jueves, 29 de mayo de 2014

Historia de una derrota

THE NORMAL HEART




Este domingo HBO emitió The Normal Heart, tv-movie dirigida por Ryan Murphy (creo que no hace falta presentarlo a estas alturas) y adaptada, a partir de su propia obra, por el dramaturgo Larry Kramer. La película, ambientada entre 1982 y 1983, narra el estallido del SIDA en la comunidad gay de Nueva York a través de activistas e infectados, de hombres luchando (o no tanto) por su supervivencia. El protagonista es Ned Weeks (Mark Ruffalo, camino del Emmy) un escritor que tras intentar luchar contra su homosexualidad en su juventud, vive ahora completamente fuera del armario y en lucha constante contra la comunidad gay neoyorkina, por sus opiniones con respecto a la liberación sexual.

“La política gay es política sexual” Primera puñalada. Nos habían hablado ya  de los terribles años en los que el SIDA surgió en forma de epidemia devoradora, engullendo a parte de una generación de homosexuales, posiblemente la primera en Estados Unidos en vivir con cierta libertad. Lo más interesante de The Normal Heart no es tanto el retrato que hace de la enfermedad, es decir, el plano íntimo, como afecta a los enfermos, como los consume lentamente hasta matarlos, o como consume también a sus seres queridos hasta drenarles las ganas de vivir. No. Eso también está en la película, y funciona, e incluso conmueve (esos increíblemente azules de Matt Bomer apagándose...), pero no aporta nada nuevo. Lo que realmente hace valiosa a esta obra es su dimensión política, el retrato del activismo, de la lucha por lograr la atención de las autoridades. Si en Philadephia (Demme, 1993) se hablaba de discriminación y en Dallas Buyers Club (Vallée, 2013) del papel de las farmacéuticas, en The Normal heart Murphy y Kramer entran a reflexionar sobre el entramado asociativo que montó la comunidad gay para suplir la falta de apoyo del gobierno en la lucha contra la enfermedad. Y así volvemos al inicio de este párrafo, la agenda del activismo gay estaba únicamente centrada en la liberación sexual. No había un movimiento asociativo que reclamara derechos o visibilización del colectivo. Esto provocó que cuando tuvieron que afrontar la amenaza mortal que supuso el SIDA no estaban preparados. No tenían ni los medios, ni la experiencia y ni el valor. A gran parte de los líderes gays les faltó valor. Segunda puñalada.

En The Normal Heart se plantean dos formas antagónicas de alcanzar objetivos desde fuera de las esferas de poder. Puedes cambiar al sistema colaborando con él. O puedes cambiar al sistema enfrentándote a él. Mientras Weeks apostaba por lo segundo, usando cualquier plataforma para lanzar sus polémicos mensajes (“el Gobierno de Estados Unidos está dejando morir a los homosexuales”), el resto de sus compañeros en la lucha, creían en que debían mantener un perfil bajo, no incomodar al poder para así, finalmente, obtener su apoyo en la búsqueda de soluciones para frenar la epidemia. Esta dicotomía está presente en todos los actores que buscan tener cierta dimensión pública. Atacar o colaborar. Aquí mismo, ahora, en este país, en estos tiempos convulsos el asociacionismo está viviendo una época de efervescencia sin precedentes. Al final lo que hacía Ned Weeks no es muy diferente de lo que hizo estos últimos meses el hombre que esté en boca de todos en España actualmente, el eurodiputado electo Pablo Iglesias. La televisión como altavoz. Como medio para un fin político. Este agrio retrato político, de una dureza inusual con el activismo gay, es lo que aporta de novedoso e interesante The Normal Heart, una especie de Milk (Van Sant, 2008) escrita desde el reproche. Pudisteis hacerlo mejor.

Murphy (uno de los gays más poderosos de la Industria) y Kramer escriben así un ajuste de cuentas con  los líderes gays de los 80. The Normal Heart es ante todo la crónica de una derrota. Al final de la película no hay ni siquiera una pequeña victoria moral para el protagonista como sí las había en Philadelphia, Dallas Buyers Club y Milk. Queda sumido en una honda soledad. Derrotado frente al sistema externo (los poderes públicos) y al sistema interno (el resto de activistas). Solo ante el peligro. Un peligro llamado SIDA. Le ha salido una película cruda a Ryan Murphy, la obra más desoladora de su carrera. También la más dramática (aunque tiene esos pequeños estallidos de humor corrosivo marca de la casa) y la más ambiciosa. No es una película perfecta, sigo creyendo que Murphy no acaba de cuajar como director, que le falta estilo, orden, coherencia. Pero es una película muy bien interpretada (salvo Jim Parsons el casting está bien elegido), funciona muy bien narrativamente y sobre todo resulta interesante por ser tan incómoda, por lo oscuro que es su mensaje. Ayer mismo recibió 5 nominaciones en los Critic’s Choice Awards y será una de las producciones con más nominaciones y posibilidades de victoria en los Emmy. Mark Ruffalo, Julia Roberts (en el único personaje femenino, una doctora), Matt Bomer, Joe Mantello e incluso Taylor Kitsch pueden cazar nominación e incluso premio. A HBO le ha salido otra vez una jugada redonda. Su gran rival a priori será la Fargo de FX.

PD: Más de 30 años después, cada día se infectan de SIDA 6000 personas nuevas. La enfermedad sigue siendo una de las primeras causas de mortalidad en todo el planeta. Sobre todo en África, claro, ellos no tienen activistas que luchen por sus vidas, ni medios de comunicación que sirvan de altavoz, ni organismos públicos con capacidad de inversión, ni, claro, farmacéuticas interesadas en mercados de bajísimo poder adquisitivo.

martes, 27 de mayo de 2014

Las mejores cosas en la vida son gratis

MAD MEN


But more, much more than this, I did it my way

En una semana han terminado en Estados Unidos, cuatro de los diez mejores dramas de esta temporada televisiva que ya da sus últimos coletazos. Primero fue The Good Wife, con esa seasonfinale preñada de reformulaciones del terreno de juego; después The Americans, con la esferaideológico-laboral entrando de lleno en la familiar; en tercer lugar Hannibal, con un capítulo bañado ensangre y en la recreación de la belleza que hay en el mal; y en último lugar, este domingo, AMC emitió el séptimo capítulo de la última temporada de Mad Men, que se despide hasta 2015, cuando emitirá los otros siete capítulos que conforman su final. Un capítulo que es un canto a… la esperanza a pesar de la pérdida.

A partir de aquí, spoilers, o algo que se le asemeja
Estos dos últimos capítulos de este primer tramo de temporada, Matthew Weiner los planteó sabiamente como un díptico que ha tenido como hilo conductor la campaña para una empresa de comida rápida. Así, el penúltimo capítulo, The Strategy (7x06) lo reservó para la gran cima emocional de la temporada, con la reconciliación de Don y Peggy, una reconciliación en la derrota. Tras haber dado muchos tumbos y haber realizado muchos sacrificios, al final aquí estamos, solos. Solos ante la incertidumbre.

Peggy: ¿Qué cosas te preocupan?
Don: Que nunca he hecho nada, y que no tengo a nadie
Peggy: Estuve en Ohio, Michigan, Pennsylvania. He mirado por la ventana en muchas estaciones de tren. ¿Qué he hecho mal?
Don: Lo estás haciendo genial
Peggy: ¿Y si hubiera un lugar dónde puedes ir, dónde no hubiera televisión, pudieras partir el pan y las personas que estuvieran sentadas contigo fueran tu familia?

(suena... and now, the end is near, and so I face the final curtain...)

Mientras que el último episodio se desarrolló en dos planos entrelazados por el devenir de los personajes: el íntimo y el laboral. En el íntimo afrontó las consecuencias de la catarsis emocional que supuso para Don y Peggy su conversación. Tras vagar por el desierto durante toda la temporada, los protagonistas (a estas alturas cuestionar que Mad Men es la historia tanto de él como de ella, es absurdo) saben ya lo que quieren. Quieren una vida de verdad. Una vida palpable. Una vida que sea capaz de conciliar la esfera artístico-profesional con la sentimental-familiar. Peggy empieza a sentir en su interior que quizás está preparada ya para formar una familia, abrir un espacio en su vida más allá de su ambición profesional. Don y Megan comprenden que su matrimonio se ha terminado. Tras mucho tiempo engañándose a sí mismos firman en palabras y silencios la claudicación definitiva. Por teléfono, con una dulzura desoladora. Sin gritos, sin reproches, desde el más hondo cariño. Pero… el cariño no lo es todo.

