado, no juzgándolo, sino queriéndolo. La Texas de Linklater no es una marioneta de la que mofarse, es un territorio palpable, con su amor por la II enmienda, su cristianismo, sus paisajes hipnóticos, sus pueblos y sus ciudades. Quizás sólo un texano liberal como él podía presentar al Estado con tanta hondura desde un discurso muy sencillo. La secuencia de los paisanos texanos funciona porque no los juzga, simplemente muestra como son, que creas en las armas como tradición familiar no te hace mala persona. No enarbola ni un discurso a favor ni en contra, simplemente nos muestra cómo es una familia texana tradicional. No hay soflama panfletaria, simplemente una estampa más de la vida.

Boyhood es ante todo, una película tranquila. Un relato que discurre con ritmo pausado. Tiene momentos de fuerte carga dramática, casi todos ligados a Patricia Arquette y su relación con los hombres. Pero es tan naturalista y se toma tanto tiempo para pintar la vida de esta familia que no funciona por acelerones bruscos o cambios de ritmo. Es capaz de destrozarte el corazón pero también de insuflarte ganas de vivir. A pesar de hablar del alcoholismo y la violencia es una película optimista, luminosa. Tanto Arquette como Hawke empiezan el film a la deriva y lo terminan encontrándose a sí mismos, la historia de cómo dos personas maduran a lo largo de 12 años hasta cambiar sus vidas por completo. El mensaje final es que la vida no es más que barro que tú mismo moldeas. El hombre es dueño de su propio destino. Y como la vida no es más que lo que ya has vivido y lo que te queda por vivir, es puro potencial transformador. Pura esperanza. Por eso cuando sales de verla, tienes mucha más fe en el ser humano que cuando entraste al cine. Boyhood es un film que te hace creer en que mañana será un día mejor, que uno sólo tiene que quererlo de verdad, quererse de verdad a uno mismo. Tenemos toda nuestra vida por delante. Vivámosla.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Vivir es difícil con estos mínimos plazos


Esta mañana la Academia española de cine ha dado a conocer la terna de 3 películas que lucharán por ser el film preseleccionado por España para la categoría de mejor película de habla no inglesa en los próximos Oscars. Las elegidas han sido la última vencedora en los Goya, Vivir es fácil con los ojos cerrados de David Trueba, la triunfadora en el último Festival de Málaga, 10.000 km, ópera prima de Carlos Maqués-Marcet, y El niño, actual número 1 en la taquilla española, un thriller de Daniel Monzón. Una terna, por lo tanto, bastante lógica y coherente (no como el año pasado con el querejetazo), y más conociendo el consevadurismo académico. Sin embargo, las primeras críticas no se han hecho esperar. La principal de todas ellas gira en torno a la ausencia de La isla mínima, de Alberto Rodríguez en el grupo de seleccionables. El thriller, que es una de las películas más esperadas del cine español de este año, se estrenará en Donostia en unos días, y aunque fue visionada por académicos en pases especiales, no ha logrado colarse. Obviamente, sin haber visto la película, es difícil criticar la decisión de la Academia con argumentos, en realidad estamos ante una indignación construida sobre un futuro hipotético: el de que la cinta sea tan buena como muchos esperamos. Desde principios de año tanto La isla mínima como Magical Girl de Carlos Vermut, eran las dos películas españolas que con más ansia esperaba, por ello no verlas en la preselección española me decepciona, pero aún no sé si la Academia erró o no. Por un lado quiero creer que sí, por otro, prefiero pensar que no. Lo cierto es que en los últimos años, sólo una vez, la película enviada al Oscar en septiembre fue la misma que terminó vendiendo en febrero en los Goya: Blancanieves de Pablo Berger.

