sábado, 8 de marzo de 2014

Una vida sin anhelos

OH BOY


El cine nos ha enseñado que todo es más bonito en blanco y negro

Oh Boy, la prometedora ópera prima del joven Jan Ole Gerster es una aproximación en clave europea al movimiento americano mumblecore, que tiene en Andrew Bujalski a su principal autor (idelógico y material) y a Frances Ha (2012) de Noah Baumbach como máximo exponente. El film, la gran película alemana en los EFA de 2013, narra el libre fluir por Berlín de un veinteañero a la deriva, un niño de papá que se estrella una y otra vez contra su propia frustración. La frustración de no sólo no saber que quiere hacer con su vida, sino sobre todo no saber si quiere hacer algo con la misma, si su vida ha de dirigirse hacia alguna dirección o seguir sobrevolando la ciudad en círculos. Este tipo de protagonista, urbanita, moderno, egocéntrico, egoísta, desencantado y en cierta forma banal se ha ido propagando por películas y series en los últimos años al calor de la derrota de una generación, la mía. Oh boy, al igual que la Girls de Lena Dunham, por ejemplo,  nos escupe a la cara a algunos veinteañeros lo peor de nosotros mismos, el agotador deambular a través de esa estepa que es la nada profesional, sentimental, vital.

Lo mejor que se puede decir de Oh boy es que es una película sangrantemente actual, lo peor que le falta cinismo, más mala ostia. Frances Ha era una puñalada trapera salpicada de constante humor, en cambio esta película tira en lugar de por el camino del humor negro por el de la melancolía. En los pasos de su protagonista, Niko (un encantador Tom Schilling) hay un cierto nihilismo que recuerda a aquel Bresson otoñal de Le Diable probablement (1977). El retrato que hace el audiovisual americano de mi generación incide en los mil y un castillos en el aire que nos montamos en nuestra cabeza. En cambio esta película alemana, que quizás abra paso a una corriente fílmica en nuestro continente, apunta más que a la insatisfacción por las promesas y las esperanzas incumplidas, hacia la insatisfacción del alma, hacia el desasosiego. No es que Niko no pueda hacer lo que desea o lo que se le prometió durante toda su vida (el “si estudias encontrarás un buen trabajo” como paradigma), simplemente es que no tiene deseos ni cree en promesas, vive anclado al desencanto más absoluto.

Permanece atado a sí mismo en una ciudad que se presenta inhóspita. La vida urbana presenta múltiples oportunidades, pone a disposición del ser humano diversas y enriquecedoras experiencias. Sin embargo también se puede presentar como un muro impermeable de fatalidad. Así, Niko, vive en una constante “¡jo qué noche!” caminando a trompicones por unas calles que no le reconocen, y quizás no lo hacen porque su alma está dañada, porque ni siquiera se conoce él así mismo. Si no sabes cómo quieres vivir tu vida, cómo va la ciudad a permitirte vivirla. Si el espacio mental está cubierto entre tinieblas como no lo va a estar el espacio físico que habitas. Por eso Oh boy es una película dulce en su melancolía de un tiempo que quizás no haya existido nunca, el tiempo de los jóvenes, un tiempo irreal e ideal. Pero también es una película agria, porque al fin y al cabo es la crónica de una vida sin razón de ser, de una vida sin anhelos.

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