Tras hablarnos de familias rotas por padres adúlteros y egoístas, trabajos acaparadores e incomunicación personal, estos últimos capítulos apuntan hacia la idea de que, al final del día, al final de la vida profesional, lo que te quedará será la familia. Sí, hay problemas ahí fuera. Vietnam al fondo como dice Peggy en la presentación de la campaña. Pobreza, problemas en el trabajo… al fin y al cabo aquella época (finales de los 60) fue muy convulsa en Estados Unidos, quizás su mayor época de crisis desde la Gran Depresión, lo cual nos permite trazar un paralelismo con nuestra crisis actual, que además de económica tiene mucho de social, política e incluso moral, de valores. Sí, hay problemas, pero, dice Weiner, el amor (no el cariño del que hablábamos antes, el amor) puede sobreponerse a ello. El amor es gratis, sólo hay que saber cultivarlo. El inagotable y resplandeciente espíritu humanista de Mad Men.

El otro tablero en el que jugó Waterloo (7x07) (y en realidad toda la temporada) fue en el laboral, en el de los juegos de poder en la agencia. La season finale de la sexta temporada nos había dejado a un Don Draper en proceso de redención, tras su catarsis emocional en una reunión con  clientes. Aquel putero, alcohólico, destructivo e inane hombre llegó al colapso final. Y en el punto más bajo, la disyuntiva con la que se enfrentó Don fue ¿regenerarme o morir? Y eligió la primera. Esta primera parte de la última temporada ha contado el proceso de expiación de Don Draper, en el plano emocional, con respecto a Peggy, Megan y Sally (el road-trip que se marcaron en el 7x02, A Day’s Work, fue una de las tramas mejor y más sentidamente escritas de la temporada televisiva). Y en el laboral, su lucha por recuperar su puesto de trabajo, tras verse forzado a abandonarlo por lo sucedido en aquella reunión en la que se inmoló ante nuestros ojos. Así, alejados del Don Draper poderoso y seguro de sí mismo, el hombre que tenía el despacho con vistas, hemos podido ver a un hombre luchando contra sí mismo y contra sus pecados. Ha sido un proceso doloroso, en el que ha sido humillado y ninguneado por sus enemigos internos, Lou (su sustituto) y Jim Cutler (el reverso controlador de Roger Starling) y abandonado por sus aliados (Joan y hasta la reconciliación, Peggy). Don Draper siempre ha estado muy solo, pero nunca nos lo habían mostrado tan pequeño.

Simplemente sublime

Justo al final de la partida de poder, cuando Cutler está a punto de hacerse con el total control de la agencia, con Don y Roger acorralados, la muerte de Bertram Cooper, y la última conversación que mantuvo con él, provocan una catarsis personal para Starling. Y de esa catarsis, que en realidad ya había empezado en The monolith (7x04), cuando intentó convencer a su hija de que retomara sus obligaciones como madre, nace la necesidad de trascender. De escupirle a la cara al cadáver de Cooper “ves como puedo tener una visión, ser un líder”. De tal forma que monta un plan para vender el 51% de la empresa a una de sus viejas rivales, manteniendo su independencia, salvaguardando el puesto de Don y restableciendo su posición de director de la orquesta. Sin embargo, para ello necesita que en el acuerdo entre, además de Don, un Ted Chaough que parece una mala copia del Don Draper totalmente perdido en su interior de la anterior temporada. Y así se produce la última de las rupturas frente a la desolación, el último de los regresos desde la nada vital. Don convence a Ted y se abre así el escenario de lo que será el final de Mad Men. Un escenario optimista. De un optimismo humanista hermoso, delicado, sentido. Por mucho que quiera a otras series, por mucho que me fascinen, por mucho que las admire, ninguna me hace sentir lo que me hace sentir Mad Men. Ninguna es tan certera en su retrato del ser humano, de sus miserias y de sus sueños, rotos unos, cumplidos otros. Ninguna hace de la desolación emocional poesía. Sólo Mad Men, esa serie capaz de estallar en carcajadas (la trama del pezón de Ginsberg es lo más maravillosamente delirante que se ha escrito este curso en televisión) y destrozarte el alma acto seguido (la última secuencia de la serie hasta 2015, como paradigma), con la frase adecuada, con el gesto preciso. En Mad Men no pasa nada (salvo en las finales, en esos capítulos pasa de todo), simplemente pasa la vida. Y, joder, qué difícil es de capturar la vida.

PD1: Betty ha estado desternillante este año entre el “mis hijos no me quieren” y el “debemos seguir en Vietnam”.
PD2: Ya que AMC va a hacer un spin-off de Breaking Bad, bien podía animarse a hacer uno sobre Sally Draper, sus cardados, sus miradas de asco y su nueva faceta de corruptora de nerds.

domingo, 25 de mayo de 2014

Del matrimonio a la familia

THE AMERICANS - Segunda Temporada


Spoilers de la segunda temporada de los espías camaradas a cascoporro

El miércoles terminó en FX la segunda temporada de The Americans, uno de los dramas más complejos (y complicados) de la televisión actual. Lo hizo con el mismo ritmo pausado pero tenso y el tono gélido de su primer año. Habrá opiniones para todos los gustos, a mí personalmente me gustó más la primera temporada, me pareció más redonda que esta, en la que alguna trama no acabó de funcionarme. Aún así es posible que este segundo año la serie fuera aún más densa. Más peliaguda en el ámbito moral. El primer año la serie reposaba sobre la crisis “matrimonial” de los Jennings (Keri Russell y Matthew Rhys, fantásticos), su labor como espías y el trabajo del agente del FBI (subdivisión contraespionaje) Beeman (Noah Emmerich). Mientras que este curso los problemas afectivo-emocionales del matrimonio protagonista dio paso a la familia, como estado de crisis permanente. Los hijos crecen y empiezan a pensar por sí mismos, lo cual acaba llevando a conflictos muchas veces irresolubles de índole paterno-filial. Pero claro, esta no es una familia normal… o sí. La institución social básica, plantada y regada en un entorno hostil: la doble vida de los padres, que tienen que conjugar sus obligaciones como protectores del órgano familiar con sus deberes para con su país. Familia vs. Estado. Fight.

Los niños curiosos pero aún inocentes del año pasado han dado paso a una adolescente con ideas propias (y opuestas a las de sus padres) y a un adolescente introvertido en ciernes (la trama del “asalto” a la casa de los vecinos como amenaza y maldición). ¿Qué hacer cuando lo que tu hija defiende es todo lo contrario a lo que tú representas? A los ateos y violentos (su trabajo implica matar, y sobre todo, morir matando) Jennings les ha salido una hija que busca llenar el vacío familiar en la iglesia y de allí salta directa al pacifismo, a través de un párroco de formas dulces y fondo inquietante (tanto la tensa secuencia con Philip como la conversación y las miradas que intercambia con Paige en el autobús, apuntan hacia un lado muy oscuro). El plan soviético de introducir espías ilegales en Estados Unidos y cimentarles una american way of life con su casa en los suburbios y sus hijos capitalistas tenía una brecha, ¿qué hacer con los hijos cuando crecen? ¿cómo podrán los ilegales sostener el velo que tapa sus actividades ante unos hijos a los que ya no les valen las excusas montadas a contrarreloj? Pero… ¿y si nunca hubo una brecha en el plan?

Los espías soviéticos nacidos en la URSS seleccionados para vivir una vida americana a largo plazo no eran el plan en sí mismo, sólo la primera fase. La segunda fase consiste en convertir a los hijos nacidos de esos matrimonios artificiales (en su origen, de eso hablaba la primera temporada) en espías al servicio del Partido y la Madre Rusia. Seres humanos que han mamado capitalismo desde su nacimiento al servicio de los fines soviéticos. Los espías perfectos. Todo esto que se fue labrando subterráneamente a lo largo de toda la temporada, estalló en la season finale con el descubrimiento de quién había matado a los amigos espías de los Jennings. No, no había sido el enemigo. Había sido el Estado… a través de la familia. A sus amigos los había matado su propio hijo tras haberse negado éstos a que comenzara a ejercer de espía bajo las órdenes de la Central.  ¿Cómo convertir a un ciudadano americano en un agente del enemigo? A través de un combinado compuesto de ideales y… amor. Tras haberse negado los padres a fichar a su hijo, la Central manda a su jefa de agentes a conquistarlo con el poder de la lengua. En todos sus sentidos. A falta de amor paternal, amor pasional. Y en esa secuencia, dura, caótica, de parlamento entrecortado, estalla la serie, en esa y en las otras dos secuencias que la siguen. En la primera, su superior, Claudia, les comunica que la Central ordena que conviertan a Paige a la causa. En la segunda toda la reflexión sobre la familia como cárcel, como peligro y como amparo, estalla en un escenario nuevo y aún más complejo. Si los Jennings (Elizabeth, más bien) temían que sus hijos fueran demasiado capitalistas, demasiado diferentes a ellos, ahora temen lo contrario, ¿y si están destinados a ser iguales que nosotros?. Ouch. El debate en abstracto sobre ¿qué vida queremos para nuestros hijos? Salta a un debate en concreto sobre ¿son nuestros hijos nuestros? Los Jennings se deben a la patria, pero ¿la patria es también dueña de sus hijos? ¿La URSS llega a controlar a sus agentes hasta no dejarles ni el más mínimo espacio para desarrollar su esfera personal? ¿Si nuestros hijos no son nuestros, existe algo nuestro? El dialéctica Familia-Estado, salta así por los aires, en el peligroso mundo de los Jennings la familia también es el Estado. ¿Y en el nuestro no? ¿Al regular cuestiones relacionadas con la familia como quién se puede casar con quién o quién puede adoptar y cómo no está el Estado controlando a la familia como institución social natural?