A cinco años vista

2010
Preselección Oscar: El baile de la victoria
Goya Mejor Película: Celda 211 (terna Oscar año siguiente)

2011
Preselección Oscar: También la lluvia
Goya Mejor Película: Pa Negre (terna Oscar año siguiente)

2012:
Preselección Oscar: Pa Negre
Goya Mejor Película: No habrá paz para los malvados

2013:
Preselección Oscars: Blancanieves
Goya Mejor Película: Blancanieves

2014:
Preselección Oscar: 15 años y un día
Goya Mejor Película: Vivir es fácil con los ojos cerrados (terna Oscar año siguiente)

En el último lustro, 4 de las 5 películas ganadoras del Goya al mejor film han competido en el Festival de Donostia. Sólo la taquillera Celda 211 no lo hizo. Mientras que de las preseleccionadas por España para los Oscar, sólo 2 se estrenaron también en Donostia. Siendo curioso el caso de Pa Negre que fue seleccionada al año siguiente de su estreno tras su rotunda victoria en los Goya, algo que le puede pasar también este año a Vivir es fácil con los ojos cerrados, film que no poca gente ve como el favorito a ser el nombre que se anuncie el próximo día 25 de septiembre.

Por otra parte, mientras Pa Negre o Vivir es fácil, entraron en la terna del año siguiente, otras películas que se estrenaron también en Donostia, como Blancanieves o Caníbal, lo hicieron en su mismo año. Gracias a pases previos a los académicos, envío de dvd’s etc. Quizás la Academia debería poner orden en esta cuestión. Establecer unas reglas más claras, favorecer que las películas, especialmente las que aún no se han estrenado porque competirán por la Concha de Oro, puedan competir en igualdad de condiciones a pesar de tener el hándicap de no poderse haber estrenado aún.

A nuestro cine le conviene que en su festival más importante compitan algunas de las mejores cintas del año, pero también poder elegir para enviar a los Oscar entre lo mejor que hemos producido en cada hornada de cine. Sin embargo, a pesar de los problemas (y amiguismos en un mundo tan pequeño) del proceso de selección (de los que también adolecen los propios Goyas), es verdad que el proceso está fuertemente condicionado por dos causas. Por un lado Donostia no puede adelantarse en el calendario, al verse precedida por Venecia, Toronto y Telluride. Y por otro lado, y sobre todo, los estrictos y reducidos plazos de la Academia americana para recibir las propuestas enviadas para competir por el Oscar de habla no inglesa. Este año, por ejemplo, el plazo termina el 30 de septiembre. 3 meses antes de que termine el año. Y esto genera una serie de problemas en las grandes cinematografías de habla no inglesa (Francia, Italia, Alemania, España, Canadá, los países escandinavos, México, Argentina, Brasil…), los productores tienen que decidir si les compensa estrenar sus películas antes para contar con más opciones de ser seleccionadas por sus países, o estrenar a lo largo del otoño, cuando las posibilidades de sus films en las taquillas nacionales son más halagüeñas. El año pasado, la favorita al premio de mejor film de habla no inglesa, La vie d’Adèle, no pudo ser seleccionada por Francia porque sus productores se negaron a adelantar el estreno del film, considerando que les traería menos beneficios esa nominación (e incluso victoria) que el dinero que pensaban que harían en la fecha de estreno establecida.

Además, estos plazos enturbian los procesos de selección, al escoger los países películas que a menudo aún no se han visto en sus cines o en sus festivales nacionales frente a otras que sí. Debido en gran parte a que estos films han triunfado en festivales internacionales como Cannes, Berlín o Venecia. Aquí, en los últimos 5 años ha pasado, 2 veces con El baile de la Victoria y También la lluvia. Y en nuestro caso, pueden votar todos los académicos, pero en otros países seleccionan las películas comités, y no es la primera vez que se denuncian amaños o interferencias gubernamentales. Por lo tanto, el actual proceso de selección de las nominadas a los Oscar, no causa problemas sólo a España, aunque aquí tengamos el añadido de que el Festival de Donostia sea posterior a la primera selección y que transcurra antes y durante la ronda final. Es un problema global que en última instancia perjudica a la propia categoría, al nivel de la misma.