¡Con cuánta mala ostia está compuesto este plano!

Y las preguntas pueden seguir agolpándose, porque el mejunje moral es tan denso, tan complejo, tan desagradable que lo único para lo que deja espacio es para preguntas. The Americans es, ante todo, caos moral. Le leí a un crítico americano (ya no recuerdo en dónde) que la gracia de la serie residía en que tanto desde la izquierda como desde la derecha se podía considerar que su discurso ideológico les era favorable. Esa indeterminación no es una huída, es un posicionamiento en sí mismo. El mundo que retrata la serie de Joseph Weisberg en el que no hay buenos y malos, sólo supervivientes. Llegados a ese punto de la Guerra Fría lo único importante para los soviéticos era ya en realidad sobrevivir. Y eso mismo es lo que intenta hacer Nina desde el inicio de la serie, traicionando primero a su país y después al hombre que la ama para recuperar la confianza del primero. Y ahondando en el mensaje fuertemente pesimista que pulula en torno a la ficción, no lo consigue. Tras 26 capítulos viviendo en el alambre, se produce su caída. Justamente es en esta tercera para de la serie (no tengo problemas con la trama familiar y la “laboral” de los Jennings, ambas perfectamente conectadas), la protagonizada por Nina-Beemanb/ Rezidentura-FBI, donde residen mis problemas con esta temporada de The Americans.

Más que mis problemas, mis peros frente a la agudeza de las otras dos tramas. Mientras que en la primera temporada esta historia estaba integrada con el matrimonio protagonista a través de la dinámica “gato que intenta cazar a ratón y ratón que se escurre entre las garras” entre el agente Beeman y los Jennings, este año ha estado mucho más aislada. Sí, estaba por ahí la pobre Martha pasando información desde el FBI a los Jennings, pero poca cosa más. Sin la tensión del “está sobre sus talones” la historia ha perdido enteros. Y Beeman, muy descolocado a lo largo de toda la temporada no ha sido el personaje tan interesante que antaño era. Sí, ha seguido lleno de conflictos y matices, moviéndose entre un matrimonio desahuciado y una aventura peligrosa, entre su país y la mujer a la que ama. El problema residió, también, en que desde el principio sabíamos que Beeman no iba a traicionar a su país por Nina. Y aquí la serie se vuelve a poner resbaladiza. No sólo los rusos se sacrifican por la patria. Las democracias occidentales también son en cierta forma dueñas del individuo. Ouch. En una serie eminentemente pesimista, poblada de personajes que sacrifican lo insacrificable, Nina no podía salir viva de la traición originaria a su país. Simplemente no podía. Y la coherencia pagó como peaje que esa trama no acabara de funcionar, porque carecía del factor sorpresa. Dicho todo esto, The Americans se confirma como la serie moral (e ideológicamente) más rica de la televisión actual, además de cómo uno de sus dramas más sólidos y estables. El panorama que se vislumbra de cara a la tercera temporada no podría ser más apetitoso. Estamos ante algo grande.

sábado, 24 de mayo de 2014

La belleza del mal

HANNIBAL - Segunda Temporada


Frío y certero como un cuchillo bien afilado


Primero la confesión. A mí en su primera temporada Hannibal me parecía una serie visualmente apabullante e hipnóticamente enfermiza, pero también un poco pesada, errática, oscura pero no tensa. Vamos, para mí Hannibal era una serie buena pero que no me enganchaba, que no acababa de llenarme. Una serie de media tabla. En cambio en esta segunda temporada que terminó en NBC el pasado viernes, creo que la serie ha subido tantos peldaños que este año sí, juega con los grandes dramas que luchan por el título. Más allá de las formas (incluso mejores que las del año pasado), el fondo de la serie ha sido mucho más interesante, ha estado mejor hilado, mejor narrado, llevado con más dirección. Lo que el año pasado era visualmente deslumbrante este año ha sido una experiencia inmersiva total. Ninguna serie explota los límites plásticos de la imagen ni la potencia de los mundos sonoros (más que usar la música, que también, usa el ruido, los sonidos desconcertantes) como la de Bryan Fuller. Ninguna. Hannibal es televisión sensorial. El terror estético llevado a su última consecuencia. Como un Argento pero con una historia potente en su epicentro. Una historia sobre el mal y sobre el miedo a caer en las redes del lado oscuro de la fuerza. El mensaje es: todos llevamos un monstruo dentro.

Hannibal además de ser una serie negra, negrísima, es también una serie amoral, que no inmoral. No es una ficción que gire sobre valores, a veces se esgrime, sobre todo por parte de Jack Crawford (Laurence Fishburne) y Alana Bloom (Caroline Dhavernas), pero se hace sin entrar en el fondo de la cuestión, simplemente porque no se pretende desarrollar un discurso moral. Lo que pretenden Fuller y compañía es echar un vistazo al rincón más oscuro del ser humano, a la vertiente más terrible de la humanidad. Y por eso cuanto más grotescas, desagradables y salvajes se vuelven las fechorías del doctor Hannibal Lecter (Mads Mikkelsen, esa bestia interpretativa), mejor es la serie. Sí lo que pretendes es retratar las tinieblas cuanto más tenebrosas sean tus imágenes y tus historias mejor será el retrato que le ofrezcas al espectador. Tan sencillo como eso y a la vez, tan complicado, tan meritorio.

A partir de aquí, spoilers a gogó
Comenzó la temporada con un cambio obligado de estructura. Si en su primer año Hannibal giraba en torno a Will Graham (Hugh Dancy, fantástico), con este capturado y acusado de ser el destripador de Chesapeake, la serie tuvo que desplazar parte de su foco hacia el propio Dr. Lecter. Y esto obviamente hizo que mejorara, porque por muy interesante que sea Graham (que lo es, y mucho, porque Graham somos en el fondo todos nosotros), el gran personaje de la función es Hannibal, el epicentro del mal, la fuente de todo lo malsano. Estableciéndose así el conflicto entre Will y Hannibal como locomotora de la trama. La historia de dos hombres que intercambian golpes y amagos hasta precipitarse a un punto de no-retorno.

El primer tramo de la temporada se extendió hasta la exoneración de Will (inculpando Hannibal al Dr. Chilton). Y tuvo como cima el sensacional segundo episodio dirigido por Michael Rymer (que también dirigió el penúltimo, la otra joya de esta entrega) que arrancó con la secuencia más tensa que yo he visto en esta temporada televisiva (la persecución) y terminó con la Dra. Bedelia Du Maurier (Gillian Anderson, femme fatale madurita) confesándole a Will que ella sabía que decía la verdad, que no, que no estaba loco. Hannibal era ese monstruo negro de cuernos que él veía. El segundo se caracterizó por ser el del aprendizaje de Will, de cara a convertirse en un nuevo Hannibal, terminando con el asesinato del hombre-criatura que Hannibal mandó para asesinar a Will. Mientras que el tercero, el más asfixiante, el más oscuro, se movió en dos planos enfrentados. Por un lado fue el de la complicidad entre los dos protagonistas, el de la identificación definitiva. Y por otro, desarrolló el plan de Will y Jack para atrapar al buen doctor, con el clan Verger de hilo conductor entre ambos planos. Precisamente fue Mason Verger (monumental Michael Pitt, uno de los actores más turbios del panorama actual) en que nos obsequió, junto a sus cerdos devoradores de carne, los momentos más angustiosos de la temporada.

El punto final fue la hipnótica season finale dirigida por David Slade, en la que las batallas de corte psicológico entre los personajes principales estallaron en una carnicería inundada en sangre. Lejos de la perfección de los planos de Rymer, Slade optó por la recreación en la belleza de la maldad, tirando de demasiada cámara lenta, lo que en los capítulos de Rymer era un festival de recursos en la finale se transformó en mera recreación. El enfrentamiento físico de Hannibal contra Jack, Alana y Will pedía a gritos frenesí, un ritmo acelerado, un montaje salvaje. En cambio Slade optó por la calma. El resultado fue excelente, con planos de una belleza enorme, pero… podría haber sido mejor. Llegados a este punto en el que Hannibal ha sublimado tanto su estilo hasta transformarlo en monumental esteticismo, hay que pedirle que se supere a sí misma. Más allá de eso, fue un capítulo sensacional, de un aire gélido y una atmósfera plúmbea brutales. Al final, en lugar de caer Hannibal en  la trampa, fueron Will y Jack los que cayeron. Cuando miras al mal a los ojos lo único que verás será muerte. Y muerte, sólo muerte es lo que deja Hannibal tras su paso. O más que muerte, dolor. Y sangre. Sabia (y maliciosamente, claro) se cierra el capítulo con Hannibal subido en un avión (¡junto a Du Maurier!, toma giro final) y sus cuatro víctimas (¡Abigail también!) heridas, que no muertas. A Lecter le puede el juego. El amor por el juego psicológico, por enredar a sus víctimas en sus trampas. Le gusta la tensión que le genera sentirse acorralado y el riesgo que entrañan las batallas mentales con jugadores a su altura… o casi.

La tercera temporada debería ser la de la cacería, ya con todas las cartas sobre la mesa, con Hannibal como enemigo público número 1 que va dejando cadáveres por dónde pasa y con sus perseguidores oliéndole la nuca. Y la gracia estará en que no se sabrá quién es la carne de presa, si él o ellos. Como nos deja clara la jugada fracasada de Will y Jack, cuando intentas capturar al mal absoluto tienes que estar dispuesto a corromperte absolutamente. Así de duro, así de terrible.

viernes, 23 de mayo de 2014

Y el mundo se hizo nieve

FARGO


Pólvora en la nieve




En lo que llevamos de 2014 ha habido dos grandes estrenos seriéfilos en la televisión americana. El primero, la aclamada, comentada, analizada, amada (e incluso odiada) True Detective en la sacrosanta HBO. El segundo, llegó ya con el arranque de la primavera, de la siempre infravalorada FX (que ahora tiene otro canal, FXX), Fargo. Ambas comparten, además de lo buenas que son (que lo son, y mucho), ser una historia cerrada sobre la persecución de un asesino en serie escritas por un único guionista, Nic Pizzolatto en el caso de True Detective y Noah Hawley, en el de Fargo, siendo en ambas tan relevantes la forma como el fondo. Podría decirse que estas dos series (y Hannibal en NBC) hacen un apasionado elogio de la atmósfera como motor narrativo. Precisamente lo que narra esta Fargo es la irrupción en el tranquilo estado de Minnesota de un criminal dado a reventar las vidas de las personas que se cruzan con él. A su paso echa sal por la tierra, dejándolo todo arrasado. A su caza dos policías, uno de Duluth y otra de Fargo. En las orillas del conflicto, pobres diablos con mucho odio en su interior. Todo muy negro y cínico. Y sí, muy divertido.

Cuando se anunció el salto del cine a la televisión del film (ya clásico) de los hermanos Coen (1996) muchos nos temimos lo peor. El síndrome Bates Motel, se podría denominar. Esta moda de desarrollar series a partir de películas es peligrosa. La semana pasada NBC se estrelló en audiencias y críticas con una miniserie que adaptaba Rosemary’s Baby (la novela, pero con la película de Polanski oscilando sobre su cabeza). En el caso de Fargo se han limitado, sabiamente, a coger el mundo y el tono cómico-criminal de la película y a partir de ahí contar una historia nueva, diferente. Logrando así contar algo diferente, con personajes diferentes, pero que a la vez huele y sabe al mundo de los Coen (que son productores ejecutivos). Esa mezcla entre humor negro como la muerte, esos parajes desolados, ese uso de la música (muy Twin Peaks, por cierto), ese patetismo que impregna a los personajes y esa maldad casi-sobrehumana de los malos. Lo mismo pero de otra forma. Al fin y al cabo en el personaje de Martin Freeman uno puede ver al William H. Macy o en el de Allison Tolman (ojo con esta chica) al de Frances McDormand, la icónica Marge Gunderson.

Fargo viene a demostrar que la clave está en ser respetuoso con el material de partida pero a la vez atreverse a  contar una historia propia, a desarrollar una voz propia, al calor del mundo prestado. Hawley ha sabido escribir un relato perfectamente hilado que crece capítulo a capítulo, sumergiendo al espectador en la espiral de caos en la que bucean policías bobalicones pero curiosos, pobres idiotas bajo la influencia del lado oscuro de la fuerza y malvados que no son más que un enigma. Y llegamos así al gran acierto de esta Fargo. El malo de la función. El amigo Lorne Malvo. Siguiendo la comparación con True Detective, si de aquel thriller sureño ha salido ese personaje memorable llamado Rust Cohle, en Fargo, Hawley ha escrito a Lorne Malvo, lo mejor que le ha pasado a Billy Bob Thornton en su vida. El mal disfrazado de caos, que al tacto (y al contacto) de tan gélido que es quema.

La frialdad, precisamente es una de las marcas de identidad de la serie. La frialdad en las acciones de Malvo, la frialdad en el alma de la mayoría de los personajes que habitan la ficción y sobre todo la frialdad del espacio. Oh sí, la nieve. Nunca la nieve ha sido tan relevante, tan magnética, tan temible. Nunca nieva a gusto de todos. La nieve, como la noche o la niebla, es el arma perfecta que pueden usar los criminales para camuflarse en el entorno. Para cometer sus delitos con mayor facilidad. La nieve además en Fargo se descubre como un recurso narrativo y visual fundamental. Al final, en Fargo, todo es nieve. Nieve salpicada de sangre como en el último capítulo, Buridan’s Ass (1x06), que ha elevado el empaque visual de la serie sustancialmente. Dirigido por Colin Bucksey, este capítulo y su secuencia doble del asalto a la casa y la persecución en la nieve, son a Fargo lo que el extraordinario plano-secuencia que rodó Cary Fukunaga en el 1x04 a True Detective. Dignas de aplaudir sin parar. Vaya prodigio visual, vaya uso de la música, vaya forma de convertir un temporal de nieve en una trampa mortal, como si fuera la The Shining de Stanley Kubrick. Pero la nieve de Fargo es incluso más voraz, como si fuera en sí misma otro personaje, un monstruo que todo lo devora. Y es que en esta serie se juega todo el rato con la idea de lo paranormal, ya sea por los dones de Malvo y su maldad casi inhumana o por las plagas bíblicas que este acomete para atormentar al personaje de Oliver Platt. La última, esos peces que se precipitan desde el cielo, va a ser difícil de explicar coherentemente. A falta de 4 capítulos, Fargo se ha confirmado ya como uno de los grandes placeres seriéfilos de este curso. Y aún le queda margen para seguir creciendo.

martes, 20 de mayo de 2014

Cuando avanzar es lo único que nos queda

THE GOOD WIFE - Quinta Temporada


¿Qué?

Terminó este domingo en CBS la quinta temporada de The Good Wife, el drama legal (qué cortita le queda esta etiqueta en realidad) del matrimonio compuesto por Michelle y Robert King. Y con ese último capítulo, el frenético (hasta la taquicardia) A weird year (5x22), termina un año que más que raro fue sublime. Esta quinta temporada, ya terminada pero aún palpitante, ha supuesto la entrada de The Good Wife en el selecto grupo de las mejores series de la historia. Obviamente, in my opinion. Ya se sabe, ese dónde reposan, entre otras, The Wire, The Sopranos, Twin Peaks, The West Wing (sí, todas con T), Breaking Bad u otra que no ha terminado (pero a la que sólo le quedan 8 episodios y 1 año de vida), como Mad Men. Series para la historia. Esta entrega de la ficción centrada en Alicia Florick (Julianna Margulies, la actriz más completa y compleja de la televisión) ha sido una apología intensa, rotunda, redonda, del atrevimiento como motor creativo. Del salto sin red al vacío. Una y mil veces. Volar los esquemas preestablecidos las veces que haga falta. The Good Wife este año no ha revolucionado su status-quo interno una, ni dos, sino tres veces. Tres veces la serie ha abierto nuevos y complejos escenarios. Sólo por la osadía… Guau.