Frente a los argumentos de los países para justificar que se alargara el plazo de selección. Desde Estados Unidos, la Academia puede esgrimir que los comités que forma para ver y escoger la terna de 9 films que lucharán por la estatuilla necesitan todo ese tiempo para realizar su trabajo. Que la cantidad de films que les llega cada año es más ingente. 76 films el año pasado. Sin embargo, si constituyen 3 comités, que vean entre 20-30 films cada uno, ¿no pueden elaborar la terna durante el mes de diciembre? Se nos dice que estos académicos son gente mayor que no trabaja a menudo y que por lo tanto tiene tiempo libre para dedicarse a ello. Si es así, ¿no les pueden pagar la estancia en un balneario 10-15 días y proyectarles 2 films cada día? Teniendo así la terna preparada para el inicio de las votaciones de las nominaciones al Oscar. ¿No ganaríamos todos con un proceso con unos plazos más amplios y menos rígidos? Sin embargo, va a ser bastante complicado que llegue a pasar. ¿Por qué la Academia americana va a invertir más dinero, recursos y complicarse más a la hora de llevar a cabo el proceso en la única categoría que su cine no puede competir? Y en esas estamos, quizás en un callejón sin salida de cara a mejorar la lucha por este premio.


PD: Tanto porque es la que más me gusta como porque creo que es la mejor opción de cara a los Oscars, yo votaría a 10.000 km.

Sólo podíamos caer

THE LEFTOVERS - Primera temporada


¡Peligro! ¡Spoilers sueltos!





Ha terminado ya la primera temporada de The Leftovers, el regreso de Damon Lindelof a la televisión, acompañado de Tom Perrotta (escritor de la novela que adapta la serie) y de la mano de la sacrosanta HBO. 10 capítulos en los que la serie ha pasado de ser una ficción tibia, simplemente correcta, incluso algo superficial, a convertirse en un drama de personajes con tintes de thriller psciológico y de fondo calado humano. Abundan en estos tiempos de crisis de las sociedades occidentales muchos productos audiovisuales sobre el advenimiento del Apocalipsis, ahí están, por ejemplo, The Walking Dead, la serie más vista de la televisión americana, o The Strain, uno de los estrenos de verano que más ruido ha generado. Sin embargo, el colapso que presenta The Leftovers es de otro tipo, más interno que externo. Frente a la llegada de elementos (o seres) externos que hacen explotar las costuras de la sociedad, en la serie de Lindelof, es la desaparición de una parte de esa sociedad la que causa el colapso del sistema. Del sistema moral, sobre todo.

Pero los problemas de esa civilización enferma no surgieron tras “el incidente”. Los problemas, como nos dijo el 1x09, cínicamente titulado The Garveys at their best, estaban ahí, quemando el interior de unas almas en suplicio. Los protagonistas de The Leftovers ya estaban precipitándose contra el vacío antes de que parte de sus seres queridos los dejaran atrás, de que parte de la humanidad se volatilizara ante sus ojos. Estaban derrumbándose por dentro. Convertirse en los restos del mundo simplemente exteriorizó sus problemas y eliminó cualquier posibilidad de control de daños. Lo que eran pequeños dramas individuales se convirtieron en un gran drama colectivo sobre una sociedad aturdida que no sabe ni quién, ni qué está haciendo ni hacia dónde se dirige. En este nuevo mundo, igual en apariencia al nuestro, pero más echado a perder, en esta ligera distopía, las sectas y los líderes mesiánicos crecen como setas. Frente a la gente que no puede recordar, que no puede afrontar su dolor, están los que no pueden olvidar, los que no pueden liberarse del mismo. El espacio público pasa a convertirse en un campo de batalla en el que la comunicación ha dejado paso a la confrontación, a la ira.