A partir de aquí, spoilers a cascoporro de toda la temporada
En Hitting the fan (5x05), los King destrozaron Lockhart-Gardner para partir la serie en dos bandos enfrentados, por un lado Diane (Christine Baranski tiene que ganar este año el Emmy, sublime es decir poco) y Will (Josh Charles fue pura garra) intentando devorar a sus crías, por otro, Alicia y Cary (Matt Czuchry ha estado fantástico) matando al padre con la construcción de su propio bufete, Florick-Agos. En Dramatics, Your Honor (5x15), nos asestaron un puñal en el corazón con la sorpresiva, irracional, caótica y demoledora muerte de Will. Dejando a Diane y a Alicia sumidas en las tinieblas. Congeladas en la fatalidad. En último lugar, en la season finale, dieron otros dos giros de calado a la historia. Por un lado, Diane tocando a la puerta de Florick-Agos, cansada de luchar y abocada a perder, frente a ese glorioso eje del mal compuesto por David Lee (Zach Grenier, siempre divertido) y Louis Canning (¡qué personaje tan viscoso en su maldad agresiva ha levantado Michael J. Fox!). Por otro, el que no se veía venir, o por lo menos yo no vi venir (aunque no puede ser más lógico, más orgánico), Alicia colgando del fundido a negro… otra vez (así terminó la finale de la season 4). Entre restos de lasaña quemada y nadando en la soledad del nido vacío, Eli Gold (¡qué bueno eres Alan Cumming!) suelta la bomba que ya anunciaban sus ojos - ¿Alicia? -Sí - ¿Te gustaría presentarte a Fiscal del Estado? Boom.

Tras una temporada amarga, gris oscura casi negra, triste, bañada en una implacable melancolía, lo que nos esperó al final del camino no fue reposo, fue frenesí. No fue estabilidad en las líneas maestras dibujadas tras el fallecimiento de Will y la lenta recuperación anímico-profesional de Alicia y Diane. Fue otro game change. Si en The Good Wife los juegos de poder siempre se practicaron tanto en el terreno del derecho (los bufetes) como en el de la política, el escenario que se abre ahora se entrega definitivamente al duopolio. Por ambición (y otras drogas) Alicia traicionó al hombre que amaba. ¿Cómo iba a conformarse con poner punto y final a su proceso de empoderamiento con la consolidación de Florick-Agos? Alicia es, como diría Woody Allen hablando de las relaciones sentimentales, como un tiburón, si no avanza constantemente muere, o en su caso se sume en un hondo letargo. El salto a la política es un paso lógico. Aún más teniendo en cuenta que en 2016 Hilary Clinton, la good wife primigenia puede convertirse en presidenta. Y no hablemos ya del placer de poder ver a Alicia y a Eli codo con codo remando en la misma dirección. Será profundo y será cómico. Vamos, como la serie en sí misma.

Justamente, el humor es un elemento muy importante, aunque no se le tenga demasiado en cuenta, para explicar el éxito de The Good Wife. Como ejemplo, esta season finale, con el juego entre pantallas, el Gran Hermano y las cámaras ocultas amenizando las encarnizadas luchas de poder. Muchos críticos al hablar de dramas políticos recientes como Boss o House of Cards, les achacan un exceso de solemnidad. Una solemnidad que llega a resultar asfixiante. No hay respiro para el espectador. Todo es denso. Todo es agrio. No hay en la vida nada más que aire viciado. Esa renuncia al humor como arma de evolución dramática y narrativa hace que el relato resulte más artificial. Nadie se pasa las 24 horas del día tenso. El humor forma parte de la vida, incluso en los momentos más terribles de la misma. Por eso en la depresión post-muerte de Will, en la miserable existencia de Alicia se colaba aquella serie de televisión que parecía una parodia de True Detective. Los King han entendido, como también lo ha hecho, por ejemplo, Game of Thrones, que salpicar su serie con humor no hace que sea menos densa dramáticamente. De hecho, todo lo contrario, porque suelen aprovechar las situaciones cómicas para lanzar dardos envenenados y poner a sus protagonistas ante conflictos complejos (en la finale el derecho o no a espiar conversaciones ajenas).

La mejor risa del mundo, sin duda

En el plano exterior esta temporada ha supuesto una defensa cerrada de que una serie no debe nunca acomodarse, sino avanzar, precipitarse irremediablemente hacia el final lógico para sus personajes, aunque eso implique volar muchos puentes, realizar muchos sacrificios, arriesgarse constantemente. Mientras que en el plano interior ha entrelazado un discurso idéntico a través de Alicia, Diane y Cary (cuantos enteros dramáticos ha ganado este personaje). En la vida hay, ante todo, que seguir avanzando, porque el mundo no se detiene… nunca. Ante la posibilidad de la fusión Cary se niega en redondo a aceptarla porque no está dispuesto a volver a atrás, a retroceder el camino que tan arduamente fue construyendo para sí mismo. Este Cary ya no es el mismo que el que estaba en Lockhart-Gardner. Ha crecido. Ha madurado. Y su ambición, sus necesidades, sus prioridades lo han hecho con él. No hay vuelta atrás. Mientras que Alicia y Diane, noqueadas tras la muerte de Will, varadas a la deriva, si rumbo ni dirección, sí se han permitido jugar con la posibilidad de que el mundo se parara, con la posibilidad de desandar lo andado, de enmendar los errores cometidos, de volver a empezar. Sin embargo, la realidad les ha ido enseñado que eso no es posible. No, volvamos a decirlo, no hay vuelta atrás. Cuando hemos perdido a alguien tan importante en nuestras vidas, de tal forma que las mismas quedan profundamente heridas, al final descubrimos que avanzar es lo único que nos queda. Por eso Diane ha decidido desprenderse de su criatura, de su bufete, que no era ya nada más que una rémora para ella y por eso Alicia se encuentra, fundido a negro mediante, ante la posibilidad de saltar al terreno de la política.

Un año raro. Un año sublime. Un año para ser recordado. Una temporada de una perfección y una osadía pocas veces vista. The Good Wife se ha hecho mayor. Ahora ya puede mirar a la cara a los grandes dramas televisivos y no tener miedo de parecer inferior. La ambición y la creatividad de los King no conocen límites... aún. El relato de la buena esposa cansada de ser buena y de ser una mera esposa no entiende de conformismos ni relajaciones, sólo de la narración audiovisual como arte capaz de contar historias que agitan las ideas y los sentimientos que uno tiene alojados en su interior.

Sí, he escrito mucho sobre The Good Wife este año, quizás demasiado. ¡Qué cojones! No, nunca es demasiado.

viernes, 16 de mayo de 2014

El placer de compartir series

Estos dos sí que saben lo que significa compartir

Veo series que no puedo compartir. Series que nacen y mueren en el mundo físico ante mis ojos. Después sólo flotarán en mi cabeza, o como mucho hablaré de ellas aquí. Nada más. El arte puede ser muy asocial. La forma de consumir arte puede ser individualista, inconexa. Me pasa constantemente, y más con las series que con las películas. Puedo ver Borgen y ser una persona muy feliz durante su visionado. Quedarme muy triste cuando ya no tengo más capítulos que consumir. Pero tanto en la cima anímica como en lo más hondo de la caída, estoy solo. Esa soledad del hombre moderno de la que habla Her. De la que habla Louie. Y entonces termino hablándome a mí mismo. Joder, qué buena es Borgen, ostia. El súmmum de la incomunicación en tiempos del mundo global. Razonar mentalmente no implica discusión, intercambio de pareceres, compartir opiniones, pasiones, tristezas, risas. En momentos así, las series, que son en cierta forma la cueva donde me cobijo cuando me siento solo, también se convierten en causa de esa soledad. Veo series porque me siento solo, me siento solo porque veo series. Es una dinámica compleja. Gris.

Obviamente, internet, los blogs, las webs, y sí, Twitter, abren una brecha en esa desconexión. Es más, veo Borgen porque la descubrí en algún blog o seguía a alguien en Twitter que hablaba maravillas de ella. Internet abre muchos cajones llenos de series y te invita a pegarte un atracón tras otro. Y después está ahí, para que vuelques lo que sientes y piensas, como estoy haciendo yo ahora mismo. Pero esta conexión que se genera, esta comunicación entre desconocidos, sigue teniendo sus limitaciones. Porque al fin y al cabo la comunicación, por muchos intercambios de mensajes que hagas no será nunca tan fluida como en la vida real, física, normal, del cuerpo a cuerpo y de la frase a la frase. 140 caracteres no puedo desarrollar mi visión sobre Borgen. Tampoco en 10 mensajes de 140 caracteres. Simplemente porque hay pasiones que internet no es capaz de captar. Internet no me puede captar con una Estrella Galicia en la mano vociferando en la calle. Sí, internet me ayuda a conocer a gente nueva. Gente interesante que vive en otros sitios, que vive otras vidas. Y a veces acabas intimando con esa gente, con esos desconocidos, que terminan convirtiéndose en amigos. Y entonces la comunicación muta. Porque no hablas igual con un amigo que con una persona que no lo es. Ni mides las palabras de la misma forma, ni te preocupas tanto de que tus argumentos se enroquen sobre sí mismos hasta resultar delirantes o inaccesibles. Y entonces, quizás, se rompa el muro.