The Leftovers ha terminado convirtiéndose en una serie relevante porque ha sabido crear una galería de personajes interesantes, los ha tratado con respeto, intentando que sean ellos mismos los que se juzguen a sí mismos, y no sus creadores o nosotros, los espectadores. Efectivamente Lindelof y compañía han creado un poderoso drama de personajes, en el que los misterios no importan lo más mínimo. Es una serie sobre el dolor y el miedo. El dolor de vivir y el miedo a vivir. Maneja temas terribles con tacto, con una elegancia visual digna de ser reconocida, con un reparto muy bien escogido, y con unas tramas bien hiladas, salvo quizás la del hijo del protagonista, las mujeres asiáticas y el hombre de los abrazos. Es cierto, eso sí, que en la primera mitad de la temporada, la serie adolecía de dirección, de empuje, y que sólo el sensacional tercer capítulo (Christopher Eccleston lo bordó), y las secuencias de arranque de los episodios, nos mostraron que estábamos ante una serie a tener en cuenta. Ante un gran drama de HBO.

Pero no es menos cierto que en la segunda mitad sólo falló un capítulo, el séptimo, de mera transición. El sexto, el capítulo embotellado de Nora en NYC, es, de hecho, mi favorito. Juega a su favor que Nora es el personaje que más me interesa, que más me quema en las manos, con el que me puedo identificar más. También juega a su favor, claro, que Carrie Coon es un vendaval de carisma, fuerza y dotes interpretativas. Desde luego la revelación de la serie. Esta mujer tiene un gran futuro por delante. Puede llegar a ser una gran actriz. Puede llegar a comerse el mundo. Por su parte los tres últimos (Ann Dowd está extraordinaria en el 1x08), cargaron de matices al protagonista de la serie, interpretado con mucha solvencia y presencia por Justin Theroux, y a su familia, sobre todo a su mujer, una fantástica Amy Brenneman. Entre ensoñaciones y flashbacks buceamos en sus almas, en sus relaciones, en sus espirales de autodestrucción. Al final la serie enfocó al desgarro. Y ese desgarro que se produjo el día en que el 2% de la población desapareció terminó degenerando en ese final cuasi-apocalíptico entre llamas y muerte que no presentó el 1x10, The Prodigal Son Returns, una especie de viaje catártico para el protagonista a través de su propia mente. Al final, cuando todo va a la deriva, lo único que nos espera es el caos, el lobo es un lobo para el hombre, el odio, la rabia. Tiene esta season finale 6 minutos finales de una belleza que recuerda ligeramente al cine de Terence Malick. Con ese trágico monólogo de Carrie Coon, tras arrancar con el plano más letal de la serie hasta el momento, esa reunión familiar de plástico. Pero al final, tras tanta destrucción, nos regalan un rayito de esperanza, con ese bebé, con esa frase final de Nora: “Look what I found”. 

jueves, 4 de septiembre de 2014

La Academia que no ama a una generación de directores americanos

De los últimos 5 ganadores del Oscar al mejor director sólo una es americana, Kathryn Bigelow, la primera mujer en conseguirlo. Bigelow pertenece a una generación de cineastas norteamericanos que comenzaron a dirigir a finales de los 70 y principios de los 80, como los hermanos Coen (a medio camino entre esta generación y la siguiente), Ron Howard, Jonathan Demme, James Cameron, Robert Zemeckis o Oliver Stone. Todos ellos ganadores del Oscar. Sin embargo la Academia ha evitado reconocer a los directores americanos que comenzaron sus carreras a finales de los 80 y a lo largo de los 90. Salvando los particulares casos de Mel Gibson y Kevin Costner, sólo uno, Steven Soderbergh ha ganado el máximo premio de dirección.