La otra forma de consumir series es la abiertamente social. Ver Game of Thrones y poder comentarla con cualquiera que te encuentres una noche de cervezas. Es la televisión compartida. Un acto, el de ver un capítulo de una serie cada semana, que tus amigos también realizan. En el primer párrafo hablaba de las series como desconexión, como un “me bajo del mundo”. En el segundo de las series como conexión, como descubrimiento, tanto de ellas mismas como de otras personas que también las ven. Ahora hablo de las series como re-conexión o mantenimiento de la misma. Ver series como actividad social equivalente a “vayamos a” “juguemos a” “tomemos un”, y a su vez complementaria de las mismas. Con el paso del tiempo la gente va tomando diversos caminos en su vida. Cada vez es más difícil, salvo que vivas en una ciudad grande y casi todos tus amigos también, estar físicamente al lado de ellos a menudo. Pueden pasar meses, incluso años, sin que vea a mis amigos. Puedo estar meses sin ir a casa, puedo estar meses sin recibir visitas en Santiago. En este contexto, el “tomemos unas cañas a la noche” no realizable. Pero “¿Habéis visto Shameless ya? No comentamos nada hasta que todos lo hayamos visto, apurad” sí lo es. Y esto, la posibilidad de compartir series, emociones, chistes, referencias, frustraciones, con gente que me importa, es una de las cosas que más me gustan de ver series. Si tus alegrías no son compartidas, son menos alegres. Feliz, cumpleaños, Seño :p

martes, 13 de mayo de 2014

Caballero sin espada

GAME OF THRONES


Game of Thrones ha entrado de lleno en la segunda parte de su cuarta temporada escalando su segunda cima del curso, si la primera fue la Boda Púrpura (3x02), la segunda ha sido el juicio a Tyrion Lannister que hemos podido ver en este The Laws of Gods and Men (3x06). Que el personaje que interpreta Peter Dinklage haya estado en el centro de ambos acontecimientos no es casualidad, para mí es el corazón y el personaje más interesante de la serie, el más matizado, el que está construido con más verdad, el que es más palpable. Ese hombre sabio que ha sido infravalorado toda su vida. Esa alma condenada a la pena.

A partir de aquí spoilers del 3x06 


La representación que hace Game of Thrones del juicio a Tyrion bebe de ese arquetipo que es el del inocente condenado de antemano. Y eso le permite construir el capítulo desde la rabia y la impotencia. Este Tyrion Lannister traicionado hasta por la mujer a la que ama es un trasunto (bastante imposible) del James Stewart de Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington, Capra, 1939), llegó para mejorar King’s Landing, y la capital (y sus juegos de poder) han terminando devorándolo, como a todo lo que la habita. Ese hombre honesto frente a la adversidad también recuerda al Gary Cooper de Solo ante el peligro (High Noon, Zinnemann, 1952). Tras salvar a la ciudad en la batalla de Aguasnegras  (2x09) ve como ésta le da la espalda, dejándolo a merced de los depredadores. Y por supuesto, cuando hace su rabioso alegato final, es imposible no compararlo al Gregory Peck de Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, Mulligan, 1962), intentando hacer justicia en un mundo que le ha dado la espalda a la misma. Como le decía Tommy Lee Jones a Harrison Ford cuando lo perseguía en El Fugitivo (The Fugitive, Davis, 1993) “no me importa si lo has hecho o no”. Game of Thrones, y los conflictos internos del clan Lannister, han llegado a tal punto en que no importa si Tyrion asesinó a Joffrey. A Cersei la ciega la ira, la impotencia de ver morir a su hijo (/monstruo) entre sus brazos. El juicio no es más que una pantomima, la representación teatral del odio. Los Lannister han entrado en una espiral cainita que precipita al clan hacia la autodestrucción. Como le dice Jaimie al patriarca Tywin o Davos a los banqueros de Braavos ¿qué pasará tras la muerte de Tywin? ¿Qué será de los Lannister?

Con la muerte de García Márquez aún muy reciente, es sorprendente ver como a cada paso que damos en el camino, los Lannister se parecen más y más a los Buendía. Condenados a cien años de soledad. A derrumbarse de dentro hacia fuera. Y lejos de luchar contra su destino, al final, se resignan a él. Tras ser traicionado por Shae, Tyrion decide que no quiere seguir peleando. ¿Para qué sirve pelear, si desde que ha nacido es culpable? Culpable de ser un enano. Y volvemos a Matar a un ruiseñor, allí el acusado era culpable de ser negro. O podemos mirar hacia La herencia del viento (Inherit the Wind, Kramer, 1960), dónde el acusado era culpable de creer en la ciencia, en la evolución de las especies. El alegato final, pronunciado con la vehemencia del Maximilian Schell de ¿Vencedores o vencidos? (Judgment at Nuremberg, Kramer, 1961) y la rabia al borde del desgarro de la Emma Thompson de En el nombre del padre (In the name of the father, Sheridan, 1993), es la aceptación de la derrota tras toda una vida peleando contra las circunstancias. Si funciona también este capítulo es porque quema. Mucho. Es de esos que hacen daño. Además de estar muy bien escrito, está muy bien interpretado. Las palabras que dice Tyrion están en el guion, los matices en el rostro y la voz no. Esos nacen de las entrañas de Peter Dinklage. Analizar la evolución de su cara a lo largo del juicio es ver a un actor de una sutileza y una profundidad apabullantes. La cara de la derrota. De la rabia. De la pérdida de toda esperanza en la humanidad. Y cuando uno ya no cree en los seres humanos, sólo le queda encomendarse a los dioses. El destino de Tyrion Lannister está en manos de ellos ahora. De ellos, y de dos caballeros, estos sí, con espadas, que se batirán en duelo para decidir si vive… o muere.

lunes, 12 de mayo de 2014

When you play the Game of Bitches, you win or you die

REVENGE - Tercera temporada


Divarraca del culebrón actual

Las historias bíblicas siempre nos han dado mucho juego (y han servido referencia) tanto en el ámbito de la cultura como en la vida en general. Una de las más conocidas, y más fascinantes, es la historia de Lázaro, al que Jesucristo resucitó diciéndole la famosa frase de “levántate y anda”*. Algo así es lo que ha hecho Sunil Nayar con el culebrón de prime-time creado por Mike Kelley, Revenge, en su tercera temporada. Nayar, que tomó los mandos de la serie tras el abandono de Kelley, que se negaba a seguir produciendo temporadas de 22 capítulos, ha logrado resucitar a una muerta. Tras la debacle que fue la segunda temporada de Revenge, Iniciativa mediante, tomó la sabia decisión de seguir moviéndose en círculos para ir directo al meollo de la serie: la venganza de Emanda. El primer tramo de la temporada, es decir, hasta la esperada boda que nos anunciaba el flashforward de la premiere, fue una vuelta a las esencias. A los duelos de perras entre Emanda y Queen Victoria. A los secretos y mentiras. Al ajuste de cuentas. A lo personal. El segundo tramo no se confirmó con eso, con recuperar la Revenge que nos ganó con sus giros locos y sus miradas asesinas en su primera temporada. En su segundo tramo Revenge pisó el acelerador. A fondo.

Esta serie está cimentada sobre la guerra, más o menos encubierta, entre sus dos protagonistas, la heroína vengativa, frente a la mala manipuladora. La gracia siempre estuvo en que ni una era realmente buena ni la otra era totalmente perversa. Ambas se movían en una tonalidad de grises casi negros muy divertida. Esa guerra, siempre en el centro de las historias se fue desarrollando a fuego lento, con más escaramuzas que batallas. Tras el fracaso de la segunda temporada, que jugó a transformar a la serie en un high-concept a lo Alias, la guerra entre estas dos bitches ha pasado de ser más de hechos que de miradas. Y la serie ha elevado el vuelo, incluso logrando que Jack tuviera un mínimo de interés y que Daniel se convirtiera en una pieza a tener en cuenta en la partida. Ver a Emily VanCamp y Madeleine Stowe odiándose con la mirada y las frases con doble filo era divertido, pero verlas jodiéndose la vida la una a la otra a cara descubierta lo es aún más. Para el recuerdo iconoclástico del culebrón del S.XXI (vaya conceptaco este) queda la partida de póker a lo American Hustle (3x17). Y como emblema narrativo los minutos finales de la season finale. De ovación por su salvajismo en la recreación en los clichés del género.