Toda una generación brillante de cineastas yankees que han llevado a la filmografía del país al nuevo milenio espera reconocimiento. Algunos de los directores que entran en este grupo son Quentin Tarantino, David Fincher, Paul Thomas Anderson, Wes Anderson, Richard Linklater, Darren Aronofski o Alexander Payne. De hecho el vacío que les ha hecho la Academia va más allá de los premios, hasta llegar a las propias nominaciones. De los que he nombrado el que más ha conseguido como director hasta ahora es Alexander Payne que suma 3 (Sideways, The Descendants y Nebraska), le siguen con 2, Tarantino (Pulp Fiction e Inglorious Basterds), Fincher (The curious case of Benjamin Button y The Social Network) y el único ganador, Soderbergh, que consiguió sus dos nominaciones el mismo año (Traffic, por la que venció, y Erin Brockovich). Paul Thomas Anderson sólo tiene una (There Will Be Blood), al igual que Darren Aronofski (Black Swan), mientras que Richard Linklater aún no ha sido nominado, siendo uno de los favoritos para entrar en el quinteto este año gracias a Boyhood. Por todo esto, este 2014 quizás sea el año en que por fin la Academia se rinda a un cineasta americano que haya irrumpido en los últimos 25 años.

De hecho, al abarcar un periodo de tiempo tan grande, más que hablar de una generación, deberíamos hablar de varias generaciones que se han superpuesto en la vanguardia del cine estadounidense. A la generación de los autores de los que he hablado antes, hay que sumarle la de los cineastas que comenzaron a dirigir en torno al año 2000 y en el primer lustro del nuevo milenio. Directores como Spike Jonze (1 nom), M. Night Shyamalan (1 nom), Jason Reitman (2 nom), Bennett Miller (2 nom), Sofia Coppola (1 nom) o incluso George Clooney (1 nom). Es más, podríamos ir más allá y perfilar a un nuevo grupo de directores que ha comenzado su carrera en los últimos años, gente como Jeff Nichols, J.C. Chandor, Cary Fukunaga, Benh Zeitlin (1 nom) o desde otras coordenadas Ben Affleck que aunque logró que su Argo se llevara el máximo galardón hace dos años él no fue ni nominado a mejor director.

La falta de reconocimiento por parte de la Academia a estos artistas es más sangrante si tenemos en cuenta que en los últimos 20 años sí que ha premiado a directores extranjeros coetáneos a los cineastas de los que acabamos de hablar. Ang Lee tiene 2 Oscars en su estantería (Brokeback Mountain y Life of Pi), mientras que Danny Boyle, Alfonso Cuarón, Tom Hooper, Sam Mendes, Michel Hazanavicius, Anthony Minghella y Peter Jackson poseen uno cada uno. El balance es demoledor. Así se entiende también lo apuntado al inicio, que sólo una de los 5 últimos vencedores sea americana.

En cambio, por su labor de guionistas, estos cineastas sí que han tenido una fuerte presencia en los Oscar, llegando a ganar unas cuantas estatuillas en la última década. De hecho el año pasado Spike Jonze venció por Her en guion original aunque no fue nominado (injustamente) como director. Payne ha ganado 2 veces (Sideways y The Descendants), Tarantino otras 2 (Pulp Fiction y Django Unchained), Coppola una (Lost in translation). Mientras que cineastas como Paul Thomas Anderson, Jason Reitman, Richard Linklater o Wes Anderson han sido nominados varias veces en algunas de las dos categorías de guiones. Dicho lo cual y centrándonos en este año, voy a hacer un repaso de cuáles son los directores con opciones de romper el bloqueo de la Academia y cuáles son sus principales rivales, con permiso de algún veterano como Clint Eastwood. Todo ello teniendo en cuenta que pueden aparecer en la carrera films que hoy por hoy están en el aire como A most violent year de J.C. Chandor.


Los conductores suicidas

Richard Linklater por Boyhood
Contó Quentin Tarantino en el pasado Festival de Cannes que él creía que Almodóvar aún tenía que parir su mejor película, pero que siempre que hablaba con sus amigos del tema, siempre pronunciaban dos nombres de los cuales esperaban aún su gran obra maestra: David Fincher y Richard Linklater. El director de la saga Before… se encuentra este año ante su gran posibilidad de ser nominado al oscar al mejor director del año, gracias a Boyhood. La película, que retrata el crecimiento de un chico a lo largo de 12 años hasta desembocar en la Universidad es uno de esos proyectos que valida toda una carrera. Estrenada en la Berlinale, Linklater se alzó con el premio al mejor director del festival y tiene a toda la crítica americana rendida a sus pies. Boyhood parece que será el gran film netamente de autor de 2014.


David Fincher por Gone Girl
El hombre que parió dos iconos del cine como Seven y Fight Club, construyó la soberbia Zodiac y dirigió esa obra maestra que retrata a la perfección un tiempo, el nuestro, llamada The Social Network, estrena este año la adaptación de un best-seller, Gone Girl. Reincide por lo tanto en su género, el thriller, contando la historia de un matrimonio perfecto que tras la desaparición de ella en su 5º aniversario de bodas empieza a mostrar todas sus costuras. Se estrenará en el Festival de New York, y las expectativas, por lo menos las mías, están por las nubes. Fincher ha sido nominado 2 veces al Oscar, por The Curious Case of Benjamin Button y por The Social Network. En ambas ocasiones llegó segundo a la meta, siendo derrotado por los británicos Danny Boyle y Tom Hooper respectivamente.


Paul Thomas Anderson por Inherent Vice
El hombre que a finales de los 90 parió esas dos obras maestras sobre vidas a la deriva llamadas Boogie Nights y (sobre todo) Magnolia, tuvo que esperar hasta 2007 para alcanzar su primera, y hasta ahora única, nominación como director por There Will Be Blood, siendo derrotado por dos de los cineastas americanos más influyentes de las últimas décadas: los Hermanos Coen. Después de perecer en la carrera de hace 2 años con The Master, este año vuelve a estar en el radar de los Oscar por Inherent Vice, un noir cómico (ojo) basado en una novela de Thomas Pynchon que protagoniza Joaquin Phoenix y se estrenará en el Festival de New York. Uno de los directores con la mirada más personal y magnética del cine actual.


Wes Anderson por The Grand Budapest Hotel
Tras ganar el Gran Premio del Jurado en la Berlinale y recaudar más de 170 millones de dólares en todo el mundo, The Grand Budapest Hotel puede darle a Wes Anderson su tercera nominación como guionista en los Oscar. Más difícil tendrá el filme colarse en mejor película y sobre todo en mejor director. Pocos autores del cine actual han construido un mundo y un imaginario más peculiar que el de Anderson. En The Grand Budapest Hotel están todas las constantes de su estilo: la obsesión por la simetría, el ritmo desenfrenado, el colorido y su inagotable capacidad para crear preciosas estampas. 


Bennett Miller por Foxcatcher
Miller busca, con su tercera película de ficción, su tercera nominación, y quién sabe, quizás la victoria. Llega al inicio de la carrera con el premio al mejor director en Cannes, dónde su película gustó mucho y cosechó muy buenas críticas. A priori es uno de los favoritos, y al contrario que la mayoría de sus rivales, su película ya se ha exhibido y por lo tanto se sabe que efectivamente es un film de calidad. Si es nominado, podríamos decir que Bennett Miller es el Stephen Daldry yankee. En sus anteriores nominaciones fue derrotado por Ang Lee y Michel Hazanavicius.


David Ayer por Fury
El guionista de Training Day, debutó en el cine como director en 2005 con Harsh Times y se ha hecho un nombre como uno de los grandes renovadores del género policíaco de los últimos años. En lo que puede ser su salto a las grandes ligas, Fury, se enfanga en el cine bélico siguiendo a un escuadrón americano en el final de la II Guerra Mundial liderado por Brad Pitt. El tráiler, el reparto y la temática han creado grandes expectativas en torno a la cinta. Ahora habrá que ver si Ayer tiene o no madera de gran director.