Justamente, además de la dialéctica entre dos personajes bastante parecidos en el fondo, como Emanda y Victoria Grayson, el gran acierto de Revenge es coger todos los clichés, dejes y mitos del género culebronesco y usarlos a su favor. Lejos de sentirse culpable por ser un culebrón, Revenge hace una constante apología del género. Como siempre digo, sólo nos ha faltado un ciego que recupere la vista milagrosamente. Eso sí, con la suficiente inteligencia como para ofrecerlo envuelto en un producto bien elaborado. Si Scandal tiene una dirección y un montaje dignos de Chimo Bayo, Revenge, aún siendo (a veces) muy loca visualmente, es una serie con buena factura, incluso con secuencias con soluciones visuales muy interesantes. Y para muestra todas las secuencias fuertes de la season finale, Execution (3x22). También, ha sabido (no siempre, que conste) que un culebrón hoy en día tiene que ser como un tiburón, o avanza constantemente o muere. Danzad, danzad malditos. En los dos últimos capítulos posiblemente pasan más cosas que en los 60 anteriores. Y eso hace que ambos resulten fascinantes de principio a fin. Esa recreación en el peligroso arte de quemar trama como si no hubiese un mañana. Y no morir en el intento. Porque la Revenge que se nos presenta de cara a la cuarta (y esperemos que última) temporada es una guerra abierta que hará del delirio bandera y del “siempre hacia delante” seña de identidad. No por predecibles (casi todos) los cliffhangers finales son menos divertidos, menos graciosos, menos interesantes. Hasta ahora hemos visto los dos primeros tramos de una historia de venganza, a partir de ahora veremos, el desenlace, la guerra total. Si esto fuera Kill Bill (que siempre ha pululado como referencia), podríamos decir que nos queda por ver el capítulo de David Carradine.

* [Spoilers a tropel del final de esta tercera temporada] Obviamente no traigo a colación la referencia a Lázaro sólo para hablar de la recuperación de la serie. La season finale tenía tres grandes explosiones. La totalmente esperada muerte de Aiden a manos de Victoria (¡qué maravilla de secuencia, cuantos jodidos matices le da Stowe a pesar del botox!). La muerte de Conrad a manos de… David Lázaro Clarke, que todos sabíamos desde el inicio que estaba vivo, demasiada cultura culebronesca a estas alturas. Y en tercer lugar, Emanda encerrando a Victoria en un psiquiátrico como esta había hecho con su propia madre, tras la maravillosa secuencia del cementerio. Todo esto en un solo capítulo. Y sin embargo, no resultó nada atropellado. Simplemente un espectáculo pirotécnico de primera, 42 minutos de diversión total. El año que viene nos espera ver cómo saldrá Victoria del atolladero, cómo encajará David en la trama principal y sobre todo ver, si al final de la partida, Emanda consigue derrumbar a la reina, tras el jaque mate al rey de este año. Revenge es esa serie que ha reconocido lo que todos sabemos, que la pieza más  importante del ajedrez es la reina, no el rey.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Los medios justifican el fin

24: LIVE ANOTHER DAY


Ponme una cabina y una Union Jack de fondo y listo, Londres dibujado

Ha vuelto Jack Bauer (Kiefer Sutherland), el badass televisivo definitivo. FOX, que le ha arrancado a NBC el título de network más a la deriva, ha solicitado sus servicios ante la vertiginosa caída de audiencias que está padeciendo. Y Bauer, el más letal y cafre defensor del mundo libre (léase marinado con un jajaja), ha atendido la llamada en formato de serie-limitada (¡ese concepto!). El estreno de esta 24: Live another day (parece un título de la saga Bond y no creo que sea casualidad) ha marcado un 2.5 en demos, que tal como está FOX es un gran dato, así que si mantiene la audiencia no sería extraño volver a ver a Bauer en otra misión la próxima temporada.

Spoilers sobre los dos primeros capítulos del regreso de Bauer, Jack Bauer
Live another day está ambientada en Londres (por eso lo de que el título a lo Bond no era casualidad, sino un detallito) y nos presenta al amigo Jack Bauer intentando, desde su status de prófugo de la justicia, salvar al presidente de Estados Unidos de un inminente atentado que va a sufrir en su viaje oficial a tierras de Su Majestad. Vamos, lo de siempre. El toque de color a esta temporada, más que el escenario (Londres no luce nada, por lo menos por ahora), se lo da el marco de fondo. El líder USA está en UK para lograr que el Parlamento británico apoye la política de drones americana. A cuchillo. Si este año The Good Wife entró de lleno en analizar el papel que juega la NSA (ya he hablado y glorificado sobre ello antes), ahora 24 pone en tela de juicio el programa de drones norteamericano. Justamente las escuchas de la NSA y la utilización de drones para asesinar a enemigos (o eso dicen) son las dos medidas de seguridad americanas durante el mandato de Obama más polémicas y cuestionadas por los peligros que implican y por la vulneración de la libertad y la legalidad que en muchos casos conllevan. En 24, en principio (y a priori) van más por la primera vía: el programa de drones es peligroso incluso para los propios americanos. Así, en estos dos primeros capítulos, un grupo terrorista (o algo así) logra hacerse con el control del sistema informático que rige el programa y matar, de cara a boicotear la visita del presidente USA, a un grupo de militares americanos y británicos.

Más allá de los drones, 24 ha vuelto en la línea de siempre. Jack Bauer sigue siendo el hombre que busca un fin (en este caso salvar al presidente) que le permita poner en práctica sus violentos medios (ostias y tiros a gogó). Está la eterna Chloe O’Brien (Mary Lynn Rajskub) dispuesta a salvarle de nuevo una y otra vez. Está la agencia de inteligencia con Yvonne Strahovski  (Dexter) de némesis y perseguidora de Bauer (como en The Fugitive todos sabemos que lo terminará creyendo). Está el insufrible Tate Donovan (este año luciendo todo su talento en esa obra maestra sin igual que fue Hostages) haciendo de jefe de gabinete y de lobo que rodea a un presidente que se nos presenta como un tierno (y enfermo) corderito. Y ya tenemos a la mala malísima de la función. Y justo aquí es dónde a priori han realizado el gran acierto de cast. La mano que mece la cuna es la gran Michelle No sin mis hijos Fairley (Game of Thrones). Y por supuesto han vuelto la pantalla partida, la acción frenética, la obsesión por cazar al topo y los líos palaciegos. Vamos, que 24, sigue siendo 24, y Jack Bauer sigue siendo el más salvaje de todos esos hombres de la ley que nacieron tras él y a los que no les importa vulnerar a la misma si es necesario (como el Raylan Givens de Justified, sin ir más lejos). Va a ser un viaje de 12 capítulos muy divertido.

martes, 6 de mayo de 2014

Penny Dreadful y el rumbo de Showtime

Eva Green, aunque tú no lo sepas,
te amo desde que vi Soñadores siendo un teenager

La semana pasada Showtime puso a disposición de los espectadores el primer capítulo de su nueva serie, Penny Dreadful, siguiendo con una estrategia (la de filtrar semanas antes de emitir sus premieres) que ellos creen que les ha dado, y les sigue dando, muy buenos resultados porque genera ruido en las redes sociales antes del inicio de las temporadas de sus ficciones. Penny Dreadful será la última serie nueva que estrene en la temporada 2013-2014 la otra gran cadena americana de cable Premium (cuán duro es vivir a la sombra de HBO). Antes vieron la luz Ray Donovan en el verano pasado y Masters of Sex en la época más prolífica del año, el competitivo otoño. Estos tres dramas vienen a consolidar el viaje que ha emprendido el canal en los últimos años desde la dramedia como seña de identidad (Weeds, Tara The Big C…) hacia el drama de 50 minutos.  Que el estreno de Penny Dreadful vaya a coincidir con el final de Californication será la imagen perfecta de cambio de ciclo. Aunque Showtime siga teniendo dramedias (Episodes, House of lies y Nurse Jackie están renovadas) e incluso pueda estrenar alguna más en los próximos tiempos (aún hoy he leído que Spike Lee está trabajando en una adaptación de su película She’s gotta have it para el canal), pasaran de ser el ingrediente principal, a mero condimento.

En este proceso de dramatización de la cadena, Penny Dreadful supone un giro de mayor calado aún. ¿Por qué? Porque se asoma al género fantástico, algo que no había hecho hasta ahora. Si Ray Donovan sigue la estela de Dexter, por ejemplo, y Masters of Sex lleva al drama ciertas constantes de sus dramedias femeninas, Penny Dreadful es algo completamente nuevo. Sabíamos que Showtime podía hacer series de época y juguetear con la religión de forma muy liviana a través de ellas, como ya hizo en The Tudors y The Borgias, pero montar un drama fantástico ambientado en la Inglaterra de finales del XIX es un salto cualitativo dentro de su modelo de televisión. Un salto que realiza después de que sus grandes rivales en el cable de calidad lo hayan acometido bastante antes. HBO con True Blood y Game of Thrones, sus dos series con mejores audiencias desde The Sopranos; AMC con The Walking Dead, la serie con mejor audiencia de toda la televisión americana, sea de cable o no; y FX con American Horror Story. Era cuestión de tiempo que se atrevieran a sumergirse en el género, por fin lo han hecho, y visto el primer capítulo de esta serie, pueden tener entre manos una serie digna y divertida.

La serie, que interconecta personajes de la literatura fantástica como el Doctor Frankenstein o Dorian Grey, ha sido creada por John Logan (guionista con 3 nominaciones a los Oscar en su haber por Gladiator, The Aviator y Hugo) y está protagonizada por Eva Green, Timothy Dalton y Josh Hartnett. Tendrá una primera temporada corta compuesta por 8 episodios, de los cuales J.A. Bayona ha dirigido los dos primeros, marcando así las líneas maestras sobre todo en el terreno visual de la serie. El primer capítulo, que tiene un aspecto muy cuidado, se dedica a envolver a sus protagonistas en una niebla de misterio y a pintar la atmósfera entre grisácea y azulona de un Londres lleno de peligros en el que el mundo de los muertos y el de los vivos y lo paranormal y la ciencia se mezclan hasta confundirse. 50 minutos que se pasan volando y que dejan con ganas de saber más. Objetivo cumplido por lo tanto. Sinceramente no creo que estemos ante un drama de primera pero sí que creo que puede ser un producto muy entretenido y que le reporte al canal audiencia y visibilidad, más que premios.

Justamente, en el apartado de premios, Showtime tiene un problema. Tras un lustro metiendo a uno de sus dramas en la categoría reina de los Emmys, serie dramática, se encuentra ante la posibilidad de ceder su plaza y quedar muy rezagada con respecto a HBO y AMC. Primero con Dexter y después con Homeland ha ido manteniendo su status en los premios, logrando la victoria en la categoría reina por fin con la primera temporada de Homeland. Ahora, tras la convulsa y ampliamente cuestionada tercera temporada de su drama de espionaje, se encuentra ante el peligro de quedarse fuera de la lucha por el título. Penny Dreadful como dije antes no va a ser su pasaporte para conservar su plaza entre las grandes. Ellos lo saben, están nerviosos y por eso han decidido mover a Masters of Sex al verano. La estrategia es clara, Masters of Sex es su serie con mejores opciones de cara a los próximos Emmys pero se emitió en otoño y su paso débil por los Globos de Oro (2 nominaciones, 0 premios) y los premios de los gremios a principios de año la han sacado de la conversación frente a algunas de sus hipotéticas rivales. Así que emitiendo su segunda temporada durante el proceso de votación de los Emmy esperan conseguirle mucha visibilidad y lograr que se cuele en las categorías importantes. El año pasado el furor que originaron los últimos 8 capítulos de Breaking Bad lograron que la serie ganara el Emmy por la emisión de los 8 anteriores. Teniendo en cuenta que Breaking Bad (AMC), True Detective (HBO), Game of Thrones (HBO) y House of Cards (Netflix) tienen todo a su favor para lograr la nominación en mejor serie dramática, sólo quedan dos plazas a repartir. Lo lógico es que Mad Men (AMC) ocupe una y que por la otra se peleen a cara de perro la extraordinaria The Good Wife (CBS), la idolatrada en USA Downton Abbey (PBS) y Masters of Sex. Así que Showtime está mutando, su camino es incierto, pero como espectador de casi todas sus series, espero que el viaje sea largo y lleno de calidad y entretenimiento. 

lunes, 5 de mayo de 2014

La importancia de ser dulce

PARKS AND RECREATION - Sexta Temporada


Puede haber spoilers




Llego tarde, mal y nunca a hablar de la 6ª temporada de Parks and Recreation que ya terminó hace un par de semanas en NBC, cuyo bloque de comedias de los jueves ha pasado de ser su buque insignia a su agujero negro de audiencias (que no de calidad). A pesar de los cada vez menos espectadores usamericanos que la ven, tendremos séptima temporada y el salto (en el tiempo y laboral-familiar) que pegó en los últimos minutos de la season finale puede situarnos en un nuevo escenario con tramas muy divertidas en torno al fascinante mundo de los parques nacionales yankees.

Esta sexta entrega de la serie de Michael Schur no ha sido la mejor. Ha estado varios peldaños por debajo de la 3ª, la 4ª y la 5ª temporadas, en mi opinión claro. El problema ha sido de dirección. En la tercera teníamos el festival y el inicio del amor entre Leslie (Amy Poehler, simplemente <3) y Ben (Adam Scott, el friki entrañable definitivo) como trama arco. En la cuarta la carrera política de Leslie. En la quinta sus problemas como concejala. Y en cambio en esta Leslie se estancó profesionalmente. Tras perder el referéndum reprobatorio tuvo que volver a trabajar en su antiguo puesto, pero oh, ya no era suficiente. Leslie es una mujer ambiciosa, y hasta ahora la serie había seguido su ascenso entre los entresijos del Gobierno. Esta temporada ha significado un paso atrás en su carrera. Una derrota. Después de haber volcado tantas ilusiones en su carrera política se ha pegado la gran ostia, y nosotros con ella. Todo su legado ha terminado reducido a sostener la frágil fusión entre Pawnee y Eagleton. Esa justamente ha sido la gran trama arco de este año. Pero al no implicar un paso hacia delante para Leslie nos ha costado meternos de lleno en ella. La fusión ha dado momentos divertidos, pero no generó esa emoción que sí generaron las elecciones de la temporada 4.

Con una protagonista a la deriva, una mujer que se caracteriza por ser maniáticamente planificadora, que tiene listas y libros y videos con todo su futuro pronosticado al milímetro, la serie se ha resentido. Eso no quiere decir que haya sido una mala temporada. Una serie del tamaño de Parks no es capaz ya a estas alturas y mientras mantenga intacto su esqueleto (cosa que no hizo The Office) de ofrecer una mala temporada. Simplemente tuvo un año menos inspirado, pero aún así siempre es un placer ver esta serie, tan dulce, tan hecha desde el corazón y para el corazón. Conscientes de haber dejado a Leslie Knope, nuestra heroína, la mejor burócrata de la historia de la humanidad (ficticia o real) en la incertidumbre durante todo el año, la recta final ha sido una puesta a punto del motor de cara a una hipotética séptima y última temporada. Así, en los últimos capítulos Leslie y Ben han descubierto que serán padres de 3 niños y ella, tras mucho pensárselo, ha cogido su carrera por los cuernos y se ha vuelto a poner en marcha, aceptando un alto cargo dentro del servicio de parques nacionales (US National Parks Service), la agencia estatal que dirige el vasto patrimonio natural norteamericano. Así, ella coordinará la región del noreste, y en un recurso de guion increíble (pero qué cojones, no le pedimos a Parks ser realista nunca, no vamos a empezar ahora), podrá trabajar en Pawnee en lugar de en Chicago, dónde debería esta su oficina. Esto permite a la serie, dar un paso hacia delante en sus tramas, puesto que el radio de actuación ahora será mucho mayor, pero a la vez mantenerse en Pawnee, puesto que sin Pawnee no podría haber Parks. La serie no podría sobrevivir al cambio de escenario. A mayores han planteado un salto en el tiempo, de tal forma que los hijos de Leslie y Ben han pasado de fetos a niños y ella se encuentra totalmente asentada en su nuevo puesto.

Ha sido, por lo tanto, esta sexta, una temporada de transición, de descanso en el ascenso laboral (pero también familiar) de Leslie Knope. Nos ha ofrecido además una muy conseguida evolución, también en el ámbito familiar curiosamente, de nuestro libertario favorito, Ron Fuckin’ Swanson (Nick Offerman, los Emmys no saben nada), la emotiva marcha de dos de los personajes importantes del reparto, Ann (Perkins) (Rashida Jones) y Chris (Rob Lowe), el aumento de peso a raíz de esa marcha de Donna y Jerry (Retta y Jim O’Heir por fin salen en el opening) y el placer de disfrutar de April (Aubrey Plaza, esa puta diosa) y Andy (Chris Pratt, ¿el hombre del verano 2014?) tan riquiñamente demenciales como siempre. Parks and Recreation sigue siendo uno de mis happy place, ese espacio de 20 minutos en el que me puedo acobijar y ser feliz, sin más, poder poner una sonrisa en mi cara y disfrutar. Así que gracias y ojalá el año que viene se cumplan todas las expectativas que el giro final me está creando.