Jason Reitman por Men, Women and Children
Tras lograr dos nominaciones consecutivas a mejor director y mejor película, gracias a Juno y Up in the air, parecía que Reitman se iba a comer el mundo. Se había erigido en el gran cineasta de la dramedia americana junto a Alexander Payne. Sin embargo la fría acogida que recibió la agria Young Adult y esa traición a su propio mundo que fue Labor Day, un melodrama errado de principio a fin, han puesto en duda su talento. Con Men, Women and Children, una mirada negrísima a los suburbios de clase media a golpe de redes sociales, intenta volver a sus temas habituales y reconducir su carrera. A este humilde pringado el tráiler le ha encantado. Pero habrá que ver, habrá que ver.


Angelina Jolie por Unbroken
Tras ensayar como quién pelotea antes de un partido de tenis, con su primer film, Jolie se embarca en una de esas historias bigger than life ambientada en la II Guerra Mundial, que sería la favorita indiscutible a los Oscar en los 80 y los 90. Con un equipo técnico de primera (Deakins en la foto, Desplat en la música), una historia emocionante y presupuesto para llevarla a cabo, la clave residirá en si Jolie es capaz de imprimirle al film un toque personal. Si su trabajo como directora es reconocible. A priori, va a por todas.



El enemigo está ahí fuera

Christopher Nolan por Interstellar
A pesar de ser británico (por eso lo incluyo aquí), lo cierto es que todo lo dicho sobre los anteriores cineastas, es aplicable a Christopher Nolan, al que la Academia se ha negado a nominar al Oscar al mejor director, aunque como a sus coetáneos americanos, sí que ha nominado 2 veces como guionista. Si Nolan venciera por Interstellar, casi casi, sería una victoria que apuntarle a la generación americana de Fincher y cía. Poco se sabe de su viaje por el espacio, todo lo que tenemos son tráilers, el espectacular casting y equipo técnico del film y hype, mucho hype. Si la película es tan buena como todos creemos que será, la Academia tendrá difícil negarle la nominación a Nolan. Pero todos sabemos también como se las gastan y por dónde se pasan las deudas históricas.


Jean-Marc Vallée por Wild
Tras estrenarse el año pasado en el cine americano con Dallas Buyers Club y rozar la nominación (que el film optara a mejor montaje no deja lugar a dudas), el canadiense Jean-Marc Vallée repite este curso, esta vez con Reese Witherspoon como estrella absoluta de una historia de superación personal y búsqueda de uno mismo sobre una mujer que se entrega al camino. Vista ya en el Festival de Telluride, tanto la película como la labor de Vallée han recibido muy buenas críticas. Sí, el director de la sublime C.R.A.Z.Y. está en la carrera.


Alejando González Iñárritu por Birdman
Tras separarse de su pareja creativa, el guionista Guillermo Arriaga, y sólo dirigir un film en los últimos tiempos, Biutiful, González Iñárritu ha vuelto a la primera división con una comedia negra que experimenta con el plano-secuencia (y el trucaje), centrada en un actor a la deriva que interpreta el muy a la deriva Michael Keaton. Hace unos días inauguró la Mostra de Venecia y la recepción crítica no pudo ser mejor. Casi todos los cronistas señalan que la primera hora del film es lo mejor que ha rodado nunca el mexicano. Iñárritu tiene en su haber una nominación anterior a mejor director por Babel. Fue derrotado por Martin Scorsese, ni más ni menos.


Morten Tyldum por The Imitation Game
The Weinstein Company cogió a un prácticamente desconocido director islandés y le entregó un guion en el que hay muchas expectativas puestas, y que cuenta la historia del influyente matemático Alan Turing que fue decisivo para ganar la II Guerra Mundial y perseguido por ser homosexual en el propio Reino Unido. Estrenada en el Festival de Telluride, la película ha cosechado grandes críticas, sobre todo para su protagonista, Benedict Cumberbatch. Pero saber si Tyldum tiene opciones, habrá que ver si fue capaz de salirse de la sombra de Harvey Weinstein y dotar al film de un estilo propio, o simplemente entrega un trabajo funcional al servicio de una historia poderosa.